"LA SALUD DE LOS RITOS"

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“(El velorio gasta las caras;

los ojos se nos están muriendo en lo alto como Jesús.)

¿Y el muerto, lo increíble?

Su realidad está bajo las flores diferentes de él

y su mortal hospitalidad nos dará

un recuerdo más para el tiempo

y sentenciosas calles del Sur para merecerlas despacio

y brisa oscura sobre la frente que vuelve

y la noche que de la mayor congoja nos libra:

la prolijidad de lo real”.

 J. L. Borges

 

 “Decir que un acontecimiento tiene lugar, significa

decir que será verdad para siempre que ha tenido lugar”

M. Merleau-Ponty                                                                    

 

INTRODUCCIÓN  

                      Se partirá del entender al sujeto como constituido simbólicamente, es decir, como ser simbólico (sujeto del inconsciente, del deseo); su  reconocimiento como tal, el de su condición de humano mediada por lo simbólico (el lenguaje), constituye la fundamentación de la ética de lo simbólico. Y en consecuencia, toda forma o acto que atente contra dicha posibilidad de desarrollo (universal-singular) habremos de concebirlo como no ético; y promovido en nombre de algún "particularismo".

                        Se propondrá asimismo, o por lo mismo, el situar al "rito funerario" (en su vertiente de "rito simbólico del duelo") como "valor universal"; es decir, en el registro de lo universal; siendo a su vez los distintos "ritos funerarios" los que deban ser situados en el registro de lo particular, en tanto determinados social, cultural e históricamente.

                        En esta línea se planteará que el "rito funerario" constituye el punto de partida en lo que hace a la posibilidad de tramitación simbólica de la muerte (del otro), es decir, la posibilidad de elaboración, de duelo, que ésta exige en tanto real, en tanto ausencia producida a ser inscripta (registro de lo singular).

                        Para el tratamiento de dicha problemática, el presente trabajo partirá de una obra literaria, a saber: un cuento de Julio Cortázar denominado "La salud de los enfermos"[1].                               

                        Se problematizará entonces la temática del duelo y los ritos funerarios; tratando de incursionar luego, en una perspectiva histórica y a la vez cultural que presentifique las distintas implicancias de los mismos y la articulación universal-particular-singular, para lo cual habremos de sumar la Antígona de Sófocles como interlocución.

LA SALUD DE LOS…

                         Para dar comienzo, y en pos de seguir el eje estructurador que nos hemos propuesto, en primer lugar nos habremos de situar en el cuento "La salud de los enfermos".

                        Esta obra de ficción nos presenta -y aquí hemos de pecar de reduccionistas- a una familia ante la circunstancia de la muerte de uno de sus miembros (Alejandro), frente a  la cual se instituye de común acuerdo, un pacto vincular entre algunos de los familiares y otras personas (doctor y novia de Alejandro): una "comedia piadosa"; ésta es representada para la madre, a la cual "...no se le podían dar noticias inquietantes con su presión y su azúcar..." (Córtazar, 1972, p. 18). Dicha "comedia piadosa" consistía en no darle a conocer la muerte de su hijo -luego extendida a la de una tía (Tía Cleia)- y esto sostenido en una serie de mentiras, engaños y rutinas que a la larga se hubieron de constituir en realidad "...Ya estamos tan acostumbrados a esta comedia..." (Córtazar, 1972, p. 27). A tal punto que el desenlace -que no sería más que la legitimación del título- lo afirma radical y magistralmente, cuando habiendo fallecido la madre, en el último párrafo se plantea "cómo habría que darle a Alejandro la noticia de la muerte de mamá" (Córtazar, 1972, p. 29).

                        Entonces, desde la perspectiva del cuento y a la luz de nuestro interés, convendremos en resaltar algunos detalles. Por un lado -y en relación a los miembros de la familia- actores de la "comedia piadosa", los respectivos velorios y entierros (ritos funerarios) parecen haberse descuidado o pasado desapercibidos, estando volcada toda atención en la madre: "...y Pepa, la más ocupada con mamá, ni siquiera alcanzó a ver el ataúd de Alejandro..." (Córtazar, 1972, p. 29). De más estaría indicar que la madre en ninguno de los casos tomó contacto -ritos mediante- con los cuerpos de los difuntos (hecho que hemos de resaltar para una evaluación posterior).

