Las luces de la cultura: El psicoanálisis en la sociedad actual

Introducción

En este trabajo trataré de abordar una serie de interrogantes que me surgieron  yendo al encuentro con el grupo de investigación de Psicoanálisis en la Facultad de Psicología. Desde el colectivo, observé cómo la luz verde que daba paso a los autos, no detenía a la gente. Una luz verde que da paso a los autos y a la vez una luz roja no frena a los peatones. Una luz que de forma simbólica instaura lo prohibido/permitido. Frente a una luz que no cumplió su cometido, los peatones apresurados deciden no aguardar y cruzan.    

¿Cómo hacer posible una terapia analítica en la sociedad actual? ¿Cómo dar espacio a la escucha, cuando se prioriza la mirada? ¿Cómo dar lugar al dolor, cuando se lo intenta callar? ¿Cómo detener lo que no quiere frenar?

Búsqueda hacia la felicidad

 En “El malestar en la cultura” Freud menciona que el yo reconocerá un mundo exterior que le proporciona las frecuentes, múltiples e inevitables sensaciones de dolor y displacer, que el principio de placer, amo irrestricto, ordena cancelar y evitar. Así, nace la tendencia a segregar del yo todo lo que pueda devenir fuente de un tal displacer, a arrojarlo hacia afuera.  La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Calmantes los hay de varios colores, tipos, tamaños. La calma se materializa disfrazándose en los objetos. Los seres humanos quieren alcanzar la dicha, la felicidad; para ello se busca la ausencia de dolor y de displacer. La búsqueda de una satisfacción irrestricta.

Freud llamará quitapenas a las sustancias embriagadoras, mediante su consumo es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación. ¿Cómo es posible que la cultura genere tanto malestar? ¿Es la cultura la luz mediadora de lo prohibido/permitido?    Entendiendo que la cultura “designa toda la suma de las operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales, y que sirven a dos fines: la protección del  ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres”[1]. Entonces, ¿esta protección y regulación genera displacer?  Cultura que instaura lo que se puede y no hacer, en continua generación desde mucho antes de nuestro nacimiento. Regulación vivida como una limitación al deseo. Pensado así, el ser humano se volvería neurótico porque no puede soportar la medida de frustración que la sociedad le impone en aras de sus ideales culturales. Freud en la Conferencia 20 plantea que la primera renuncia a las fuentes de placer se dará en la niñez cuando al niño se le prohíbe obtener una ganancia de satisfacción mediante la expulsión o retención de excremento. Los padres, funcionando como los portadores de una ley, le dirán que todo lo que ataña a esa función es indecente y que deberá mantenerlo en secreto, y que sólo podrá expulsar las heces cuando otras personas lo determinen. En este caso, los padres actúan como portadores y transmisores de las normas culturales. De este modo, intercambia placer por dignidad social.

Ésta, podría pensarse como la primera de las múltiples renuncias que deberá hacer el sujeto en función de su cultura. La frustración como condición social. ¿Cómo convivir con esa frustración? ¿Se puede pensar a la neurosis como una posible respuesta frente al sometimiento del sujeto al imperio de las luces que reglan lo permitido y lo prohibido? ¿Es posible pensar una cultura donde las luces del semáforo no determinen el malestar social?  ¿Se puede pensar en una sociedad sin cultura? ¿Hay otros modos posibles de habitar?

Pensar la cultura por fuera de la lógica de lo uniforme y estático, sino como una configuración producida por la sociedad que cambia al ritmo de ésta.

Sujetos a la cultura

Hoy se puede pensar en una sociedad muy distinta a la que encontró Freud en la Modernidad. Fue futurista al decir que “épocas posteriores traerán consigo nuevos progresos, acaso de magnitud inimaginable, en este ámbito de la cultura, y no harán sino aumentar la semejanza del ser humano con un dios”[2]. El imperativo categórico de nuestra época es “gozar”. Un goce sin límites, desmedido que no se liga y mortifica al sujeto. Y un deseo, que desde su ausencia, no puede acotarlo. Se produce una búsqueda por la semejanza con un dios todopoderoso, un Ideal imposible de alcanzar. Un ideal que no hace más que aumentar las exigencias del Superyó. Esta instancia crítica y moral, en la actualidad ya no prohíbe, sino que exige gozar más y siempre le resulta poco. Para evitar lo insoportable de la espera, el sujeto evita aguardar el cambio de luces. No busca someterse a la espera. Los sujetos se vuelven neuróticos por negar la castración, y esto, acontece en todas las épocas. La diferencia está en las respuestas subjetivas que darán, marcadas por un momento socio-histórico particular.

