Las infancias y sus peligros

  • Agrandar Texto
  • Achicar Texto

“La infancia” es una ficción ideal, se la presume, en ese enunciado unívoca y homogénea. Las infancias –en realidad, las vidas– son probablemente conglomerados disjuntos de diversidades, desigualdades e inequidades que las contingencias ponen sobre el tapete. El título de estos comentarios “Las infancias y sus peligros” apunta a ser multívoco. Podemos leer los peligros que éstas generan para sí mismas, como los peligros que enfrentan las infancias que se encuentran avasalladas, y por qué no, los peligros que el mundo adulto le supone a ese tránsito y de los cuales el niño puede ser el transmisor.

Las infancias y sus peligros

Seguramente estaremos de acuerdo en que “la infancia” es una ficción ideal, no solo porque se la piensa como un período de la vida lozana sin las agobiantes “responsabilidades de los adultos”, una infancia como tránsito, cuya salida será la entrada a una madurez también supuesta, sino porque se la presume, en ese enunciado, “la infancia”, como unívoca y homogénea.

Es la ficción del adulto y una exigencia para cada niñez el cumplir con ese anhelo ideal. La infancia como un estado civil idealizado. En cada infante anida la esperanza del otro que lo recibe y abriga y con ello también el requerimiento de cumplir con un venturoso porvenir, en el mejor de los casos.

Asimismo, el hecho de nombrar “las infancias” en plural da cuenta de que no planteamos la idea de “UN niño” y nos habilita para pensar tanto sus múltiples facetas como la heterogeneidad de cada historia.

Las infancias –en realidad, las vidas– son probablemente conglomerados disjuntos de diversidades, desigualdades e inequidades que las contingencias ponen sobre el tapete.

Son un compuesto de fragmentos que no arman un continuo, aún en una misma vida. Ciclos de renuncias, invenciones y descubrimientos iniciáticos de vías que se transitan innumerables veces y que no se estabilizan de una vez y para siempre.

Luego, el relato consumará el enlace entre esos lapsos fragmentarios en una novela más o menos entramada. Como indica Freud en Sobre los Recuerdos encubridores,

 Nuestros recuerdos de la infancia nos muestran los primeros años de vida no como fueron, sino como han aparecido en tiempos posteriores de despertar. En estos tiempos del despertar, los recuerdos de infancia no afloraron, como se suele decir, sino que en ese momento fueron formados; y una serie de motivos, a los que es ajeno el propósito de la fidelidad histórico-vivencial, han influido sobre esa formación, así como sobre la selección de los recuerdos (Freud 1899, pag.315).

De modo que no sabemos cómo impactan en cada vida los acontecimientos que se transitan, ya que no tenemos de ellos la huella real y efectiva sino formaciones que a su vez se transforman.

Esta incertidumbre produce un efecto de “deflación anímica”, como si se hubiera manifestado de modo radical la imposibilidad de saber sobre el futuro, situación estructural que nos atañe a todos.

Se reanima la dimensión de tristeza que tan bien indicó Lacan como cobardía moral, (Lacan 1974 pag.107) es cierto, no soportamos fácilmente la incertidumbre que la pandemia arroja sobre el orbe.

Es pensando desde este esbozo del tiempo de las infancias que es imprescindible que se forjen las condiciones para que ciertos actos iniciáticos constituyan al infans.

Para que se realice ese nacimiento a la vida del hablante-ser, finalmente se vuelve necesario que alguien se instituya como deseante de que esa vida prometa una ficción ideal, teniendo en cuenta que el primer lazo al Otro es simbólico.

El planteo de Antonio Di Ciaccia en El niño, la familia y el inconciente es absolutamente pertinente cuando escribe:

En efecto lo que se perfila netamente es que, para el ser humano, su primera relación efectiva es la que se establece con lo simbólico. Y si hay una pareja real, una pareja de la que se pueda predicar el apego no es esa madre-niño, la pareja es el ser humano que viene al mundo y el significante. (Di Ciaccia 1997, p.45)

Ese ofrecimiento/requerimiento es bifronte, otorga al infans el acceso a lo vital más allá de lo biológico y que incluso abona de modo indispensable ese proceso orgánico, y al mismo tiempo se vuelve un reclamo de prosperidad, todo esto en el mejor de los casos.

