HOY: LA MUJER DEL PRÓJIMO NO EXISTE

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¿Habrá imaginado Lacan el revuelo que produciría al decir aquella frase: “la mujer no existe”? Quizás. Pero como toda frase, y toda mujer, admite varias lecturas posibles. Una lectura poco ingenua mostrará lo que es obvio: que el “No existe” se refiere a “La”, y no a “mujer”. O sea, que la inexistente es “la” mujer, la ideal, la perfecta, la que come perdices con el príncipe azul al final de los cuentos (a propósito de eso: Mujeres: es hora de que lo sepan: los príncipes son como los quesos, cuando están azules se pudrieron, son camembert)
Por supuesto que los fundamentalistas, falsos voceros y pitonisas, acentúan el “mujer” y se dedican a destripar a Jacques, demostrando lo que no hace falta demostrar: que las mujeres sí existen. Pero ¿quién dijo lo contrario? También están los que hacen hincapié en la tercera palabra, el “no”. Dicen entonces: la “mujer no” existe. O sea, habrá entonces “mujeres no” y “mujeres sí”, porque si existen las “mujeres no”, obviamente no son todas, ya que si fueran todas no serían “mujeres no”, sino directamente “mujeres”. Entonces tiene que haber mujeres que “no son no”, o sea “mujeres sí”. ¿Cuáles son las “mujeres sí” y cuales las “mujeres no”? Ese podría ser el tema de un maravilloso trabajo, pero, como diría Groucho Marx, no es éste.
Y llegamos entonces a la última palabra: “existe”. El problema sería dilucidar entonces si la mujer existe, o no. Podría tratarse de un tema existencialmente aburridísimo, un “To be or not to be”, pero no es eso. También podría ser objeto de estudio de la Piropología, materia de la carrera de Galantería, en el sentido elogioso del hombre que le dice a sus amigos: “¡Miren esa mujer: no existe!”
Una vez planteados los cuatro conceptos fundamentales de esta frase de Lacan, pasemos a lo siguiente:

Del prójimo

Si advertimos el título de este trabajo, veremos que hay otros dos términos más, aunque no han sido dichos en su momento por Lacan
Se trata de los términos “del” y “prójimo”. Así, fuera de contexto, no tienen gran significado. Pero, unidos a “la mujer” cobran un fuerte matiz de pertenencia y deseo.
Pero nosotros estamos diciendo que “la mujer del prójimo no existe”, y si Lacan hacía hincapié en el “La”, nosotros lo haremos en el “del”
Empecemos por dejar algunas cosas sentadas (cosas, no colas): dimos por probado que la mujer, con “la” minúscula, sí existe. La segunda cosa que aceptamos es que “el prójimo” también existe, aunque se trate de un concepto relativo, ya que nadie puede decir “yo soy el prójimo”, y nadie es prójimo de sí mismo. O sea que el prójimo no es absoluto, existe con relación al otro, también con minúscula, con perdón de Lacan.
Y también aclaremos que creemos en la existencia del “del”. Claro que en otro contexto. Por ejemplo, no nos molesta que se hable de “hora del día”, o “color del pulóver”.
Pero lo inaceptable de colocar “del” entre “Mujer” y “prójimo” no es una cuestión sintáctica. La gramática permite ese tipo de aberraciones sin inmutarse. Pero la frase es falsa. ¿Acaso no se ha abolido la propiedad de una persona por parte de otra, también llamada esclavitud? Entendemos que sí. Entonces la mujer, en tanto mujer, no lo es de nadie, como no sea de ella misma. No del prójimo. Puede ser “esposa de “, “Hija de” “madre de”, “vecina de”, pero estos “de” o “del” dan un vínculo de cercanía, no de propiedad, ni de exclusividad. Uno no es dueño de sus padres ni de sus vecinos

