Las inhibiciones y sus destinos

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¿Qué es una inhibición?[1] ¿Qué formas asume en la clínica? Por otra parte, ¿qué lugar tiene el concepto de inhibición en la teoría psicoanalítica? Nos proponemos, pues, situar diferentes dimensiones de la inhibición en la obra freudiana, sus variantes clínicas y su papel en la economía libidinal. También, explorar algunas de sus vecindades conceptuales: síntoma, angustia, duelo, carácter, superyó. Con Lacan, la inhibición es abordada como un pathos del acto, junto con el acting-out y el pasaje al acto, donde juega un papel fundamental el objeto a. La pregunta central es acerca de los avatares y destinos de la inhibición.

            Concepto esquivo, algo periférico, marginal, y sin embargo presente de diversas formas en la teoría psicoanalítica, el de inhibición presenta una serie de particularidades, problemas y paradojas dignas de destacar. También, algunas incógnitas. De ahí, quizás, que J. Lacan haya hablado de los “enigmas de la inhibición” (LACAN 1953, 270).

            Proveniente del campo jurídico, por un lado, y del neurológico, por otro, el concepto es acuñado por Freud desde los primeros escritos. Con un matiz que no es el que finalmente habrá de cristalizarse, el de detención, parálisis, freno. Por el contrario, la inhibición constituye una acción fundamental para la constitución del aparato psíquico, como veremos a continuación.

En rigor, el término no se opone a la idea de acto: inhibitio designa “la acción de remar hacia atrás”, es decir, una fuerza activa que se ejerce en dirección opuesta a otra. No obstante, a medida que la palabra se fue extendiendo hacia los campos de la fisiolo­gía y de la psicología, fue ganando terreno el matiz de pasividad (LE GAUFEY 1985). Entonces la inhibición comenzó a designar más bien un estado y ya no una acción propiamente dicha. Así, otro autor posfreudiano como O. Fenichel habló en términos de “Estados de inhibición” (FENICHEL 1946).

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Si bien Freud no consagró ningún trabajo puntualmente al tema -con excepción del célebre capítulo inicial de “Inhibición, síntoma y angustia” (FREUD 1926)-, los avatares de la inhibición [Hemmung] aparecen en su obra en infinidad de ocasiones y bajo diversas circunstancias. Y no necesariamente designan, claro está, algo patológico.

Entonces, a lo largo del tiempo, Freud habla de inhibición: de represen­taciones, de afectos, del displacer, del proceso primario, de la sexualidad, del onanis­mo, del yo, del desarrollo, de la meta de la pulsión, del pensamiento. También, del papel de la inhibición en el duelo (y en la melancolía), en los fenómenos de masa, en los rasgos de carácter, en las renuncias que impone la cultura.

Como señalábamos al comienzo, la inhibición surge tempranamente no como un fenómeno asociado a una impotencia sino como una operación fundante del aparato. El texto central, en este sentido, es el “Proyecto de psicología para neurólogos” (FREUD 1950), donde se describe el modo en que la acción del yo puede evitar desprendimientos de displacer y otras vicisitudes perturbadoras.

Allí leemos: “Si existe un yo, por fuerza inhibirá procesos psíqui­cos primarios” (Ibíd., 369). Gracias a lo cual será posible, entre otras cosas, establecer la función del juicio y la constitución del objeto de deseo. De modo tal que no es que el yo se inhibe, sino más bien que el yo inhibe.

Algo que probablemente haya dado lugar a una de las premisas freudianas del trabajo del sueño. Así como la desfigu­ración onírica resulta el primer resultado de la censura onírica, la pregunta por el destino del afecto lo lleva a Freud a proponer que “la inhibición del afecto sería enton­ces el segundo” (FREUD 1900-1901, 466). De nuevo, el problema económico.

Y, precisamente, si hay un texto de la obra freudiana donde se elabora una auténtica economía de la inhibición, ese es el del chiste (FREUD 1905a). Allí se habla de “ahorro”, “ganancia”, “gasto psíquico”, operaciones que la técnica del chiste utiliza de modo eficaz. Así, a propósito de la ganancia de placer que procura el Witz, leemos frases como la siguiente: “Un ‘ahorro en gasto de inhibición’ parece ser el secreto placentero del chiste” (Ibíd., 114-15).

