Coronavirus: un enfoque psicosomático

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En este trabajo se plantea la aparición del Covid 19 como un hecho vital de toda la comunidad, articulado con el momento histórico y evolutivo de la misma. Se describen las alteraciones del tiempo y el espacio que ocasiona tanto el agente infeccioso como las medidas para evitarlo. Se comparan éstas últimas con una enfermedad auto-inmune en la cual, el “organismo” reacciona atacando lo propio -la población- como si fuera un extraño, el sospechoso. La cuarentena, aunque necesaria, termina funcionando como una especie de inflamación social, en exceso y antes de tiempo, que impide el intercambio entre sus miembros y su supervivencia económica.

El término “psicosomático” se presta a muchos malentendidos y es muy probable que el lector de este trabajo pueda pensar que es sinónimo de “psíquico” o “de causa psíquica”, y se pregunte cómo se puede tener un enfoque psicosomático de la enfermedad por COVID 19, siendo que se trata de una pandemia causada por la irrupción de un virus y encuadra perfectamente en especialidades como la infectología, porque es una enfermedad infecto-contagiosa, y la epidemiología, porque se propaga fácilmente por contagio en toda la población.

Suponiendo que se ponga el acento en las consecuencias psíquicas de la enfermedad y se justifique de ese modo su abordaje psicosomático, concluiríamos que los infectados, sus familiares y toda la sociedad tiene depresión, ansiedad y stress y que la cuarentena afecta la salud mental. Esto podría ser verdad y ser considerado por algunos como un enfoque psicosomático del problema, pero es una verdad de Perogrullo. Y aquí no podemos afirmar, como se hace con otras enfermedades, que son la depresión, la ansiedad y el stress los que causan la enfermedad.

Sin embargo, en medicina a menudo se confunde el mecanismo con la explicación. Podemos comprender y describir los mecanismos por los cuales el virus se propaga, o cómo entra en el organismo y se replica, afectándolo, pero a la hora de las explicaciones, cuando la gente se pregunta por qué está ocurriendo todo esto, los médicos confiesan su ignorancia y los religiosos, los paranoicos, los políticos y los filósofos empiezan a opinar.

Así, corren las versiones de una confabulación china para poner de rodillas a Estados Unidos y dominar la economía mundial, o las de un mensaje divino para que los humanos cambien y se vuelvan menos materialistas y más espirituales, o de una justicia natural, para que los animales vuelvan a sus habitats originarios, o de una ecología universal que promueve la alarma por el cambio climático y le avisa a los hombres y mujeres que paren de alterar el equilibrio planetario.

Obviamente, ninguno de los anteriores es un verdadero enfoque psicosomático, al menos desde nuestro punto de vista.

El sucesor

El hecho es que hay situaciones de la vida que desafían nuestra capacidad para simbolizar porque ponen en peligro la experiencia de la continuidad temporal y espacial. Continuidad temporal y espacial que tiene que ver con lo que algunos autores llamaron mecanismo del sucesor (5), (6). La vida se va desarrollando como un engranaje en cadena, compuesto por eslabones que son las versiones de uno mismo que van cambiando y sucediéndose unas a las otras, como en una serie. Así, uno es bebé, luego niño/a, púber, adulto, anciano, etc. Y como en las bicicletas con muchos cambios, la cadena da varias vueltas y puede saltar de engranajes, de modo que, además de adolescente, uno puede tener su primera relación sexual, o graduarse y ejercer una profesión, casarse, tener hijos, nietos, etc. Siempre un elemento nuevo se agrega en el extremo de la serie, ocupando el puesto del elemento anterior. Y cuando lo ocupa, inmediatamente se abre un nuevo espacio para que otro sucesor aparezca en el horizonte y esté a punto de ocupar el lugar para que la cadena siga funcionando y no se desbarate.