Pero dado que hablamos de las infancias posibles, estamos asimismo afirmando que ese chispazo vital puede no producirse. Es en esas situaciones en donde las diversidades, desigualdades e inequidades cavan un surco no siempre suturable.

Diques y hábitos

En la niñez tenemos la particularidad de que es el transcurso de la adquisición de hábitos, los diques y barreras frente a lo que causa alguna satisfacción en el cuerpo propio. En esos actos iniciáticos se levantan las murallas frente a la tentación pulsional que empuja a jugar con cosas que ensucian, con cosas que manchan, con la manipulación de objetos o incluso empujan a actividades que pueden causar dolor a sí mismo o a un semejante.

La vergüenza, el asco, la moral, la compasión serán las restricciones que habilitan la vida social y también los modos de organizar la satisfacción.

En la niñez se realiza un gran esfuerzo por renunciar a esas conductas que causan placer, y se renuncia por amor, y por temor a perder ese amor, fuente de todos los motivos morales.

La renuncia a lo pulsional es un concepto que Freud retoma hasta en sus últimas obras, Moisés y el monoteísmo,

“En el tiempo en que la autoridad todavía no estaba interiorizada como superyó, el vínculo entre amenaza de pérdida de amor y exigencia pulsional acaso fue el mismo. Sobrevenía un sentimiento de seguridad y de satisfacción cuando uno había producido una renuncia de lo pulsional por amor a los progenitores. Este sentimiento bueno sólo pudo cobrar el carácter del orgullo, que es específicamente narcisista, luego que la autoridad misma hubo devenido parte del yo.” (Freud 1939, pag.113)

Es también el tiempo inicial de hacerse un lugar en el espacio social con sus semejantes, en donde sus prácticas íntimas se esconden porque la vergüenza alza su velo frente al otro, por lo tanto, los niños saben que ese algo ya no es mostrable. Como lo indica Freud en el texto Breve informe sobre el psicoanálisis, “Esta denegación (frustración) externa lo compelió a la lucha con la realidad, que desembocó, en parte, en su adaptación a ella y, en parte, en la imposición de su señorío, pero también en la comunidad de trabajo y en la convivencia con los prójimos, lo cual por sí solo llevaba aparejada una renuncia a muchas mociones pulsionales no susceptibles de satisfacción social”. (Freud 1924, pag. 218)

Sin embargo, no va de suyo que esas barreras se alcen. En algunos casos se ve contrariada dicha adquisición, ya sea en forma primaria o regresivamente sintomática de manera secundaria. La demanda del Otro, que siempre es demanda de amor, pone en marcha que los hábitos se instalen. No se trata de una respuesta madurativa orgánica, cada control del cauce pulsional es sentido imaginariamente por los niños como una victoria y su falla como derrota. Tal como es situado por Lacan en Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis,

“Así toda fijación en un pretendido estadio instintual es ante todo estigma histórico: página de vergüenza que se olvida o que se anula, o página de gloria que obliga. Pero lo olvidado se recuerda en los actos, y la anulación se opone a lo que se dice en otra parte, como la obligación perpetúa en el símbolo el espejismo preciso en que el sujeto se ha visto atrapado.” (Lacan 1953, pag.274)

De la misma manera, pueden dejar de lado la tendencia a abalanzarse al cuerpo de otro niño, porque se distingue al otro como semejante, no-yo, pero también porque aquel niño otro, le representa su cuerpo propio y deteniéndose frente al dolor que puede causar, se alza la barrera de la compasión, que limita la tensión agresiva narcisista.

Volviendo a Freud tempranamente plantea en Tres ensayos de teoría sexual

“… la inhibición en virtud de la cual la pulsión de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la capacidad de compadecerse, se desarrollan relativamente tarde… La ausencia de la barrera de la compasión trae consigo el peligro de que este enlace establecido en la niñez entre las pulsiones crueles y las erógenas resulte inescindible más tarde en la vida.” (Freud 1905, pag.175)

Sabemos de la satisfacción de los niños cuando algún par es retado, pero se enmarca dentro de la escena, permitiendo la satisfacción de la rivalidad narcisista siempre y cuando el otro mantenga sus propias barreras a la crueldad.