Como se puede ir apreciando, la inhibición va asumiendo diferentes rostros, variantes conceptuales, modulaciones, en virtud de los distintos escenarios teóricos y de sus respectivos contextos de argumentación.   

Cómo no evocar, por ejemplo, los diques del período de latencia sexual de la infancia: el asco, la vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral; también, la compasión. Y, ¿cómo denomina Freud a estos poderes anímicos? Pues bien, inhibiciones sexuales (FREUD 1905, 161).

De manera tal que la inhibición se presenta como una respuesta, un límite, ante la pulsión sexual y sus empujes. Pero, al mismo tiempo, como un signo de esta última (KAUFMANN 1976). ¿Acaso como un destino pulsional?

Se va dibujando, así, una relación privilegiada, problemática, paradojal, entre dos piezas del tablero: pulsión e inhibición. Que dará a luz, oportunamente, a una noción singular, una suerte de condensación conceptual: la pulsión de meta inhibida (FREUD 1915a).

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            Vayamos ahora a clínica freudiana propiamente dicha, y a las variantes que va encontrando allí la inhibición. Aquí, algunos sucintos ejemplos.

            Un caso paradigmático, ciertamente un caso de inhibición, lo constituye el del Hombre de las ratas (FREUD 1909a). Aquí el conflicto de amor y odio cobra tal magnitud que va conduciendo a una parálisis -de la decisión, específicamente- que se extiende por todas partes. Lo que da lugar al imperio de la compulsión y la duda, síntomas fundamentales del caso. El punto interesante, novedoso, es a qué atribuye Freud el fundamento de la duda: a la “inhibición del amor por el odio” (Ibíd., 188).

            A su vez, esta duda se expande y engendra nuevos puntos de parálisis. Y allí aparece la compulsión, como “un ensayo de compensar la duda y de rectificar el estado de inhibición insoportable de que esta da testimonio”, escribe Freud (Ibíd., 190). Es decir, como un intento de solución o de elaboración compulsiva de la inhibición.

            En tanto, la fobia se presenta como un escenario más que propicio para la producción de inhibiciones, además de otras medidas defensivas como evitaciones, precauciones, prevenciones, parapetos. Es que, si hay algo que ronda todo el tiempo, como una amenaza más o menos sensible, es nada menos que la angustia. No por nada, en cierto momento, Freud bautiza a la fobia como “histeria de angustia” (FREUD 1909b). Y, en efecto, muchas inhibiciones se forman para evitar el estallido de la angustia.

            De ahí que la fobia del pequeño Hans -se recordará su miedo al caballo- da cuenta de “una vasta limi­tación de la libertad de los movimientos” (Ibíd., 111). Como en muchas fobias, y de todas las edades, la cuestión del espacio resulta preeminente: así como por un lado permite una organización y una orientación para el sujeto -zonas seguras, zonas inseguras-, por otro lo constriñen y, en ciertas ocasiones, lo inmovilizan.

            Otro “caso” del que se ocupa Freud es el de Leonardo (FREUD 1910). Allí la pulsión dominante no es otra que la pulsión de saber, ese “insaciable e infatigable esfuerzo de investigar” que ponía en juego el artista. Entonces Freud postula tres destinos posibles para el período de la investigación sexual infantil una vez que ha intervenido la represión: una inhibición del apetito de saber, favorecida por la “inhibición religiosa del pensamiento” que erige la educación; una erotización del pensamiento; y un caso, “más raro y perfecto”, precisamente el de Leonardo, donde la sublimación cumple un rol decisivo (Ibíd., 74-75).

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            Otra dimensión de la inhibición tiene lugar con el duelo. Freud la presenta como un resultado esperable, producto de la pérdida del objeto y del consecuente empobrecimiento energético. Entonces habla de una “inhibición de toda productividad”. También subraya que “esta inhibición y este angostamiento del yo expresan una entrega incondicional al duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses” (Freud, 1915, 242).