La situación actual es de tal incertidumbre que parecería no haber sucesor. Pero el sucesor no es esa identidad consistente y homogénea a las demás que, según el caso, podría ser cualquiera de las que mencioné. Por el contrario, el sucesor es algo que en cada cambio hace que la cadena no se corte ni se salga de los engranajes y que la serie continúe. Es, más o menos, como cuando vemos una serie de Netflix y, entre capítulo y capítulo o entre una temporada y otra, aparece una barra que se va llenando y que nos avisa que el siguiente capítulo se va cargando y pronto comenzará.

El hecho es que ahora nadie sabe lo que va a pasar, si va a estar vivo o muerto, cómo va a ser el mundo, si va a conservar el trabajo, si se terminó la serie o por qué temporada vamos. Los gobiernos se esfuerzan por dividir en fases y picos la evolución de la pandemia, pero a ciencia cierta nadie sabe lo que le espera. El docente, por ejemplo, tiene que enseñar de otra manera, y reprogramar toda su materia. Todo parece tener que empezar de nuevo, y desde casa. El que se manejaba “en negro” sin ninguna inscripción tributaria debe blanquear sus ingresos y queda inscripto donde antes no lo estaba. Al que se manejaba en blanco le cambia la categoría, o se queda afuera porque no puede pagar. La gente no va al médico porque teme contagiarse. Todo viene transcurriendo como en la canción de Maria Elena Walsh “El reino del revés”: en Italia, los ricos del norte se mudaban hacia el sur buscando salvarse; en España, se querían venir a Latinoamérica; los africanos que emigraban desesperados y se ahogaban frente a las costas europeas fueron testigos estupefactos de los tendales de muertos en Europa; los memes mexicanos le pedían a Trump que se apure con el muro, y con el mundo patas para arriba, el sucesor perdió su norte y se cortó la cadena.

El mecanismo del sucesor, que debería generar una nueva versión de uno mismo, posible de ser pensada y expresada con palabras, no llega, está cancelado porque lo que viene es un vacío que deja al sujeto en una situación de enigma o perplejidad porque ya no es un elemento homogéneo a lo anterior. La frase que más se escucha en todos los niveles es: “nunca me imaginé que podía pasar esto”. “Nunca pensé que iba a tener que vivir esta situación, ni en el peor de los sueños”. Como si faltara el acto de nacimiento de la organización simbólica de una nueva realidad, que pertenece a una serie particular (6).

Entonces, en vez del sucesor aparece la angustia, y si no, el cuerpo, que viene a ocupar ese lugar vacante. Los síntomas somáticos aparecen brindando certeza de identidad: no sé lo que soy pero sé que estoy... contagiado. Y Así, personas sanas comienzan a tener tos, dolor de garganta, cefaleas, febrículas, o pierden el olfato para los negocios y el gusto de vivir. A más de uno se le pasa por la cabeza: “bueno, me contagio, genero anticuerpos, y ya está!”, como una especie de liberación (8).

El espacio

No a todos les sucede lo mismo. En su libro “En el juego de los niños” Rodulfo (7) apunta con su ojo clínico y su sensibilidad a una serie de conductas y juegos de los niños que son aplicables a esta nueva situación. Uno es la madriguera o la casita y el otro es la rastra.

Parecería ser que, según la persona, la cuarentena activa este tipo de fantasías y conductas. Para algunos, la cuarentena será una excusa para jugar a “la casita”. En este tipo de juego, el niño crea, en su propia casa, un espacio donde los otros no pueden entrar, o donde se hacen los que no lo ven. De ese modo, se independiza del control de los padres acerca de lo que sucede allí abajo. En el caso de la cuarentena, la casita es lo que sucede allí adentro del hogar, en su sentido literal. Frente al peligro, la casa, aparte de ser una morada para alojarse, se vuelve un nido-cueva donde alejar al mundo social de los grandes y erigir otra espacialidad, a cubierto de sus normas y sus mandatos (7). El problema se complejiza cuando leemos al mismo autor en el capítulo que se llama a la rastra. Porque ahí queda claro que el niño necesita también moverse sin restricciones y ese moverse sin restricciones va de la mano con el sentimiento de libertad y de alegría. La libertad empieza como libertad de movimientos. Es el gusto por escapar y dejar atrás el riesgo de ser atrapado. Pero con la pandemia no hay escape, hay restricciones. Y la respuesta termina siendo una especie de hibernación o una reacción de auto-inmunidad.

