Presentación de las Primeras Jornadas de la Cátedra Clínica del autismo y de la psicosis en la infancia

Propuse la creación de esta cátedra en la Facultad de Psicología de la UBA hace ya largo tiempo. Desde hacía años venía trabajando el tema del autismo y de la psicosis en la infancia. Publiqué un primer libro en 1996 titulado ¿De qué sufren los niños? La psicosis en la infancia, traducido al portugués, al inglés y al coreano, pero que tenía la particularidad de incluir al autismo como un polo extremo de la esquizofrenia infantil. Esta concepción ya fue abandonada y el punto de partida de esta cátedra es que el autismo no es una psicosis. Es por eso que las plenarias que siguen a continuación tratarán por separado el autismo y la psicosis.
En el año 2013 se incluyó la cátedra en el plan de estudios de la carrera de Licenciatura en Psicología como materia electiva. Este es nuestro tercer año de trabajo y no deja de sorprendernos con alegría el interés que despierta en los alumnos esta temática particular. La cursada está compuesta por clases teóricas en las que examinamos los distintos abordajes sobre el autismo y sobre la psicosis en la infancia que se han desarrollado en el psicoanálisis, y luego los prácticos se centran en los casos de los autores estudiados y en los ateneos clínicos.
Desde entonces una serie de publicaciones fue dando cuenta de la comunidad de trabajo en nuestra orientación: ¿Qué es el autismo?, que escribí junto a Patricio Alvarez, Estudios sobre el autismo volúmenes 1 y 2, en los que incluí textos de J.-A. Miller, de E. Laurent y de J.-C.-Maleval entre otros, Casos clásicos del psicoanálisis sobre autismo y psicosis en la infancia, que retoma los casos trabajados en los prácticos. Y en breve saldrá publicado un libro con mis clases teóricas dictadas durante estos tres años.
La propuesta de integrar la cátedra en el plan de estudios encontró su buena acogida en la Facultad de Psicología, no solo por la temática específica, que es de amplio auge en la actualidad, sino por la importancia de que exista una formación en torno al autismo desde una orientación psicoanalítica respaldada por la universidad.
También contamos con el apoyo de otros colegas de la facultad. Mi amigo Fabián Schejtman me invita regularmente desde hace diez años a su cátedra de Psicopatología II para hablar específicamente de esta temática. Recibí también invitaciones de Fabián Naparstek y de Mario Goldemberg para presentar mi trabajo frente a sus alumnos. Contamos también con la presencia de los profesores Claudio Godoy y Marita Manzotti. A todos ellos les agradezco que estén hoy aquí con nosotros.
No puedo dejar de agradecer el increíble trabajo del equipo de extensión universitaria dirigido por Viviana Loponte que ha posibilitado este evento con su buena disponibilidad, y que han colaborado intensamente con Mauricio Beltrán, responsable de estas jornadas, junto a Gabriel Aranda, Amalia Greco, Marcela Mas, Facundo Tisera y Claudia Torrea, y un grupo de alumnos de la cátedra que vinieron temprano a colaborar con nosotros.
Pero luego de todos estos agradecimientos una pregunta se impone: ¿Por qué incluir una materia sobre autismo y psicosis en la infancia en el plan de estudios de la universidad?
El autismo da que hablar, no solo como el diagnóstico que atraviesa la infancia sino como el significante amo de la época, puesto que nombra el quiebre del lazo con los otros que caracteriza a nuestro tiempo, o como el goce autoerótico propio de cada sujeto. Pareciera que "todos somos más o menos autistas" dentro del espectro autista, y eso no solo en la infancia.
Pero el autismo como diagnóstico no corresponde a las dificultades en el lazo social, ni al individualismo contemporáneo, ni al goce solitario. Tampoco es una enfermedad, ni es una anormalidad que significaría que tras el autista se encuentra un niño normal. Y, sobre todo, el autismo no es una psicosis.
El autismo es un funcionamiento subjetivo singular que se mantiene constante a lo largo del tiempo, pero eso no significa que no haya transformaciones en el mismo niño a lo largo de su vida que lo integre cada vez más al mundo. Esta constancia en el funcionamiento se opone al desencadenamiento de la psicosis en cualquier edad, con los movimientos de apertura y de cierre correlativos a la estabilización y a la creación de suplencias. En el autismo no hay alucinaciones verbales psicomotrices, no hay delirios, fenómenos de automatismo mental ni interpretaciones delirantes. Tampoco encontramos la fragmentación corporal de la esquizofrenia ni el Otro malo de la paranoia.
