Muerte y vida de Yukio Mishima I

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Por Mariano Díaz Barbosa

¿Fue un héroe que testimonió la decadencia del Japón moderno con su sacrificio o un psicótico grave? Díaz Barbosa propone reflexionar sobre la figura de este excéntrico escritor, que fue tres veces nominado al premio Nobel y terminó con su vida en un suicidio ritual.

Cinco hombres de uniforme entran a la oficina del general. El que los conduce lleva una espada japonesa, una katana. El general los invita a sentarse. No hay el menor rastro de animosidad de uno hacia los otros, ni de sumisión de los otros al uno. El general, vestido de civil, observa la katana, y más allá de que está envainada, sabe, por haber sido oficial durante la Segunda Guerra (época en que los oficiales llegaron a arruinarse para conseguir una espada auténtica, forjada por los maestros de épocas anteriores), que la espada es un tesoro. Pregunta al que encabeza al grupo si puede verla. El hombre desenvaina la hoja y se la alcanza. Para comprobar la calidad del templado, el general acerca la espada a una fuente de luz. Hay algo fuera de lugar. La hoja no está limpia, le queda un resto del aceite que se usa para lubricarla. Pide un pañuelo. Es la señal que los cuatro acompañantes han esperado.

Una hora más tarde, después de que el general ha sido amordazado, de que las tropas enviadas para rescatarlo han sido repelidas sin mayor derramamiento de sangre que las heridas producidas por la espada en cuestión, de que se haya pronunciado un discurso ante la prensa y el regimiento (que corrieron al lugar por pedido de los secuestradores), la cabeza del líder de los conspiradores cae lejos del cuerpo por acción de uno de sus subordinados, que lleva la espada en sus manos. Las dos manos del cuerpo sin cabeza sujetan una espada corta que ha hecho un corte horizontal por debajo del ombligo. La cabeza, rodeada por una banda blanca (Hachimaki) con una consigna patriótica, tiene los rasgos de un escritor tres veces nominado al premio Nobel, Yukio Mishima.

No se ha dicho poco acerca de la última obra que escribió Yukio Mishima ese día de 1970, esta vez en su propio cuerpo. Algunos lo ven como un golpe de estado, un hecho político testimonial; otros, como la puesta en escena de una muerte pergeñada por una mente enferma. Mishima o es un héroe que testimonia la decadencia del Japón moderno con su sacrificio, o es un psicótico grave que termina concretando sus fantasías con esta puesta de escena. Por ahí es ambas.

Para entender el valor simbólico del acto mismo, podemos empezar por decir que el uniforme militar que llevaban Mishima y sus cuatro compañeros no era del ejército japonés. El hecho ocurrió en el cuartel central de la fuerza de autodefensa del Japón y el general secuestrado se llamaba Kanetoshi Mashita, pero hay que hacer la salvedad de que el único ejército que existe en Japón son las fuerzas norteamericanas asentadas en Okinawa. La constitución de 1948 (casi escrita por las fuerzas de ocupación victoriosas en la guerra) no permite a Japón tener un ejército, sólo una “Fuerza de autodefensa”. El uniforme de Mishima no era de ninguna de estas fuerzas. El escritor había fundado hacia 1965 una especie de ejército personal, el Tate-no-kai (hermandad del escudo), vista por el público como una de las tantas excentricidades con las que no dejaba de escandalizar a la sociedad japonesa.

Hablamos de un hombre que además de ser un genial escritor de novela y teatro, fue compositor, letrista de ópera, director de una orquesta sinfónica, actor, modelo, bailarín y campeón de Kendo y Karate. De un momento a otro pasaba de recibir premios literarios a fotografiarse desnudo como el San Sebastián de Guido Reni. Sus excentricidades eran parte de la farándula Japonesa. La creación de este ejército personal fue vista en sí como otra de esas excentricidades. Los reclutas del Tate-no-kai no llevaban armas (excepto la espada de Mishima), su función era la de ser escudos, morir defendiendo al emperador (Tenno, en verdad, mal traducido como “emperador”, una figura más sagrada que política, se lo puede entender mejor como “Gobernante celestial”, “ten” es cielo). Para nosotros suena a delirio, pero la idea de Mishima está bien anclada en la tradición japonesa, si se lo sabe buscar. En la tradición Samurai existe el Kirijini, una forma de suicidio grupal que consiste en entrar en una batalla perdida, es decir, por ejemplo, cincuenta soldados se enfrentan contra miles y mueren todos en la acción. A lo largo de la historia nipona ha sido una forma de forzar cambios políticos. Un Samurái que protesta y se rebela contra su señor está obligado a cometer el Seppuku (ritual de suicidio que incluye el hara kiri), pero el Kirijini está en la misma categoría de muerte honorable.

