La familia. Obstáculos para el abordaje desde la perspectiva de género

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Analizamos la familia nuclear moderna desde la perspectiva de género. Consideramos su dimensión histórica y señalamos el sujeto político que la enuncia. Observamos la proliferación de formas y jerarquizamos su función. El modo de caracterizar las familias y sus funciones se transforma en un eje importante, dado que las representaciones que le asignemos tendrán consecuencias al momento de operar. Consideramos las transformaciones de sus integrantes. Los roles sociales de las mujeres, las nuevas masculinidades y sus dificultades, y la evolución de la niñez. Proponemos modelos integrativos de abordaje con el objetivo de realizar un análisis del funcionamiento de las familias de forma integral. 

 

“Nada ha cambiado y sin embargo todo existe de otra manera”

La náusea - Jean Paul Sartre

 

Para pensar las continuidades y obstáculos tanto en representaciones como en prácticas, se vuelve necesario pensar en lo histórico como un eje de análisis. Lo que hoy se da en llamar posmodernidad, en mi opinión, conlleva una profunda crisis histórica y epistémica que pone de manifiesto la violencia simbólica del sujeto, pensado en términos gramaticales.

Hermanada con los principios de la Revolución Francesa, la propuesta feminista Ilustrada ha cuestionado desde sus orígenes las bases de la distribución de los roles sociales, acompañando la idea del contrato social. Al cuestionar que el lugar asignado en la sociedad sea dado por un criterio que apele a la naturaleza, se abrió la posibilidad de plantear derechos calificados como universales. El desencanto feminista que siguió a la Revolución nos llevó a considerar que, bajo el velo de esta universalización, se entreveía un sujeto tácito y hegemónico que enunciaba como universal sus propios intereses y derechos, invisibilizando el conjunto de las diferencias. Fueron estas voces desde la diferencia de El Hombre las que debieron comenzar el trayecto por la reivindicación de sus derechos.  

Considero que en la actualidad cursamos un proceso de deconstrucción de la institución de la familia nuclear que conlleva procesos análogos a los mencionados arriba, y que curiosamente demoraron toda la Modernidad para hacernos sentir su impacto.

Al momento de la invención de la familia nuclear en la Revolución Francesa, quedó olvidada no sólo la revisión de las relaciones de poder al interior de la familia que determinan la distribución de los roles y en consecuencia la forma que adoptaría, sino que se apeló a argumentos naturalistas para sostenerla.

La posmodernidad nos permite, quizás como único beneficio histórico, poder hoy desnaturalizar la institución y sus lugares; y con la desnaturalización, es decir que esta modalidad de relación social no está justificada por naturaleza, se abre la exigencia de aceptar nuevas formas y pluralidades. Como consecuencia, el modelo hegemónico de familia nuclear moderna ya no es válido como necesario y excluyente. Pero, además, hoy podemos visibilizar que también quedó olvidado el sujeto que enunciaba esta institución. Creo que este develamiento constituye un profundo temblor en las bases de la institución familiar, y la apertura a las voces que reclaman la legitimidad de sus formas desde la diferencia en el intento de darle nuevos sentidos a la familia.

Esta explosión de la forma deja una incógnita sobre la definición de la institución. Y es en este punto que se presenta la categoría de función como fundamental. El modo en que caractericemos a las familias y sus funciones se transforma en otro eje importante para nuestro análisis, dado que las representaciones que le asignemos tendrán consecuencias al momento de operar en nuestras intervenciones. Cada una de las definiciones de los autores propuestos en la bibliografía resalta la importancia de algún aspecto a considerar o nivel de análisis. Sin embargo, se encuentra en todas ellas cierto consenso sobre la necesidad del ejercicio de sus funciones, particularmente para el desarrollo de niños y niñas. Entre ellas se mencionan: el asegurar la supervivencia a través de los cuidados, el facilitar la socialización, el aportar lo relativo a los vínculos afectivos y de apego, favorecer el desarrollo y abrir nuevos ámbitos de socialización. En lo referente a los niños y las niñas, pensamos el adecuado ejercicio de las funciones parentales y la predisposición al cuidado en contraposición a la idea de daño, tanto por acción como por omisión. Estas funciones, antes naturalizadas como materna (cuidados y sostén) y paterna (normativa), subsisten descentradas de sus fundamentos biológicos, aunque manteniendo su importancia para el desarrollo de los integrantes de una familia.