                        Otra cuestión que reviste importancia, está dada por un cierto punto de inflexión que se produce previo al desenlace del cuento, en el cual los actores de la comedia

 -María Laura, la novia, es la primera- tienen la sensación de que la madre "sabe todo", y así lo expresan: "...hay algo que no anda. Ahora cada vez que entro a su cuarto estoy como esperando una sorpresa, una trampa, casi... ya no podemos actuar con naturalidad." (Córtazar, 1972, p. 27). Esto vehiculizado también a partir de que la madre hace referencia, extrañada, a que Alejandro en sus cartas no la llama como solía hacerlo "...un secreto entre los dos..." (Córtazar, 1972, p. 21). A partir de aquí, a la vez, perciben una despreocupación de la madre para con la situación de Alejandro "Decile a Pepa que le escriba, ella ya sabe" (Córtazar, 1972, p. 24).

                        Entonces, tomando el caso puntual de Alejandro y ya en un terreno de interpretación e hipótesis, podríamos postular lo siguiente: la madre, llegados a aquel punto de inflexión, en sus pedidos o demandas para que Alejandro "bajara" por unos días, no hacía más que una demanda implícita a la familia para que se le posibilitara el contacto con el cuerpo de su hijo; y esto como posibilidad de llevar a cabo el duelo, el cual explícitamente le estaba vedado (¿por su bien?), y convengamos en que como diría el poeta "de tristeza también se muere". Esto se podrá percibir en las palabras finales de la madre, cuando agradece el trabajo que se tomaron para que no sufriera y expresa "...Ahora podrán descansar...Ya no les daremos más trabajo..." (Córtazar, 1972, p. 28) (el subrayado es mío), al fin se reencontraría con su hijo; siendo que de alguna manera, dichas palabras daban cuenta de la incomprensión a la que se vio enfrentada.

                        Por otro lado, es importante no perder de vista el hecho de que la "comedia piadosa", de alguna manera se constituyó también para sus actores en la no posibilidad de llevar a cabo el proceso de duelo, ya que en estos operaba una "renegación" o "desmentida" por la cual sostenían dos realidades, que hacia el final ya vimos cual hubo de imponerse.

                        Ahora, habiéndonos constituido en la problemática, indagaremos algunos conceptos pertinentes a la misma.

                        Se planteaba a la muerte como un real que exige su tramitación simbólica; lo cual nos remite por un lado a los ritos funerarios y por otro al trabajo del duelo. Tomaremos este último en primer término.

DUELO Y RITOS

                         Desde una perspectiva psicoanalítica, el duelo es promovido por una pérdida, la pérdida de un objeto de amor en la realidad; pérdida que desde Freud conlleva a un abandono del mismo -trabajo del duelo- a realizar "pieza por pieza", lo que de alguna manera permitiría el conservar el objeto perdido en lo psíquico. Esto conlleva un tiempo más o menos estipulado, que lo definiría como duelo "normal", caso contrario habría que plantear un "duelo patológico". 

                        En el mismo sentido, con otros conceptos, Lacan da cuenta del proceso de duelo a partir de plantearlo como una reacomodación o reapropiación significante frente a una pérdida en lo real que cuestiona al mismo sistema significante en su totalidad (ya que no hay significante para dar cuenta de esa pérdida en lo real); agreguemos aquí -con Freud- que no existe inscripción en el inconsciente de la propia muerte.

                        Entonces, lo nodal en este punto es la necesariedad de inscribir la pérdida, la falta, la ausencia, la muerte (del otro, y no tanto, ya que como dice Borges: “el muerto no es un muerto: es la muerte.”).

Llegados a este punto, se impone y es convocada la problemática de los ritos funerarios. ¿Por qué?

                        Porque los mismos giran alrededor de esta posible inscripción de la pérdida, de la ausencia. Y esto abarca desde la necesariedad de un certificado de defunción hasta los distintos tipos de ritos post-mortem (entierros, velorios, etc.). Decimos que giran alrededor y constituyen en sí la posibilidad del proceso de duelo.

                        Si intentáramos aquí una articulación entre las categorías universal-particular-singular, podríamos plantear lo siguiente, a saber: ubicar la muerte así como el rito funerario en la primera de las categorías o registros; los distintos ritos funerarios en la categoría de lo particular; y por último el proceso de duelo (en tanto subjetivo) en el registro de lo singular.

