Muerte y vida de Yukio Mishima II

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¿Fue Yukio Mishima un héroe que testimonió la decadencia del Japón moderno con su sacrificio? ¿O fue un psicótico grave? La segunda entrega de un ensayo en el que Díaz Barbosa propone reflexionar sobre la figura de este gran autor, tres veces nominado al premio Nobel, que terminó con su vida en un suicidio ritual.

Muchos occidentales han interpretado el ideario nacionalista de Mishima como “fascismo”. Es una de las cuestiones que él no acabó nunca de responder. En una entrevista dijo: “El militarismo de la preguerra correspondía al espíritu de un ejército modernizado y formado según cánones occidentales, y muy embebido del Nazismo y el fascismo. El tradicional espíritu marcial japonés no tiene nada que ver con el militarismo que nos condujo a la guerra mundial. El viejo espíritu samurái fue desapareciendo al convertirnos en un país industrializado y con un ejército como aquel”. A veces respondía a las acusaciones con un sentido del humor bastante negro. Llegó a estrenar una obra de teatro llamada “Mi amigo Hitler”, la cual tiene como protagonista a Ernst Röhm, el líder de las SA, que le decía así a Hitler, “mi amigo”. El argumento se desarrolla durante la Noche de los Puñales Largos; Hitler se queda mirando cómo eliminan a su más fiel seguidor porque se estaba poniendo un poco inmanejable a la hora de hacer alianzas políticas. La obra termina con una frase en boca del Führer: “En política siempre conviene caminar por el centro”.


Entender el nacionalismo de Mishima como opuesto al fascismo nos puede ayudar a despejar muchos malos entendidos acerca de la política japonesa de preguerra. Entre los occidentales hay una idea de que el militarismo japonés aliado al tercer Reich es una consecuencia de la cultura tradicional japonesa; ven una ridícula continuidad entre los horrores llevados a cabo en Corea y China y la tradición Samurái que admiraba Mishima. Bueno, renuncien a eso, muchachos, si hay responsables del “fascismo japonés”, es la influencia occidental.


Hay aspectos que definen a un sistema fascista que no estaban presentes en el Japón feudal, por ejemplo, el expansionismo. Antes de la restauración Meiji de 1868, Japón sólo había estado involucrado en dos guerras externas, las invasiones de Mongolia-China por Kubilai Kahn en 1273 y 1281 y las expediciones fallidas a Corea de Hideyoshi Toyotomi, de 1592 y 1598. Nunca había tenido colonias. Los Tokugawa gobernaron un país cerrado al mundo hasta la llegada del Comodoro Perry y sus barcos negros a la Bahía de Edo (Tokio) en 1853. Entonces surgió el conflicto de si lo mejor era pactar con los bárbaros o expulsarlos. Cuando el shogunato firmó los tratados comerciales de 1858, los japoneses xenófobos vieron que el viejo sistema de 250 años había claudicado su misión de proteger el país. Encima, en 1863 el emperador Komei, que hasta entonces no pinchaba ni cortaba (el Tenno estuvo al margen del poder real desde 1185), emitió el edicto de “Expulsión a los Bárbaros”. Los anti-shogun y anti-occidentales ahora podían llamarse realistas con gusto.


