Ser niño hoy

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El título “Ser niño hoy”[1] es  sugerente. Una posibilidad es abordar el tema desde una perspectiva que incluya el modo en que la “actualidad” afecta a la infancia. Podríamos hacer algunas consideraciones acerca de la pertinencia o no de la inimputabilidad en la infancia, o respecto a las dificultades por las que atraviesan los niños que son objeto de abusos sexuales. Sin duda, sólo estaríamos mencionando dos temas entre los múltiples que se nombran como actuales.

No  son cuestiones sencillas, y debemos estar advertidos que la mayoría de las veces se nos conmina a sacar conclusiones generales, pesando sobre nuestras espaldas una  acusación, más o menos solapada, de ser “obsoletos”, es decir, de carecer, por decirlo rápidamente, de una teoría a la altura de una época caracterizada por la vertiginosidad de los cambios. Tomaremos esta invitación, no tanto como la oportunidad para pensar los problemas actuales por los que atraviesan los niños o la infancia en general, sino como la ocasión de interrogar el título de la convocatoria.

Una joven de once años, cuya pubertad recién comienza, luego de encontrarse con las primeras amarguras por el desencuentro amoroso, llora desconsoladamente diciendo: “¿Por qué me tuvo que pasar esto, si yo a los ocho y a los nueve años era feliz?”

Este modo de decir es ilustrativo, da cuenta que discursivamente para esta joven se ha constituido o armado una idea de infancia. Sus palabras suponen la inclusión de una perspectiva que llamamos histórica, es decir de una ubicación discursiva en relación a aquello que ya aconteció. En ellas, la joven presentifica una felicidad que supone perdida a partir de un elemento que resulta oscuro, inexplicable y por ello, tal vez irruptivo y desconcertante. Comienza así, la confrontación con aquello que de la sexualidad no entra en los cálculos.

Dicho de otro modo, nos importa la infancia en tanto hecho discursivo. Desconfiamos del “hecho” llamado felicidad o, más precisamente, nos desembarazamos de la pregunta “¿fue feliz o no?”, para dar paso a la idea de que esta joven  formuló una ilusión neurótica: hubo un tiempo sin fisuras.

Con la pubertad se inauguran los caminos singulares por los que cada quien transita, de la mano de una perspectiva histórica, las consecuencias del desencanto que suscita la cita con el desencuentro.

Tratemos de articular estas cuestiones con el tema que nos convoca.

“Ser niño hoy” puede conducirnos por los desfiladeros de una formulación que circula: “Hubo una infancia mejor –o si ustedes quieren una auténtica infancia en la que la separación niño/adulto estaba más lograda– y hoy día contamos con una infancia degradada respecto a esa otra”. Esta suerte de queja o denuncia respecto a las infancias actuales reproduce bajo la forma de “niños eran los de antes”, un planteo clásico: el mito del paraíso perdido. Como todo mito, está vinculado con la ficcionalización de un tiempo –el del origen– definitivamente perdido. Por otra parte, y por eso decíamos que se trata del mito del paraíso perdido, se le adjudica a ese tiempo una consistencia tal que la degradación no le es propia, sino que es efecto de una contingencia histórica. La degradación es un hecho de estructura más que un avatar histórico.

Se trata de una formulación riesgosa si no le adjuntamos la perspectiva de que la infancia es un hecho histórico, es decir discursivo. Sobre la infancia se dice, se interpreta, y por supuesto que esas interpretaciones están indefectiblemente atravesadas por los avatares de los ideales y paradigmas de las sucesivas épocas.

La Historiografía recupera una tensión que es propia de la historia: nos referimos a la hiancia entre lo acontecido y aquello que se relata, más precisamente, aquello que se escribe. La Historia cabalga entre el relato y la escritura, produciendo la pérdida del acontecimiento.

Espero que este modo de decirlo resuene en las palabras que la joven pronunciaba, y también en una pregunta que no es poco frecuente formularnos cuando atendemos consultas por niños abusados: ¿Ocurrió realmente lo que el niño dice, o cuenta lo que el niño dice que ocurrió? Podemos inclinarnos a tratar de comprobar si ocurrió o no, y creer, no sin cierta arrogancia, que está a nuestro alcance suturar una tensión que es irreductible.

Retomemos ahora el título de este artículo, auxiliados por la Literatura para luego articularlo con la situación de Abu Ghraib.

