Comunicación temprana y temperamento en la primera infancia. Aportes desde la psicología del desarrollo

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La comunicación temprana es una capacidad que se adquiere durante los primeros años de vida y está modulada por factores individuales y ambientales. La evidencia científica sugiere que la adquisición temprana de dicha habilidad predice logros académicos, se relaciona con el desarrollo de las funciones ejecutivas y constituye un indicador de trastornos del desarrollo. Respecto al temperamento, refiere a las diferencias en el comportamiento infantil desde el nacimiento y a su vez está regulado por el entorno de los infantes y la predisposición genética de los mismos. Por otro lado, la vulnerabilidad social es una variable multidimensional que impacta significativamente sobre los primeros

años de vida. El presente trabajo se inscribe en el marco de una beca de investigación UBACyT Categoría Estímulo que se propone evaluar cómo el temperamento y la vulnerabilidad social modulan la capacidad comunicativa de infantes entre 1 y 3 años residentes de CABA y Provincia de Buenos Aires.

El objetivo de esta revisión narrativa consiste en presentar los conceptos que forman parte del marco teórico del proyecto mencionado anteriormente. Se espera que ello contribuya a generar políticas públicas e intervenciones psicológicas con validez ecológica, especialmente para los sectores más vulnerables.

Introducción

El propósito de la presente revisión consiste en desarrollar los principales constructos teóricos que forman parte del marco teórico de un proyecto de beca Estimulo UBACyT, con sede en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, UBA.

En primer lugar, se desarrollará la comunicación temprana, en tanto habilidad fundamental, durante los primeros años de vida. La misma se encuentra modulada tanto por factores individuales, tales como el temperamento, así como ambientales, como el nivel socioeconómico. Asimismo, la comunicación temprana está relacionada con el desarrollo de las funciones ejecutivas (Gonçalves et al., 2018; Miller & Marcovitch, 2015), los logros académicos en la escolarización primaria (Bleses et al. 2016) y constituye un indicador fundamental para el diagnóstico de trastornos del desarrollo (Bishop, Havdahl, Huerta, & Lord, 2016; Mouti, Dryer, & Kohn, 2018).

En segundo lugar, se desarrollará el temperamento, como aquellas diferencias individuales existentes en los infantes en torno a la reactividad y la autorregulación (Rothbart & Bates, 2006). A su vez, el temperamento es considerado uno de los factores moduladores del desarrollo de la comunicación, especialmente durante la primera infancia (Acar et al., 2015; Pérez-Pereira, Fernández, Resches, & Gómez-Taibo, 2016). Y cumple un rol fundamental respecto al desarrollo del lenguaje, en su aspecto lexical y gramatical (Pérez-Pereira, Fernández, Resches, & Gómez-Taibo, 2016). Según Garstein & Rothbart (2003), el temperamento posee tres subdimensiones: la extroversión, el afecto negativo y la autorregulación.

En tercer y último lugar, se hará referencia a la vulnerabilidad social como una variable multidimensional que impacta significativamente sobre el desarrollo de niños y niñas durante sus primeros años de vida. Actualmente representa al 49,6% de los niños, niñas y adolescentes de la República Argentina (INDEC, 2019; UNICEF, 2020). La evidencia científica sugiere que la vulnerabilidad social impacta significativamente sobre el desarrollo de las habilidades comunicativas durante la primera infancia.

Y para finalizar, a pesar de que la evidencia sugiere que el temperamento y la vulnerabilidad social constituyen factores moduladores de la comunicación temprana, existen escasas investigaciones que evalúen dichos factores en la primera infancia y en el contexto latinoamericano. Se espera que a futuro sea mayor la cantidad de investigaciones que tomen en consideración estos últimos factores para poder generar intervenciones en el campo de la salud mental que puedan paliar las diferencias que pudieran derivarse de los contextos vulnerables. Dichas intervenciones necesariamente deben acompañarse de un rol activo del Estado en lo que respecta a la gestión de políticas públicas destinadas a la primera infancia y principalmente a los sectores más vulnerables.