El sujeto actual, marcado por la época de la sociedad de consumo, adquiere productos que lo “llenan” de forma ilusoria, intentando sentirse completo, sin agujeros. Se puede pensar a partir de un ideal de que todo es posible comprar, hasta la propia felicidad, evitando así el encuentro con su propia falta estructural. En relación a esto, se puede relacionar con que hoy en día el discurso imperante es el capitalista. En el Seminario 17, Lacan lo agrega como el quinto discurso a los cuatro que había formulado anteriormente. Desvitaliza el lazo social, promueve el aislamiento y expresa un goce sin fin y un encierro autoerótico. Lo piensa como una prolongación del discurso del Amo, el cual se constituye sobre la base de la dialéctica del Amo y del esclavo. Lacan plantea la teoría de los cuatro discursos que tiene sus bases en la célebre fórmula “el inconsciente es el discurso del Otro”, esto significa que el inconsciente es el efecto de la palabra, del lenguaje sobre el sujeto. Sujetos hablados por un gran Otro. 

En esta ilusión de que “todo es posible”, se crea una sensación de bienestar que no se quiere abandonar.  Tomando la definición de “Salud” propuesta por la Organización Mundial de la Salud (OMS) la misma es “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”[3]. A su vez, define a la “Salud mental” como “un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”  [4]

¿Es posible concebir un “completo bienestar”? ¿Queremos llegar a un completo bienestar? ¿Y el deseo? ¿Y el motor para seguir andando? Partiendo de la base de lo complejo que es pensar en un estado de completitud, se puede pensar que es utópica la definición planteada. Por suerte. Un bienestar completo hace alusión a un goce autístico, sin posibilidad de hacer lazo con Otro.

Ahora bien, en cuanto a la definición de Salud Mental, también le agregan la importancia de trabajar de forma productiva y fructífera para contribuir a la comunidad. ¿A qué tipo de productividad se refiere? ¿Es posible entender una productividad por fuera de la lógica mercantilista? Con lo expuesto se puede relacionar que todo aquel que no contribuya con producciones a la sociedad no tendrá bienestar, y, por ende, también se lo despojará de su salud. ¿De qué salud se trata?

Ampliación de los sentidos: Un espacio para el habla y la escucha

Entonces, ¿cómo hacer hablar lo que se intenta callar? Se propone el análisis como un espacio para dejar hablar al sufrimiento fuera de cualquier juicio. Fuera del imperio de las luces verdes y rojas que juzgan lo prohibido y permitido. Para dejar hablar las voces que nos habitan e intentamos reprimir así como también alojar el dolor que invade y no cesa. ¿Cómo fomentar los efectos analíticos por sobre los terapéuticos? Delgado dirá en “Efectos analíticos, efectos terapéuticos. Un debate ético” que mientras estos últimos buscan “alivio y/o desaparición de un padecimiento del cuerpo y/o del pensamiento […] efectos analíticos refiere a una modificación en la relación de un sujeto con sus dichos, el sostenimiento de un espacio entre los enunciados y la posición de enunciación (…)[5]. A partir de esto, podemos decir que no hay enunciado sin un enunciador. El sujeto como responsable de sus palabras, y la posición de enunciador no como un lugar predeterminado sino a determinar. Siguiendo la posición del autor en este artículo, “el Otro social no demanda efectos analíticos, sino efectos terapéuticos”. El Otro social demanda el bienestar, el alivio, y si es posible extirpar los síntomas. En este punto, se ofrecen gran cantidad de prácticas en el mercado, que se engloban con el término sugestión. El psicoanálisis se diferenciará de éstas.

Desde la posición psicoanalítica, Aramburu expresa que “un psicoanálisis es una experiencia ética, estar mal en el  bien, se sostiene en el saber hacer ahí con el síntoma, e implica un duelo por el Otro.”[6] Trabajar desde el síntoma para llegar al núcleo del mismo, no buscar su desaparición. Dejar que hable, no callarlo. ¿Cómo habitar la cultura desde los propios síntomas? ¿Cómo convivir con lo que perturba? ¿Creando un Sinthome podría ser una forma?