Entonces son momentos fecundos para incorporar el cuidado de sí y de los otros, y eso incluye detenerse frente al dolor en el otro, y por qué no, la solidaridad frente al que padece. Pero para ello es necesario transitar el encuentro con los otros y poner a prueba ese dique, en este caso en su arista narcisista, de la compasión. Tal como lo plantea De la Historia de una neurosis infantil, “El origen narcisista de la compasión, que la palabra misma atestigua, es aquí por lo demás totalmente inequívoco. En alemán Mitleid evoca como en castellano sufrir (uno mismo) con”. (Freud 1918, pag.81)

De modo tal que en estas estaciones fundamentales la presencia de aquellos que acompañan en la crianza se vuelve necesaria, pero la presencia de sus pares es también indefectible. Los adultos le pedirán que cumpla con ciertas conductas, para su bien y el bien de los otros, de modo que lo que se incorpora es una guía de acciones éticas, que siempre implica la dimensión de la otredad.  Por lo tanto, la renuncia pulsional se organiza como una ética que se plasma en el desarrollo cultural. Tal como es planteado en el Breve informe sobre psicoanálisis

 “…de manera predominante, si no exclusiva, son mociones pulsionales las que caen bajo esa sofocación cultural. Ahora bien, una parte de ellas presenta la valiosa propiedad de poder ser desviadas de sus metas inmediatas y, así, como aspiraciones «sublimadas», poner su energía a disposición del desarrollo cultural. Pero otra parte persiste en lo inconciente en calidad de moción de deseo insatisfecha, y esfuerza en el sentido de una satisfacción cualquiera, aun desfigurada.” (Freud 1924, pag.219)

En algunos niños en situaciones de dificultad o en algunos momentos en los que se presentan complejidades para la niñez, la tentación de jugar con lo que causa placer en el cuerpo propio puede estar ausente, incluso puede faltar el anhelo de jugar, que es un dato fundamental como de la condición de la infancia. Por lo pronto sabemos que es jugando como se incorporan distintas conductas activas, y aun cuando no se enseñe jugando, igualmente el niño hace, de los hábitos un espacio de juego. Como nos recuerda Freud en Inhibición síntoma y angustia “Sabemos que el niño adopta igual comportamiento frente a todas las vivencias penosas para él, reproduciéndolas en el juego; con esta modalidad de tránsito de la pasividad a la actividad procura dominar psíquicamente sus impresiones vitales.” (Freud 1925, pag.156)

El jugar es un escenario de fantasía y creación, pero sobre todo es la vía por la cual el infans se convierte en un sujeto de pleno derecho. En los casos en los que se dificulta establecer escenarios de juego, los hábitos pueden aparecer bajo una forma automática o estereotipada, o dificultarse su incorporación, dado que, del lado del niño, el dique puede presentarse como intrusivo. En otros casos quizá no le sea sencillo abandonar esa práctica sintomática que sus semejantes no toleran fácilmente, lo que lleva al conflicto de generar un entorno exogámico, léase, enuresis, encopresis, agresividad[e1]  en el espacio social y diversas problemáticas de lo infantil.

Si es que falta, el adulto tiene que introducir la variable de juego, con la convicción de que el juego es de absoluta trascendencia, constitutivo de la infancia e indispensable para el entramado social.

En estos tiempos de “aislamiento social obligatorio” nos encontraremos con una pluralidad ineludible de situaciones.

Algunos niños se complacen de la presencia de sus “padres” porque no siempre pueden contar con su asistencia, pero aquellos que comenzaban a iniciarse en la socialización no pueden más que postergar ese encuentro social, y no debemos perder de vista el estatuto fundacional de esas otras presencias en la vida del niño.

Otros casos en donde el confinamiento con adultos que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad de cualquier orden, económico, social, psíquico los deja sin sostén y en muchas oportunidades sujetos a múltiples situaciones inquietantes.

