¿Qué lugar para el psicoanálisis en el hospital general?

Introducción

En esta presentación, les relataré un caso de interconsulta realizada al equipo de psicología en la sala de pediatría del Hospital Jose María Penna, de la Ciudad de Buenos Aires. Luego intentaré algunas aproximaciones teóricas sobre la práctica psicoanalítica con niños en el marco hospitalario. ¿Es posible el psicoanálisis aquí?

Motivo de la interconsulta
Comenzaré por el principio como en todo relato. Nos solicitan una interconsulta a psicología por un niño de once años, renuente a la intervención de los médicos, quienes describen que se tapa con la sábana cuando se dirigen a él. Se trata de una segunda internación por neumonía y esta vez el rechazo es aún mayor. Por ello es que despertó la curiosidad de los médicos que preguntan si se trata de una depresión…

Nicolás y una sorpresa
Al llegar a la habitación, Nicolás estaba recostado y su mirada se dirigía a la pared. Ante mi saludo, responde y contesta escuetamente mis preguntas. Me dice que su mamá está afuera, que había salido un momento. Se lo veía molesto, apenas me dirigía la mirada de costado, con respuestas evasivas. Le pregunté por la escuela y me cuenta que quería irse del hospital, que tiene amigos y que quiere estar en su casa. Mientras con su mano derecha apoyaba su dedo índice como si fuera un lápiz sobre la pared y lo movía. Le pregunté si le gustaba dibujar y responde que sí. Repregunté si tenía hojas y lápices para hacerlo y para mi sorpresa se giró y bajó de la cama. Buscó en el placard un cuaderno y volvió. Ahora sentado, más próximo a mí, comenzó a mostrarme dibujos que venía haciendo, estableciendo un diálogo más fluido.
En este momento, ingresa el papá a la habitación para despedirse de Nicolás y se detiene al pie de la cama frente a él. Le pide que se porte bien, que le haga caso a los médicos… que él no podría volver en los días siguientes y enuncia “Vos ya sabés lo que me pasó”. Frente a esto Nicolás se repliega sobre sí, comienza a llorar y se tapa hasta la cabeza con la sábana. Al mirar interrogativamente al padre éste se quita una gorra y muestra un hueco en su cabeza, en la parte frontal, que me causó una fuerte impresión. Ante su silencio… le pedí que me aguardara afuera. Intenté dirigirme a Nicolás sin posibilidad que salga de este estado.

El accidente
Una vez afuera, el padre me cuenta que en julio de este año (3 meses antes) sufrió un accidente de tránsito, fue atropellado por un colectivo y se rompió el cráneo. Estuvo 20 días en coma, con altísimo riesgo de vida. Hoy, se encuentra con mareos que según comenta lo obligan a permanecer recostado casi todo el día y le cuesta desplazarse. Anteriormente trabajaba de albañil y ya no puede hacerlo. Dice sentirse impotente frente a esta situación, cuenta que recibe ayuda de sus vecinos. Todo lo relata con angustia y llanto, pero se agudiza cuando se refiere a Nicolás. Dice que es difícil para él verlo internado.

A los médicos
En el intercambio con el pediatra, le devuelvo que el niño no estaba como habían imaginado en un proceso depresivo, sino que estaba actuando en ese rechazo hacia los médicos, los efectos de una situación traumática asociada al accidente del padre, y que este episodio era totalmente significativo. Él médico dice estar enterado de esto pero no se le ocurrió en el pedido de interconsulta.

Al día siguiente…
Al entrar en la habitación de Nicolás, él me ve y se tapa, pero no de la misma manera que el día anterior… una mueca de sonrisa expresa en su rostro. Le pregunto si quería jugar a las escondidas conmigo y me dice que sí…

La madre
En la entrevista con la mamá, ella refiere que el accidente fue un golpe muy duro que trajo muchos cambios: ella se abocó al cuidado de su esposo y los hijos quedaban a cargo de algún vecino, dado que no cuentan con familiares cercanos. Comenta que algunos hijos lo veían al papá mientras estuvo internado, no así Nicolás. Recuerda que Nicolás parecía no afectado, “No decía nada”. En su discurso, ante la urgencia por el estado de salud del marido, había poco reparo en el niño, que quizás haya quedado invisibilizado. En otro momento comenta que a raíz de la neumonía, le dijo a su hermana que “se iba a morir”.
En el trabajo con la madre, el intento es poder ligar -para desligar- las escenas. El niño tuvo al papá internado en estado de coma, con temor a su muerte real, sin poder verlo ni preguntar ni llorar ni decir nada en ese momento y que se repite ahora al tener como único recurso frente a lo traumático, el repliegue sobre sí, la identificación en la enfermedad y caer en el silencio bajo las sábanas.

