FREUD: CURIOSIDADES DE SU VIDA COTIDIANA (2ª parte)

El libro de Detlef Berthelsen (1995) “La vida cotidiana de Freud y su Familia. Recuerdo de Paula Ficht”, permite el acceso al testimonio de su ama de llaves quien, desde su perspectiva doméstica, comenta la vida diaria de los Freud, cuenta qué fue del legado del padre del psicoanálisis, y contribuye al armado de sus museos, ya que reconstruye con exactitud su amplia trayectoria. En esta segunda entrega se focalizará en la memoria fotográfica de Ficht, gracias a la cual se logró reproducir la cotidianeidad de Sigmund Freud.

La vida de los Freud después de su partida

Después de su muerte, Paula continúa con la rutina: limpieza y atención de los perros. Hace las compras, prepara la comida. Atiende a Minna muy enferma. Martha no sale de su habitación. La nueva cabeza de la familia es Anna: “La Señorita Profesora”, por identificación con él (aunque nunca haya ido a la universidad), como muestran su escritura y hasta su firma, administra la herencia de su padre tanto material como intelectual. Revisa miles de cartas, se ocupa de la edición de las obras completas y planea un seminario de formación. Dorothy Burlingham se ha establecido en una vivienda próxima en la misma calle. Juntas planean una War Nursery para niños separados de sus padres por la guerra. Adquiere fama de científica mundial con su original aporte del psicoanálisis de niños: sostiene que los niños sufren trastornos psíquicos y pueden ser analizables.

Anna cada vez más ausente, absorbida por la clínica y sus amigas, Dorothy y Jula Weiss (su administradora). Juntas, tratan de desplazar a Paula, quien se encarga de la casa, la madre y su tía: contratan de ayudantes a dos hermanas inglesas y una austríaca.

Paula, extranjera hostil, en Camp Rushen

Los eventos de la guerra van convirtiendo a Paula en una extranjera hostil. En su permiso de residencia figura una B: lealtad dudosa. Esto implica que debe comparecer ante un tribunal y ser interrogada, por lo que queda con movilidad restringida. El 12 de mayo de 1940 el Ministerio del Interior – ordena a Scotland Yard internarla en una cárcel de mujeres. En mayo las trasladan desde Liverpool en un vapor belga a Douglas en la isla de Man. Las cartas de reclamo son infructuosas. Miles de mujeres son destinadas a Port Eris, al Camp Rushen -campo de internamiento-, situado en un país celta, con dialecto propio. La prensa comenta que las “enemy alien” están de “vacaciones veraneando”.

Las cartas de Anna delatan que la casa ha quedado abandonada y el auto que había comprado es donado a los bomberos. Lejos en su exilio, Paula, organiza domésticamente el Hotel Imperial con sus ciento veinte habitantes, se dedica a la cocina y toma cursos de inglés y teje. Comienza un trabajo cuidando dos niños en la casa de una familia inglesa. Ernst Freud también es internado en la isla de Mann. Walter Freud es deportado a Australia. Se les paga 10 peniques diarios. Comienzan los bombardeos y a liberar gente de los campos. Martín Freud internado en un campo, se ofrece como voluntario para desescombrar. Alexander Freud emigra a Canadá.

Paula teme perder su lugar en la casa de los Freud. Dorothy Burlingham se instala en la casa. El 23 de septiembre es el aniversario de “nuestro gran difunto” escribe Anna y en octubre comienza a funcionar el War Nursery. Jones pide la incorporación de Paula a ese proyecto estratégico. Dorothy le escribe poniéndola al tanto de las novedades familiares. En enero Minna Bernays enferma y muere para desconsuelo de Paula.

El regreso de Paula a Londres

Cuando regresa a Londres trabaja compulsivamente para demostrar que es imprescindible. Como no se la termina de incluir en la casa y la nursery, Paula logra atención a través de cuidados culinarios y golosinas. Envía pasteles, chocolates a los amigos y en especial a la princesa Bonaparte, quien ha regresado de Grecia y le regala pañuelos.

