LA MEMORIA DEL CUERPO

Este texto se propone abordar, a modo de ensayo, el impacto que ha tenido en Occidente la forma de entender la memoria y los recuerdos, a partir del desembarco del psicoanálisis en nuestra cultura. Siguiendo esa brújula nos hemos servido de algunos textos fronterizos con el campo del psicoanálisis, como es el caso de Borges y Kafka, para arribar a una hipótesis que anuda la memoria con el cuerpo.

Desde los primeros pasos que dio Freud en la invención del psicoanálisis lo que ha estado siempre en el ojo de la cuestión ha sido la memoria, los recuerdos. La búsqueda de la causa del padecimiento en aquellos recuerdos que no tienen acceso a la conciencia del sujeto, se vuelve una revolución que necesitará tiempo para subvertir la idea de la memoria, que hasta entonces predominaba en occidente. La noción de los recuerdos y por ende de la memoria que desarrolla Freud necesitará de sus vueltas, sus discontinuidades y sus conflictos. Sabemos que los recuerdos son reprimidos, encubiertos, desplazados, distorsionados respecto de una supuesta realidad empírica. Con la llegada del psicoanálisis la memoria se despega de esta, al menos de su dimensión medible, compartible, cuantificable, que podría conocerse acabadamente sirviéndose de los avances estadísticos y experimentales que propone el discurso científico, en su intento desesperado de restituir el discurso del Amo, proponiéndose, junto a la religión, como los únicos discursos que funcionarían como patrón frente a un mundo cada vez más pluralizado, fragmentado, en el que cada uno debe vérselas a solas con el goce.

La memoria freudiana toma distancia, al menos en dos direcciones, de las bellas palabras con las que Proust describe el encuentro con la magdalena. Por un lado, no hay reconstrucción de la totalidad de la escena como pretende Proust bajo la ilusión de que el lenguaje podría abarcar la totalidad de los hechos, puesto que existe un ombligo, un agujero, alrededor del cual se teje la escena recordada, que resulta imposible recuperar por completo, la escena misma incluye la imposibilidad del todo puede ser recordado. Una afirmación contraria transformaría al psicoanálisis en interminable. Por otro lado, con Freud, los recuerdos dejan de ser una propiedad del sujeto hablante, aunque él los experimente, en tanto presta el cuerpo, como pertenecientes a algún lugar recóndito de su alma, y que solo por la exploración de, vaya a saber qué profundidades, retornarían en la memoria.

Esta ruptura entre la realidad y lo recordado produce un punto de quiebre en Freud y en su forma de concebir la relación del sujeto con el discurso, la historia, la memoria, los recuerdos. Estos últimos cada vez más se vuelven fragmentos, trozos de relatos que siquiera le pertenecen al sujeto, que han sido escuchados, pero no vividos efectivamente, sin por eso perder la fuerza, la intensidad, la carga que produce su inscripción en lo simbólico. La memoria no es personal, sin embargo, está escrita.

Varios años después de la emergencia del psicoanálisis, Borges escribe Kafka y sus precursores, para mostrar que la literatura no es efecto exclusivo de lo que hace un sujeto, sino que es toda la literatura que la antecede, en tanto que “cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha modificado el futuro” [Borges, 1951, 279]; el escritor no es amo de su propia obra, sino el efecto de toda la literatura escrita hasta entonces, que se resignifica a partir del presente, al tiempo que produce efectos futuros. De la misma forma opera la emergencia de los recuerdos de los analizantes, quizás esto no tiene conexión con lo que estaba diciendo, o, jamás se me cruzó por la cabeza, o… recuerdos presentes que resignifican la historia e introducen la escena ficcionada en un tiempo cronológico anterior; del modo que podemos decir que Freud era lacaniano; el tiempo responde a una estructura topológica.

El decir de Freud ha terminado de pulverizar la noción de que existe una completitud, que la síntesis hegeliana, como totalidad, podría ser alcanzada por el yo. Nada más alejado, Freud antihegeliano. No hay memoria acabada, no hay propiedad sobre los recuerdos, no hay interioridad, no queda sino el manto de la sospecha. Todo está dado para que el psicoanálisis sea leído, y por tanto… reinventado. Entonces aparece Lacan, e introduce la dimensión del Otro, el sujeto es efecto del discurso del Otro, el sujeto es hablado por ese Otro encarnado en las figuras parentales, que responde a una estructura cuyo lugar puede ser ocupado por cualquier sujeto, eso que Levy-Strauss ubica con las estructuras de parentesco leyendo a Freud, quien a su vez lee a… Cada vuelta introduce la novedad, no es mera repetición de lo ya dicho, sino que en cada una de ellas se inscribe lo particular de la lectura.