Los años cincuenta vieron una crisis de identidad en los japoneses sólo comparable a la de la restauración del poder imperial en 1868, la restauración Meiji. Frente a la humillación de los tratados de colaboración con EEUU (una vez más, como en 1858) y la constitución supervisada, resurgen los nacionalismos extremos, pero también los movimientos revolucionarios de izquierda (sí, en Japón, el país más conservador que puede existir). La izquierda japonesa, y su ala estudiantil, el Zengakuren, llevan a cabo atentados de todo tipo y color, llegan incluso a tomar por un mes la Universidad Imperial de Tokio (con rehenes y amenazas de muerte). La idea de Mishima, nacionalista y nostálgico del pasado glorioso antes de la occidentalización, era ponerse en la línea de fuego con el Tate-no-kai el día que el Zengakuren amenazara al emperador, en una forma de kirijini. Sin embargo, para fines de los sesenta, el Zengakuren ya estaba bastante aislado, y su capacidad de hacer daño era errática. Mishima tiene que idear otra muerte testimonial. Entre los Samurái era común el suicidio como protesta, estuvo el caso de Hirate Kiyohide (siglo XVI), que para protestar por la conducta vergonzosa de su señor, Oda Nobunaga, se abrió el vientre y luego contuvo las vísceras dentro del cuerpo con una venda. Al presentarse ante su señor y reprocharle sus acciones, se quitó la venda y expuso sus intestinos. La idea era dar un testimonio tan potente que forzara al emperador Showa o Hirohito, que había renunciado a su divinidad en 1946, a reaccionar, a ver que la modernización del Japón a espaldas de su herencia cultural era un error.

La transformación de Yukio Mishima en Yukio Mishima

Mishima no era Yukio Mishima al nacer en 1925. Le dieron el nombre de Kimitake Hiraoka. Era hijo de una familia de comerciantes ricos por parte de su padre, y de una familia noble que perdió su estatus por haber apoyado al shogunato durante la guerra Boshin (1867-1868) por parte de su madre. Kimitake fue un niño superdotado y por sus condiciones llegó a ser admitido en la Gakushuin, la escuela de Nobles. Como era de una estirpe social media, no tenía el privilegio de no ser calificado en los exámenes, pero no importaba, su intelecto era tal que los aprobaba con facilidad. Se graduó como primer alumno y en la ceremonia de egresados el mismo Emperador por el que juraría morir décadas más tarde, le entregó un reloj de plata.

En el internado Kimitake Hiraoka empezó a escribir y se unió al club literario. Poco después, cambió el club literario estudiantil por el círculo literario más importante de Tokio. Al graduarse, ya era una celebridad literaria en Japón. Usó un seudónimo con el que pretendió ocultar su vida literaria del desagrado de su padre, Azusa. Ese nombre fue Yukio Mishima, pero Kimitake de Mishima todavía sólo tenía el nombre. Era un joven frágil, enclenque, se veía feo y se detestaba. Estaba acosado por fantasías sádicas y homoeróticas. Le escribió una vez a un amigo (un escritor varios años mayor): “La mayoría de los escritores son normales y actúan como perturbados, yo actúo normalmente pero estoy enfermo del alma”.

Durante la guerra, la fama juvenil de Mishima fue olvidada  Luego del conflicto, el escritor volvió a estar en el mapa cuando Yasunari Kawabata lo nombró “el futuro de las letras japonesas”. Un año después (1949) salió "Confesiones de una Máscara", luego “El Rumor de las olas” y “Sed de Amor”. Ya nadie olvidaría ese nombre, Yukio Mishima, que todavía no representaba el autor.

Quien vea las fotos del Kimitake Hiraoka que escribía con el Nombre Yukio Mishima hacia 1955 y de Yukio Mishima en 1960, se llevará una sorpresa. El primero es un señor frágil y retraído, el segundo es un coloso, una superestrella musculosa, que tiene el más alto grado en el kendo (“camino de la espada”) y escribe un éxito literario tras otro.  Cuando decidió dedicarse sólo a la literatura, su padre, Azusa, le dijo: “Más vale que seas el mejor escritor de Japón”. “Así será” , fue la respuesta.