Los pacientes en hibernación son aquellos que entran en pausa, como si disminuyeran el metabolismo psicológico para pasar el invierno. O bien dejan sus tratamientos hasta que pase todo, alegando la necesidad presencial del analista, o simplemente continúan su terapia, obedientes, pero sin asociaciones: “todo igual”, dicen. “No tengo nada nuevo que contar porque no pasa nada de nada, estoy en casa todo el día”. “Estoy en el limbo”. Como si no hubiera emociones, sueños, mundo interno.

Y a los que juegan a la casita, más tarde o más temprano les sucede el “aislamiento amontonado” (8). Por un lado, están separados, pero simultáneamente están también en convivencia continua y obligatoria con otros, compartiendo espacios que se vuelven progresivamente insuficientes a medida que el aislamiento preventivo social obligatorio (APSO) se extiende. (Por citar algunos ejemplos hay pacientes que se van al sótano de su edificio, o a su auto, para tener su sesión “tranquilos” y “en otro lado solos”. Otros pacientes se encierran en el baño como cuando eran adolescentes “porque al baño nadie se mete” (8) en suma, creo que lo que se sufre no es solo el aislamiento ni la convivencia total sino la pérdida de esos ritmos de presencia-ausencia que pautaban vínculos (8) evitando la indiferencia total o la simbiosis.

Además, la oficina se metió en el living. No es “yo cierro la puerta y me olvido del trabajo hasta el otro dia”, acá el trabajo está constantemente presente. La casa está invadida por el trabajo (8). Y con el trabajo, la sobre-adaptación, que es una característica típica de la tendencia psicosomática. Porque el stress laboral también enferma, no de coronavirus, pero sí de hipertensión arterial, cardiopatías varias, enfermedades de la piel, etc.

A algunas personas les sienta bien la cuarentena porque les estabiliza el Superyó y, por lo tanto, les alivia la culpa y la necesidad de padecer, que es una de las resistencias principales del Superyó, hasta el punto de que Freud llegó a decir que se suele aliviar y/o manifestar con enfermedades somáticas. ¿Por qué les estabiliza el Superyó? Porque “quedate en casa” pasa a ser un imperativo categórico posible de cumplir y, como consecuencia, obedeciéndolo a rajatabla, se alivia la culpa (1). Nunca les ha resultado tan sencillo cumplir con el Superyó. Para ellos será una de las veces en que solo con quedarse en casa el Superyó los deja en paz. Pero para otros, siempre habrá una culpa de estar haciendo algo mal, que sus familiares se encargarán de señalar: “Mi marido me dice: ¡pasaste la zona contaminada! Con qué mano tocaste la canilla, con la mano que recibiste la verdura, ¡ensuciaste la canilla ahora!”.

El tiempo

Como decíamos al comienzo, hay situaciones que ponen en peligro la experiencia de la continuidad temporal y espacial. Muchos analistas están de acuerdo en que la cuarentena ha generado en muchas personas la pérdida de la noción del tiempo:

El desarrollo de la idea del tiempo depende de la discontinuidad del sistema perceptor (4), lo que significa que lo que percibimos no está siempre presente. Y gracias a la memoria, no hace falta percibir al otro todo el tiempo para conservarlo en la mente. Llevado esto a la experiencia cotidiana se traduce en que, si vemos durante todos los días del año a alguien y estamos con esa persona todo el día, nos cuesta comprobar que envejece o que cambia. Por el contrario, cuando no vemos a alguien por mucho tiempo, el reencuentro impacta porque nos hace constatar de golpe todo el tiempo que pasó, tanto para la otra persona como para nosotros mismos. Esa es una de las razones del efecto traumático que producen las celebraciones de "20 años de egresados" de los colegios secundarios, o "30 años de graduado universitario", etc.  La discontinuidad del sistema perceptor se relaciona con la “pérdida de contacto” entre percepción y memoria: nos acordamos de nuestros compañeros de estudio, porque tenemos memoria de ellos, pero como pasa mucho tiempo sin verlos no los percibimos. Cuando años después llega el reencuentro, nos damos cuenta "en un instante" que ha trascurrido mucho tiempo.

