Detrás del “puro cuento”, la palabra propia

 

Alicia Fainblum, docente de la carrera de Psicología, conversó con Intersecciones Psi acerca de la formación e intervención del psicólogo en relación a la temática de discapacidad. Destacó la necesidad de profesionales atravesados por una cuestión ética, con una mirada que atienda la singularidad de cada sujeto. “Efecto terapéutico sería generar una posición sujeto, posición de autonomía respecto de la determinación de un Otro”, aseguró.

 

¿Cómo surgió la cátedra de Psicología de la Discapacidad?

Presenté el proyecto de la materia hace mucho tiempo, pues he sido parte de los muchos graduados que nada sabía de las incumbencias de nuestra profesión en relación al trabajo con personas con discapacidad.

¿Ya había trabajado el tema en otros ámbitos?

Sí, soy profesora de educación especial, así que en un primer momento fui construyendo el rol del psicólogo en el área educacional, repensando muchas cuestiones, reelaborándolas. Siempre digo que en el profesorado, en relación al trabajo con personas con discapacidad, he sido producto más de la deformación que de la formación.

¿En qué sentido "deformación"?

En el sentido de que me “deformaron” para intervenir desde una posición sobre la cual en este momento intento hacer conscientes a los alumnos, respecto a las consecuencias iatrogénicas que tiene, me refiero a una posición reeducativa, tendiente a crear rendimientos comportamentales, desde una perspectiva reparatoria y centrada en el déficit. Después tuve la oportunidad, al transitar la Facultad, desde mi formación profesional y a partir del deseo, de repensar muchas cuestiones y así reposicionar mi mirada y con ello mis intervenciones.

¿Cómo fue el proceso tras la presentación del proyecto?

Al presentar el proyecto, encontré que en ninguna carrera de psicología de ninguna universidad de nuestro país, ni pública ni privada, estaba la materia. Hace 20 años, prácticamente no había ningún tipo de especialización en el tema, situación que también se observaba en otras disciplinas. Si bien esto fue cambiando, no sólo al nivel académico sino también social, estimo que la creación de la materia en nuestra Facultad constituyó un acto fundante, porque progresivamente se fueron generando efectos, en el sentido de nuevos espacios en los que se dio cabida a la problemática, tanto en nuestra Facultad como en otras unidades académicas que demandaron el intercambio de la experiencia.

¿Había un interés en los psicólogos de aproximarse al tema?

Sí, aunque también creo que había una cuestión bastante resistencial respecto al tema, que tal vez hoy persiste, pero más fuerte en aquel entonces. Esto lo identifico, por ejemplo, en la pregunta de colegas, que me dicen: “Vos sos psicoanalista, ¿qué hacés en discapacidad?”, como suponiendo que al estar en juego una problemática de discapacidad la persona queda excluida de la condición de todo sujeto humano. Por ello, no puedo dejar de leer en sus decires una cuestión que hace resistencia. Sin embargo, el número de inscriptos a la materia superó nuestras expectativas. Así que sí, efectivamente había interés en los estudiantes de formarse en temas no contemplados tradicionalmente en la formación académica. De hecho, esta es una materia electiva que siempre ha tenido un alto número de inscriptos.

¿Qué efecto produce en las miradas sobre la discapacidad que estudiantes que han cursado la materia, motivados a involucrarse más en el tema, hoy recibidos decidan desempeñarse en este campo?

Es un efecto de reproducción que notamos muchísimo. Entre las actividades que realizábamos en la cátedra existía la aproximación progresiva al conocimiento de la práctica profesional, mediante la concurrencia de los alumnos a una institución en la que hacían una entrevista al psicólogo y/o equipo. Se trataba de que pudieran hacer un análisis a partir de cuestiones teóricas que abordamos en la materia, en la cual no nos restringimos a pensar sólo en quien tiene una discapacidad y su familia, sino también poder pensar en qué nos pasa a nosotros, a los sujetos que encarnamos los profesionales, en relación al tema discapacidad. En las primeras entrevistas con otros profesionales, identificamos que estaban inundados de esta concepción de profesional reeducador, mirando sólo la cuestión de la rehabilitación, con afirmaciones muy fuertes, muy impregnadas de representaciones sociales más que de cuestiones conceptuales. Con el tiempo, nos fuimos encontrando cómo los graduados de nuestra Facultad que hicieron la materia estaban trabajando en un gran número de instituciones, y cómo en ellos habían hecho marca cuestiones de la transmisión que aparecían reproduciéndose en lo institucional.