Si bien estas funciones son necesarias para el desarrollo de los sujetos, resultaría interesante preguntarnos si es la familia la única institución que debe absorberlas y en su totalidad, dado que desde algunos aportes de la economía feminista se han visibilizado no sólo los sesgos de género en lo relacionado a las tareas de cuidado, sino también que se comienzan a plantear interrogantes sobre la relación de los cuidados y el mercado. No me extenderé en este asunto, sólo considero interesante señalar que estas perspectivas nos invitan a pensar la desprivatización y desprecarización de algunas tareas de cuidado, pensando una economía del cuidado que gira en torno a las necesidades de toda la población y ubica a los Estados como responsables de su garantía. Estas propuestas alcanzan no sólo a las familias, niños y niñas, sino también a los adultos mayores y personas con diversidad funcional. 

A su vez, los ejes mencionados se entrelazan con los sujetos como factores históricos y culturales que contextualizan a los miembros de las familias y los influyen. Las mujeres encuentran su rol social pluralizado y complejizado. Son ciudadanas que pueden acceder a nuevos espacios de derecho, por ejemplo, el de la salud reproductiva, íntimamente relacionado con las formas de las familias. En lo económico, algunas tienen la alternativa de incorporarse a los mercados laborales. Esto por un lado puede aportar a su autonomía y, por el otro, someterlas a una doble plusvalía agotadora a causa del trabajo doméstico no asalariado para la reproducción de la fuerza de trabajo. Su subjetividad se encuentra íntimamente entretejida con mitos y estereotipos, cuestionados o reproducidos. Sus historias personales nos muestran experiencias infantiles y modelos vinculares, con su carga afectiva y contenido cognitivo.

Por su parte, los hombres no están exentos de múltiples transformaciones. Al comienzo, mencioné la crisis del sujeto hegemónico de enunciación que puede estar aparejado con el concepto de andrós, nuevos sujetos lo enfrentan buscando la legitimación y descentrándolo. Los hombres subalternizados, aquellos a los que afectan transversalmente variables como la etnia y la clase, entre otras, quizás ya no encuentren la restauración de su autoestima en lo doméstico una vez finalizada la jornada de explotación. Los hombres a los que históricamente se les aseguró ser los propietarios de los cuerpos en lo privado, con una educación emocional nula y un intenso control de pares, se desligan de sus responsabilidades parentales cuando pierden su propiedad o intentan reapropiarla de forma violenta. En definitiva, presentan dificultades para pensar nuevas formas de la masculinidad y mecanismos alternativos para afrontar los nuevos conflictos al interior de las familias.

Es en la intrincada relación de todos estos factores que se intentará llevar adelante la crianza de los niños y las niñas 

Desde el siglo XVIII la infancia fue reconocida como un grupo social específico y, a partir de entonces, comienza lo que P. Ariés llama “el sentimiento moderno de la infancia”. L. deMause nos orienta describiendo las actitudes hacia la infancia a través de la historia y demarcando períodos.

Hay una cualidad asignada recientemente a la infancia que se destaca por la importancia de sus efectos: el incorporar a los niños y niñas al contrato social, en sus orígenes androcéntrico, como sujeto de derecho a través de los tratados internacionales sobre derechos de niños y niñas y adolescentes, y las normativas locales de protección. A pesar de que las actitudes hacia la infancia que describe L. deMause no han sido superadas sino que se encuentran conviviendo en la actualidad, contamos con legislación que nos inclina a sostener una actitud de “ayuda” y empatía hacia los niños y niñas. Esto, por un lado nos permite calificar como dañinas algunas actitudes hacia la infancia y promover su erradicación; y, por otro lado, denota el esfuerzo por desnaturalizar la relación con la infancia desde una perspectiva tutelar.

Para no perder de vista esta complejidad, en nuestro abordaje debemos apelar a modelos integrativos con el objetivo de realizar un análisis del funcionamiento de cada familia de forma integral. Con esto, tendremos en cuenta el contexto cultural, el momento histórico, los factores económicos (que incluyen las crisis y cómo las absorben las familias), las características de los miembros y los factores de compensación en los individuos y en el grupo familiar. De otra forma, obstaculizaremos nuestra propia tarea, dado que la intervención se realizará bajo el supuesto de realidades que ya no son hegemónicas y desencadenará la exigencia de objetivos imposibles para las familias.  

Para finalizar, cabe agregar que los equipos e instituciones sostienen estereotipos y prejuicios. Los estereotipos, en particular aquellos invisibilizados, operan en nuestras decisiones profesionales, y esto constituye una base de micro-violencia en nuestra práctica de la que debemos estar precavidos.

 

Bibliografía

 

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