El siglo XXI es testigo de un aumento creciente del diagnóstico de autismo en la infancia. Se ha llegado a hablar de una verdadera epidemia. Este diagnóstico en expansión, ¿corresponde siempre a los individuos involucrados en esta clase? ¿Hay más niños autistas o el TGD o TEA incluye cada vez más niños en esas clasificaciones? Sin duda las clases de los Manuales Diagnósticos son cada vez más abarcativas, pero también existen cada vez más consultas de niños autistas.
El segundo punto que quisiera destacar es que desde el psicoanálisis hay un tratamiento posible para el niño autista y para el niño psicótico, diferente uno del otro. La legitimidad de esta propuesta de tratamiento no se contrapone con la existencia de otros tratamientos que la futura reglamentación de la ley de autismo debe contemplar en su conjunto, puesto que todos los padres deben tener el derecho de optar por el tratamiento que quieren elegir para sus hijos de acuerdo a sus afinidades y posiciones subjetivas particulares.
Es importante resaltar que el psicoanálisis no culpabiliza a los padres del autismo de sus hijos. El planteo de padres fríos y distantes de Kanner, o los padres sin deseo de Bruno Bettelheim, armó este mito respecto de la totalidad del psicoanálisis. Este planteo es falso. En la búsqueda de la causalidad del autismo se puso a los padres en el banquillo de los acusados, pero no hay padres que caractericen a los niños autistas, ni son más fríos y distantes de los padres que le pueden tocar a cualquier otro niño. Encuentro en las consultas más bien a padres angustiados, muy preocupados por sus hijos, trabajando intensamente por llevarlos a todas las consultas que necesiten, y a los que se los debe acompañar, orientar, eventualmente analizar si lo solicitan, pero nunca desamparar. Los padres no necesitan encontrarse con un analista para sentirse en falta frente a algo que les pase a sus hijos. Tomar el camino de reforzar la falta es definitivamente dejarlos a solas.
Aparece entonces la lucha desesperada por encontrar una causa en tanto que no existe ninguna medicación que pueda curar al autismo. Las búsquedas genéticas, y el aislamiento del gen autista, desembocaron en una secuencia individualizada que siempre es diferente y que se supone que su alteración responde a cuestiones ambientales. La búsqueda a través de localizaciones cerebrales no resulta conclusiva. Se estudian el uso de los pesticidas, la edad de las madres y de los padres, qué tipo de vacuna reciben, los trastornos intestinales, la contaminación con mercurio, y tantos otras búsquedas que permitan situar una causa del autismo. No hay respuestas conclusivas al respecto. Pero desde una perspectiva psicoanalítica resulta importante qué tratamiento proponemos para el niño autista de modo tal de lograr un desplazamiento del encapsulamiento autista, por fuera de la búsqueda de la causa.
El autismo tiene la particularidad de iniciarse en la pequeña infancia. Muchas veces se lo confunde con otros diagnósticos como ser el de psicosis. En realidad, el diagnóstico nunca es una sumatoria de fenómenos sino que hay que poder realizarlo bajo transferencia. El trastorno del espectro autista incluye síntomas en los que se destacan déficits sociales y de comunicación, el aislamiento, que desemboca en hablar de la "soledad del autista". A eso se suma los intereses fijos y los comportamientos repetitivos y estereotipados que los Manuales llaman "obsesiones". Se trata de un único nombre para nombrar individuos que son todos diferentes.
Usualmente al hablar acerca del autismo se suele pensar en un niño sin contacto con el mundo, encerrado en actividades solitarias que repite en forma reiterada. La descripción del autismo enfatiza el gusto por la soledad, su aislamiento, y la presencia de conductas estereotipadas.
Jean-Claude Maleval indica que tanto en Bleuler como en Kanner se acentúa el encierro como una característica del autismo. Pero Kanner añade algo más: la inmutabilidad, sameness, que no existía en Bleuler, que expresa la necesidad de mantener un orden rígido, sin que nada cambie, como una modalidad de defensa contra la angustia, construyendo así el mundo de seguridad evocado por Donna Williams frente a un mundo amenazante experimentado como caótico e intrusivo. De allí que Maleval considera que la inmutabilidad es una de las contribuciones más importantes de Kanner y que resulta esencial para realizar un diagnóstico diferencial con la psicosis. La soledad, en cambio, no es tan radical como se la puede suponer puesto que un tercio de los niños se ocupan de ver cómo aproximarse al otro.