¿Qué cuestiones intentan transmitir en el ámbito de la materia?

Nuestro interés es no sólo transmitir un bagaje teórico, que es necesario e ineludible, sino generar un efecto de formación que pueda ir más allá, en el sentido de provocar un reposicionamiento respecto a la temática, que el alumno pueda ser atravesado por una cuestión ética. También, transmitir el valor de una práctica reflexiva. La idea es que el alumno pueda valorar la posición de un profesional que se interrogue respecto a las cuestiones del propio “qué-hacer”. Ahora bien, cuando digo ética hablo especialmente de una ética desde la que se da el respeto y la consideración del  sujeto; ética que entendemos como el fundamento que haría de brújula a todo acto profesional. 

Psicología de la Discapacidad está asociada a la Práctica Profesional “Discapacidad: Intervenciones en la Niñez y Adolescencia”, ¿por qué consideraron necesario un espacio para la práctica?

La Práctica fue producto del interés de los alumnos, que preguntaban cómo seguir en el tema, porque la cursada, desde ya, no agota la temática, ya que el campo de la clínica de la discapacidad es amplio y complejo como para agotar su desarrollo en un cuatrimestre; por ello, la materia sería una apertura hacia ciertas cuestiones centrales e interrogaciones que nos plantea la problemática abordada. En ese entonces, habíamos firmado un convenio con la CONADIS (Comisión Nacional Asesora para la Integración de las Personas con Discapacidad), donde se diagnosticaba la falta de profesionales en general y de psicólogos en particular formados en el tema. Fue así que la Facultad decidió crear la Práctica Profesional encomendándome la elaboración del proyecto de esta materia y su puesta en acción.

Se trata de un acercamiento mayor y directo al rol del psicólogo, interviniendo interdisciplinariamente en el trabajo con personas con discapacidad a través de distintos dispositivos: Centro de Día, Estimulación Temprana, Escuela de Educación Especial, Equipo de Integración Escolar. Si bien las materias no son correlativas entre sí, se advierte esta necesariedad entre teoría y práctica. Por supuesto, intentamos que no haya un abismo entre la teórica y la práctica, pero el orden de la diferencia siempre está, hiancia que posibilita que podamos anclar la reflexión de los alumnos y a partir de allí promover en los mismos la elaboración de posibles nuevas estrategias y propuestas.

¿Por qué Psicología de la Discapacidad?, ¿desde qué posicionamientos se orientan?

El nombre de la materia me gustaría aclararlo, porque puede deslizarse hacia una idea equivocada acerca de nuestra posición. Hay una diferencia entre la Psicología de las Discapacidades y la Clínica de las Discapacidad. La Psicología de las Discapacidades, que sostienen muchos profesionales y con la cual disentimos, es aquella que postula ciertas características de personalidad a partir de la discapacidad, ciertas características por igual a partir del diagnóstico orgánico, es decir, esta idea de la “psicología del ciego”, la “psicología del sordo” o la “psicología del down”.  Esta postura de la “Psicología de las Discapacidades”, que postula ciertas características psíquicas por igual a partir del déficit orgánico es una falacia, y lo es porque, desde ya, lo psíquico no es una consecuencia directa de lo orgánico. Esta perspectiva implica desconocer la singularidad que caracteriza a todo sujeto humano, tenga o no tenga discapacidad. Implica afirmar efectos fijos y anticipables a partir de un diagnóstico médico, haciendo posible, entonces, que “el diagnóstico haga destino”. Quienes adhieren a esta perspectiva, desde un saber anticipado, suelen condicionar los caminos; al clasificar, generalizan excluyendo toda consideración de la singularidad subjetiva, homogenizando a partir del diagnóstico y generando efectos iatrogénicos desubjetivantes. Por eso entendemos la “Psicología de la Discapacidad” como Clínica de la Discapacidad, pero no en el sentido tradicional de “clínica”, de vertiente médica de intervención psicoterapéutica, sino clínica en el sentido de la mirada clínica, del caso por caso, de la singularidad. Es decir, la Psicología de la Discapacidad en términos de una Clínica de la Discapacidad incluye la psicoterapia, pero la excede, abarcando una diversidad de intervenciones.