Desarrollo

Comunicación temprana: Tal como se ha mencionado, la comunicación temprana es una habilidad esencial durante la primera infancia, y que se encuentra modulada tanto por factores individuales, como ambientales. Este constructo ha sido ampliamente estudiado en los primeros años de vida mediante sus formas verbales (cantidad de palabras, producción y recepción del vocabulario, armado de oraciones, etc.) y no verbales (señalamiento, pedidos, seguimiento de la mirada y atención conjunta). Los intercambios recíprocos entre personas adultas y bebés, es decir, las interacciones sociales, constituyen un factor fundamental para el desarrollo del lenguaje (Bronfenbrenner, U., 1987; Zauche et. al., 2017). Y este a su vez permite que niños y niñas puedan comunicarse e interactuar con su entorno, e incentiva su desarrollo social y cognitivo, constituyendo un prerrequisito fundamental para la posterior alfabetización e inserción en el nivel primario de educación (Zauche et al., 2017).

La evidencia sugiere que el lenguaje se encuentra íntimamente relacionado con distintos factores, tales como los logros académicos. Por ejemplo, Bleses et al. (2016) ha llevado a cabo una investigación con un diseño longitudinal para poder evaluar si había algún tipo de relación entre el desarrollo de vocabulario productivo de infantes a los dos años de edad y los logros académicos que efectuaban al llegar al sexto grado de escolaridad primaria.  Allí, demostraron que los infantes que desarrollaban el vocabulario de forma tardía, una vez cumplidos los 11 años obtenían puntajes muy bajos respecto a la lecto-comprensión. De esta forma, los indicadores de un posible retraso en el desarrollo de las competencias comunicativas constituyen un factor de riesgo, al verse asociados con problemas académicos posteriores.

En un planteo similar, Zauche et al. (2017) proponen abordar el “Language Nutrition”, entendido como el tipo de exposición que tienen los infantes respecto al lenguaje, teniendo en consideración la cantidad y calidad del mismo. Esta exposición es considerada fundamental para el desarrollo del lenguaje, así como la salud y los logros académicos futuros (Zauche et al., 2017). Sin embargo, también resaltan que a pesar de que todas las familias se comunican con los infantes, existen diferencias significativas respecto a cómo se da esta “exposición”, según el entorno socioeconómico del cual provengan. Este factor se profundizará en el tercer apartado del presente trabajo, no sin antes mencionar que estas diferencias posteriormente suelen traducirse en trayectorias escolares disímiles, siendo las áreas más afectadas las referidas a la alfabetización y la lecto-comprensión.

En segundo lugar, las habilidades comunicativas tempranas también se encuentran relacionadas con el desarrollo de habilidades cognitivas como las funciones ejecutivas (Gonçalves et al., 2018; Miller & Marcovitch, 2015). Estas refieren a un conjunto específico de habilidades, entre las que se encuentran: la flexibilización cognitiva, el control inhibitorio, la planificación, la resolución de problemas, la búsqueda organizada, el pensamiento abstracto y el automonitoreo (Hughes, 2002; Miyake et al., 2000). Si bien son escasas las investigaciones que evalúan dichas funciones en infantes menores a 3 años, la evidencia empírica sugiere que el segundo año de vida resulta crucial para el desarrollo, y que es a partir de los 18 meses de edad que los niños y niñas pueden desenvolverse exitosamente en tareas que involucren dichas funciones (Gonçalves et al., 2018). Asimismo, estas habilidades resultan fundamentales durante la adultez para cuestiones tales como, poder retener lo que dicen los interlocutores en una conversación cotidiana, planificar una respuesta y, si es necesario, inhibir alguna respuesta innecesaria o inadecuada; haciendo uso de la memoria de trabajo, la planificación y la inhibición (Gonçalves et al., 2018).

Por último, el desarrollo tardío del lenguaje durante los primeros años de vida constituye un indicador fundamental de trastornos del desarrollo, tales como el trastorno del espectro autista (TEA) y/o trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) (Bishop, Havdahl, Huerta, & Lord, 2016; Mouti, Dryer, & Kohn, 2018). Ambos involucran déficits en lo que respecta a la regulación emocional, la interacción social y diversos problemas comportamentales. En ese sentido, las habilidades comunicativas como contacto visual, la expresión facial, la gesticulación y la atención conjunta constituyen indicadores fundamentales para el diagnóstico temprano de posibles trastornos del espectro autista (Bishop, Havdahl, Huerta, & Lord, 2016).