El novelista francés Michel Tournier[2] introduce algunas ideas de un modo muy bello:

Por escandalosa que pueda parecer a primera vista, no se puede negar la profunda afinidad entre el niño y la guerra (…) Al fin de cuentas, el niño exige imperiosamente juguetes, como fusiles, espadas, cañones y carros, soldados de plomo y colecciones de toda clase de armas asesinas. Dirán que no hace más que imitar a sus mayores, pero me pregunto si la verdad no es justamente  todo lo contrario pues, al fin  y al cabo, el adulto va más a menudo al taller o al despacho que a la guerra. Me pregunto si las guerras no estallan con el único fin de permitirle al adulto hacer el niño[3], regresar con alivio a la edad de las armas y los soldados de plomo. Cansado de sus responsabilidades como director de oficina, esposo y padre de familia, el adulto movilizado se desentiende de todas sus funciones y cualidades y, libre y despreocupado, se divierte[4] junto a compañeros de su edad maniobrando cañones, carros y aviones que no son sino la copia aumentada de los juguetes de la infancia.

El drama es que se trata de una regresión malograda. El adulto recobra los juguetes de la infancia pero ya no posee el instinto de juego y  fantasía que les otorgaba su encanto original. Entre sus zafias manos, cobran las monstruosas proporciones de otros tantos tumores malignos que devoran la carne y la sangre. La seriedad[5] homicida del adulto sustituye la gravedad[6] lúdica del niño, a la cual imita convirtiéndose en su imagen invertida.

Subrayábamos la “diversión” porque esa misma cuestión fue retomada, por una periodista[7], a propósito del descubrimiento de las  fotografías que fueron dadas a conocer hace un tiempo. En ellas quedaron plasmados tanto la tortura como los vejámenes ejercidos a  los prisioneros iraquíes en las cárceles. A diferencia de las fotos tomadas por los nazis, en éstas los victimarios –jóvenes soldados norteamericanos de ambos sexos– aparecen en las escenas. La autora del artículo periodístico, luego de comentar el contenido de esas fotos recientemente descubiertas, cita a la escritora norteamericana Susan Sontag, quien después de escribir su libro sobre la fotografía de guerra, Ante el dolor de los demás, reflexionó sobre Abu Ghraib: “Lo realmente abominable, dado que estas imágenes fueron tomadas con el fin de hacerlas circular y ser enviadas a otros, es que muestran algo divertido[8]”. La periodista reencuentra en las atrocidades cometidas aquello que la  filósofa Hanna Arendt nombró como “la banalidad del mal”; y agrega, valorizando los aportes de Susan Sontag, este otro elemento propio de la cultura juvenil, el de la diversión. Señala que la vinculación con la pornografía, como industria del entretenimiento es muy estrecha, ya que se trata de armar escenas para ser fotografiadas en las que la tortura y el sometimiento cobran la forma de la explotación sexual. El artículo finaliza con una elocuente reflexión: “Despersonalización ante el dolor del otro, infantilismo, atrofia del sentimiento de compasión, esta vez para la posteridad.”

Lejos de sostener la creencia difundida de que hay ausencia de ideales, Ser niño hoy bien podría ser la modalidad en que un ideal de nuestros tiempos se corporiza en palabras cuya formulación imperativa conmina a gozar.

Corrimos así el eje, ya no se trata de afirmar que la degradación actual de la infancia hace peligrar su existencia, sino que los ideales por los que estamos atravesados –el de la diversión, la inmediatez, el culto al autoerotismo y a la satisfacción individual cual si fueran derechos adquiridos, entre otros– nos lleva a creer que se puede o se debe imperiosamente permanecer en una infancia eternizada.

No se trata, entonces, de niños que pretenden ser adultos, sino de adultos que anhelan ser niños.

 

Notas

[1]
El presente texto está basado en la ponencia de la Mesa de Apertura de las “ VIII Jornadas de Residencia de Salud Mental del Hospital General de Niños Ricardo Gutiérrez: Ser niño, hoy” (21 y 22 de mayo de 2009, C.A.B.A.)

[2] Tournier, Michel  “El Rey de los Alisos”,  Alfaguara,  Argentina,  2006,  p 353-354.

[3] El subrayado es del autor.

[4] El subrayado es nuestro.

[5] El  subrayado es del autor.

[6] Idem.

[7] Extraído de la nota periodística escrita por Matilde Sánchez  “Consideraciones sobre la tortura después de Abu Ghraib, en Irak”, publicada en diario Clarín el domingo 31 de mayo de 2009.

[8] El subrayado es nuestro.

 

Adriana Bugacoff es docente de la Cátedra II de Psicopatología (U.B.A), docente de Posgrado en U.N.R. Colaboradora docente en Maestría U.B.A. y U.N.R. Supervisora de Residentes psicólogos del Hospital Infanto-Juvenil C. Tobar García.

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