No desearás lo que no existe

Ahora bien, ¿a qué viene todo esto? Si la mujer del prójimo no existe, tal como hemos probado. ¿por que necesitar probarlo, por qué escribir un artículo sobre algo que no existe, habiendo tantos temas, personas y objetos que sí existen, y merecerían un artículo, y mucho más que eso, como ciertas mujeres, sin duda, y por suerte, existentes?
Lo que pasa es que aunque “la mujer del prójimo” no existe, hay quienes sostienen que sí.
Y aunque parezca increíble se trata de hombres y mujeres, que jamás aceptarían ser esclavistas, incluso muchos se ven a sí mismos como progresistas y bienpensantes. Pero están los medios de comunicación que “dicen cosas”
“si lo dice la radio”, “si lo dice la tele”, “si lo dicen los diarios”, para mucha gente, es cierto. ¡Imagínense entonces “si lo dice la Biblia”! Entonces, dicen que la Biblia dice, entre los Mandamientos, “no desearás la mujer del prójimo” y con eso justifican todo.
Pero el punto es que aquellos que escribieron la Biblia eran más sabios, que la mayoría de los hombres actuales, que no sólo interpretan literalmente lo que la Biblia dice, sino que ¡incluso interpretan literalmente lo que no dice! Si supiéramos leer los caracteres hebreos, nos enteraríamos de que el décimo mandamiento dice: “Al tajmot”. Como no sabemos nada de hebreo, no sabemos qué quiere decir, pero con cierta percepción lógica, digamos que difícilmente quiera decir “No desearás a la mujer del prójimo” Salvo que en hebreo una sola palabra “Al” sea “no desearás o “la mujer del prójimo”; puede ser que sea un idioma muy sintético, pero no es para tanto.
Podemos consultar a alguien que si conozca el idioma, y nos confirma que la traducción correcta es “No codiciarás”, o sea que no se trata de “no desear”, algo más profundo y personal , sino de “no codiciar”, algo que de alguna manera tiene que ver con actitudes más concretas, y de que no figura en el texto “la mujer del prójimo”, esto para nosotros era obvio, ya que la mujer del prójimo no existe, pero fue bueno aclararlo, para los que sostienen algo distinto.
La Biblia entonces no prohíbe desear, sino codiciar, y no se refiere a la mujer del prójimo, sino al tema en general. Podemos incluso sospechar que aquellos que querían ceñir el tema a la mujer, en realidad querían eludir las responsabilidades, propias o ajenas, por codiciar otras cosas que sí son del prójimo: su casa, su dinero, su puesto de trabajo, etc.

Como dijo Salomón: conclusión

Durante mucho tiempo se les hizo creer a hombres y mujeres que la mujer del prójimo existía, y que la Biblia prohibía desearla. Mediante este sencillo artilugio, los poderosos de siempre controlaban el deseo de los desprotegidos (también de siempre) ya que al no existir de verdad la mujer del prójimo, les podían prohibir desear cualquier cosa o persona, con la excusa de que eso/esa/ese era la mujer prohibida. Un reino, una porción de pizza, un sacacorchos podían de pronto formar parte de aquello que estaba prohibido, ser “la mujer del prójimo”.
El Rey Salomón, quien gobernó el Reino de Israel hace unos 3000 años y es reconocido por su sabiduría, tuvo una vez que decidir sobre la pertenencia de un niño entre dos mujeres que pretendían ser la madre. El rey propuso que el niño sea cortado en dos, y le sea entregado medio a cada una de las litigantes. Una de ellas estuvo de acuerdo, pero la otra prefirió renunciar a sus supuestos derechos antes que aceptar un veredicto que implicaba, obviamente, la muerte del niño. Así supo Salomón que ésta, la segunda, era la verdadera madre, la que prefería el niño vivo y feliz aunque en manos de otra mujer.
Si pensamos a “la mujer del prójimo” a la luz de la justicia salomónica, entenderemos nuevamente que el verdadero prójimo no es el que acepte “cortar a la mujer en dos mientras pueda mantener la propiedad de una de las partes”, sino aquel capaz de entender que la mujer solamente se pertenece a sí misma.
Quizás sea pretender demasiado.

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