Marie-Francoise, un tiempo después

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Introducción

El Caso Marie-Francoise fue presentado en el libro “Nacimiento del Otro”[1], publicado en Francia en el año 1980. Allí se muestra el pormenorizado trabajo realizado por Rosine Lefort entre Septiembre de 1951 y Noviembre de 1952, con dos niñas, Nadia de 13 meses y la mencionada Marie-Francoise de dos años y medio, en la fundación Parent de Rosan, institución de asilo temporario para niños que dependía de la asistencia pública francesa.

El material de las sesiones junto con su articulación teórica fue publicado en coautoría con quien fuera su esposo, el psicoanalista Robert Lefort.

La historia cuenta que Marie-Francoise fue abandonada por su madre a los dos meses de edad y que luego de una serie de hospitalizaciones había ingresado a la institución teniendo dos años. Seis meses más tarde iniciaría tratamiento con una muy joven Rosine Lefort.

Alguno de los síntomas iniciales que inclinaban el diagnóstico a favor del autismo tal como se lo consideraba en aquella época eran los siguientes:

1) Una mirada extraviada, a veces muerta, que daba la impresión de una pared.

2) No establecía ningún tipo de contacto ni con los adultos ni con los niños de la institución.

3) Una visible dificultad para tomar  objetos - solo los tocaba con la punta de su dedo índice o acercando su nariz – junto con un severo mutismo del que salía abruptamente con crisis  nocturnas de llantos y gritos.

4) No caminaba por su cuenta, solo se desplazaba sobre su trasero, se balanceaba incesantemente y era habitual que se golpeara la cabeza contra el suelo.

5) Sufría bulimia, luego de haber padecido anorexia.

El estatuto de “insoportable” del objeto

Detengámonos ahora en las coordenadas específicas de los primeros encuentros que Marie-Francoise mantiene con Rosine Lefort.

El punto de mayor conflictividad a partir del cual, sin embargo, se esboza un andamiaje que recorre la cura desde su inicio hasta su abrupta finalización, lo constituye un plato de comida que Rosine incorpora a las sesiones. Además del plato, Lefort, dispone una serie de objetos diversos, muñecos, recipientes y otros alimentos, bombones y pasteles.

Inicialmente, Marie-Francoise no manifestaba ningún tipo de inhibición frente a los objetos y los bombones. A estos últimos, los devora inmediatamente y posteriormente  arroja los objetos con los que se topa. Realiza el mismo despliegue motriz frente a la analista, a quien agrede sin mediar palabra.

Pero el plato de comida representa un primer punto de detención de ese ejercicio de pura descarga. Arribamos, entonces, a “una escena sumamente penosa, que no tardará en volverse insostenible. Ella que padece bulimia y que se muere de ganas de comer el arroz con leche, no puede hacerlo y su angustia no se hace esperar. No comprende esta reacción tan nueva para ella. Se mantiene de pie ante el plato, devorándolo con los ojos”.[2]

La reacción “tan nueva” que no comprende es la de Rosine, testigo silenciosa de su comportamiento, que no anticipa ni apresura ningún movimiento, y que se niega a darle de comer si no es ella quien se lo pide explícitamente. Así se lo hace saber.

Luego de tan solo cuatro sesiones, todos en la institución coinciden en que Marie-Francoise está mucho más atenta y dinámica. Para los Lefort, la niña ha ganado una certeza muy sólida de la pasividad de la analista. Esto le permite vivir su mundo interior, en parte confiada de su no intervención, y en parte protegida por su presencia.

La falta de inhibición, entonces, se explica por la ausencia de vinculación entre los objetos dispuestos en el lugar y la presencia de la analista. Esto hace que el objeto permanezca a nivel de lo real, y en tanto tal, se presentifique como un objeto insoportable. No hay un lazo de conexión entre los objetos y el Otro, ni siquiera al nivel rudimentario que se esbozaba en Nadia, caso con el que establecen un paralelo constante. Este rudimento de relación lo sintetizan con la fórmula “a + A”. Se trata de un objeto adherido a la superficie del Otro, lo que para los autores ya constituye una primera forma de identificación. Identificación que pasa por lo escópico, registro que permite reducir al máximo el estatuto de la pérdida, y que otorga al Otro el estatuto de un Otro portador de objetos.