            Un aspecto en absoluto menor del trabajo de duelo: es unas de las circunstancias en las que Freud habla de desinhibición. Pero, claro está, el proceso supone atravesar, “pieza por pieza”, el dolor que Freud admite no poder terminar de explicar en relación con la fijación de la libido a sus objetos. Y ahí sí, una vez consumado el desasimiento “el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido”, concluye[2] (Ibíd., 243). Algo que, con otras coordenadas conceptuales, explorará Lacan en su comentario sobre Hamlet, “la tragedia del deseo” en la que de un extremo al otro “no se habla más que de duelo” (LACAN 1959-60, 375; RABINOVICH 1993).

            Por otra parte, la inhibición se pone en escena con ciertos tipos de carácter, como por ejemplo “Los que fracasan cuando triunfan” (FREUD 1916). Freud anuncia aquí una novedad: las neu­rosis también se pueden desencadenar ante la realización del deseo. Y en algunos casos conducen a una parálisis que ya no tiene retorno. Nace entonces otra denominación: las inhibiciones morales.

            Que darán lugar, unos años después, a la introducción del superyó, medular en cuanto a la determinación de las inhibiciones. Es, propiamente, la instancia que exige renuncias, pero, he aquí la paradoja, cuanto más el yo se somete a sus imperativos, mayor resulta el castigo, mayor la culpabilidad. Lo cual puede conducir a un circuito infernal: en la medida en que inhibición será definida, esencialmente, como una renuncia (FREUD 1926), toda vez que el yo renuncie “para evitar un conflicto” con el superyó, no hará más que alimentarlo[3]...

            Acaso las breves y contundentes páginas iniciales de “Inhibición, síntoma y angustia” constituyan un punto de llegada, un intento de sistematización: allí confluyen muchos de los hilos dispersos que se extendían por la inagotable obra freudiana.

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            Es el texto que, justamente, Lacan comenta en el Seminario “La angustia” (LACAN 1962-63), en una de sus contadas incursiones por el tema de la inhibición. A partir de una matriz conceptual en la que se esboza una lógica de la acción, la inhibición es abordada como un pathos del acto, en una serie que incluye al acting out y al pasaje al acto.  

 

Inhibición

Impedimento

Embarazo

Emoción

Síntoma

Pasaje al acto

Turbación

Acting out

Angustia

           

De alguna manera, el autor francés va marcando determinados matices clínicos. La inhibición, en su forma más pura, se reduce a un “síntoma metido en el museo” (Ibíd.: 18). Una suerte de “Se mira y no se toca”, que no interroga al sujeto, y que yace como una pieza detenida en el tiempo (DE OLASO 2015a, 188).

            Sin embargo, y a pesar de que se trata propiamente de una detención del movimiento, Lacan se pregunta: “¿Significa esto que la palabra ‘inhi­bición’ deba sugerirnos tan solo detención?” (LACAN 1962-63, 18). Y aquí, por cierto, la inhibición comienza a moverse, en más de una dirección.

            Puede asumir la forma del impedimento, donde ya aparece algún obstáculo, alguna dificultad subjetiva, un “No puedo” que ya no tiene la consistencia del “Yo soy”. Y donde el registro imaginario juega un papel central, en esa captura especular, esa trampa narcisista capaz de frenar lo que aquí Lacan llama el camino hacia el goce (Ibíd.: 19). Algo, desde ya, próximo a devenir síntoma.

            Pero la inhibición también puede alcanzar la experiencia más apremiante de la barra: el embarazo [embarras]. “Cuando uno ya no sabe qué hacer con uno mismo, buscar detrás de qué esconderse” (Ibíd.), señala Lacan. Aquí ya no está al alcance el refugio, sino que sobreviene una especie de “Trágame, tierra” que, con cierta facilidad, desemboca en un pasaje al acto. Esto es, en una caída de la escena. Dora y la Joven Homosexual, la escena del lago y la del ferrocarril, respectivamente, vendrán a ilustrar estos derrumbes subjetivos.

            Así como leíamos en la clínica freudiana que la inhibición puede conducir a intentos de solución compulsiva, aquí se advierte -vía la situación embarazosa- que también puede intentar resolverse en un pasaje al acto. O, en otra variante, desplegarse con el acting out, con todo el aspecto mostrativo que ofrece esta modalidad de acción, y que puede llegar a incomodar al analista.

Distintos modos de defenderse de la angustia, la piedra angular del cuadro que construye Lacan, y que viene a dar cuenta de la inminencia de algo fundamental, que recorre de punta a punta el Seminario 10: el objeto a, ahora en su estatuto real.

