Prevención de trastornos alimentarios y dismorfia muscular en varones

El objetivo del presente artículo es presentar una revisión bibliográfica acerca del campo de la prevención de los trastornos alimentarios y dismorfia muscular en varones. En una primera parte se describen antecedentes históricos de estos cuadros. En una segunda parte se describe el estado actual del campo de prevención en población masculina. Finalmente, se discuten algunas conclusiones y desarrollan posibles direcciones futuras para la investigación de estas problemáticas.

 

Antecedentes históricos

 

Históricamente los trastornos alimentarios (TA) fueron considerados como los cuadros con mayor disparidad de presentación entre géneros. Por un lado, caracterizados por el estereotipo de que afectaba mayormente a mujeres blancas y delgadas de occidente y que en hombres se presentaba en pocos y atípicos casos. Este hecho resulta llamativo si se tienen en cuenta diversos trabajos pioneros que han sentado las bases para las posteriores nosologías diagnósticas y que incluyen referencias sobre pacientes hombres (Gull, 1874; Lasegue, 1874; Morton, 1694). Algunos autores sostienen que podría deberse a la rápida diseminación durante finales de la década de los ´70 y mediados de la década de los ´80 de la estimación de que solo un 10% de los casos de TA se presentaba en hombres (Andersen, 1985; Lavender, Brown, & Murray, 2017; Murray et al., 2017). Estimación que ha sido reforzada por su inclusión en la cuarta versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV), como así también con el criterio de presencia de amenorrea como elemento diagnóstico de la anorexia nerviosa (American Psychiatric Association [APA], 1994). Esta premisa de que los TA no afectaban a los varones se mantuvo durante un período de rápida evolución en el campo, que impactó en el desarrollo de los sistemas operativos de diagnóstico, los instrumentos de evaluación y los tratamientos. Como consecuencia, la mayoría de estos avances se basaron en muestras femeninas, excluyendo activamente a la población masculina.

A partir de la última versión del DSM-5, los TA quedaron conformados por la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa, el trastorno por atracón y los trastornos alimentarios especificados y no especificados, como así también por el trastorno de rumiación, pica, y el trastorno de evitación/restricción de la comida (APA, 2013). Si bien uno de los cambios novedosos fue la eliminación de la amenorrea como criterio diagnóstico, el énfasis sobre la presencia de la conducta alimentaria alterada, el temor a engordar y la excesiva preocupación por la comida, el peso y la imagen corporal continuaron orientados hacia la búsqueda de la delgadez. En ese sentido, en los últimos años hubo un interés creciente en la investigación de los TA en hombres y las particularidades que podrían deberse a la diferencia entre sexos. Esta diferencia se explicaría por las distintas presiones que sufren hombres y mujeres en relación con los estándares de belleza socialmente impuestos. Mientras que en las mujeres se expresa a través del ideal de delgadez, en los hombres se manifiesta a través del ideal de muscularidad (Grossbard, Neighbors, & Larimer, 2011). Este último, estaría caracterizado por la valoración del desarrollo de masa muscular, tonificación y definición de los músculos y bajo nivel de grasa corporal. Asimismo, el avance en el estudio de la imagen corporal en hombres ha cobrado especial relevancia en los desarrollos sobre el cuadro de la Dismorfia Muscular (DM).

La DM es conceptualizada en la actualidad como un subtipo de trastorno dismórfico corporal, caracterizado por una preocupación excesiva por no ser suficientemente musculoso (APA, 2013). Se describe como una alteración de la imagen corporal, caracterizada por la subestimación del tamaño del cuerpo y el desarrollo de conductas compensatorias orientadas a la búsqueda de muscularidad (Pope, Gruber, Choi, Olivardia, & Phillips, 1997). Si bien su inclusión en el DSM-5 es relativamente reciente, el debate acerca de su clasificación y pertinencia diagnóstica presenta antecedentes históricos. Por ejemplo, revisiones sobre el tema (Bayle Ayensa, 2003; Compte & Sepúlveda, 2014), hallaron estudios pioneros desde principios de la década de los ´80 acerca del consumo de anabólicos esteroides por parte de físico culturistas y los efectos psiquiátricos producidos (Annitto & Layman, 1980). Algunos años más tarde, se describe por primera vez el síndrome “psicosis de los culturistas” caracterizado por la presencia de síntomas psicóticos (clínicos y subclínicos) y del estado del ánimo (episodios depresivos y maníacos) como consecuencia del consumo sostenido de estas sustancias (Pope & Katz, 1987). Posteriormente, contribuciones a la precisión del perfil sintomático producen un viraje que lleva a los autores a denominar “anorexia inversa” al cuadro y a vincularlo con los TA (Pope, Katz, & Hudson, 1993). Por un lado, debido a las semejanzas de los síntomas y a la inversión de los mismos como resultado de una distorsión de la imagen corporal característica. Por otra parte, debido a la limitación del consumo de anabólicos esteroides como rasgo central de la DM (Baghurst & Lirgg, 2009).  De esta manera, mientras que en la anorexia nerviosa la distorsión típicamente conlleva a la percepción de sentirse con exceso de peso o no ser lo suficientemente delgado a pesar de presentar un muy bajo peso, en la anorexia inversa se percibiría un cuerpo pequeño y débil cuando se es fuerte y musculoso. A finales de la década de los ´90, surge la denominación de DM con la que se la conoce actualmente (Pope et al., 1997) aunque es común encontrar términos en la literatura como “vigorexia” o “complejo de Adonis” (Parent, 2013).

