UN PASADO QUE DEVIENE HISTORIA

“Todo está iluminado por la luz del pasado. Siempre está a nuestro lado, dentro, mirando hacia fuera”. 

Jonathan Safran Foer [1]

El objetivo de este escrito es analizar conceptos vinculados a la transmisión generacional enlazados a lo traumático bajo violencia social, a partir de recortes del texto de Rosa Lazarczuk [2]

“La rememoración es una reordenación del pasado que adquiere un nuevo estatuto de verdad en función de su relación con el presente, esto sugiere que, aunque no todos los elementos de una historia entran en la categoría de olvido debido a la permanencia de lo traumático, cada versión de la historia reinscribe un trazo nuevo sobre lo que fue en el incontenible fluir del tiempo” (WETTENGEL 2006, 51).
La versión de Lazarczuk se puede interpretar como un modo de resignificar el pasado familiar, de no olvidar, de hacer trabajar su memoria y su historia, de volverlo creativo. Un viaje al tiempo de sus ancestros, una remembranza de su infancia, un modo de historizar e historizarse. Un tiempo para tomar lo heredado y un tiempo para dar, un tiempo pasado transformado en historia.

La historia de Rosa
Rosa es hija de padres ucranianos que emigraron a la Argentina al finalizar la Segunda Guerra Mundial. De la línea paterna emigraron padres e hijos juntos y de la línea materna, partió solamente el padre y nueve años después trasladó a su esposa y a sus cuatro hijas para iniciar el proceso de reunificación familiar.
Al hacer memoria introduce su historia personal y testimonia sufrimientos, terrores, contiendas y también luchas, constancia y valentía.
Describe a sus abuelos maternos como misteriosos, herméticos y enigmáticos. Todos actuaban conforme a un código que solo ellos conocían. Todo ocurría puertas adentro.
Su abuela tenía la mirada lejana, distante e inexpresiva y pasaba mucho tiempo acostada. Su abuelo era autoritario, rígido y muy reservado. Eran creyentes cristianos y participaban del culto dominical donde cantaban y predicaban en ucraniano. Su abuela asistía cuando él decidía llevarla, una de sus hijas la tomaba del brazo para que no se comunicara con nadie. Terminada la reunión la familia regresaba a su casa evitando las tertulias. Ella solía caminar muchos kilómetros para llegar a la casa de algunas de sus hijas casadas. Pero estas tenían la orden de su padre de no recibirla y no dejarla pernoctar para que ese hábito no se hiciere rutina. La iglesia era uno de los pocos espacios sociales de la zona y posiblemente así se conocieron Eudocia y Adán. Rosa recuerda a él como un hombre ordenado y trabajador, cualidades que le permitieron lograr el progreso económico.
Eudocia, su mamá, vivía llorando y tenía miedo a la muerte. Visitaba dos o tres veces por semana al médico y estaba medicada con tranquilizantes. Nunca quiso quedar embarazada. Fue tan profundo su rechazo a la procreación que bajo las condiciones sanitarias de aquella época logró hacerse una operación para no tener más hijos. Aconsejaba a todas las mujeres de la familia y conocidas que se cuidaran. Rosa suponía que su abuela, su madre y sus tías fueron víctimas de violencia, crueldad y abusos ejercidos por los soldados que arrasaban las aldeas mientras su abuelo era prisionero de guerra. Los ejércitos sitiadores entraban a las poblaciones conquistadas entregándose desenfrenadamente al pillaje y a la violación sexual de mujeres.
En su relato expresa que su casa era un infierno, que sus padres vivían discutiendo. Su padre salía tres o cuatro días a trabajar y cuando regresaba, Eudocia lo rechazaba diciendo que había estado con otra mujer. Adán le pedía separarse pero ella le decía que se había casado para toda la vida. Por su estado de salud siempre había una empleada y cada una de las que han trabajado en su casa, fueron amantes de su papá. Una de ellas fue Angélica con quien tuvo un hijo no reconocido. Rosa la recuerda como una señora buena y contenedora.