                        ¿Cómo habríamos de leer brevemente a partir de lo planteado, el material brindado por el cuento?

                        En primer lugar se presenta la llamada de lo real, es decir la muerte demandando al registro simbólico. Es convocado el rito funerario (rito simbólico del duelo), que asumirá ciertas características.

                        Características a pensar en dos direcciones. La primera en el registro particular, tendrá que ver con los distintos ritos funerarios; y la segunda referida a la inscripción singular de la muerte (de ese otro) en cada sujeto, duelo singular.

                        En relación a la segunda -y no es la intención aquí un análisis profundo- habría que evaluar el carácter singular de las inscripciones en los distintos personajes (sujetos); pero aun así, ¿la "comedia piadosa" para sus actores no asumiría las características de un duelo patológico? (¿Se trata del mismo fenómeno en la Electra de O'Neill?).

                        Y con respecto a la primera, en el cuento los ritos que se presentan son el del velorio y el del entierro o sepultura, convengamos aquí que estos están determinados a nivel de contexto en general (sociedad, cultura, religión, etc.).

                        Aprovecharemos la oportunidad para dar cuenta de lo mismo, a partir de presentar un par de ejemplos de ritos funerarios determinados por otro particular; esperando a la vez nos sean propicios para introducir la problemática suscitada en la Antígona de Sófocles.

                        Nos cuenta Bachelard en "El agua y los sueños", tomando a Saintine, que los celtas a partir de su concepción de las cuatro materias elementales (aire, agua, tierra y fuego), que determinaban a la vez la ley de las cuatro patrias de la Muerte, llevaban a cabo en pos de restituir los despojos humanos a aquellas, cuatro tipo o géneros funerales, a saber: "...En algunos países los quemaban, y el árbol nativo proporcionaba la leña para la hoguera; en otros, el Todtenbaum (el árbol de muerte), ahuecado por el hacha, servía de ataúd a su propietario. Ese ataúd era enterrado, salvo que se lo librara a la corriente del río, encargado de transportarlo Dios sabe dónde. Por último, en algunos cantones existía la costumbre -¡horrible costumbre!- consistente en exponer el cuerpo a la voracidad de las aves de presa; y el lugar de esta lúgubre exposición era la cumbre, la cima de ese mismo árbol plantado al nacer el difunto, y que esta vez, por excepción, no debía caer con él..." (Bachelard, 2003, p. 112).

                        Desde otro ángulo, en la Edad Media, nos encontramos ante un amplio espectro de ideas y ritos en relación a la muerte.

                        Podemos destacar las ars moriendi (como rito ad-mortem, del bien morir), que en algunos casos (en relación a determinaciones religiosas), tenía efectos post-mortem. Por ejemplo, durante cierta época, al difunto que no estaba en regla con la iglesia -intestado, excomulgado, etc.- se le prohibía la sepultura ad sanctos. Dicha condena canónica intentaba levantar la familia del difunto, cuando era posible, poniéndose en el lugar de aquél para reparar sus errores y reconciliarle. De no poder, los ataúdes no enterrados, a veces, eran depositados sobre los árboles del cementerio o eran inhumados en forma clandestina (pero los demonios o ángeles no los dejarían tranquilos).

                        En líneas generales, y siguiendo a Philippe Aries, podemos decir que "los ritos de la muerte de la primera Edad Media estaban dominados por el duelo de los supervivientes y por los honores que rendían al difunto (elogio y séquito)..." (Aries, 1984, p. 139). Siendo éstos de carácter laico, no así la absolución.

                        Más adelante, ya en la segunda Edad Media, serán sustituidas las largas deploraciones y los lamentos y elogios en voz alta. Los nuevos ritos han de ser ahora silenciosos y tranquilos. A este efecto, nos dice Aries "La vela se ha convertido en una ceremonia eclesiástica que comienza en la casa, y que continúa a veces en la iglesia, donde se vuelve a repetir... la recitación... de las plegarias de encomendación..." (Aries, 1984, p. 142) y aparecerá además una ceremonia "que va a ocupar un puesto considerable en el simbolismo de los funerales: el cortejo" "última manifestación de un duelo finalmente aplacado, donde el honor rendido domina sobre el pesar" (Aries, 1984, p. 143).

                        Notamos cómo los ritos funerarios están determinados en su peculiaridad por una serie de variables que hacen a la existencia de distintos tipos de ritos a lo largo de la historia, así como a características disímiles de un mismo rito a través de la misma.