La inmutabilidad es retomada por Eric Laurent como la iteración del Uno de la letra, la necesidad de repetición de lo mismo, frente al "ruido de la lengua" que constituye su experiencia alucinatoria. Y presenta distintas manifestaciones clínicas dadas por el gusto por lo mismo, las frases espontáneas que surgen en un momento de intensa angustia y lo extraen del silencio, y también la repetición estereotipada de palabras y comportamientos.
Ahora bien, se puede afirmar que existe en los niños autistas un "lazo sutil" en la relación con el otro que posibilita un trabajo analítico, de modo tal de desplazar el muro invisible del encapsulamiento autista, que hace que no queden totalmente a solas.
En el psicoanálisis usualmente se utilizó la idea de un caparazón autista rígido que separa al niño del mundo. Eric Laurent introduce primero el planteo del particular retorno del goce sobre el borde en el autismo y luego la noción de encapsulamiento autista, que no es completamente cerrado sino que pueden introducirse personas y objetos y, sobre todo, puede desplazarse. Es un neoborde para un sujeto que no tiene cuerpo, puesto que el cuerpo no se ha constituido como tal.
En el borde autista Maleval incluye el objeto autista que acompaña siempre al niño, el doble real, no especular, y las islas de competencia, que son conocimientos especializados sobre temas específicos. Ese borde no es siempre igual, puede modificarse, y plantea que van desde la apoyatura en la superficie corporal a través de las sensaciones autoestimuladas de las que habla Francis Tustin, a la construcción de un objeto concreto pacificante que aloja y captura el goce pulsional que es el objeto autista, luego un borde que puede volverse dinámico, hasta el borramiento del borde en el que se mantiene el funcionamiento subjetivo singular pero el encapsulamiento parece casi borrarse.
Del lado de los intereses específicos no hay que pensarlos como obsesiones deficitarias. No son un obstáculo para que el niño construya un mundo con otros, sino que constituyen la base de la invención del sujeto autista. El respeto por sus invenciones permite expandir el mundo del autista a partir de lo que el niño lo "apasiona". Se trata entonces de lograr desplazamientos en contigüidad que admitan nuevos objetos, a sabiendas que la inclusión de lo nuevo se acompaña de una extracción, de una cesión de goce que afecta al cuerpo.
El jueves pasado me preguntaban por la radio acerca de la memoria extraordinaria que pueden presentar los niños autistas. El interés por temas específicos permite que se desentiendan de los espejismos imaginarios y tengan una relación directa con las cifras y los números. Estos talentos y capacidades especiales fueron retomadas por numerosas películas y series de Hollywood. Basta recordar rápidamente a Rain Main, Testigo en peligro, o al protagonista Asperger de Big Bang Theory.
El testimonio de un autista de alto nivel llamado Daniel Tammet da cuenta de la relación particular con los números. El cobró notoriedad cuando recitó 22.514 dígitos del número pi de memoria durante cinco horas para ayudar a una asociación de epilepsia. Para él los números tienen forma, color, textura y emoción. Son imágenes y secuencias coherentes que le brindan seguridad. Como contrapartida, no logra comprender las metáforas, escucha en forma literal y se le escapa el sentido.
Los sujetos autistas viven en lo real, dice Lacan, falta la falta, el agujero, añade Miller. Y Eric Laurent propuso entonces el término de "forclusión del agujero" para indicar que falta la delimitación de un borde simbólico. Esto produce la creación de un "encapsulamiento" autista como neo-borde, por el retorno de goce sobre el borde, como así también fenómenos que expresan la intolerancia al agujero al estilo del terror que manifiestan algunos niños frente a los agujeros.
Toda cesión de un objeto pulsional, en particular la voz, dice Maleval, es experimentada como una castración real puesto que no está simbolizada. Se protege entonces a través de lo verboso o del mutismo y evita la interlocución con el Otro. Aun cuando hablen con fluidez, como en el caso de los autistas de alto nivel, se protegen del goce vocal a través de la falta de enunciación y de su fijeza al hablar. Esto se expresa a través de los trastornos de la enunciación, el uso de una tonalidad extranjera al hablar o la utilización de un lenguaje técnico.