Siguiendo la línea argumentativa de este autor “el síntoma en tanto singular, es el rechazo a toda dimensión de la universalidad del bien. La posición del analista de ubicarse en tanto objeto, produciendo el efecto división de sujeto tiene relación con la ética misma del malestar. La cuestión es qué hacer con ese malestar, qué hacer con ese resto irreductible para no taponarlo bajo ningún ideal, bajo ningún universal”[7]. Poder soportar ese malestar y trabajar en análisis desde el mismo. Es pensar el saber hacer allí con lo que está, algo distinto. Generar lo desigual en lo igual. Se puede decir que el analista debe poder soportar la tensión de los efectos terapéuticos y analíticos. Si bien el análisis se orienta a producir efectos analíticos, en el transcurso del mismo por añadidura se van produciendo efectos terapéuticos que generen cierta satisfacción en el analizante. El trabajo analítico no es sin costo. Freud menciona que en la práctica la reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua tarea para el analizado y en una prueba de paciencia para el analista. No obstante, es la pieza del trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre el paciente y que distingue al tratamiento analítico de todo influjo sugestivo.  Atravesar la transferencia en su cara resistencial, las resistencias estructurales y superar los mecanismos defensivos no es sin la persistencia y  compromiso por parte de analista y analizante. Freud manifiesta que “hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados[8]. El analista no deberá satisfacer las demandas.  De algún modo, esas fuerzas pulsionantes serán el motor del trabajo analítico que se llevará a cabo. Como en el andar cotidiano, en el andar analítico, será el motor del deseo el que impulse a hacer. Sin ese impulso, sin esa energía no hay nada que movilice al cuerpo.  Y en este punto, se podría decir que el discurso del analista es el reverso del discurso del Amo, ya que se ubica en el punto opuesto a toda voluntad de dominio. En su tesis de doctorado, Delgado menciona que “el encuentro de un sujeto con algo que despierta, que conmociona su realidad, plantea la interrogación de lo que anda mal, el síntoma. Una interrogación que instaura una demanda de saber, quizás una representación en torno de la cual reconstituir la realidad fantasmática”[9]. Se puede pensar que esta interrogación es la que llevará al sujeto a análisis. A partir de una pregunta, una resonancia en el discurrir de las palabras. Demandas de saber que necesitan ser escuchadas para pensarse.

Conclusión

  Detenerse para seguir. Callar para escuchar. El espacio analítico como un lugar donde uno se permita que otra cosa acontezca. Aguardar, hablar, escuchar, resonar, pensar, actuar. Recordar, repetir, reelaborar. Suspender la crítica, para dejar fluir las palabras y fomentar una escucha distinta. Escaparle al ideal de completitud a partir de saber hacer allí con lo que hay. Con lo que hay y está (aunque uno no lo crea). Hacer saber lo no sabido, y saber que hay saberes que no conoceremos.

Detenerse en el semáforo rojo. Detenerse y no sentir malestar por acatar una norma  socio-cultural. Saber aguardar. En la forma en que uno aguarde está la diferencia. Habitar la cultura desde la propia construcción del malestar, desde la propia subjetividad. Una espera, que siguiendo la lógica los efectos analíticos, procura que algo del sujeto aparezca. Nadie más que uno mismo se impone no frenar. Nadie más que uno mismo se impone la búsqueda del alivio. El análisis como un espacio para hallar la responsabilidad subjetiva y desde ahí actuar.

Bibliografía

- Delgado, O. (2012). La aptitud del psicoanalista. Buenos Aires: Eudeba

- Delgado, O. (2005) "Efectos terapéuticos, efectos analíticos. Un debate ético". En: La subversión freudiana y sus consecuencias. Buenos Aires: JVE Ediciones.

- Freud, S. (1930). “El malestar en la cultura”. En Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu. 2008.

- Freud, S. (1915 [1914]). “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, III)”, en: Obras Completas. Tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu. 2008

- Freud, S. (1917) Conferencias de introducción al psicoanálisis. 20ª conferencia “La vida sexual de los seres humanos”. En Obras completas, tomo XVI. Buenos Aires: Amorrortu.

- Freud, S. (1937) Análisis terminable e interminable. En Obras completas, tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu.

- Lacan, J., El reverso del psicoanálisis. Seminario 17, Paidós, Bs. As., 1992

- Organización Mundial de la Salud (1948). Constitución de la Organización mundial de la salud. [Documento en línea]. Disponible:  http://www.who.int/governance/eb/who_constitution_sp.pdf

 

 


[1] Freud, S. (1930). “El malestar en la cultura”. En Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu. 2008. Pág. 88

[2] Freud, S. (1930). “El malestar en la cultura”. En Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu. 2008. Pág. 91.

[3] Preámbulo de la Constitución de la Asamblea Mundial de la Salud, adoptada por la Conferencia Sanitaria Internacional, Nueva York, 19-22 de junio de 1946; firmada el 22 de julio de 1946 por los representantes de 61 Estados (Actas oficiales de la Organización Mundial de la Salud, No. 2, p. 100) y que entró en vigor el 7 de abril de 1948.

[4] Ídem.

[5] Delgado, O. (2005) "Efectos terapéuticos, efectos analíticos. Un debate ético". En: La subversión freudiana y sus consecuencias. Buenos Aires: JVE Ediciones. Pág. 289.

[6] Delgado, O. (2012). La aptitud del psicoanalista. Buenos Aires: Eudeba. Pág. 81

[7] Delgado, O. (2012). La aptitud del psicoanalista. Buenos Aires: Eudeba. Pág. 81

[8] Freud, S. (1915 [1914]). “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, III)”, en: Obras Completas. Tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu. 2008. Pág. 168.

[9] Delgado, O. (2012). La aptitud del psicoanalista. Buenos Aires: Eudeba. Pág. 86

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