                        Siguiendo con nuestro recorrido, se habrá notado que en el rastreo anterior, se hace mención -si se quiere- a dos formas de insepultura de cuerpos. La primera, en los celtas, responde a una concepción digamos de orden ¿mitológico?; y aquí nos interesará en particular aquella de la restitución al aire (“¡horrible costumbre!”), convengamos en que allí la insepultura no se constituía en violación alguna, sino que dicho acto constituía un rito así como la misma sepultura desde nuestro ángulo. 

                        La segunda, casi concordante, sino fuera que en este caso está promovida por un "particularismo" (ley canónica), nos hablaba del ataúd sobre un árbol del cementerio.

Y he aquí, las paradojas. Otra vez opera el particular.

                        Entonces, mientras en los celtas uno de los ritos funerarios consistía en la exposición del cuerpo a las aves de presa, en Antígona este hecho del cuerpo de su hermano librado a la carroña (insepulto), constituía en sí la violación a la Ley de los Dioses; y por otro lado, en el segundo caso (condena canónica), el acto de situar el ataúd sobre el árbol del cementerio no hacía más que hacer presente la ausencia del rito. Pero ¿no era en última instancia y por lo mismo, un acto ritual promovido, al igual que en Antígona, por otra Ley (particularista/moralista)? Téngase aquí en cuenta el hecho de que Antígona no sepulta a Polinice -en sentido estricto- sino que echa tierra sobre su cadáver, esto le basta para recuperar simbólicamente la concurrencia de los registros universal y singular.

                        Finalmente, desde otra perspectiva y arriesgando un poco:

                        ¿Es posible pensar, situándonos en un registro implícito, latente, que la "comedia piadosa" -a pesar de ella misma si se quiere-, se constituye en una forma de "particularismo"?

                        Es interesante pensarlo, aunque nos falte en el cuento -la madre lejos está de serlo- un personaje como Antígona, que presentifique a partir de una ley moralista, la otra Ley. Es decir, un acto ético.

...Y AL TERCER DÍA

 

“¿Quién escucha lo que calla un muerto?”

                         Han quedado a lo largo de este recorrido, una serie de cuestiones abiertas. En cierto sentido el tema del rito funerario, problematiza las más variadas cuestiones, registros y profundidades; ya que compromete -por ejemplo- desde lo teológico, lo filosófico, hasta lo burocrático de un trámite. Y es por lo mismo que su abordaje siempre deja un  "gran resto".

                        No es casual, que para abordar lo que a la muerte respecta, nos hayamos servido de una obra literaria; y con ella girar alrededor de la falta. Ya que, para decirlo con Borges, es lo simbólico lo que nos devuelve la brisa en la frente y nos da una mano para acallar e intentar mantener "la prolijidad de lo real".


Bibliografía

  

  • ARIÈS, P. (1977) El hombre ante la muerte, Madrid, Ed. Taurus, 1984.
  • BACHELARD, G. (1942) El agua y los sueños, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2003.
  • BORGES, J. L. (1980) “La noche que en el sur lo velaron”, en Nueva antología personal, Buenos Aires, Ed. Bruguera. 
  • CORTÁZAR, J. (1972) “La salud de los enfermos”, en Todos los fuegos el fuego, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1972.
  • FREUD, S. (1917) “Duelo y Melancolía”, en Obras Completas vol.14. Lecciones introductorias al Psicoanálisis, Buenos Aires, Ed. Amorrortu, 1992.
  • HUIZINGA, J. (1978) El otoño de la Edad Media, Madrid, Ed. Alianza.
  • LACAN, J. (1959-60) “La esencia de la tragedia: un comentario de Antígona de Sófocles” en Seminario 7 La ética del Psicoanálisis, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1992.  
  • MERLEAU-PONTY, M. (1969) Fenomenología de la percepción, Buenos Aires, Planeta-Agostini, 1993.


[1] Cabe aclarar que dicha elección ha de tener su riqueza y a la vez sus limitaciones, ya que si bien se ha de proponer el cuento como disparador así como ilustrador del tema que nos convoca, éste no podrá colmar ni dar cuenta de manera exhaustiva del fenómeno, dada su complejidad y múltiples enfoques posibles, a la vez que no podrá ser eximido de interpretaciones y/o forzamientos que en nombre de la especificidad se lleven a cabo.

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