            Todas estas configuraciones clínicas, que no dejan de ser finalmente destinos de la inhibición, ponen de relieve vicisitudes del objeto: caído como un resto en el pasaje al acto –punto de identificación “absoluta”-; subido a la escena bajo algún postizo en el acting out -se recordará el caso (de inhibición) del Hombre de los sesos frescos-; “retenido” en la inhibición; develado, presentificado, en la angustia.  

Hacia el final del seminario, Lacan postulará una nueva tríada conceptual: inhibición, deseo y acto. Allí el deseo tendrá una función crucial, paradojal -como suele ocurrir con el deseo-, operando ya sea en defensa, ya sea en acto. Esta articulación implicará otra vicisitud objetal, la cesión del objeto, crucial en la constitución de cada uno de los registros pulsionales: pecho, heces, falo, mirada, voz.

Y que hace al campo de la realización del sujeto, en la medida en que éste último, afirma Lacan, “sólo se realiza en objetos que son de la misma serie que el a (…) Son siempre objetos cesibles y son lo que desde hace mucho tiempo se llaman las obras” (Ibíd., 342). Puntos de pérdida, de desprendimiento, de corte, donde puede surgir algo nuevo.

Otro destino de la inhibición.

             

           

Referencias bibliográficas

 

• DE OLASO, J. (2015a). Paradojas de la inhibición. Buenos Aires: Manantial.

• DE OLASO, J. (2015b). “Inhibiciones de la cura”. VII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Publicado en las Memorias del Congreso. Buenos Aires: Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.

• FENICHEL, O. (1946). “Los síntomas clínicos directos del conflicto neurótico”. En Teoría psicoanalítica de las neurosis. Barcelona: Paidós, 1984.

• FREUD, S. (1900-01). “La interpretación de los sueños (segunda parte)”. En Obras Completas, vol. V. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1905). “Tres Ensayos de Teoría Sexual”. En Obras Completas, vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1909a). “A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el «hombre de las ratas»)”. En Obras Completas, vol. X. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1909b). “Análisis de la fobia de un niño de cinco años”. En Obras Completas, vol. X. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1910). “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”. En Obras Completas, vol. XI. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1915a). “Pulsiones y destinos de pulsión”. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1915b). “Duelo y melancolía”. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1916). “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”. En Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1926). “Inhibición, Síntoma y Angustia”. En Obras Completas, vol. XX. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• FREUD, S. (1950 [1895]). “Proyecto de psicología para neurólogos”. En Obras Completas, vol. I. Buenos Aires: Amorrortu, 1987.

• KAUFMANN, P. (1976). “Note préliminaire sur le concept d’inhibition chez Freud”. En Inhibition et acting out, Lettres de l’École Freudienne de Paris, n°19. París.

• LACAN, J. (1953). “Función y campo de la palabra y el len­guaje en psicoanálisis”. En Escritos, tomo I. México: Siglo XXI.

• LACAN, J. (1958-59). El Seminario, Libro 6, “El deseo y su interpretación”. Buenos Aires: Paidós, 2014.

• LACAN, J. (1962-63). El Seminario, Libro X: “La angustia”. Buenos Aires: Paidós, 2006.

• LE GAUFEY, G. (1985). “Puissance de l’inhibition”. En http://www.legaufey.fr/Textes/Attention.html

• RABINOVICH, D. (1993). La angustia y el deseo del Otro. Buenos Aires: Manantial.



[1] Las líneas que siguen rinden homenaje a la enseñanza y a la transmisión de la Dra. Diana Rabinovich, quien fue Directora y Consejera de Estudios de mi tesis doctoral (Facultad de Psicología, UBA, 2014).

[2] Es elocuente el contrapunto con la melancolía, donde el proceso inhibitorio asume formas más drásticas: “La inhibición melancólica nos impresiona como algo enigmático porque no acer­tamos a ver lo que absorbe tan enteramente al enfermo” (Ibíd., 243).

[3] En este sentido, una referencia insoslayable es la de Melanie Klein, que introduce la noción de un superyó temprano, cruel, vinculado al sadismo de los primeros estadios, y cuyo efecto inhibitorio -tanto en el juego infantil como en la vida adulta- es más que notable.

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