Con siete años, Rosa comenzó la escuela en el poblado. De lunes a viernes vivía con sus abuelos paternos y un tío quien la ayudaba con la tarea escolar. Extrañaba su casa, a sus padres y a su hermano. Le costaba aprender, no lograba concentrarse. Solo esperaba los viernes para que su papá viniese a buscarla.
Cuando su mamá iba en la semana al pueblo, Rosa no quería ir a la escuela. Su mamá le ponía el guardapolvo y ella se lo quitaba y gritaba. Eudocia imponía su autoridad con un cinturón que ella recuerda en detalle, la llevaba siete cuadras hasta la escuela donde la recibía la maestra. Rosa lloraba, gritaba pero su madre daba media vuelta y se iba.
Cuando su abuela o su tía la mandaban a la carnicería a comprar carne, ella siempre pedía “pecho”. Esto hacía que muchas veces la reprendieran porque no era lo que le habían encargado. Rosa se sentía humillada y triste. Al año siguiente, vino su hermano Alejandro con quien se sintió acompañada.
Cuando inició el secundario fue a vivir a la casa de una señora que llamaba tía Adela y hospedaba a jovencitas estudiantes de la zona rural. Con ella mantenía largas charlas y recibía con agrado los consejos sobre los temas de la vida, la escuela y el futuro. En esa casa conoció el diálogo, la charla franca y pudo encontrar respuestas a tantas de sus preguntas. A los dieciocho años se graduó de Maestra Normal y su primer trabajo fue en una localidad vecina, su padre no estaba de acuerdo, quería que se quedara en la casa a cuidar a su madre, pero la crisis económica favoreció la salida.
Así continuó su carrera docente por diferentes escuelas rurales y conoció a quién fue su esposo con el que tuvo dos hijos.
Rosa nunca pudo asociar a la mamá a su obra social ya que al tramitar el documento cambió el nombre y apellido. Aparentemente cuando el gestor le preguntó por su nombre en castellano ella dijo “Eduvigis” ¿y su apellido? “Lazarezuk” y firmó de conformidad. De acuerdo a esta documentación su madre pasó a ser su tía, hermana de su papá, pues había cambiado su apellido de soltera por el de casada con el agravante del error ortográfico. Cuando su salud empeoraba el médico extendió un certificado para internarla en un psiquiátrico pero Rosa decidió llevarla a su casa y cuidarla hasta la muerte. Durante las últimas semanas de convalecencia, Eudocia manifestó algunos intentos de comunicación, a veces en castellano, otras en ucraniano. Sus últimas palabras expresaron su idea persecutoria sobre el temor a que su nieta, la hija de Rosa, estuviese embarazada.

Acerca de la transmisión psíquica generacional
En 1912 Freud escribió “Habremos pues de admitir que ninguna generación posee la capacidad de ocultar a la que le sigue hechos psíquicos de alta sustantividad”, y con esas palabras introdujo así en el corpus teórico del psicoanálisis la idea de lo transgeneracional.
El estudio de la transmisión psíquica permite visibilizar cómo el mundo representacional de individuos de una generación puede influir en las siguientes y como se repiten las esencias de la vida psíquica de los antepasados, los modelos de vínculos, los procesos identificatorios, la transcripción intrapsíquica, los patrones relacionales, las enfermedades, y las propiamente parentales.
“(…) Lo ineluctable es que somos puestos en el mundo por más de otro, por más de un sexo, el sujeto de un conjunto intersubjetivo cuyos sujetos nos tienen y nos sostienen como los servidores y los herederos de sus sueños de deseos irrealizados, de sus represiones y de sus renunciamientos, en la malla de sus discursos, de sus fantasías y de sus historias” (KAËS, 2006, 17).
Cada familia anudada en la trama sujeto-vínculo-cultura acoge al descendiente humano en el momento de su nacimiento y se hace cargo de modo preferencial, aunque no exclusivo, de la función de constitución subjetiva, a través de dos operatorias centrales, las de sostén y corte, y de procesos de investidura libidinal y narcisista de los descendientes. Dichas funciones se sustentan en la asimetría entre psiquismos constituidos y otros en vías de constitución.