Paula debe cuidar a Dorothy de un recrudecimiento de su tuberculosis y a Anna quien también se enferma cuando termina la guerra. Así, recupera la casa: té, caldo, bolsas de agua caliente, cuida a Martha de 86 años. Paula y Dorothy emprenden un viaje por el sur de Inglaterra y alquilan un Cottage frente al mar. Paula queda con el cuidado de la casa y de Martha. La casa, como lugar de peregrinaje alrededor del recuerdo de Freud, es mostrada por su guía: la Queen of house, Paula, quien recomienda a las visitas que asisten al santuario, saludar a la “esposa del profesor”.

Anna, la heredera de Freud

Cuando Anna regresa, trabaja febrilmente, se encarga de la obra de su padre, la clínica de rehabilitación infantil y de la consulta de adultos. Se reconoce a Anna, como su heredera: es invitada a Congresos internacionales y universidades extranjeras. Viaja con Dorothy a visitar a la princesa a Grecia. Paula le envía unos “tapetes de crochet”. Paula envía ropa a su familia de Gingl y la visita de vacaciones en Austria, en 1947. Martha fallece en noviembre de 1951. Paula a los 50 años se queda con la casa. Paula atiende a Anna y a Dorothy: recibe a los pacientes de Anna -comenta que teje en sus sesiones- y es anfitriona de los cursos. Atiende a los visitantes, les lleva el desayuno a la cama y la ropa a la lavadora. Anna y Dorothy se alejan como pueden, viajan frecuentemente al Cottage. Anna teje en sus sesiones.

Paula, inglesa

Cuando Paula va de vacaciones los habitantes de la casa descansan de su agobiante sistema. Ella decide no volver a Alemania y descarta ir a vivir con su familia y adopta la nacionalidad inglesa.

Las invitaciones de Paula

Los amigos de los Freud la incluyen y consideran: pasea con Anna por la Costa Azul invitada por Marie Bonaparte en 1954. Viaja invitada por los Schmiderer -ahora en EEUU- muy reconocidos en psicoanálisis, quienes la invitan a una Navidad en New York. También Kurt Eissler, gestor del Archivo Sigmund Freud de la Biblioteca de Nueva York, la invita a cenar como las psicoanalistas Kris y Brunswick. De regreso en Londres, su lugar está consolidado, agradece las atenciones de amigos con pasteles. Todos trabajan para la colección de sellos.

Paula logra su derecho a vivir en Maresfield Gardens y cuidar de sus habitantes. Anna le rehúye. Quedan sus recomendaciones escritas a máquina: que no ahorre en comida, carne, huevos, leche; envía la receta de los merengues y hasta el menú de las cuatro comidas de los perros. Ella continúa con la costumbre de alimentar a todos quienes llegan a la casa, al punto tal que a veces la retan por el excesivo gasto en comida. Hasta el hijo de Sophie, Ernst, es asiduo visitante: cambia su apellido por el de su madre, “Freud”, e inicia una consulta de terapias breves.

Paula declina en salud por una artritis, en mayo del 56, para el centenario del nacimiento de Freud trae a su hermana de Austria para que la ayude con el festejo. Se la ve feliz, ya canosa, recibiendo a la gente.

En agosto de 1956 se produce un acontecimiento que Anna guarda sigilosamente en secreto: en un Rolls Royce llega una paciente de incógnito: Marilyn Monroe. Sin maquillaje, con abrigo y sombrero. Está filmando con Lawrence Olivier El Príncipe y la corista. A los 15 días de estar en Londres tiene una crisis nerviosa. Venia de atenderse en Nueva York con Marian Kris, amiga de Anna, quien se la deriva. Para Paula es “sencilla, tímida y agradable”. Juegan a las canicas, se llevan muy bien. “Deseo de contacto sexual” diagnostica Anna. Las crisis desaparecen. El tratamiento es un éxito.