Con la cuarentena parecería que el tiempo no pasa, porque todos los días son iguales y los que viven con nosotros están siempre presentes. Para muchos, el trabajo fuera de casa es un ordenador temporal, lo mismo que ciertas actividades: el gimnasio, la clase de inglés, pilates, ir a la facultad o al colegio, o lo que sea. En la cuarentena no salimos el fin de semana, no vamos a cenar afuera los viernes o sábados a la noche, y todas las mañanas, tardes y noches padecemos el repetido ritual de lavarnos las manos ante cada cosa que tocamos. Además, la postergación de la cuarentena en una quincena tras otra nos ha hecho descreer de que el paso del tiempo nos acerca al final o por lo menos anuncia un cambio. Y en lo que respecta al final de la vida, aparece como un monstruo al acecho que en cualquier momento nos va a atacar y no como un horizonte lejano que invita a recorrer tranquilos lo que falta.

El factor cuantitativo

Otro aspecto que enferma es el factor cuantitativo. Los dueños de Zoom, o de Amazon o Mercado Libre pensaron su negocio para un número máximo de clientes que se vio multiplicado hasta llegar a millones y superó su capacidad de administrarlos. Del mismo modo los matrimonios, las parejas convivientes y los vínculos entre abuelos, padres e hijos que comparten el mismo hogar no están preparados para semejante multiplicación de tiempos y espacios compartidos. En estos tiempos, si los miembros de una pareja se pelean, no necesariamente quiere decir que no eran el uno para el otro. Eso habría que medirlo en condiciones normales. En las condiciones actuales, la presencia permanente implica una redistribución de la libido a veces con dificultad para encontrar nuevas formas de reencauzar estas energías de manera saludable (8). La cuarentena genera una serie de estímulos, situaciones y tareas que sobre demandan a las parejas, al cuerpo y al Yo. Las parejas heterosexuales con estándares hetero-normativos se han visto forzadas a una inversión de roles, de modo que la mujer con un trabajo en relación de dependencia se vuelve sostén del marido profesional o comerciante autónomo que no puede trabajar, pero sigue esperando que ella le prepare la comida, limpie la casa y organice la vida de los chicos, porque la empleada no está y no puede volver debido a la prohibición para circular. Así como los celulares y computadoras necesitan actualizaciones y nuevas aplicaciones, los matrimonios también. Y esos cambios y actualizaciones pueden ser tan pesados que provoquen que se tilde el sistema. En términos de salud, eso puede significar la aparición de una nueva enfermedad somática o el rebrote de una antigua.

La cuarentena como enfermedad auto-inmune

Un verdadero enfoque psicosomático implica no una psicogenia, ni un efecto psíquico de una causa somática, sino una articulación de un trastorno somático con el momento histórico, emocional, y evolutivo psicosexual del sujeto que lo padece. Y aquí el sujeto que lo padece no es un individuo sino la comunidad entera. Si consideramos el individuo como un ente aislado, es difícil pensar en un enfoque psicosomático de la pandemia de coronavirus, excepto que pensemos que psicosomático es lo mismo que psíquico, y que releguemos lo psíquico a las consecuencias anímicas de la enfermedad. En cambio, si consideramos que el individuo que estamos estudiando no es uno solo sino toda una comunidad de personas que, en este caso, por tratarse de una pandemia, sería toda la humanidad, ahí sí podríamos pensar la aparición de este virus como un hecho vital de esa comunidad articulado con el momento histórico y evolutivo de la misma. 