En las infancias se distingue muy bien cuando está presente el interés del adulto por cuidar al niño de algo que puede entrañar un riesgo, o incluso cuando hay una sanción o un reto por el no cumplimiento de lo pautado, a otras situaciones en las que el adulto responde de manera excesiva o abusiva, que engendran sufrimientos frente a los cuales la huida no es opción, aún.

El tabú y el vecino

El título de estos comentarios “Las infancias y sus peligros” también apunta a ser multívoco. Podemos leer los peligros que éstas generan para sí misma, como los peligros que enfrentan las infancias que se encuentran avasalladas, y por qué no, los peligros que el mundo adulto le supone a ese tránsito y de los cuales el niño puede ser el transmisor.

No se trata solo de cómo atraviesan las infancias estos tiempos de “confinamiento”, sino también qué connotaciones adquirieron las infancias en la actualidad.

Digamos que hay peligros evitables, no son aquellos que quisiera comentar, si no armaríamos lista de peligros de los cuales precaverse o prevenir. Es cierto que los hay, es un tiempo que está a expensas de infinitos peligros.

Lo que me interesa plantear es que en algún momento el niño pone en escena algo que vale como peligro para el adulto.

Tomo al menos dos aristas, ya que la lista clasificatoria de peligros, como decía, es infinita y recorta también fobias de cada uno en la regresión que ha reanimado esta pandemia.

Se ha instalado de manera certera esta vez y no como un mito “el tabú del contacto”. Si el tabú comparte su sentido entre lo sagrado y lo impuro, hoy solo quedó su carácter de impuro, con rituales que hemos debido extremar.

Además, posee la cualidad de haberse extendido a objetos animados e inanimados y en especial el propio rostro, de modo que las prácticas intimas y habituales relativas a los orificios que ofrece el rostro, resultan ser cuasi mortales.

Por suerte el niño hasta hoy está (relativamente) exento de contraer el virus, pero no de ser su agente, él puede ser el vehículo. Claramente el niño “que toca todo”, despierta temor, enfrenta a un peligro, en tanto pone en cuestión la prohibición misma de tocar y ser tocado. Buscará hacerse alcanzar y también, en el mejor de los casos, despertará en quien lo acompaña “las ansias táctiles” del encuentro en el abrazo, que se torna ambiguamente en un peligro. Como dice Massimo Recalcatti en Las manos de la madre,

 “¿No es ésta acaso la condición más radical de la vida humana? ¿Es que la vida no viene a la vida sujetándose, agarrándose, confiándose siempre a las manos del Otro?” (Recalcatti 2018, pag.15).

El hacerse alzar, el ser arrullado, sostenido, es uno de los puntales de la existencia. Soñar con volar es posible porque los brazos de lo simbólico en las manos de alguien fue en algún momento el sostén.

Luego, el contacto es el inicio de todo apoderamiento en el sentido del pasaje de ser un cuerpo a tener un cuerpo, es el inicio de todo intento de enlace con una persona o cosa.

No es el afán de conocimiento lo que impulsa al infans a apropiarse, es el empuje libidinal, con su consiguiente apoderamiento, lo que lo lleva a querer tocar, luego conoce y diferencia. Estos momentos son también iniciáticos y el cosmos se ordena de objetos a ser tomados.

Ese empuje se transmuta luego en el investigar, y hoy está inevitablemente limitado y se presenta ambiguo.

Las citas con el semejante, los encuentros que son la condición necesaria para que haya otras manos además de las que recibieron esa vida, ese tiempo iniciático, de estreno de las infancias en lo social, se han al menos postergado. Y han sumado el atributo de ser peligrosos.

El término para referirse al otro como un extraño ha alcanzado uno de sus picos máximos en la pandemia antes de que ésta alcance su pico en la mentada curva.

El tabú del contacto nos impone otras formas del encuentro que aún están por revisarse, pero quizá podemos aventurar que prorroga la necesaria exogamia.

Dije que comentaría al menos dos peligros. El segundo se asocia al primero.