Temperamento: El temperamento, como uno de los factores moduladores del desarrollo de la comunicación, ha cobrado especial relevancia para la psicología del desarrollo. Se ha encontrado evidencia científica respecto de su incidencia en la comunicación durante la primera infancia (Acar et al., 2015; Pérez-Pereira, Fernández, Resches, & Gómez-Taibo, 2016). Y, asimismo, tiene un importante efecto predictivo con respecto al desarrollo del lenguaje, tanto en su aspecto lexical como gramatical (Pérez-Pereira, Fernández, Resches, & Gómez-Taibo, 2016).

Si bien cada estudio toma en consideración distintas dimensiones del temperamento según los instrumentos que utilicen para la evaluación del mismo, Rothbart & Bates (2006) proponen que el temperamento refiere a las diferencias individuales existentes en los infantes en torno a la reactividad y la autorregulación. Respecto a estas “diferencias existentes” los autores se refieren a las bases biológicas constitucionales del temperamento, las cuales a su vez se encuentran influenciadas a lo largo del tiempo por los procesos de herencia, maduración y experiencia. Con respecto a la reactividad, Rothbart & Bates (2006) hacen alusión a las respuestas que originan los seres humanos en función de los cambios que acontecen en sus entornos, incluyendo así un gran abanico de acciones posibles. Las mismas pueden ser específicas, como por ejemplo: el miedo y la reactividad cardíaca, y/o generales, como la emocionalidad negativa. En cambio, la autorregulación refiere a procesos tales como el esfuerzo de control y orientación los cuales ayudan a modular la reactividad anteriormente mencionada (Rothbart & Bates, 2006; Gartstein & Rothbart, 2003).

Tal como proponen los autores (Rothbart & Bates, 2006; Gartstein & Rothbart, 2003), el temperamento entonces constituye el núcleo afectivo, atencional y de activación de la personalidad, mientras que esta última es un constructo mucho más amplio, que incluye al temperamento; pero también a las habilidades, hábitos, valores, defensas, creencias, moralidad y cognición social de las personas. Y cada vez resultan más importantes las investigaciones que abordan la cognición social, debido a que existe evidencia respecto de su capacidad para desencadenar y modular los procesos temperamentales.

Garstein & Rothbart (2003) proponen tres subdimensiones del temperamento: la extroversión, el afecto negativo y la autorregulación. El primero, hace referencia a la tendencia de los infantes a responder positivamente a su entorno y a los niveles de alerta e interés que acontecen al explorarlo. Esta subdimensión involucra al afecto positivo, al nivel de actividad, a la impulsividad y a la asunción de riesgos. En segundo lugar, se encuentra el afecto negativo que alude a los bajos niveles de tolerancia de los infantes respecto a la estimulación social recibida, lo cual incluye sentimientos de miedo, ira, tristeza, irritabilidad e incomodidad. Y, por último, la autorregulación, que hace referencia a la capacidad de los infantes de controlar niveles incrementados de estimulación y recuperar el equilibrio interno. Esta subdimensión involucra procesos tales como la capacidad de cambiar de atención y enfoque, la sensibilidad perceptiva, el control inhibitorio y la activación.

En consonancia con lo mencionado anteriormente, se ha evidenciado que los infantes con altos niveles de extroversión y autorregulación poseen mayores habilidades comunicativas y que, por el contrario, un alto nivel de afectividad negativa impacta negativamente, disminuyendo los comportamientos de comunicación verbal y no verbal (Luna, 2016; Pérez-Pereira et al., 2016).

Por último, se ha encontrado que los déficits en los mecanismos de esfuerzo de control pueden llegar a tener consecuencias a largo plazo en el desarrollo de niños y niñas. Dado que estos déficits incidirán sobre las funciones cognitivas e incluso en la adquisición del lenguaje (Pérez-Pereira, Fernández, Resches, & Gómez-Taibo, 2016).