Hay reacciones secundarias a la enfermedad que quizás nos estén diciendo algo más primario sobre ella. Por ejemplo, la comparación del coronavirus con un enemigo y de la situación general con una guerra. El coronavirus, sin quererlo, satisface lo que según Umberto Eco es una necesidad de la sociedad: construir el enemigo (2). En medicina, estamos acostumbrados a ver que el enfermo y junto con él, la enfermedad, van al médico. Pero aquí parecería ser el médico el que va a la enfermedad. La población los aplaude, como se aplaude al soldado que va a la guerra: identificado el enemigo, ahí van los médicos a combatirlo. Pero la misma sociedad los rechaza cuando vuelven derrotados, porque eso significa no solo que no vencieron la enfermedad, sino que la traen al terreno de los “nuestros”. También es curioso que se trate de sospechoso al que tiene fiebre o dolor de garganta y tos. En medicina se habla de diagnóstico presuntivo y debería llamarse individuo con diagnóstico presuntivo de covid 19 y no sospechoso con destino de aislamiento (8).

Es en ese sentido que resulta muy importante el lugar de los asintomáticos. El descubrimiento de esa condición nos volvió “sospechosos” a todos. Si esto fuera una guerra, el asintomático ocupa el lugar del espía, un doble agente que no se sabe para qué lado juega (8). Es víctima, porque padece la infección y es victimario, porque la contagia sin sufrirla. Como si fuera el caballo de Troya, si le abres la puerta, el enemigo que está adentro te derrotará. Dado que no se puede testear a todo el mundo, se encierra a toda la comunidad y al encerrarla, se ataca su supervivencia económica, resultando todo como una especie de enfermedad autoinmune, que trata a lo propio como extraño y se inflama, atacándolo. Todo ocurre de una manera parecida a la enfermedad por covid 19, que no es una enfermedad autoinmune, pero en la cual los alveolos pulmonares inflamados por la reacción del propio organismo no permiten el intercambio de oxígeno necesario para sobrevivir.

El “organismo” reacciona atacando lo propio -la población- como si fuera un extraño o un sospechoso. La cuarentena, aunque necesaria, termina funcionando como una especie de inflamación social, en exceso y antes de tiempo, que impide el intercambio entre sus miembros. Y en medio de esta mega reacción auto-inmune, se ha instalado el reino de la neurosis obsesiva, un tabú del contacto en el cual la prohibición de tocar es la ley central y principal y en donde, como esgrimistas, debemos mantener una distancia en la cual no ser tocados porque touché significa muerto (9).

En definitiva, lo que queda afectado es el sentimiento de comunidad, y “…el síndrome autoprotector no solo termina por relegar al telón de fondo todo otro interés (…) sino que produce el efecto contrario al deseado. En vez de adecuar la protección al efectivo nivel de riesgo, tiende a adecuar la percepción del riesgo a la creciente necesidad de protección, haciendo así de la misma protección uno de los mayores riesgos.” (8)

 

Referencias:

1) Ceverino, A. (2020). Encuentro virtual: Malestar y ética. Universidad Complutense de Madrid, 11 de mayo 2020.

2) Eco, U (2008): Construir al enemigo y otros escritos, 1era ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2013).

3) Esposito R Immunitas (2005). Protección y negación de la vida. Amorrortu Ed. Buenos Aires.

4) Freud, Sigmund (1924): El block maravilloso, Obras completas, Tomo III. Biblioteca Nueva, Madrid.

5) Lacan, J(1964) : Seminario 11. Los cuatro principios fundamentales del psicoanálisis. El sujeto y el otro: la afanisis. Ed Paidos. Buenos Aires.

6) Nasio, JD (2006):  Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en la teoría de J. lacan. Amorrortu Ed. Buenos Aires.

7) Rodulfo, R (2019): En el juego de los niños. Ed. Paidos, 2019. Buenos Aires.

8) Tolosa, P; Patrono, R; Casoni, C; Castro L; Fernández,A ; Flores, A; Gatto Pereyra, A; Gonzalez Garayalde, M; Lesyuk, O; Moure, M; Neumann X; Orradre B; Ponte, A; Santanguida, N; Bogani, H; Ziebart, E : Lluvia de ideas en reunión de cátedra de Fisiopatología y Enfermedades Psicosomáticas. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires, 2020.

9) Ulnik, J (2011): El psicoanálisis y la piel, 2da ed. Paidós. Buenos Aires.

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