Nosotros no incluimos en el universo de lo que se considera discapacidad a algunas patologías que, desde nuestra perspectiva, no son de origen orgánico. Hoy en día está muy en boga, con el auge de las neurociencias y la vertiente cognitiva, este discurso sobre el autismo, el TGD y sus causas orgánicas. Por el momento, lo desecho. Que haya una disposición, que se considere lo constitucional de las series complementarias es toda una cuestión que no se excluye, pero están en juego factores de otro orden, no orgánico. Por eso, no incluimos en el universo de discapacidad graves patologías psíquicas como el autismo o la psicosis.

¿Podría decirse que esta tendencia a la generalización y clasificación atraviesa todo el discurso social en relación a la discapacidad y no solamente a la Psicología? ¿Cómo deconstruir, como profesional, esta concepción?

Sobre los profesionales yo suelo decir que muchos transforman la teoría en el lecho de Procusto. Procusto es un personaje de la mitología griega que invitaba a los viajantes a pernoctar en su lecho y los recortaba a la medida del mismo; al que era alto le recortaba lo que le sobresalía y al otro lo laminaba a la medida del lecho. A veces los profesionales operan con la teoría como Procusto con el lecho. No sólo en cuanto a discapacidad, sino en otras cuestiones; es esta idea de “un neurótico tiene que responder a esto, esto y esto”. Es un querer modificar la realidad para que coincida con la teoría, entonces poder sentir que no falta nada por saber, cuando en relación al sujeto, cuando hablamos del caso por caso, inevitablemente hay que enfrentarse con la incertidumbre, con acceder a un saber que está en el otro. Esto es una general de la ley, pero en el campo de la discapacidad, como irrumpe de una manera muy real esto del límite, la falta, lo que los psicoanalistas referimos como la castración, hay una tendencia a generalizar y a atribuirse un saber acerca del otro, como una manera de tapar esa angustia que suele generar la falta. Es un campo en el que hay que advertir un poco más esta tendencia, que no está presente sólo en los psicólogos, sino también en los profesionales de otras disciplinas y en el discurso social en general, por eso en la materia trabajamos las representaciones sociales en relación a discapacidad.

¿Cuáles son aquellas representaciones sociales con las cuales trabajan?

Las abordamos no solo identificándolas, sino analizando su vertiente defensiva, como aquella construcción social desde la cual se suele asignar a quien tiene una discapacidad determinadas características que suelen ubicar al destinatario en los márgenes de lo específicamente humano, sea por la atribución de algo positivo como de algo negativo. Si revisamos un poco la historia, siempre estuvo presente esta tendencia a pensar a las personas que tienen una discapacidad en una posición de naturaleza diferente, porque si tienen naturaleza diferente “entonces a mí no me va a pasar”. En ese sentido es una cuestión defensiva, que sirve para ubicar al otro en el lugar de la carencia; como el otro carece,yo tengo para darle. También existe desde las representaciones sociales una tendencia a la infantilización; generalmente, cuando se habla de discapacidad se habla del niño y quienes no son ya niños son mirados  desde esa perspectiva no reconociéndoselos en su condición de joven o adulto. La impronta de esta representación social se pone de manifiesto en la escasez de escritos y desarrollos en el campo teórico acerca de adolescentes y adultos. Asimismo, otra cuestión que suele quedar ignorada es la sexualidad, en relación a la cual circulan  representaciones. Es así que se hace  necesario revisar estas concepciones, que son del sentido común, que no tienen fundamento epistemológico y que pueden ponerse en juego en los sujetos profesionales, desvirtuando las intervenciones.

¿Cómo pueden hacer los nuevos profesionales para correrse de esas concepciones?

Yo suelo decirles a los alumnos, que a veces vienen con la idea de recibir recetas, que no hay tal cosa, pero lo que sí creo que hay es un trabajo continuo e ineludible, en la práctica, en la clínica, de repensar nuestro rol en un marco interdisciplinario, de interpelar a un otro, de intercambiar, de compartir la reflexión, de revisar los presupuestos. Nada se agota en la mirada de una disciplina; ni en el trabajo aislado y solitario. Es necesario reconocer los límites propios, los de la propia disciplina y la necesidad de intercambio con los otros.

