Editorial

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Nadie podría discutir que el cine es una de las más grandes expresiones culturales y que su capacidad de contar historias fascina a multitudes. ¿Pero por qué dedicamos este número de Intersecciones Psi al séptimo arte? Los autores invitados responderán a esta pregunta a lo largo de sus elaboraciones.

En principio, podemos mencionar los nacimientos casi simultáneos del cine y del psicoanálisis. En 1895, Freud y Breuer publicaban Estudios sobre la histeria, la primera presentación de la terapia psicoanalítica, y unos meses más tarde, en el sótano del Grand Café de París, los hermanos Auguste y Louis Jean Lumière proyectaban al público las primeras imágenes en movimiento, a través de su invento: el cinematógrafo.

Una de aquellas primeras proyecciones —La llegada de un tren a la estación de La Ciotat— se convirtió en el máximo ejemplo de cómo la imagen en movimiento logró impactar a los espectadores desde el comienzo. Al ver una locomotora que se acercaba a toda velocidad, los miembros del público saltaban de las butacas, asustados ante la posibilidad de que aquel tren pudiera salir de la pantalla y arrollarlos.

Pero no sólo es la imagen en movimiento lo que cautiva al espectador, sino la posibilidad que tiene el cine de contar historias atrapantes. Su masividad alcanzada en el campo del arte y del entretenimiento tiene que ver con su carácter movilizador. Esta característica lo convierte en una vía indispensable para pensar los dilemas éticos de nuestro tiempo.

A través de los personajes de una película, o de una serie televisiva, podemos vivir una aventura, amar, sufrir, matar. La historia puede transportarnos a tiempos y lugares diferentes, reales o ficticios, cercanos o lejanos. En palabras de los investigadores Juan Jorge Michel Fariña y Eduardo Laso, “La ilusión del cine permite por un rato el goce imaginario de vivir otras vidas, sin los riesgos que implica encarnarlas en la realidad”.

Una película (o una serie) puede interpelar al espectador con dilemas éticos, implicarlo intelectual y emocionalmente y lograr que se identifique con el relato. A través de personajes cinematográficos, el público tiene la posibilidad de experimentar conflictos, pasiones, aventuras, intrigas... Como espectadores —dice Alejandro Ariel en la conferencia publicada en este número de Intersecciones Psi—, podemos preguntarnos: ¿Qué haríamos nosotros en el lugar del protagonista? ¿Cómo enfrentaríamos tal o cual dilema ético?

Como afirman Laso y Michel Fariña, una buena película es aquella que nos introduce en un problema y nos invita a pensarlo, sin pretender encontrar una respuesta definitiva o universalmente válida.

Revista Electrónica de la Facultad de Psicología - UBA | 2011 Todos los derechos reservados
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