Temple Grandin, en su último libro, diferencia tres tipos de pensamientos en el autismo: el pensamiento en imágenes, en palabras y en secuencias o patterns. Lo hace para distinguir pensamientos que en realidad pueden interactuar entre sí, pero que le permite plantear que tipo de trabajos pueden acceder a partir de su estilo de pensamiento. Esto es retomado por Laurent para plantear que la clínica del autismo interroga cómo se articulan los registros imaginario, simbólico y real para sujetos que esencialmente están inmersos en lo real.
El autismo no deja de enseñarnos. Particularmente nos enseña que las soluciones son siempre singulares y que hay que acompañar al niño en su trabajo de invención más allá de los ideales y de las normas pre-establecidas.
Quisiera concluir con el relato de Owen, un joven autista que tiene un gusto particular por las películas de Disney, a quien escuché durante un Coloquio en Rennes, Francia, luego de que su padre publicara un libro relatando su historia. De niño Owen pasaba gran parte de su tiempo frente a las pantallas mirando películas de Disney una y otra vez. La repetición de las imágenes y de los diálogos ponen en juego lo visual y el sonido de modo tal de volverlas imágenes sonorizadas. Si bien no entendía qué decían las películas, le gustaba el color y las expresiones exageradas. La repetición de las mismas películas le daba seguridad porque sabía qué sucedería. Es más, agregó, "Las películas no cambian, por eso las quiero, pero yo cambié". Y es verdad, Owen cambió. De la repetición pueden surgir cosas nuevas tal como lo pone en evidencia el devenir de este joven.
En sus primeros años Owen deja de hablar, deja de usar las palabras que ya conocía y se sumerge en un profundo silencio. Las numerosas consultas que se originan entonces lo conducen a un diagnóstico de autismo atípico. Pero algo se mantiene estable a lo largo de los años: su "pasión", su afinidad por las películas de Disney. Los padres se preguntan entonces si deberían sacarle esa "obsesión", pero deciden dejarlo con aquello que despertaba su interés.
Un día Owen se pone a murmurar "juicervoice, juicervoice". Cornelia, la madre, supone entonces que Owen pedía más jugo, que en inglés se dice "juis", pero el niño lo rechaza. En ese momento Owen estaba mirando la parte de la película de "La sirenita" en donde la bruja del mar va cantando como una diva y le dice a la sirenita que le dará su amado a cambio de su voz. No veía toda la película sino que se detenía reiteradamente en el momento en que está cantando "Pobres almas en desgracia". Avanzaba, y retrocedía la película para volver a escuchar la canción. A la cuarta vez Cornelia dice que no es jugo lo que pide sino que su hijo repite "Just your voice", "sólo su voz". La sirenita perdió su voz en el momento de la transformación y eso le sucedió a su silencioso hijo, escribe Ron Suskind en su libro. El niño que perdió su voz vuelve a hablar nuevamente, y en ese momento le dirige al padre su mirada teniendo el primer contacto con él.
Este encuentro azaroso le permitió a los padres tomar su afinidad hacia las películas de Disney para intentar ponerse en contacto con él a través de la repetición de los diálogos. La familia entera comienza a hablar la lengua Disney y los padres junto a Walt, el hermano, escenificaban las películas, con la misma entonación, y Owen les contestaba respetando el libreto de la película. Así abordaban las cuestiones que se presentaban en la vida cotidiana.
El uso de un aparato video para la repetición tiene también su importancia puesto que Laurent señala que la relación de los autistas con los aparatos de la tecnología es uno de los registros en que se presenta el Uno de la letra y eso les permite hablar, escribir o representarse una imagen de diversas formas.
Del respeto por los intereses específicos del niño en su tratamiento surge algo nuevo a partir de la repetición. Así, Owen aprende a leer y a escribir, se aproxima a sentimientos que mantenía a distancia, e introduce variaciones con los que va desplazando su encapsulamiento autista.
En su colegio Owen creó el Disney Club: sus treinta y cinco miembros hablan la lengua Disney, y allí encontró a su actual novia. Y algo más: Owen dibuja los personajes de Disney, sin héroes, tan solo personajes secundarios y él se vuelve el protector de los compañeros en los que son todos iguales.
En su testimonio Owen dice que las pasiones abren un camino al mundo. Owen encontró el suyo.

Buenos Aires, 26 de septiembre de 2015

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