Aunque la DM y los TA no forman parte de la misma categoría diagnóstica, se han señalado similitudes en su presentación clínica (Murray, Maguire, Russell, & Touyz, 2012; Murray et al., 2012b). Ambos trastornos se caracterizan por la presencia de un alto grado de insatisfacción con la imagen corporal, relacionada con la percepción de falta de muscularidad y con el deseo de estar más delgado, respectivamente (Compte & Sepúlveda, 2014; Rutsztein et al., 2004). La insatisfacción corporal se asocia en los dos trastornos con el desarrollo de conductas orientadas a modificar la apariencia física que pueden ocasionar importantes consecuencias para la salud (Westmoreland, Krantz, & Mehler, 2016). En la DM dichas conductas se orientan a la búsqueda de muscularidad, y son, por ejemplo, la adhesión a dietas estrictas con alto contenido proteico y bajas en grasas, el consumo de suplementos nutricionales y anabólicos esteroides (Pope et al., 1997). En los TA, existen conductas orientadas a la búsqueda de delgadez, tales como la realización de dietas restrictivas, la actividad física excesiva, el consumo de pastillas para adelgazar y las conductas purgativas, tales como los vómitos autoinducidos, el consumo de laxantes y/o diuréticos (Rutsztein, 2009). La DM y los TA comparten además ciertos factores de riesgo para su desarrollo, tales como un alto grado de malestar psicológico, afecto negativo y aislamiento social (Dryer, Farr, Hiramatsu, & Quinton, 2016; Pope et al., 2005).

 

Estado actual del campo de prevención en varones

 

Debido a la cronicidad, severidad y recaídas frecuentes de estos cuadros, diversos organismos han puesto el acento en desarrollar estrategias de prevención para poder dar respuestas a estas problemáticas (Austin, 2016). En nuestro país, en el año 2008 se promulgó la Ley Nacional 26.396, que declara de interés nacional la prevención y el control de los TA y la obesidad (Congreso de la Nación, 2008).

En las últimas décadas se han diseñado y evaluado una gran variedad de programas con principios y formatos diferentes. Stice & Shaw (2004) clasifican el surgimiento y evolución de los programas de prevención en TA en 3 generaciones. La primera generación se trataba de programas psicoeducativos acerca de los efectos adversos de los trastornos alimentarios. En su mayoría, eran realizados en ámbitos escolares con adolescentes y constaban de un único encuentro. Se asumía que brindar información acerca de los efectos adversos de estos trastornos disuadiría a los adolescentes de realizar estos comportamientos. Sin embargo, la evaluación posterior de los mismos halló que podrían ser potencialmente iatrogénicos. La segunda generación de programas también tenía un enfoque universal y un formato didáctico, pero incluyó componentes centrados en la resistencia a las presiones socioculturales hacia el ideal de delgadez y el desarrollo de hábitos alimentarios saludables. Estas intervenciones se basan en la teoría de que las presiones socioculturales desempeñan un papel clave en la etiología de los TA haciendo que los adolescentes recurran a dietas estrictas y comportamientos compensatorios con la finalidad de controlar el peso. La tercera generación de intervenciones ha incluido programas selectivos dirigidos a población de alto riesgo de padecer estos cuadros a través de ejercicios interactivos que se centran en los factores de riesgo como insatisfacción corporal, internalización del ideal de delgadez o hábitos alimentarios disfuncionales.