Durante el siglo XX, es posible que Kafka haya sido el escritor del que se hayan extraído la mayor cantidad de interpretaciones desde su muerte; lo que no podría haber sido posible sin la ausencia de su cuerpo viviente, es solo en la medida en que él y su obra alcanzan el estatuto de un significante inscripto en el campo del Otro, deviniendo condición de posibilidad para la extracción de la multiplicidad de sentidos que ornamentan su obra. Del Kafka que ha vivido efectivamente no tenemos más que relatos fragmentados, testimonios de quienes lo han conocido, de aquellos que intentan dar cuenta de las razones de sus escasas publicaciones, Kafka no es sino un efecto de la cultura. En su silenciosa vida ha escrito En la colonia penitenciaria, donde se narra la llegada de un explorador a una colonia, una suerte de isla, en la que los hombres son enjuiciados y encontrados culpables sin que el acusado este siquiera anoticiado de que está en un proceso, todo el juicio se ordena a partir de un único principio que sentencia: la culpa nunca es puesta en duda. El juez-verdugo nunca cita al acusado, puesto que de darle la posibilidad de hablar se entraría en el laberinto de la verdad y la mentira, el acusado no tiene recuerdos del acto sobre el que se dicta la sentencia de culpabilidad. La memoria de los hechos es del otro, no del sujeto. Sin embargo, Kafka da un paso más, pues la sentencia es escrita en el cuerpo del acusado, no de una manera simple y clara, sino que por el contrario, todo el cuerpo del acusado es caligrafiado, haciéndose necesario atravesar los largos laberintos ornamentales que hacen verdaderamente difícil acceder a la letra de la sentencia. Interpretar esa letra escrita en el cuerpo requiere necesariamente del tiempo, tiempo de lectura, tiempo de análisis, de descomposición, que vaya despejando los enigmas de los recuerdos encubridores ya pertenecientes al Otro.

“El explorador habría querido decir algo elogioso, pero solamente vio líneas laberínticas que se entrecruzaban de diversas maneras, que cubrían tan apretadamente el papel que sólo con dificultad podía distinguirse los intersticios en blanco.

- Lea -dijo el oficial-

- No puedo -dijo el explorador-

- Sin embargo, está -dijo el oficial-

- Es muy artístico -dijo el explorador evasivamente- pero no lo puedo descifrar.” (Kafka, 163, 1919).

El acto cometido no tiene historia, solo es sancionado en un tiempo segundo como transgresión a una ley que el sujeto desconoce, al modo que queda anunciado en la séptima epístola a los romanos, donde Pablo dice: “¿Qué, diremos, pues? ¿Qué la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo conocí el pecado sino por la ley, y tampoco hubiera conocido la lujuria, si la ley no dijera: no codiciarás”. Las palabras del apóstol resaltan la temporalidad del pecado fundada en la ley y la prohibición que ella instala y su consecuente castigo. Lo que pareciera flotar en cierta ambigüedad es si Pablo sanciona el hecho cometido, la lujuria en este caso, como pecado a partir del encuentro con la ley o es que el pecado queda sancionado, ceñido, de forma retroactiva. No hay memoria sin juicio sobre lo acontecido. Un juicio cuya sentencia se inscribe en la superficie del cuerpo, una escritura cifrada y recubierta-encubierta por la grafía de recuerdos que se apelmazan impidiendo la lectura de aquello que está ante los ojos como la carta robada; en el cuerpo se cifra la memoria del Otro.

A diferencia de lo que sucede con los prisioneros de El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada que necesitan del tiempo de la comprensión para que el momento de concluir se precipite, el prisionero de Kafka queda destinado a ignorar la marca que las agujas cargadas de tinta trazan sobre su carne. Una escritura dada a leer, sin embargo, ilegible, perpetuándose la sentencia y la culpa como inaccesible al sujeto. Únicamente la apertura a la historización es la que podrá abrir los blancos entre las ornamentaciones que cubren el cuerpo, para identificar la cifra, aquella “verdadera escritura que cubre el cuerpo solo en una pequeña parte” (Kafka, 1919, 161), que una vez escrita comanda el destino del sujeto.

Es el analista con su deseo de analizar, y no solo con el deseo del analista, que causa el trabajo analizante, un deseo de saber inconsciente, que podrá desembocar en la ficcionalización de los trozos de recuerdos que emerjan en la superficie de la conciencia. Hacia el final de su vida Freud precisa, al diferenciar la interpretación de la construcción, que esta última se realiza a partir de los girones del discurso del analizante; restos del discurrir palabrero donde el analista escucha, no un recuerdo, sino aquello que nunca ha podido ser olvidado porque nunca ha sido parte de la conciencia. Una memoria que es ajena al sujeto, pero que sin embargo, le pertenece. Construcción de una memoria extraterritorial, que implica al sujeto en su ser más íntimo. La memoria no es propia, y el pasado es incierto, aunque se encuentra cifrado en una escritura tatuada en el cuerpo de aquel que se vive culpable.


BIBLIOGRAFÍA

Borges, J. (1952) Otras inquisiciones, Buenos Aires, Random House Mondadori (2012)

Freud, S. (1937) Construcciones en el análisis. Buenos Aires, Amorrortu editores (1980)

Kafka, F. (1919) En la colonia penitenciaria. Buenos Aires, Losada (2013)

Lacan, J. (1945) El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma. Buenos Aires, siglo XXI (2003)