Vulnerabilidad social: Se entiende a la vulnerabilidad social como una variable multidimensional que incide significativamente en el desarrollo infantil durante los primeros años de vida. Según el último informe de la CEPAL (2019), aproximadamente 185 millones de personas, es decir, el 30,1% de la población de Latinoamérica se encuentra bajo la línea de pobreza. Según el INDEC (2019), el 49,6% de los niños, niñas y adolescentes residentes en las zonas urbanas de la Argentina, se encuentran en situación de vulnerabilidad social. Y desde UNICEF (2020) estiman que el porcentaje alcanzará el 58,6% para fines del corriente año. Es decir, 1 de cada 2 niños y niñas actualmente en nuestro país no tiene acceso a derechos básicos. Los porcentajes, tal como se podrá observar, son alarmantes y muestran la situación crítica que atraviesa no solo nuestro país sino también la región.

Tal como menciona la Ley N° 26.657, la salud mental constituye un proceso determinado por componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos que deben ser preservados y mejorados, ya que necesariamente forman parte de los derechos humanos y sociales de todas las personas. Por ende, se puede sostener que la vulnerabilidad social constituye un factor que no sólo incide sobre el desarrollo cognitivo de los infantes, sino que impacta significativamente en su calidad de vida, incluyendo la salud mental. En relación con la comunicación en la primera infancia, la evidencia sugiere que las diferencias en torno al desarrollo del lenguaje y de las habilidades comunicativas debidas al nivel socioeconómico están presentes en los infantes desde los primeros años de vida (Fernald et al., 2013; Halle et al. 2009, Zauche et. al., 2017).

Resulta importante destacar que, a pesar de que en todas las familias los adultos se comunican con los infantes, según estudios aquellos que viven en sectores vulnerables generalmente suelen escuchar oraciones y frases más cortas que sus pares con necesidades básicas satisfechas (NBS) y en menor medida suelen escuchar palabras y frases de apoyo que los incentiven a participar en las conversaciones (Zauche et. al., 2017). Asimismo, la cantidad de las palabras dirigidas a niños y niñas tienen diferencias sustanciales entre los distintos grupos socioeconómicos. Como consecuencia de ello, quienes viven en hogares con necesidades básicas insatisfechas (NBI) ingresan al jardín con una exposición mucho menor a un vocabulario variado de la que escuchan sus pares pertenecientes a hogares con NBS. Esta disparidad expone a niños y niñas a fenómenos como retrasos en torno al desarrollo del vocabulario, la lectura y el desempeño académico en los primeros grados de la escolaridad primaria (Zauche et. al., 2017). Únicamente preguntándoles a quienes ejercen los cuidados primarios si leen o hablan con sus niños y niñas, y diciéndoles que es importante hacerlo no soluciona dicha problemática.

Cabe resaltar que esta disparidad en cuanto a desempeño según el nivel socioeconómico de los hogares bajo ningún punto de vista sostiene que son los cuidadores primarios los responsables de los resultados obtenidos, sino que es producto de la vulneración sistemática de derechos básicos tanto de niños, niñas y adolescentes como de sus respectivas familias.

Resulta una responsabilidad indelegable del Estado restituir y promover aquellos derechos que se encuentren vulnerados. En ese sentido, las investigaciones han demostrado que cuando las familias trabajan en conjunto con distintos profesionales de la salud y comprenden la implicación que tienen sus acciones y la incidencia de las mismas sobre el desarrollo de los infantes, su comportamiento cambia (Suskind et al., 2016; Zauche et. al., 2017).

Por otro lado, se ha encontrado que niños y niñas que pertenecen a hogares con NBI, durante su primer año de vida muestran niveles de desempeño más bajo que sus pares con NBS en tareas que evalúan la comunicación productiva y receptiva (Hirsh-Pasek et al., 2016; Turner et al., 2016). A pesar de ello, los resultados son inconsistentes debido a varios factores, entre ellos, que algunas investigaciones no muestran diferencias en los primeros años de vida en la comunicación verbal y no verbal (Elgier et al., 2017; Fish & Pinkerman, 2003; McGillion et al., 2017). En relación con lo anterior, niños que pertenecen a hogares con NBI también muestran un desempeño bajo en tareas que involucran las funciones ejecutivas (Lipina, Martelli, Vuelta, InjoqueRicle & Colombo, 2004), la memoria (Fernald, Weber, Galasso & Ratsifandrihamanana, 2011), y las habilidades lingüísticas (Schuele, 2001).