Por eso, lo que intentamos transmitir para la futura práctica de nuestros psicólogos es que si bien es imprescindible una formación teórica sólida, no alcanza sólo con eso. Proponemos un profesional reflexivo, reflexivo no sólo acerca de lo que le pasa al otro sino de lo que le pasa a uno mismo en relación a ese otro. Intentamos que este trabajo se realice desde una ética que privilegia al otro como sujeto singular. Creo que si hay algo que en la intervención concreta intentamos transmitir es el trabajo continuo, el constante volver a preguntarse acerca del propio qué-hacer. Como profesionales, no podemos saber todo por anticipado, sino que se trata de abrirse a lo inesperado. Al intervenir, se produce un efecto que es necesario retomar para poder ser luego repensado.

¿Cuáles son los efectos terapéuticos del trabajo clínico?

Ya sea que trabajemos en el ámbito educativo o en otros espacios, los efectos de la clínica de la discapacidad son terapéuticos no en el sentido de una psicoterapia, sino que son terapéuticos siempre que haya un efecto de autonomía en el sujeto, de posibilidad de conectarse con lo propio, de desarrollar la posibilidad de sostener la palabra propia, de elección y responsabilidad subjetiva. Generalmente hay una suerte de cuestión de quienes se arrogan el saber de la vida del otro, de lo que siente, de lo que quiere, de lo que es mejor para él. Efecto terapéutico sería generar una posición sujeto, posición de autonomía respecto de la determinación de un Otro.

En “Discapacidad. Una perspectiva clínica desde el psicoanálisis”, usted se refiere a la terapia psicoanalítica en pacientes con sordera…

Discapacidad intelectual y sordera son casos paradigmáticos que se han excluido del campo del psicoanálisis. A esto yo lo leo como algo defensivo y resistencial. Cada discapacidad nos abre interrogantes y particularidades: ¿Es lo mismo escuchar que oír?, ¿es lo mismo ver que mirar? Quien tiene sordera no oye, pero ¿no escucha? Esto trabajo en el libro. Muchos profesionales (no por causas sensoriales) no escuchan, identificamos que presentan un punto ciego o una sordera que no son de orden de orden sensorial sino psíquico.

Respecto a la sordera, históricamente, ha habido un modelo hegemónico de la oralización, con todas las consecuencias nefastas, iatrogénicas que tiene. En este sentido —ya que estuvimos hablando del discurso social­— se habla de “el sordo mudo”; yo diría, “el sordo, ¿mudo?”. Esta idea es una falacia. El problema es que lo podemos enmudecer. El psicoanalista que trabaja con sujetos con sordera, a la par de su deseo de analizar, es necesario  que conozca la lengua de señas. Acá, al igual que en cada campo, —por suerte—hay un gran debate.

¿Y en cuanto a la discapacidad intelectual?

En estos casos muchos profesionales eligen trabajar sólo con las familias, como si no hubiera un sujeto allí donde está presente un déficit a nivel intelectual. Acá se abre otra discusión: una cosa es la discapacidad intelectual y otra cuestión es la debilidad mental, que la puede presentar alguien que no tiene discapacidad. Al debilitamiento subjetivo —esto de sostener al otro— lo pensamos como inducido por las intervenciones profesionales que mencionamos y por ciertas cuestiones propias, que conducirían a que se instale este posicionamiento, entendido como sobreagregado, es decir, que no es patognómico de la discapacidad, sino que se trata de otorgarle valor de verdad a la palabra del Otro, de claudicar y renunciar a lo propio muy rápidamente, de no habilitarse, de pedir la autorización constante del otro para lo que fuere, para poder emitir una palabra propia. En “Discapacidad. Una perspectiva clínica desde el psicoanálisis” hay un texto muy paradigmático de esto, que se titula “Del puro cuento a la palabra que cuenta”; es el hecho de que una persona con discapacidad, para establecer algún lazo social, para ser mirado y reconocido en algún lugar, renuncia aun a lo más propio y se identifica allí en el lugar que el discurso social suele determinar, en el lugar que el otro espera. Creo que la intervención terapéutica pasa por la reconexión con lo propio. Detrás del puro cuento hay otra cuestión, la palabra propia.

 

Alicia Fainblum es psicoanalista, especialista en clínica de la discapacidad y profesora adjunta de la materia “Psicología de la Discapacidad” y de la Práctica Profesional: “Discapacidad: Intervenciones en la Niñez y en la Adolescencia –El Proceso de Integración” en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.