En Hollywood se habla de hacer una película de Freud con Montgomery Cliff. M. Monroe, será una de sus pacientes: “Freud la pasión secreta” con libreto de Sartre. Anna se opone. Greensone, nuevo analista de Marilyn, influye y presiona para que desista y lo logra.

En 1957, una carta de Jones, le informa a Paula que ha sido nombrada en la biografía de Freud. Al mismo tiempo que ella continúa con el rechazo de todas las nuevas asistentes, celosa y temerosa de perder su lugar, hasta pelear con Grete, su asistente. Va de vacaciones a Austria. En 1959 K. Eisser le escribe: “Ud. ha hecho más por el psicoanálisis que muchos analistas”. Paula conserva su fidelidad a la casa de los Freud, aunque se siente rechazada por las amigas de Anna. Anna trabaja muchísimo. Está aquejada de dolores de cabeza y de piernas. Dorothy le escribe a Paula preocupada. En octubre de 1962 muere Marie Bonaparte. Preocupada por su futuro habla con Anna: “Ud. no tiene que preocuparse mientras yo viva“; y si no haremos un “vitalicio”, refiriéndose a una pensión vitalicia. Paula comienza a tener desmayos, aunque sigue trabajando sin descanso como hizo el profesor: muestra orgullosa la casa a los visitantes que quieren conocer los aposentos del “Profesor”.

En 1963 Anna y Dorothy se mudan de Maresfield para eludir la asfixiante liturgia cotidiana y doméstica de Paula. Ya casi ni la ven, aunque se escriben cartas. Paula queda sola con la casa. Entran ladrones y faltan algunas estatuillas.

Paula y los Museos Freud

Hacker propone convertir la casa de Viena en museo. Anna asiente y designa a Paula su representante personal. Paula se instala en Viena y trabaja en la reconstrucción de la Berggasse. Inauguran con éxito el Museo en 1971. Anna jamás regresa a Viena.

De vuelta en Londres, en 1972, ya con 70 años, tiene un accidente al cruzar la calle cargada con la compra. La atropella un auto y se quiebra una pierna. Deprimida hace un testamento. En el Hospital la encuentran “consumida” y presenta signos de desnutrición. “Neurosis obsesiva de trabajo” diagnostica el médico del hospital. Anna y Dorothy tiran las ollas con que cocina y Paula se enfurece. Pasa sola el aniversario de la muerte de Freud. Anna y Dorothy piden “que compre bonitas flores en su nombre”. Paula no pide dinero: Jula Weiss tiene que encargarse de la administración. Paula va sola en bus al Crematorio a poner las flores, muchos analistas están rindiendo homenaje a Freud. Luego visita la tumba de Minna Bernays y deposita flores.

Paula se queja de la falta de afecto de Dorothy quien pragmáticamente la sigue tratando como un ama de llaves. “Es la que lleva los pantalones”- comenta Paula; a veces es “cruel y repugnante”. Sin embargo, Dorothy dice de ella: “tiene el poder mágico de hacer felices a mis nietos”. El hijo de Dorothy, Robert Burlingham, la visita. Con tuberculosis como su madre, muere en la casa.

El 15 de julio de 1979 cuando se cumplen 50 años de servicio, Anna le regala una joya -una copa de plata con su nombre labrado en Harrods- pero se lo hace enviar: no lo entrega personalmente: Paula no se lo perdona. El año anterior Anna ha perdido a su hermana Matilde y a Dorothy, tiene ya 80 años.

La Newland Foundation de Muriel Gardiner destina 2 millones de dólares a constituir la casa de Maresfield 20 en Museo Sigmund Freud, a la muerte de Anna. Kurt Eissler nombra director del Museo a un canadiense, Jeffrey Masson.