El juego de las bombas
Al regreso, Nicolás estaba incorporado en la cama y jugaba con el celular. Su actitud era diferente. Me muestra que estaba jugando a un juego donde había que dispararle a unas bombas que caían de arriba y “si te tocan, te matan”. Me enseña como jugar y comparte conmigo un juego cada uno. Pasamos un buen rato, él se reía. Al decirle que debía irme, me pregunta ¿ya te tenés que ir?

Algunas reflexiones
A lo largo del caso se escucha la falta de palabra frente al impacto traumático del accidente, que se verifica en el niño, en la madre y en el padre. La imposibilidad de nombrar este hecho es lo que insiste. Y luego se replica en el pediatra que realiza la interconsulta, como preocupación por una posible “depresión”, sin imaginar qué le podría ocurrir y mucho menos los efectos de semejante nominación.

Sobre el juego
Podríamos situar una secuencia de juego. El primero, un juego de apertura: “un niño dibujando en la pared” leído y sancionado como tal por la analista, a diferencia del médico que ve un niño que le da la espalda y niega su mirada. Se abre así la posibilidad de rescatar al niño que rápidamente toma la invitación y se dispone a su arte. Segundo juego: la escondida, permitir el despliegue de ese desaparecer debajo de la sábana que antes hablaba de una retirada de la escena y ahora aparece como lúdico y placentero en la sonrisa cómplice. Y por último, el juego de las bombas, que bien podrían simbolizar aquello que viene de arriba y te aplasta como un colectivo.
Este juego puede ser situado como Marta Beisim nomina un “juego de transferencia”, al que se arriba con juegos preliminares. Aquí la posibilidad de ser aplastado recae en el personaje del juego, ya no se trata de Nicolás. Y esto produce un claro alivio. El juego ofrece un marco, una escena de ficción que protege de un riesgo real, de la muerte que circula en todo el material. De jugando, se transfiere al personaje la inminencia de la muerte, su temor. El juego para el niño es una zona de descanso, protección y elaboración. Lacan en el seminario XII, dice “el juego es un fantasma tornado inofensivo” (LACAN 1965, 145) podemos agregar porque no tiene consecuencias en lo real. El riesgo se sitúa por fuera. Si el niño no jugara, lo traumático podría coagularse, tomar consistencia y volverse sintomático.

¿Cómo pensar la interconsulta? ¿Qué lugar para el psicoanálisis?
En principio, la interconsulta se trata de un pedido de intervención a otra especialidad precisamente en un punto donde aparece algún límite en el saber de la medicina. En muchos casos, resulta que algo de la función del médico vacila, trastabilla y apelar a su saber resulta insuficiente. Aquí, los pediatras se encuentran con un niño que se enferma a repetición lo cual ya es un interrogante, y además se resiste a ser revisado. ¿Cómo tratar un niño que se tapa cuando el médico se acerca?
La medicina se ocupa del organismo y sus enfermedades, forcluyendo (quizás necesariamente para poder operar) la subjetividad. El psicoanálisis que nada sabe de organicidad, se interesa más bien en el cuerpo (que se constituye como tal), atravesado por significantes y en su intervalo, el sujeto. En oportunidades como ésta, ante la pregunta del médico, se sucede un encuentro de discursos de la medicina y el psicoanálisis en el hospital, a partir de una clínica en común, con modos de intervención que serán diferentes. Lacan sitúa al psicoanálisis como extraterritorial, el analista debe ocupar otra posición para que sea posible su intervención. Tenemos un niño a la espera de ser escuchado como sujeto. ¿Qué significa la internación y la enfermedad para este niño? ¿Quién puede acompañarlo y sostenerlo? ¿Cómo escuchar su pedido si es sin palabras?
Para concluir, la medicina y el psicoanálisis se interpelan mutuamente desde el nacimiento de éste último y era ya una preocupación en Freud que el psicoanalista tenga un campo con derecho propio. Es necesaria la independencia para su interlocución porque como bien decía Freud “el tratamiento orgánico y psíquico no se ejecutan bien reunidos en una sola mano” (FREUD 1926, 228).

Bibliografía

Beisim, M. (1997) "Juegos de transferencia. La personificación y el equívoco en el análisis de niños." En Revista Redes de la letra, Buenos Aires, N°7.
Freud, S.(1926) "¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?" En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, tomo XX.
Lacan, J. (1965) “Problemas cruciales para el psicoanálisis”. En Seminario XII, clase del 19 de mayo de 1965.

 

Soledad Pintos. Licenciada en Psicología. UBA. Psicoanalista. Concurrente de Psicología del Hospital José M. Penna (Ciudad de Buenos Aires).







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