La familia humana establece lazos afectivos que prosiguen de por vida y constituyen una de las vertientes posibles del apuntalamiento intersubjetivo del psiquismo. Contribuye, junto a otros dispositivos culturales, al establecimiento de la renuncia pulsional parcial posibilitadora de la convivencia humana. Conforma un campo sexual de alta singularidad, particularmente por las prohibiciones y prescripciones ligadas al tabú del incesto, considerado con las precisiones que colocan la prohibición de la violencia como otro de los ejes de regulación del territorio de lo familiar.
La sexualidad es uno de los ejes centrales de las vinculaciones familiares, justamente por el ineludible papel del contacto corporal afectivo y ligado a los cuidados del niño en la conformación de su psiquismo.
El ser humano no puede sobrevivir sin cuidados amorosos, y ello permanece como marca vincular de humanización. La familia supone la circulación pulsional y si bien puede manifestarse como proclive al desborde, dada la cualidad de los lazos de intimidad y proximidad, al mismo tiempo cuenta con dispositivos reguladores de la misma.
La familia es el terreno de una particular configuración de la sexualidad, ya que en ella coexisten por un lado, la pareja conyugal, para la cual la sexualidad está no solamente no interdicta sino también prescripta. Por otro lado, junto a dicha pareja los vínculos padres-hijos ofrecen otra perspectiva, dada la interdicción propia del tabú del incesto. Al mismo tiempo la sexualidad de los padres, atravesada por la castración y sujeta a represiones, es activa en lo que hace a la construcción de la sexualidad de los niños: a través de los procesos de crianza y de esa suerte de seducción inevitable que supone la asistencia específica, libidinizan el cuerpo del hijo, lo que estimula en este, canales erógenos vehiculizadores también de los deseos parentales que anticipan la identidad sexuada de aquel en vías de constitución.
F. André-Fustier y F. Aubertel (1997, 126) describen cuatro funciones del aparato psíquico familiar: de contenimiento, de ligazón, de transformación, de transmisión. En efecto una de las funciones del aparato psíquico familiar (tanto en el plano genético como en el plano estructural) es contener y metabolizar las angustias arcaicas de todo bebé para permitirle la construcción de un mundo interno sólido y coherente.
Este es un acoplamiento psíquico en primer lugar externo, que permitirá al bebé transformar sus vivencias sensoriales en vivencias psíquicas progresivamente ligables entre sí y representables en el interior de un yo en constante diferenciación.
1.- La función de contenimiento de las angustias arcaicas corresponde a la función de para-excitación, depositaria de los elementos simbióticos y de apuntalamiento de las experiencias en bruto del bebé.
2.- La función de transformación concierne al trabajo psíquico garantizado por el entorno familiar del niño, que recibe de las experiencias sensoriales del bebé y le restituye vivencias psíquicas.
3.- La función de ligazón, a la vez intrapsíquica e intersubjetiva, corresponde al hecho de que el recién nacido podrá utilizar esas vivencias psíquicas para progresivamente autocontenerse y organizar su propia psique, así como para establecer relaciones objetales en el seno de su grupo familiar, y luego en el exterior.
4.- La función de transmisión, en la sucesión de las generaciones, remite a la forma en que cada familia va a dar al niño las claves de acceso al mundo, la forma de aprehender el mundo externo y organizar el mundo interno. Es a partir de estas herramientas psíquicas de decodificación y las fantasías personales que cada niño construirá su mundo interno. Con la función de trasmisión psíquica, resulta introducida la dimensión histórica del aparato psíquico familiar. Así se articulan dos dimensiones estructurales de la familia: una dimensión intragrupal (actual) y una dimensión generacional (histórica).