Mientras Masson se empeña en publicar la correspondencia Freud-Fliess. Anna le entrega cartas copiadas y censuradas por ella, comentando “como mi propio padre era uno de esos perversos…”. Apropiándose de ese comentario Masson sostiene que Freud cambia los recuerdos de los abusos infantiles por fantasías para camuflar los casos de abuso” y de esa manera, Freud responde al abucheo sufrido de parte de los académicos de Viena en la presentación. El escándalo se desata e inmediatamente K. Eissler lo destituye de la dirección y lo obliga a devolver las cartas.

Paula ha intervenido sin saberlo: recibe como visita a Masson, quien accede a ciertas cartas. Dos años después de la muerte de Anna, Masson publica “The assault of truth” en el que refuta la teoría de la seducción.

La costumbre de Paula de recibir gente en la casa, quizás se relacione con los ladrones que una madrugada entran y se lleven estatuillas. Paula queda,de todas maneras, como guardiana del Museo. Anna le confiere el derecho a vivir en Marensfield “mientras desee” y le lega los derechos de autor de sus obras en alemán.

En 1980, Paula recibe la Medalla de Honor al Mérito de la República de Austria. Se presenta como una “gran dama, encantadora, con una estola de visón negro y un vestido negro” según Manna Freidman. Ella se visualiza como una cenicienta: “El vestido es de Misses Burlingham -comenta- la señorita me lo prestó y tengo que devolverlo”. También Josephine Stross la presenta como una gran dama. En la Embajada de Austria en Londres, preside, feliz, el banquete en su honor, ha sido propuesta por Hacker, en agradecimiento a su contribución al Museo, ya que ha reconstruido impecablemente la decoración y distribución de muebles de la casa.

La casa y la salud de Paula entran en deterioro. Hasta Anna Freud parece estar celosa de su protagonismo por la cantidad de artículos en que se la menciona: “No comprende el interés que despierta el ama de llaves de su padre. ¿Acaso ha hecho algo importante?” Se pregunta.

Con Manna Friedman, su nueva amiga -tejen juntas- despiertan nuevamente la inquina de Paula, quien quiere acaparar su atención de modo exclusivo: en una oportunidad le niega el acceso a Manna a la casa argumentando que la “Profesora” está en consulta y no la puede atender”. Hay que avisarle a ella previamente.

La protección y cuidado de Paula es agobiante. Cuando Paula cumple 80 años, en marzo de 1982, Anna tiene un ataque de apoplejía y es internada, aun así, le festeja el cumpleaños de Paula. Cuando Anna sale de la clínica, muy debilitada, Paula acapara su atención en forma exclusiva sin dejar entrar a sus amigas o a la enfermera.

Paula recibe a Murphy, fotógrafo del instituto de Estudios Clásicos de la Universidad de Londres, para fotografiar el estudio de Freud, al cual Paula ha restaurado de manera impecable).

Paula sigue controlando el acceso a la casa y a Anna: aunque Manna asista diariamente, Paula jamás la deja sola. Cuando Anna muere en octubre de 1982, Paula cierra la casa y la habitación hasta la llegada del médico. En ese momento se decide su internación. Hacker busca una residencia de ancianos en Viena y finalmente consiguen una lujosa residencia en Salzburgo. Once días después de la muerte de Anna, con diecisiete bultos de equipaje (toda su vida), toma el avión. En su bolsillo lleva las llaves de la casa y de la habitación del Profesor ya que “no tenía a quien dárselas”, dice.