Mishima creía que había dos formas de hacer literatura; una era la literatura seria, alta, que reunía la tradición de las letras del pueblo del Hieke Monogatari y los Haiku, y todas las vanguardias europeas que Mishima leía desde los diez años; la otra, la literatura accesible, popular. Él escribió en las dos vertientes. Las obras “mayores” las escribía a la mañana en su escritorio, entre ellas están “El templo del Pabellón dorado”, “Nieve de Primavera” y “Caballos desbocados”; su uso del lenguaje era tan perfecto que los Japoneses suelen decir que no tiene comparación con ningún otro, y que es imposible que sea degustado completamente por los occidentales. Las obras “menores”, generalmente eróticas o que describen ritos de iniciación, las escribía en dos o tres días en una habitación que alquilaba en el hotel imperial de Tokio. En ellas usaba un lenguaje llano y una narración más ágil. Allí se incluyen “El Marino que perdió la gracia del mar” y “Sed de amor”. La fama de Mishima llegó a ser tal que muchas de las obras mayores son además éxitos de venta y las menores son aclamadas por los críticos.

 

El primer imprevisto en el plan de Mishima y sus reclutas surge cuando un oficial pasa por la oficina del General Mashita y mira por la cerradura. El Tate-no-kai era bien recibido por el ejército, que apreciaba los valores nacionalistas de una superestrella como Mishima (la buena publicidad, en fin), e incluso llegaron a darles entrenamiento de comando en los mismos cuarteles. Cuando el oficial da la alarma, los soldados no reaccionan, aún no terminan de entender el asunto. ¿Cómo permitieron el ingreso de una fuerza militar (no armada, pero fuerza al fin) al cuartel y encima a la oficina del hombre de mayor rango? Lo que sigue es un primer intento de forzar la puerta. Está trabada con muebles. Más tarde, rompen el vidrio de una mampara que hay en la pared de la oficina e intentan ingresar. Esto solo se entiende porque las fuerzas armadas japonesas no pueden disparar sobre civiles (¿eso son Mishima y los secuestradores?) en ninguna circunstancia. Un grupo de soldados trata de entrar a la oficina por el hueco. Mishima, campeón de kendo, empuña la katana del siglo XVII y los rechaza generando varios heridos. Ellos dirían en el juicio posterior que el escritor había evitado herir mortalmente a los que trataban de ingresar.

Uno de los miembros del Tate-no-kai, Masahiro Ogawa, que sostiene una daga japonesa (Tanto) cerca de la garganta del general, remueve la mordaza. El general se había negado a acceder a las instrucciones de Mishima ya una vez, pero luego del derramamiento de la primera sangre, accede. Mishima pide que todos los soldados del regimiento se concentren en el patio de maniobras, debajo de la oficina. No es necesario llamar a los medios, como Mishima ha hecho durante los últimos diez años cada vez que ha tenido una “ocurrencia”. Los medios habrían de llegar al sitio antes, incluso, que los soldados.

 

Los que buscan interpretar las acciones de Mishima, encuentran en ciertas apariciones y episodios públicos, mezclados entre sus tantas excentricidades, señales de lo que ocurrió luego. Como actor, Mishima hace el seppuku en dos películas. En “Tenchu! (Hitokiri)”, de 1969, interpreta a Shinbei Tanaka, Samurái del Bakumatsu (1853-1868) y miembro del Ishin Shishi, los activistas políticos que buscaban destruir el poder de los Tokugawa (la familia que detentó el título de Shogún entre 1603 y 1868), restaurar el del Tenno y echar a los occidentales de Japón. Este personaje era uno de los cuatro espadachines (los Hitokiri, “matadores de hombres”) del Shishi que se dedicaban a aniquilar sin miramientos a cualquiera que tuviera alguna relación cordial con occidentales, o estuviera a favor de la apertura del país. Tanaka había participado en 1860 del asesinato de Li Naosuke, el señor feudal (Dainyo) que firmó el tratado de buena voluntad con los EEUU en 1858. En 1863, la espada de Tanaka fue encontrada en la escena del crimen del noble Anenokoji. Al ser interrogado por el hecho, Shinbei se suicidó por el método tradicional, usando esa misma espada. Mishima aceptó formar parte de la película si le dejaban llevar a cabo la acción con todo lujo de detalles.