René Kaës (1989,128) expresa que “todo vínculo está organizado por alianzas inconscientes, tales como el contrato narcisista y el pacto de negación. Toda familia se funda en vínculos de alianza que los sujetos de la filiación deberán tomar en cuenta para construir su propia identidad de sujeto individual y de sujeto de grupo. La construcción de los vínculos de generación se apoya en organizaciones interdiscursivas, en las que está tejido el sujeto singular y a partir de las cuales él realiza su propia construcción, imaginaria y simbólica que se nutre en dos fuentes: una es intrapsíquica y la otra emana del conjunto en la que se encuentra el sujeto”.
El contrato narcisista – que es el operador central de esta construcción- es investidura recíproca y discurso dirigido, y en este sentido, es un elemento constitutivo de la intersubjetividad. Piera Aulagnier (1975,163) señala que “se instaura gracias a la precatectización por parte del conjunto del infans como voz futura que ocupará el lugar que se le designa: por anticipación, provee a este último del rol de sujeto del grupo que proyecta sobre él”.
Otra modalidad de trasmisión es cuando se organiza a partir de lo negativo, de lo que no advenido, lo que es ausencia de inscripción y representación, está encriptado sin espacio de trascripción y de transformación, sin apuntalamiento. Es así que se erige como una patología parental. René Kaës (1987) llama "pacto de negación" a la formación intermediaria genérica que, en todo vínculo (pareja, grupo, familia o institución), condena al destino de la represión, la negación, la renegación que mantiene en lo irrepresentado y en lo imperceptible, todo aquello capaz de cuestionar la formación y el mantenimiento de ese vínculo y las cargas de las que es objeto. Es el ocultamiento de lo intolerable en una alianza vincular. Puede considerarse como uno de los correlatos del contrato de renuncia, tanto de la comunidad de cumplimiento de deseo, como del contrato narcisista. Es su reverso y es su complemento.
Cuando en un vínculo prevalecen el pacto denegativo o el pacto narcisista alienante, el discurso deviene «monofónico», tiende a hacer escuchar solamente una voz, que repite siempre el mismo discurso, no autoriza más que las mismas representaciones y solo reconoce el mismo sentido. Exige que cada uno hable y experimente con una sola voz. El sujeto deviene «sordo» a sus divisiones y a sus conflictos como ocurre en la familia de sus abuelos maternos.
Nicolás Abraham y María Törok (1987) plantean que “las transmisiones transgeneracionales traumáticas sin elaborar pueden vehiculizarse como silencios, negaciones, pasajes al acto u otras manifestaciones encubridoras. Es una transmisión que adolece de falta de significación”.
En la familia de Rosa, del lado materno hay una historia de secretos, ocultamientos, traumas, desamparos, dolor, duelos inconclusos, violencias que dejaron profundas huellas de desvalimiento en las mujeres.
Quizás por ello, lo traumático bajo condiciones de violencia social llevó a estas mujeres a una pérdida de equilibrio y seguridad y a vivencias de desamparo, a estados de obnubilación, falta de conciencia, pérdida de significaciones y de explicación de lo ocurrido, entorpeciendo un proceso de integración armoniosa. Este pasado, silenciado o mantenido bajo secreto, estos vestigios sin sentido de un acontecimiento inaceptable están fuera del alcance de un trabajo psíquico, pero van a molestar la psique, permaneciendo en estado bruto, condenados a la repetición y ofrecidos a las identificaciones de la generación siguiente con la secreta esperanza que algunos de los hijos, herederos y suplentes narcisistas, puedan hacer el trabajo no realizado.
Más allá de las suposiciones lineales, el trauma es desestructurante, por disruptivo y por la intensidad de lo que provoca, por la ubicación que toma de ser ajena al sujeto por quedar fuera de todo sentido o inscripción subjetivos, por inesperado y por violento.
Los afectados y sobrevivientes de acontecimientos traumáticos tienen la historia y memoria de su pasado en la dimensión presente, sin poder alcanzar su absorción o su tramitación psíquica. En el caso de su abuela, probablemente el exilio hacia el otro lado del mundo a tierras desconocidas, no solamente no fue algo que la compensó de sus sufrimientos anteriores sino más bien agregó otro dolor imposible de superar: el del desarraigo. Quizá en esa situación terminó con una desorganización psíquica con características de tipo psicótico y eventuales episodios delirantes. A veces, estas son respuestas límites que operan en defensa de lo intolerable del conflicto psíquico, en las que por ejemplo, se puede perder temporalmente la orientación espacial y temporal. Podría suponerse que por todas estas manifestaciones de su conducta la tenían tan controlada.