En Schloss Kahlsperg- desde su amplia habitación, alimenta en la terraza a los pajaritos, a pesar de la prohibición de las monjas. Se siente expulsada y escribe al embajador de Austria, quien pide explicaciones a Manna y Josephine. En silla de ruedas, se sigue preocupando por la casa de Maresfield y las pertenencias de Anna. Las amigas de Anna se han instalado en los alrededores, barrio ahora llamado Freudstadt, solo ella ha sido desterrada de la “corte real”, opina. Hacker en sus cartas la consuela por su soledad. La Sociedad Sigmund Freud de la Bergasse Vienesa también: “La casa la considera como heredera de la familia Freud por más que no podamos compensar su pérdida a nivel humano y personal”. Recibe cartas y visitas. Es una mujer rica. Hereda de Anna y de Dorothy. Acumula el pago de las 35 libras mensuales. Hasta la colección de sellos, se ha vuelto inesperadamente valiosísima por la colección completa de Grecia desde 1848 por la correspondencia con Marie Bonaparte. Entre los numerosos abrigos en uno de piel encuentra la bolsita de terciopelo azul con monedas de oro y plata, honorarios de metálico de los pacientes de Freud, que ella misma había cosido cuando abandonan Austria.

Paula se va resignando. No contacta con los otros ancianos internados, se ha convertido en “personaje histórico”: todo el mundo le escribe y la consulta: ¿cómo era la cama de Freud?, ¿qué marca de cigarros fumaba?, ¿quedó algún escrito original del Profeso? Ernst le pide las cartas de Anna y le lega cartas de Freud y de su esposa. Sus recuerdos retratan con detalles, visitas, periodistas, regalos. Hasta las amigas de Anna, Josephine y Manna, la visitan. Otras visitas esperan para hablar del profesor. Anna le ha escrito: “Para Paula sin cuya ayuda no hubiera podido escribir” y le lega sus derechos de autor. Martín Freud en la biografía de Anna escribe: “Paula ha entrado en la pequeña historia universal”.

Lealtad, fidelidad, relaciones estrechas la constituyen en genuina integrante de la familia: garante de la cotidianeidad, guardiana invisible y de disponibilidad absoluta, cuida con devoción hasta al último miembro de la familia. La relación con Freud ha sido idílica. Se presenta débil y frágil pero jamás cansada.

Su ascendiente sigue siendo fuerte hasta el final: entusiasma a Hacker -a pesar de la reticencia de Anna- a comprar la casa de Freud en Maresfield. Era la “curadora de los museos” reconstruía ella misma -restaurando y limpiando- los escenarios, hasta el más mínimo detalle, para sorpresa de todos.

La cocina. Lo que le gustaba a Freud

No le gustaba la comida kosher. Sí la de familia rural checa. Freud le regala a Martha un Manual de la Escuela de cocina alemana editado en Praga, que recupera muchas de las recetas de su madre. En 1933 Freud compra otro manual que abre a la cocina internacional. Paula lleva ambos escondidos en su equipaje cuando emigran. En ellos iban anotadas, en manuscritos, otras recetas de Bohemia y golosinas de moda en Viena. En 1903 contratan a una cocinera checa, Frau Bader, quien trabaja hasta 1939.Luego sigue Paula: ahora la comida es blanda, el “profesor” ya no podía masticar bien, por eso los platos son hervidos. Hace una “dieta de postres”, en especial el helado de vainilla en verano e invierno. Su predilección es el caviar y los nockerls estilo Salzburgo. La especialidad de Paula eran los guglhupf y los soufflés ligeros y cremosos, como le gustaban a Marie Bonaparte.

En Londres, debido a la guerra, se cocinaba sin huevos, poca azúcar y apenas grasa. Era una dieta magra.

Ya muy enfermo, a veces Freud pedía un par de huevos fritos en pan, a la una de la mañana, aunque apenas probaba un par de bocados.

Finalmente:

Me impacta cómo el legado, las casas, los objetos, el acervo -tradiciones, secretos de la Familia Freud, pero también muebles, cartas-, terminan por pertenecerle a Paula, quien las administra, las salvaguarda y las cuida, aun habiéndose ido sus actores. Es motivo de consulta y armadora de museos con el legado en fotos, en libros y en adornos. Ella los Hereda. Hereda una fortuna.