Staff
Intersecciones Psi
Revista Electrónica de la
Facultad de Psicología de la UBA
Año 11 – Número 41
Diciembre 2021
Secretario de Extensión, Cultura y Bienestar Universitario
Pablo Muñoz
Director General
Jorge A. Biglieri
Generación de Contenido
Pablo Fernández
Diseño
Agustina Espector
Diagramación
Alejandro Zeitlin
Colaboran en este número:
Gabriela Aisenson
Diego Eduardo Alonso
María Belén Banasco Falivelli
German Bidacovich
Santiago Candia
Renée Czerniuk
Luciana Della Pittima
Andrés Febbraio
Elisa Gómez
Matilde Jáuregui
Gerardo Larriba
Leandro Legaspi
Gabriel Lombardi
Violeta Miguelez
Lourdes Moulia
Graciela Peker
Martín Perli
Roxana Silvia Propato
Guillermina Rutsztein
Pedro Schargorodsky
Lila Solano
Viviana Valenzuela
Graciela Zunino
Editorial
En este nuevo número de nuestra revista Intersecciones Psi, cursando el segundo año de una pandemia que aún nos conmueve, acerco a nuestros lectores algunas reflexiones que presento a título personal pero que se vinculan con mi función en la Facultad de Psicología como Secretario de Extensión, Cultura y Bienestar Universitario, a cargo del área que se ocupa de coordinar los Programas de Extensión que realizan tareas asistenciales.
En nuestra Facultad, desde hace muchos años se vienen desarrollando actividades de este tipo a través de Programas de Extensión y es un área que ha crecido notablemente, sobre todo a partir del agravamiento de las condiciones socio-económicas de nuestro país en las últimas décadas. Su importancia es vital, pues permiten transferir a la sociedad los conocimientos producidos en la Universidad y habilita a los docentes y graduados a poner en marcha, a través del trabajo de campo, aquello que se enseña en el interior de las aulas, y a los estudiantes a tomar contacto con las realidades concretas que fueron aprendidas en forma teórica, a través de las clases formales y los textos escritos.
La dramática situación que estamos viviendo ha puesto a prueba a la Universidad en su conjunto y a la Extensión en particular, que ha pasado a primer plano. Me animo a concluir que en la Facultad de Psicología, gracias a Profesores, Docentes, Graduados y Estudiantes -junto con la contribución del personal no docente-, hemos podido todos juntos “reaccionar” rápidamente para dar respuestas a la desesperación de miles de personas que esperaban de la Universidad una contribución.
La rápida adecuación de la gran mayoría de los Programas de Extensión a la modalidad “a distancia” permitió que se diera continuidad a la asistencia -ya sea clínica, comunitaria, de asesoramiento, etc.- a un conjunto enorme de personas, profesionales de la salud e instituciones que, de no haber sido por ello, podrían haber quedado desamparados ante los efectos de la pandemia. Así es que hemos consolidado lo que conocemos como “teleterapia”.
Hay una imagen social muy arraigada: la del analista en su sillón detrás del analizante recostado en el diván. Se dice desde el diván. ¿Por qué? Responde Jacques Lacan: “hay que clinicar. Es decir, acostarse. La clínica está siempre ligada a la cama: se va a ver a alguien acostado”. Califica sin más la clínica como el encuentro con el enfermo. Klínicos en griego designa al que visita al enfermo en la cama (kliné). En la historia de la medicina, el surgimiento de la clínica en el sentido moderno implica un cambio de posición del médico: antes, su principal función era ayudar a los enfermos según los ritos y pautas culturales, aunque tuviere que ayudarlo a morir. La cura como su función aparece posteriormente. Con la clínica moderna la maniobra médica empezó a ser deducida de lo que indicaba el padecer establecido por lo que sucedía en la cama: el dato clínico.
Desde ese ángulo, en la clínica psicoanalítica no se trata del enfermo postrado en la cama sino de lo que se dice en un psicoanálisis, desde el diván. El diván es entonces un elemento estructural que no responde necesariamente a ritos y costumbres sino a la estructura de la clínica psicoanalítica. ¿Está dentro de la técnica? Es cierto que es una indicación de Freud pero en términos técnicos no es tan fuerte como la asociación libre. Y cuando justifica su empleo lo hace en una cuestión estrictamente personal: prefiero -nos dice- no verle la cara a los pacientes, que no me estén mirando todo el tiempo cuando tengo que atender ocho horas por día, prefiero este otro dispositivo. ¿Qué es lo que se evita en esa puesta en diván del cuerpo? Aunque Freud dé una razón personal, pueden buscarse razones estructurales. El diván produce un efecto de alivio por exclusión, no de la mirada o la pulsión escópica, sino de lo imaginario especular que está ligado a situaciones de control, rivalidad y tensión agresiva que se desatan automáticamente cuando alguien está frente al otro semejante. El diván es, pues, una herramienta con la que se cuenta para reducir lo especular que la experiencia conlleva (que gestos, muecas, movimientos etc., no velen lo que está más allá de la imagen). Aún más, hace que la atención de ambos, analista y analizante, se fije en torno al decir, más allá de las miradas y el supuesto diálogo. Se exalta así que se habla al Otro y del Otro.
En este aspecto, el ciberanálisis facilita deponer la tensión imaginaria, funcionando como un diván virtualizado. En tiempos de pandemia y aislamiento algunos pacientes que hasta ese momento hacían diván prefirieron continuar las sesiones por vía telefónica, arguyendo que la videollamada los incomodaba. Otros, por el contrario, requirieron esto último, mostrando la necesidad de contar, si no con el cuerpo, al menos con su imagen en el vínculo con el analista. “Qué bueno verte”, pudo decirme alguien. No hay aquí una norma técnica para recomendar, sino la coyuntura de cada vínculo analítico según cada momento del análisis.
No obstante, el diván entraña una cuestión insoslayable: “Es indudable -dice Lacan- que el hombre no piensa del mismo modo acostado o de pie, aunque solo fuera por el hecho de que en posición acostada hace muchas cosas, en particular el amor, y el amor lo arrastra a toda suerte de declaraciones”. El cuerpo acostado en el diván, sucedáneo de la cama, introduce connotaciones sexuales. El acostarse, el lecho, tiene resonancias sexuales. El diván introduce en la escena analítica el lugar de la sexualidad, pero como lugar vacío, lo cual involucra a la noción lacaniana de goce. Esto indica que no sólo se opera con lo que se dice, sino que la experiencia analítica se localiza en la intersección entre la estructura significante y el cuerpo.
Pablo Muñoz