Sin embargo, una revisión realizada por Bidacovich et al. (2019) indica que ninguno de los meta análisis del campo de la prevención de TA consideró estudios que evaluaran programas diseñados e implementados en varones exclusivamente, siendo en su mayoría únicamente para mujeres y en menor medida mixtos. Asimismo, en la búsqueda ampliada de estudios realizada en dicha revisión se hallaron sólo seis programas de estas características de los cuales dos fueron realizados en Australia en población adolescente (McCabe, Ricciardelli, & Karantzas, 2010; Stanford & McCabe, 2005), dos en Estados Unidos en población universitaria (Brown & Keel, 2015; Brown, Forney, Pinner, & Keel, 2017), uno en el Reino Unido en población universitaria (Jankowski et al., 2017) y uno en Brasil en población universitaria (Almeida et al., 2020)

El primer estudio hallado, desarrollado por Stanford & McCabe (2005) se trató un programa interactivo de dos encuentros semanales de una hora de duración cada uno dirigido a público universal de varones entre 12 y 13 años.  El diseño del mismo, se enfocó en la aceptación de las diferencias corporales y el fortalecimiento de autoestima, con contenidos adaptados a las preocupaciones relativas a la musculatura. En cuanto a los resultados, hallaron un aumento significativo en las variables satisfacción con los músculos y autoestima y un descenso significativo en el afecto negativo en el grupo que recibió la intervención comparado con el grupo control que continuó con sus clases habituales.  Por otro lado, McCabe et al. (2010) se basaron en la experiencia del programa anteriormente mencionado y evaluaron una propuesta de 5 sesiones semanales de una hora de duración cada uno con público universal de varones entre 11 y 15 años. Si bien ampliaron la intensidad y frecuencia de los encuentros, no hallaron diferencias significativas en ninguna de las variables evaluadas. Concluyen que podría deberse a la incapacidad de los instrumentos por captar cambios debido al “efecto piso” y sugieren que estudios posteriores deberían implementarse en población selectiva que presente factores de riesgo elevados en lugar de ser dirigidos a público universal. En ese sentido, Brown & Keel (2015) llevaron a cabo un programa selectivo adaptado del “Body Project” con población de hombres universitarios homosexuales entre 18 y 30 años. El motivo por el cual se decidió implementarlo en esa población se debe a que estudios previos han determinado que la orientación sexual es un factor mediador de TA, siendo los hombres homosexuales más propensos a presentar factores de riesgo elevados, en comparación con los heterosexuales. En cuanto al formato, diseñaron un programa basado en la disonancia cognitiva que consistía en dos sesiones de dos horas de duración cada uno. Con el objetivo de diseminar el programa en distintos contextos, los encargados de llevar a cabo el programa son facilitadores previamente entrenados por los investigadores. En cuanto a los resultados, el grupo que recibió el programa registró descensos significativos en la internalización del ideal de delgadez y muscularidad, insatisfacción con la imagen corporal, búsqueda de muscularidad, restricción alimentaria y síntomas bulímicos. Alentados por estos resultados, Brown et al. (2017) realizaron un nuevo estudio con población universitaria del mismo rango etario aunque tomando como criterio de selección hombres con elevada insatisfacción corporal. El diseño y formato del programa fue de idénticas características a su experiencia anterior, como así también sus resultados. Los participantes que recibieron la intervención registraron puntajes más bajos en la internalización del ideal de delgadez y muscularidad, insatisfacción con la imagen corporal, búsqueda de muscularidad, restricción alimentaria, síntomas bulímicos e incluso, en sintomatología de DM.

Posteriormente, Jankowski et al., (2017) realizaron una adaptación del Body Project para hombres universitarios británicos entre 18 y 45 años. El formato del programa mantuvo las dos sesiones semanales de 90 minutos como el original, aunque en este caso se trató de un público universal. Los participantes que realizaron el programa obtuvieron descensos en la insatisfacción con la grasa corporal y la muscularidad, la internalización del ideal de muscularidad, el desarrollo de conductas orientadas al desarrollo de muscularidad, la comparación de la apariencia física, y un aumento en la apreciación corporal. Sin embargo, con excepción de la insatisfacción corporal, estos resultados no se mantuvieron en la evaluación de seguimiento transcurridos tres meses.

El estudio llevado a cabo por Almeida et al., (2021) se trató de una nueva experiencia de adaptación del Body Project para universitarios brasileños entre 18 y 30 años. En esta investigación se implementó un programa selectivo para hombres con insatisfacción corporal elevada aunque el formato continuó respetando las dos sesiones de 90 minutos. Se hallaron altos niveles de aceptabilidad de los participantes como así también descensos significativos en sintomatología de TA y DM, insatisfacción con la grasa corporal y la muscularidad, búsqueda de muscularidad e internalización de los ideales de delgadez y muscularidad. Asimismo, se halló un aumento en apreciación corporal. Estos resultados se mantuvieron en la evaluación de seguimiento transcurridos seis meses.