Otro punto de interés, se refiere a que numerosos estudios realizados en distintos países han relacionado la vulnerabilidad social con fenómenos relacionados al fracaso escolar, como la deserción y la repitencia (Cairns, Cairns B., & Neckerman, 1989; Peraita & Pastor, 2000; Newcomb, Abbott, Catalano, Hawkins, Battin-Pearson, & Hill, 2002). Pareciera que el nivel educativo de quienes ejercen los cuidados primarios y su tipo de ocupación actúan como predictores de las habilidades comunicativas infantiles (Hoff, 2013; Jackson-Maldonado & Acosta, 2006).

Con respecto al temperamento cabe mencionar que Rothbart & Derryberry (1981) también lo definen como un sistema abierto, inestable, variable a lo largo del tiempo y que se ve influenciado por las múltiples interacciones con el entorno. Los autores proponen que entornos idénticos pueden tener efectos diferenciales respecto a la reactividad y autorregulación de los infantes. Este dato resulta de interés para poder evaluar los impactos que tienen los distintos entornos, tanto NBS como NBI, en la experiencia de niños y niñas, para indagar si existen o no diferencias entre los mismos.

Discusiones y Conclusión

Para finalizar, podemos concluir que existe evidencia acerca de que el temperamento y la vulnerabilidad social inciden significativamente en el desarrollo cognitivo de los infantes, fundamentalmente en lo que respecta a la comunicación temprana. Sin embargo, los resultados aún son inconsistentes y escasos en el contexto latinoamericano y en los primeros años de vida (Elgier & Tortello, 2014; Vargas Rubilar, Lemos, & Richaud, 2018).

El presente escrito se enmarca en un proyecto de beca UBACyT Categoría Estímulo que se propone evaluar la capacidad comunicativa de infantes entre 18 y 36 meses residentes de CABA y Provincia de Buenos Aires, teniendo al temperamento y al nivel socioeconómico como posibles factores moduladores. Dicha beca se inscribe en un proyecto marco dirigido por el Dr. Ángel Elgier y el Mg. Gonzalo Clerici denominado “Desarrollo temprano integrado de la autorregulación y la comunicación. Influencia de factores individuales y ambientales”.

Se espera encontrar diferencias en el desempeño de los infantes con necesidades básicas satisfechas e insatisfechas respectivamente, siendo la causa de dicha diferencia la interacción conjunta entre factores individuales y ambientales. A tal efecto se administrarán los instrumentos psicométricos en el siguiente orden: en primer lugar, la Escala de Nivel Socioeconómico (NES) de la Encuesta Permanente de Hogares (INDEC, 2018) para poder evaluar las características socioeconómicas y ambientales del hogar de los infantes. En segundo lugar, el Cuestionario de Conducta Infantil Temprana, Forma Breve (Adaptación latinoamericana) (Putnam et al., 2014) para evaluar las características temperamentales de los niños y niñas. Por último, se utilizará el Inventario del Desarrollo Comunicativo MacArthur-Bates, Forma II (Adaptación al español-rioplatense) (Jackson-Maldonado et al., 2003) en pos de relevar sus capacidades comunicativas verbales productivas y receptivas.

Se espera haber contribuido con la presente revisión a la difusión de los hallazgos más recientes respecto a la modulación de las capacidades comunicativas tempranas en la primera infancia, con el objetivo de incrementar el conocimiento y favorecer así la discusión acerca de un tema de fuerte interés en psicología del desarrollo que ha sido escasamente investigado en nuestro medio. Y esperamos así fortalecer el diseño de políticas públicas destinadas a la primera infancia y particularmente a los sectores más vulnerabilizados, propiciando intervenciones territoriales, interdisciplinarias, intersectoriales y en corresponsabilidad, de acuerdo al actual paradigma de derechos humanos.

 


Este trabajo fue publicado originalmente en el XII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, XVII Jornadas de Investigación, XVI Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. II Encuentro de Investigación de Terapia Ocupacional. II Encuentro de Musicoterapia de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

 

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