La otra película en que Mishima se suicida, se llama “El Rito de amor y muerte”, es un mediometraje de 1965 basado en uno de sus relatos, llamado nada menos que  “Patriotismo”. La descripción de más de cinco hojas acerca del sepukku del protagonista se transforma en una escena que provocó varios desmayos, cuando Mishima presentó la película en Francia. El film transcurre en 1936, durante el fallido golpe de estado del 26 de febrero. Este fue un hecho que dejó huellas importantes en Mishima, que en aquel entonces tenía once años. ¿Por qué? Los oficiales complotados no habían renunciado del todo a los valores de la tradición samurái que el gobierno Meiji (1868-1912) tanto había intentado arrancar de cuajo. Veían con malos ojos que continuara la occidentalización del país (¿suena familiar?). Ya habían ocurrido hechos similares, como la revuelta de la Liga del viento divino (1876) en Kumamoto, que aparece como una historia dentro de la historia de “Caballos Desbocados” o la guerra Seinan, de 1877, cuando Saigo Takamori (conocido como “el último samurái”) se levanta en armas contra el ejército imperial. La diferencia está en que tanto en el caso de 1876 como en el de 1877, el emperador Meiji había indultado a los confabulados luego de sus muertes. En 1936, cuando los oficiales le hicieron llegar su petitorio al nuevo emperador, Showa, éste no sólo negó los pedidos, sino que incluso se negó a pedirles que se suicidaran. Les dijo que hicieran lo que hicieran, para el Tenno su acción no sería vista más que como un acto de subversión común y corriente. El personaje de la película es uno de estos oficiales que decide, igualmente, llevar a cabo el Seppuku.

No nombro estos datos porque sí. Pueden interpretarse para entender lo que pasaba en la mente de Mishima. Primero, el nombre Ishin Shishi, “Señores de intenciones elevadas”; nombre extraño para un grupo que se dedicaba a pasar por la espada a todos sus rivales (muchos de los más tarde funcionaros del gobierno Meiji habían sido parte de este grupo). Después, la pancarta que está en la pared de la casa del oficial de 1936, cuando se suicida. El ideograma en Kanji dice: Makoto, “sinceridad”, una de las siete virtudes del samurái. ¿Qué es lo elevado, lo sincero de todo esto? La cultura occidental es una cultura del pecado, siete de los diez mandamientos son negativos, se ordena no hacer algo. Para un samurái, el valor máximo estaba en la acción, en hacer una actividad pura, elevada, sincera. Si la acción sincera significaba desobedecer al señor o desatar un baño de sangre, había una reparación. El espíritu en la tradición oriental estaba en el estómago. Abrirlo y exponer las vísceras era mostrar la sinceridad, la pureza del acto. Cuando Meiji perdona a Takamori, reconoce la sinceridad de su acción. Pero cuando Showa (Hirohito) prohíbe la acción a los golpistas de 1936, da un paso inédito, aún en el Japón occidentalizado.

En 1966, Mishima escribe su texto Las voces de los espíritus de los héroes. Es su obra más espantosa desde lo literario, apenas el recuento de una reunión imaginaria entre Hirohito y los espíritus de los oficiales de 1936 y los Kamikaze de 1945. Le reprochan al emperador haber renunciado a su divinidad (Ningen-sengen) por orden de MacArthur y las fuerzas de ocupación americana, en una de las declinaciones más importantes de la historia del Japón (los Yamato decían ser hijos de la diosa del sol, Amateratsu, desde el primer emperador, Jinmu, en 651 a.C.) Le dicen que su sacrificio fue en vano luego de que él renunciara a ser divino. El emperador se conmueve, los espíritus celebran y todos ellos se abren el vientre ante el gobernante nuevamente divino. Los medios consideraron este relato de mal gusto. Mishima lo adoró. Hacia la misma época, funda el Tate-no-kai, cuyo uniforme está inspirado en el del ejército de 1936.

 

Son las doce horas del 26 de Noviembre de 1970. Los helicópteros, tanto del ejército como de los noticieros, sobrevuelan en círculo el cuartel militar de la Fuerza de Autodefensa Oriental, en Tokio. Muchos llegan a temer que choquen entre sí. En el patio se reúnen, en ese orden, periodistas y soldados. Dos jóvenes que llevan un uniforme entallado y sin armas, salen por la ventana y se colocan a los lados. Luego, aparece Yukio Mishima, ante el escenario que había imaginado. Lleva guantes blancos y el Hachimaki en la cabeza, con la consigna: “vive siete vidas para servir mejor a la Patria”. Empieza a hablar a la multitud. El discurso había sido ensayado hasta el último detalle, debía durar cuarenta minutos, pero a las pocas palabras, se escuchan gritos de los reclutas: “¡Bajá de ahí bakayaro! (idiota)”. Mishima intenta seguir hablando, pero los gritos se multiplican. Muchos cronistas occidentales han tratado de aislar los gritos, para entender lo que decían. En Japón también existen los insultos, y no todos se pueden traducir. Mishima pone los brazos en jarra, alza la comisura derecha del labio, en un gesto de desconcierto. Se da vuelta. Sus escoltas gritan tres veces “¡Tenno heika banzai!” (¡Viva la autoridad imperial!) y entran detrás de él a la oficina. Ya dentro, Mishima pronuncia las que serán sus últimas palabras: “Me parece que no han entendido”.

En el próximo número será publicada la segunda parte del artículo.

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