Por último, cabe destacar que a nivel local también contamos con un programa de factores de riesgo de TA y DM diseñado y evaluado en población universal adolescente de escuelas medias. Se trata del Programa en Imagen corporal para Adolescentes varones (PIA-V; Bidacovich y Rutsztein 2019) basado en su antecesor, el Programa en Imagen corporal y Autoestima (PIA; Rutsztein et al., 2019) para población femenina. El PIA-V es un programa interactivo basado en los principios de la disonancia cognitiva y la alfabetización en medios. La teoría de la disonancia cognitiva señala que las personas tienen una tendencia a cambiar sus ideas, creencias, emociones y actitudes cuando perciben la incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas. Es decir, cuando se registra una inconsistencia o disonancia entre las creencias y las acciones que uno lleva a cabo, se experimenta un malestar que motiva al cambio con el fin de reducir la inconsistencia percibida (Festinger, 1957). En este sentido, el PIA-V fomenta que los participantes adopten una posición contraria a sus creencias al proponer actividades en contra del ideal de belleza y con el fin de reducir la internalización de ese ideal. En cuanto a la alfabetización en medios, se trata de estrategias que apuntan a promover un pensamiento crítico sobre los medios de comunicación, y, en consecuencia, a reducir la credibilidad y la influencia persuasiva de los mensajes mediáticos. El uso de la alfabetización en medios tiene como objetivo fomentar una mirada crítica y deconstruir los mensajes que transmiten los medios masivos de comunicación vinculados con el ideal corporal, con el fin de producir un aumento de la conciencia y del escepticismo con respecto a las presiones socioculturales (Rutsztein et al., 2018). Por otro lado, este programa posee un formato interactivo, de tres encuentros semanales de 90 minutos de duración y con contenidos específicos adaptados a nuestra población. Resultados preliminares mostraron muy buenos niveles de aceptabilidad demostrando que los adolescentes varones de nuestro medio tienen interés en participar en estos programas. Asimismo, los participantes que realizaron el programa presentaron descensos significativos en sintomatología de TA, sintomatología de DM, internalización del ideal de delgadez y presión de pares. Por otra parte, se observaron descensos en variables como búsqueda de muscularidad, insatisfacción con la grasa corporal, e internalización del ideal de muscularidad, aunque estos descensos no fueron significativos. Al igual que en los estudios de McCabe et al.  (2010), Stanford & McCabe (2005) y Jankowski et al. (2017), los resultados podrían deberse al “efecto piso” característicos de los formatos universales independientemente del sexo. De hecho, este fenómeno también es muy común en estudios con mujeres (Wilksch, 2014). Mientras que los programas selectivos parten de puntuaciones más altas en las variables de interés, por ejemplo: elevada insatisfacción corporal, los programas universales no utilizan estos criterios de inclusión. En ese sentido, si los participantes presentan puntuaciones muy bajas en las evaluaciones iniciales, la sensibilidad a registrar cambios post-evaluación o al momento de seguimiento no logra captar diferencias estadísticamente significativas.

 

Conclusiones y direcciones futuras

 

Los estudios evaluados previamente permiten extraer algunas conclusiones valiosas. Se han determinado mejores resultados para los programas con formatos interactivos en lugar de los didácticos, que incluyen varias sesiones en lugar de un único encuentro y realizados tanto por profesionales, como por proveedores internos. A su vez, en cuanto a las características de los participantes, se han hallado mejores resultados en los programas selectivos en lugar de los universales, ofrecidos a hombres universitarios en lugar de adolescentes. A su vez, la disonancia cognitiva y la alfabetización en medios demostraron ser los principios más destacados para reducir los factores de riesgo o aumentar los factores protectores.

Siguiendo estos aportes, las principales indicaciones para futuros programas enfocados en varones deberían tener en cuenta la complejidad del espectro y considerar la presencia de factores de riesgo compartidos para el desarrollo de DM y TA. Por otra parte, debido a que la mayoría de los instrumentos de evaluación de TA han sido diseñados a partir de muestras de población femenina, la búsqueda de muscularidad que caracteriza a la imagen corporal en hombres, no suele encontrarse reflejado en la mayoría de estos instrumentos. Por último, si bien contamos con evidencia prometedora de resultados de eficacia en poblaciones selectivas universitarias, el desafío por mejorar los esfuerzos en poblaciones universales de adolescentes continúa siendo un desafío. El formato universal permite abarcar a una mayor cantidad de participantes y aprovechar el contexto escolar natural, pero presenta la desventaja del “efecto piso” en los resultados. Una sugerencia alternativa sería combinar el formato universal con análisis de resultados restringido a grupos de riesgo. De esta manera, permite la diseminación de los programas a una amplia cantidad de participantes y a su vez posibilita realizar análisis estadísticos posteriores a través de criterios como internalización de los ideales corporales, insatisfacción con la imagen corporal o conductas alimentarias disfuncionales.

 

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