La madre de Rosa, nace y crece en un entorno de violencia, miseria, hambre y terror, dentro de una cultura rural desguarnecida y muy atravesada por el rigor religioso. Lo tramita psíquicamente como puede y con los recursos que alcanza a construir y hace el intento, con el padre reclutado y luego prisionero de guerra y con la madre en el mayor desamparo viendo cómo sobrevivía con sus cuatro hijas.
En el momento del hecho traumático, algo se desprende del mundo simbólico del sujeto, queda sin representación y a partir de entonces ya no será vivida como perteneciente al sujeto, queda ajeno a él. Le es difícil o imposible hablar de lo padecido, no se lo integrará a la experiencia y sus efectos pasarán a otros espacios que él no domina. El trabajo psíquico será una lucha entre el sufrimiento y sus formas de subjetivación o de su renegación.
Francoise Doltó plantea “lo que se calla la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo”, las respuestas hipocondríacas de su mamá muestran su imposibilidad de salir de su encierro traumático dando lugar al clivaje. Se trata de una prehistoria caracterizada por la fijación a un núcleo desvitalizado, que marca la vigencia de sucesivas neurosis traumáticas donde la importancia de la traducción de padres a hijos fracasa.
Suponiendo que su madre no haya tenido manifestaciones de orden psicótico en la infancia, es posible que dadas las circunstancias externas, haya desarrollado en la niñez una potencialidad psicótica por quiebres en los sostenes identificatorios y situaciones de extrema violencia, quizá también violaciones que tuvo que presenciar o de las que podría haber sido víctima. Es una de las líneas para entender su fobia y control obsesivo por los embarazos. Si eclosionó en psicosis franca no queda claro pero sí parece más probable que tuvo episodios de arrasamiento de angustia. Su vulnerabilidad psíquica fue la tragedia de su vida.
Green (1980), en su sugerente trabajo «La madre muerta», describe un tipo especial de duelo en el que el objeto, a causa de un duelo propio u otros acontecimientos de la realidad, retira bruscamente las investiduras sobre el hijo y se convierte en una madre que no está psíquicamente disponible. Es vivido como un trauma narcisista que implica no solo la pérdida del amor del objeto sino también la pérdida de sentido. Las consecuencias pueden ser la desinvestidura del objeto materno y la identificación inconsciente con la madre muerta, en una identificación primaria, especular, mimética, él mismo deviene el objeto y esto es una identificación alienante: “Solo existe el sentimiento de un cautiverio que despoja al yo de él mismo y lo aliena en una figura irrepresentable”. Esta identificación primaria con la madre muerta transforma la identificación positiva en negativa, es decir se identifica con el agujero dejado por la desinvestidura y no con el objeto. Podríamos pensar que Eudocia vivió cautiva e identificada a agujeros intramitables Su sufrimiento psíquico lo tradujo en organizaciones sintomáticas, enfermedades, ideas persecutorias. Estas aparecen como formaciones de compromiso entre el deseo inconsciente y las exigencias de la realidad y el superyó.
La transmisión puede ser fundamentalmente transmisión de agujeros representacionales, como afirma S. Tisseron (1997) “cuando en una generación algo no es hablado (por vergüenza, angustia, temor, etc.), queda como lo indecible, pasará a la generación siguiente como innombrable y a la tercera, como impensable”.
La idea de indecible evoca la prohibición que afecta a la palabra; la de innombrable la exclusión del Nombre del Padre (Kaës, 1989); en cuanto a la de impensable, evoca un espacio inasible, de paredes resbaladizas a las que al niño le cuesta sujetarse. En el nivel de la familia, lo innombrable acaba por poner en cuestión la pertenencia; el rechazo o la conclusión de lo ancestral de los dos padres o de uno de los padres genera confusión entre generaciones, distorsiones de los roles y de los lugares de cada uno.