Uno de los pilares de la constitución humana, como planteaba anteriormente es la cita, incluso en la coincidencia y la casualidad, con los otros. ¿Por qué el niño no habría de salir eventualmente a dar una vuelta por el barrio?

El asunto es que el otro, aun casual, cualquiera sea, pasó para el adulto, de ser en muchos casos un otro indiferente, a ser un portador. No hace falta tocarlo, por eso lo distingo del tabú del contacto. La sola percepción visual, el contacto visual o auditivo lo presiente.  La idea del vecino adquirió la idea de otro sospechoso, peligroso. Por supuesto, la diferencia con la xenofobia es sustancial. Hoy el rasgo que determina el valor de peligroso es el intangible e incluso asintomático virus, con todo el peso de la verdad que le han dado las víctimas que se ha cobrado. Hoy todos somos un peligro, no solo el otro sino nosotros para nosotros mismos. El “todos peligrosos” sin excepción es una ampliación que demuestra que no hay uno que no valga como sospechoso. Si hay frases que se dirigen a los niños reza “no te acerques a un desconocido”, probablemente porque en las infancias, la importancia como fundamento del otro semejante, es una condición ineludible de constitución psíquica. Seguramente los niños no se acercarán a quienes consideren un extraño, pero no sabemos de antemano quién portará ese atributo. A priori se presupone que se acercarían demasiado a quien no debieran. Y eso hoy somos todos. Aún los conocidos, aquellos con los cuales los niños hacen series en la parentalidad, pero también aquel que es el alter del niño, el amigo, cimiento y solución, gracias a lo simbólico, de la tensión narcisista, basal en la constitución humana.

Cabría la pregunta de si ha cambiado aquello que los niños temen. ¿A qué se teme en la infancia? Hoy más que nunca el peligro exterior lleva a estar a expensas del peligro interior. Hoy más que nunca “lo interno” revela su encerrona. No hay reverso, adentro-afuera, exterior-interior. Salimos adentro. Eso es lo que la tecnología nos permite, salir sin salir.

Hoy más que nunca, aunque esté lejos de poder decir algo acerca de los efectos de la pandemia en lo que a lo psíquico se refiere, posibilitar un acceso a los encuentros analíticos virtuales no deja de ser la apuesta, sobre todo en la niñez y en la adolescencia, de una salida exogámica.

 

Bibliografía

  1. Di Ciaccia, A. (1997) El niño, la familia y el inconciente. Barcelona, España. Ed. Atuel- Eolia
  2. Freud, S. (1993) Sobre los recuerdos encubridores. Obras Completas Vol. III. Buenos aires, Argentina. Amorrortu Ed.
  3. Freud, S. (1989) Tres ensayos para una teoría sexual. Obras Completas Vol. VII. Buenos aires, Argentina. Amorrortu Ed.
  4. Freud, S. (1988) De la historia de una neurosis infantil. Obras Completas Vol. XVII. Buenos aires, Argentina. Amorrortu Ed.
  5. Freud, S. (1989) Breve informe sobre el psicoanálisis. Obras Completas Vol. XIX. Buenos aires, Argentina. Amorrortu Ed.
  6. Freud, S. (1987) Inhibición, síntoma y angustia. Obras Completas Vol. XX. Buenos aires, Argentina. Amorrortu Ed.
  7. Freud, S. (1989) Moisés y la religión monoteísta. Obras Completas Vol. XXIII. Buenos aires, Argentina. Amorrortu Ed.
  8. Lacan, J. (2008) Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis. Escritos I. Buenos Aires. Argentina Ed. Siglo XXI
  9. Lacan, J. (1977) Radiofonía y televisión. Barcelona, España. Ed. Anagrama
  10. Recalcatti, M. (2018) Las manos de la madre. Deseo, fantasma y herencia de lo materno. Barcelona. España. Ed. Anagrama
Revista Electrónica de la Facultad de Psicología - UBA | 2011 Todos los derechos reservados
ISSN 1853-9793
Dirección: Hipólito Yrigoyen 3242, Piso 3º - (1207) CABA | Teléfonos: 4931-6900 / 4957-1210 | e-mail: intersecciones@psi.uba.ar