El rol de la escuela frente a la diversidad

El presente artículo aborda la intersección entre salud y educación desde la perspectiva de la inclusión escolar. Plantea el necesario debate que los profesionales de la psicología nos debemos dar en relación al acompañamiento de alumnos con discapacidad en instituciones educativas habituales y la necesidad de unir esfuerzos con otros actores de la comunidad educativa.

Hace algunos años, cuando me recibí de psicóloga, tenía ansias por comenzar a desarrollarme profesionalmente para poder llevar a la práctica lo que en la universidad había aprendido desde la teoría. Un poco por deseo profesional, y otro poco por necesidad laboral, comencé a hacer integraciones escolares, tal como se llamaba en ese momento a los proyectos de inclusión educativa.

Recuerdo los primeros estudiantes con los que trabajé y la emoción que sentí al volver a pisar un aula del nivel primario, no entendía bien mi rol, pero recordaba las palabras que en ese momento me había dicho quién era mi coordinadora: “Tu trabajo es hacer pareja pedagógica con la docente, ella aportará desde la educación y vos desde la salud”. Mi labor consistía básicamente en acompañar el día a día de alumnos particulares e intervenir en distintas situaciones ya sean estas de índole social, pedagógico o emocional.

A pesar de que durante mucho tiempo se creyó que los niños y las niñas con discapacidad no podían educarse en una institución habitual (común), las nuevas miradas acerca del sujeto junto con los avances en materia del derecho hicieron que esta realidad sea posible. Trascendiendo la discusión acerca de si los estudiantes con discapacidad aprenden mejor en instituciones educativas tradicionales o en instituciones especializadas, sostengo como denominador común las palabras de Paulo Freire: “Nadie aprende solo, todos aprenden de todos, mediatizados por el mundo”, por lo que el punto central de la discusión es abrir a las posibilidades de una verdadera educación significativa, independientemente del tipo de institución en la que esta se lleve a cabo.

El primer paradigma desde el que estos derechos se comenzaron a abordar es el de la integración escolar, hoy desde una mirada superadora se habla de inclusión educativa. Pero veamos las diferencias: la integración supone que el alumno accede a la escuela y tiene que adaptarse a lo que allí se le propone, el trabajo va en el sentido de tener que encajar en la propuesta; en cambio, la inclusión parte de la premisa de que la escuela se tiene que adaptar a lo que ese alumno necesita y, en este sentido, la inclusión educativa es mucho más amplia ya que no se trata solamente de incluir a la discapacidad sino a todas las formas de la diferencia (en base a la nacionalidad, orientación sexual u otras condiciones).

Este paradigma va en sintonía con el modelo social de la discapacidad. Desde este se sostiene que la misma es el resultado de las interacciones entre la persona que presenta diversidad funcional (intelectual, física o sensorial) con el entorno social y cultural en el que vive, en este sentido, la discapacidad es un constructo sociopolítico en el que las barreras del contexto son las que limitan y discriminan a las personas.

Ya han pasado algunos años desde mis primeras experiencias y me pregunto: ¿por qué son necesarios tantos profesionales externos trabajando dentro de la escuela para el acompañamiento de estudiantes particulares? Si la premisa es que la escuela se pueda adaptar a las diversas subjetividades, brindándole a cada alumno y alumna lo que necesita, ¿qué es lo que resiste de la gramática escolar? La inclusión hoy en día pareciera funcionar bajo una lógica que necesita una gran cantidad de personas (docentes, acompañantes personales no docentes, maestras integradoras, maestras psicólogas, etc.) y estrategias (adecuaciones curriculares y metodológicas) que sostienen el mismo dispositivo escolar que no parece dispuesto a repensarse.

La verdadera inclusión no puede estar dada por la suma de partes sin que eso signifique un cambio real en las dinámicas cotidianas y en la mirada que sostiene la escuela. En este aspecto las palabras de Agustina Palacios (2008) son claves: “Una educación inclusiva no es una cuestión tan simple como la modificación de la organización de la escuela, sino que implica un cambio en la ética de la escuela. No se requiere simplemente que los maestros adquieran nuevas habilidades, sino que se necesita asimismo un compromiso. No alcanza con la aceptación de la diferencia, sino que se requiere una valoración de la diferencia” (p. 132).

Desde el modelo médico de la discapacidad se considera que los profesionales de la salud son los que tienen la capacidad y la responsabilidad de acompañar a las personas con discapacidad. La escuela, tal como funciona en la actualidad, ¿no está acaso empleando un paradigma médico obsoleto en las prácticas cotidianas mientras sostiene un discurso inclusivo? En palabras de Carolina Ferrante (2014) “Desde las políticas públicas sobre discapacidad se renueva el lenguaje a través del cual se alude a la discapacidad (...) Sin embargo, en las prácticas, las políticas siguen basándose en la asistencia, estando a años luz de consagrarse una mirada acorde al modelo social” (p.43).

Para que una verdadera inclusión sea llevada a cabo, entonces, es necesario unir esfuerzos y miradas, marcar un rumbo de trabajo en el que todos los actores se impliquen, dejando de dividir tareas por profesiones y entendiendo que los responsables de que los estudiantes generen aprendizaje significativo somos todos los que habitamos y compartimos la realidad escolar.

En este sentido, una propuesta de trabajo concreta implicaría la articulación de los diversos actores armando equipos de trabajo. Tanto los docentes como los profesionales que apoyo, que son quienes comparten el día a día del aula, deben posar la mirada sobre la totalidad de los estudiantes, uniéndose en un mismo esfuerzo: hacer que los alumnos aprendan. La gestión de la escuela en este punto es clave, ya que los profesionales externos deben poder compartir los distintos espacios de formación y acompañamiento que se brindan para la planta funcional, aunque desde lo contractual sean “externos” a la escuela.

Los equipos de orientación, muchas veces pendientes de varias instituciones, deberán trabajar codo a codo con las docentes, implicándolas en las decisiones que competen a sus alumnos e incluyéndolas en las reuniones en las que se toman dichas decisiones, ya que de lo contrario se pierden los ricos aportes que pueden hacer, producto de transitar la realidad cotidiana con ellos.

Creo que si entendemos que lo que nos une es la enseñanza y el aprendizaje de nuestros alumnos y el acompañamiento en sus trayectorias, pensar el trabajo en equipo es una realidad posible. Quizás haya llegado el momento de hacernos eco de las palabras que el educador finlandés Pasi Sahlberg pronunció en su Charla TED: “Es necesario iniciar el camino de la colaboración, de la creatividad y de la igualdad de oportunidades que nos lleve a un nuevo horizonte educativo”.

 

Bibliografía:

Ferrante, C. Usos, posibilidades y dificultades del modelo social de la discapacidad. Rev. Incl. Vol. 1. Núm. 3. Julio-Septiembre (2014), ISSN 0719-4706, pp. 31-55, en http://www.revistainclusiones.cl/volumen-1-nba3/oficial-articulo-dra.-carolina-ferrante.pdf

Palacios, A. (2008) El modelo social de discapacidad: orígenes, caracterización y plasmación en la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Grupo Editorial CINCA, Madrid: España, 2008.

Sahlberg, P. (2012, Junio) GERM that kills schools: Pasi Sahlberg at TEDxEast [video] Conferencias TED. GERM that kills schools: Pasi Sahlberg at TEDxEast - YouTube