Cuando el shogunato cayó, en 1868, muchos se dieron cuenta que si Japón pretendía sobrevivir, aunque odiasen a Occidente, era necesario aprender del enemigo. A espaldas de las ideas originales de la restauración de 1868, el nuevo gobierno creó un ejército profesional con reclutas de todas las clases sociales. Para eso era necesario eliminar la casta de los samurái, y fue así que se prohibió la portación de las dos espadas que eran el símbolo de su estatus. Entre los nuevos funcionarios había ex Shishi como Kido Takayoshi, quien sostenía que en la nueva sociedad el poder debía estar en manos civiles, y el ejército debía estar controlado por la asamblea parlamentaria y el primer ministro. En fin, Takayoshi proponía un régimen liberal, pero murió temprano, en 1877. El nuevo Japón sería moldeado por Aritomo Yamagata e Ito Hirobumi y su inspiración occidental no vendría de Inglaterra ni de EEUU, sino de Prusia. La Constitución de 1889 plantearía que el ejército sólo podía ser controlado por el Tenno, dando nacimiento al militarismo japonés. También estaban los ex restauradores contrarios a la occidentalización, entre ellos, Saigo Takamori, que ya dijimos que se levantó en armas en 1877. Fue Yamagata quien se impuso ante todos. Kido Takayoshi murió sintiéndose un traidor con sus ex colegas del Shishi, durante la revuelta de Takamori. Éste último se suicidó luego de ser derrotado en Shiroyama.


Para Mishima el militarismo expansionista era hijo de este nuevo modelo, ajeno a las tradiciones del Japón. Por supuesto que por igual detestaba al comunismo., y no con menos sentido del humor. En mayo de 1969 ofreció una charla en la Universidad de Komaba, ante 2500 estudiantes. El lugar estaba lleno de miembros de zengakuren (izquierda universitaria), que, como ya dijimos, no eran nenes de pecho. Mishima estaba en verdadero peligro, pero se quedó y discutió con ellos durante tres horas. En un momento, incluso reivindicó a Trotski: “Si ha existido un marxista que entendió la cultura fue Trotski. Trotski sostenía que el gobierno debe entregarse a una dictadura del proletariado, pero que la cultura es un fenómeno burgués que puede sobrevivir como tal. Como consecuencia, sólo durante el tiempo que Trotski mantuvo el poder la Unión Soviética produjo algo merecedor del nombre de Cultura… Trotski importó el arte moderno de Europa y fue purgado por elementos como ustedes”. El desgrabado de ese coloquio fue publicado y se convirtió en un éxito escandaloso de ventas. Mishima envió la mitad de las millonarias regalías a los líderes de Zengakuren: “Yo gasté mi parte en los uniformes del Tate-no-kai, supongo que ustedes van a gastar su parte en cascos, garrotes y bombas Molotov. Todos contentos”.


Para 1970, Yukio Mishima tenía escondido en algún lugar de su existencia como escritor, director de orquesta, letrista de óperas, representante de boxeadores, maestro de la espada y de las artes marciales, actor y director de cine, modelo, exhibicionista y showman, a Kimitake Hiraoka. Todas las fantasías sádicas de su adolescencia se habían convertido en un plan de suicidio espectacular. Nunca sabremos cuándo se le ocurrió la idea, pero es probable que haya estado tres años planeándola. En ese tiempo, escribió su obra maestra y testamento literario, una tetralogía llamada “El mar de la fertilidad”. Las cuatro novelas giran en torno a un alma que va transmigrando en distintas encarnaciones de la belleza; en “Nieve de Primavera” es un joven noble que muere en la juventud, en “Caballos desbocados” (la novela que más claramente anticipa el final) un joven nacionalista que busca llevar a cabo una revuelta y suicidarse para mostrar su desprecio por el Japón moderno, en “El templo del Alba” es una princesa Tailandesa y en “La corrupción del ángel” es un joven autodestructivo que termina degradando el círculo transmigratorio ante la mirada del abogado Shigekuni Honda, protagonista de las cuatro partes, que es testigo de todas las encarnaciones y no logra salvar a la belleza de su destrucción. Mishima envió a su editor la última de las novelas la mañana misma en que salió para su cita con Mashita y su destino.