Si pensamos en la generación de los hijos nos preguntamos por las apoyaturas y apuntalamientos, los modelos identificatorios, el discurso, los sistemas de ideales ofrecidos.
La mamá de Rosa se movía con una fuerte contradicción entre presencia y ausencia, con una matriz de vínculo dual primario y cortes drásticos. En ella funcionaba una indiscriminación en el reconocimiento del otro como separado y distinto, tenía poco registro de la exterioridad del otro. Ella podía estar amorosamente presente para ponerle el guardapolvo a su hija y luego dar media vuelta e irse y dejarla a Rosa a los gritos y desesperada de angustia: porque no había otro remedio o porque así eran las cosas de la vida o porque no tenía recursos para ofrecer contención o todo junto. Rosa recibió los mejores recursos simbólicos de su padre que tenía una mejor organización psíquica. Es más, la integración de Angélica a la organización del grupo familiar sucede como única respuesta que encontró Adán ante la negativa de Eudocia a separarse por motivos religiosos.
Angélica fue una buena influencia para Rosa aunque sus padres vivieran en permanente tensión y conflicto que enloquecía a los niños. Que el resto de la familia lo tolerara, solo puede entenderse en razón de que Angélica era la doméstica que acompañaba y contenía.
También en su adolescencia contó con personas significativas como la cuidadora, tía Adela, que la acompañó desde el afecto y desde una orientación más acorde con la realidad de su vida y de su tiempo.
Rosa, más allá del vínculo dual con su madre, contó con apuntalamientos múltiples ofrecidos por familiares y miembros de la comunidad que garantizó el armado psíquico y favoreció la curiosidad y el deseo de saber y aprender. Así, con voluntad y dedicación, se graduó como Maestra Normal Nacional, suceso significativo por aquellos años en el Chaco.
Se puede pensar que en esta familia hay un esquema vincular y cultural que se repite transgeneracionalmente. Rosa tuvo que “emigrar” (como lo hicieron sus abuelos y sus padres) del campo al poblado para cursar la escuela y le tocó vivir, durante la semana, con familiares que no eran sus padres. Es algo que se le impuso y por su carácter imperativo, genera sufrimiento.
Sin duda es una herencia psíquica difícil de administrar pero la calidad de oportunidades sociales que recibió durante su infancia y adolescencia le permitió un buen armado narcisista y escapó esencialmente de los sufrimientos psíquicos asociados a la transmisión. Tal como lo destaca Silvia Bleichmar (1986) “Entre los caracteres primarios de los progenitores y las vicisitudes que atraviesan la historia del niño se producen fenómenos de transformación por efecto de la inclusión de novedades y traumatismos en su vida psíquica que evitan la repetición lineal de la herencia edípica e imponen aspectos novedosos que aparecen en sus producciones, como fantasías de transformación y cambio.”

Referencias bibliográficas
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4. KAËS, R., FAIMBERG, F. y otros. (1996) Transmisión de la vida psíquica entre generaciones. Buenos Aires: Amorrortu, 2006.
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12. ROJAS, M.C. Pensar la/s familia/s hoy: estar solo, con otro.
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Notas
[1] Safran Foer, Jonathan, Everything is Iluminated, Estados Unidos, Warner Independient Films, 2005.
[2] Lazarczuk, Rosa, Pan Blanco, Argentina, Editorial Los Elegidos, 2008.

Norma Patricia Mychajtyszczuk. Profesora y Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad John F. Kennedy, Argentina. Actualmente cursa la Especialización de Psicoanálisis de Niños y Adolescentes en UCES y el Post-título de Educador/a en Sexualidad y Género en UBA. Trabaja como Educadora en la Escuela Domiciliaria N°1 y Psicopedagoga en el Equipo de Orientación Escolar 10 del Ministerio de Educación del G.C.B.A. Contacto: Esta dirección electrónica esta protegida contra spambots. Es necesario activar Javascript para visualizarla

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