Cuatro años antes había encontrado entre sus papeles una carta. En ella juraba morir por su país y por el mismo ser divino que le había regalado un reloj de plata en su graduación. Esa carta representaba la vergüenza más grande de su vida. Era la nota de despedida que escribían los Kamikaze antes de su vuelo de inmolación. Mishima había sido reclutado para morir, pero mintió en la revisación médica, exagerando los síntomas de una enfermedad que lo aquejaba desde hacía unos meses para aparecer como tísico. Fue el acto insincero por excelencia, todo para salvar su vida. En la última de las novelas de la tetralogía, la tragedia no es la muerte joven, como en las otras, sino la degradación de la belleza. La muerte de Mishima tenía que ser la de un cuerpo bello, no había podido morir en 1945 como Kimitake Hiraoka, el joven feo y enclenque, ahora lo haría como el coloso Yukio Mishima, transformado por las horas de gimnasia y levantamiento de pesas.


Después de sus últimas palabras, Mishima le da su espada a su segundo, Masakatsu Morita. Se arrodilla frente al General, que ya no está amordazado, y se desabrocha la chaqueta. No lleva camisa debajo. Expone su tremenda musculatura. Se desabrocha el pantalón y toma la espada corta (Wakizashi) que acompaña a la Katana en la cintura de los samuráis. Envuelve una parte de la hoja con un paño de seda. Con la mano izquierda se masajea el abdomen. El general grita pidiendo que no haga semejante locura. Morita levanta la Katana. Mishima hunde la hoja y hace un corte horizontal por debajo del ombligo. La tensión y el dolor abdominal hacen que se incline hacia delante. Es la señal para Morita, que tarda demasiado. Él no es un experto kaishakunin (así se llama el que asiste en el seppuku) y da el golpe demasiado tarde. La espada golpea contra el suelo y no puede hacer todo el recorrido. El cuello del escritor está herido espantosamente, pero no ha sido seccionado del todo. Morita mira horrorizado a sus compañeros, que le gritan: “¡otra vez!” Lo hace, pero vuelve a fallar, una vez, y otra vez. Furu Koga, el tercero en importancia, experto espadachín, le quita la espada de las manos y termina la tarea. Poco después, hace lo mismo con Morita que también se abre el vientre. Al anochecer, los tres sobrevivientes salen del edificio llevando al General y se entregan a la policía. Uno de ellos entrega la espada con la sangre del escritor y de Morita.


La madre de Mishima, al ver el altar funerario con la foto del escritor dijo algo que sólo aquella que lo conocía como Kimitake Hiraoka podía decir: “No deberían haber puesto flores de luto, fue el día más feliz en la vida de mi hijo.”



Referencias bibliográficas


VALLEJO-NÁGERA, J.A. (1978) Mishima o el placer de morir. Barcelona, Planeta S.A, 1987.


MUTEL, J. (1972) Historia del Japón, 1, el fin del Shogunato y el Japón Meiji (1852-1912). Barcelona, Sergio Tapia, 1972.


KAIBARA, Y. (2000), Historia del Japón. México D.F., Fondo de cultura económica, 2000.

 

MISHIMA, Y.:


*Confesiones de una máscara (1949). Madrid, Espasa Calpe, S.A., 2002.

*El rumor del oleaje (1954). Madrid, Alianza editorial S.A,. 2009.

*El marino que perdió la gracia del mar (1963). Madrid, Alianza editorial S.A., 2006.

*Sed de Amor. Barcelona, Caralt S.A., 2002.

*El pabellón de oro (1963). Barcelona, Seix Barral S.A., 2002.

*Nieve de primavera (1967). Barcelona, Caralt S.A., 2000.

*Caballos desbocados (1968). Barcelona, Caralt S.A., 2002.

*El Templo del alba (1969). Barcelona, Caralt S.A., 1999.

*La corrupción de un ángel (1970). Barcelona, Caralt S.A., 2000.


Referencias audiovisuales


Mishima (1985), Dir: Paul Schrader, EEUU, American Zoetrope/Lucasfims Ltd./Warner Brothers.

 

Tenchu! Hitokiri (1969), Dir: Hideo Gosha, Japón, Daiei international films.

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