En Marie-Francoise, a diferencia de Nadia, el contacto pasa por lo muscular antes que por lo escópico y está dirigido a destruir: “Para Marie-Francoise la predominancia de lo muscular no permite la misma apertura hacia una pérdida posible e ignorada a la vez; desemboca a lo sumo en la exaltación del carácter destructor de la pulsión, porque lo pulsional siempre tiene que ver con la pulsión de muerte”.[3]

En relación a este escenario, los autores explicitan un primer postulado: para Marie-Francoise, no existe ni el otro (a), ni el Otro (A). Términos que en el álgebra lacaniano pueden interpretarse como el gran Otro, lugar de lo simbólico, pasaje obligado que garantiza la circulación de los objetos y el armado del espacio, y el objeto a minúscula, resto de esa operación de pasaje, que se erige como objeto causa del deseo.

¿Qué consecuencias desprenden de esta hipótesis? En primer lugar, aquello que se constata en la descripción del comportamiento de Marie-Francoise, completamente desorganizada, con conductas estereotipadas y autolesivas e inmersa en un mundo en donde todo resulta igualmente indiferente.

Caracterización esta, que nos evoca la manera en la que Lacan tempranamente describía al Dick de Melanie Klein: “Este joven sujeto – decía – está enteramente en la realidad de su estado puro, incosntituida. Está enteramente en lo indiferenciado”.[4]

En efecto, ni para Dick, ni para Marie-Francoise, lo imaginario y lo simbólico operan allí como referencias estables con las que podrían orientar sus desplazamientos frente a las personas o los objetos.

La introducción de un menos

Con el pasar de las sesiones, se observa un “gran cambio emocional” en Marie-Francoise  frente al plato de comida, más sosegada y atenta, contra los temblores convulsivos y el balanceo de las primeras entrevistas.

Sin embargo, ella no puede pedir, es incapaz de dirigir un llamado al Otro, en tanto el Otro no está allí para ella. Cuando esgrima un esbozo de llamado, un balbuceo titubeante, lo hará dirigido a la ventana, a esa “ausencia real” tal como la define Rosine Lefort, que toma el relevo del Otro ausente.

Este cambio emocional, sin embargo, ha sido posible porque la analista rehusó la trampa de ocupar el sitio del adulto que le proporciona comida sin que ella lo pida. Era lo que sucedía con el personal encargado de asistirla en la institución y lo que la había relegado a la bulimia, paradigma del corte radical con el Otro en tanto polo relacional. En la anorexia, el Otro sigue siendo portador del objeto del deseo, caso contrario de la bulimia donde “el objeto oral cae en lo real, perdiendo su sentido de objeto del cuerpo”.[5]

Nuevos objetos van cobrando relevancia con el pasar de las entrevistas: un bebé y un muñeco de caucho que interceden – se les otorga en un primer tiempo el lugar de “objetos intermediarios” - entre el plato de comida y la analista, junto a una cacerola de juguete en las que la niña ensaya en un juego de alternancias las variables de un orificio: la cubre con la tapa, la descubre, la llena de objetos, la vacía. Realiza estos movimientos una y otra vez hasta que finalmente la da vuelta.

Marie-Francoise desplaza su interés hacia estos muñecos, a través de un movimiento recurrente, primero por medio de la mirada y estableciendo una triangularidad que los autores anotan especialmente - mira el plato, luego a Rosine y después al bebé – para después, tomarlos y pegarlos a su cuerpo; primero apretando el muñeco sobre su nariz, después acercando el bebé a su rostro. Este nuevo escenario tiene por marco una serie de embates agresivos contra el cuerpo de Rosine: apretarle un lunar, arañarle la mejilla o arrancarle los lentes.

En este punto, recordamos lo articulado por Jacques Alain Miller[6] en relación al comentario que realizara sobre “el niño del lobo”, otro pequeño paciente de Rosine Lefort, cuando destaca que la matriz de aquel tratamiento consistía en el esfuerzo del sujeto por tratar de introducir un menos, una necesidad de orden simbólico que se efectúa en lo real.

Para ello, es necesario en primer lugar, el recorte de un objeto especialmente privilegiado por el sujeto, en el caso de Marie-Francoise y al erigirse en ese sitio el plato de comida como un real insoportable, observamos como en un segundo movimiento se hace necesario y urgente la introducción de algo que reste, necesidad de orden simbólico que Marie-Francoise intenta “real-izar” en lo real.

Frente a lo real, Marie-Francoise oscila entre dos movimientos, o bien ponerse a distancia mediante el repliegue habitual o bien intentar “producir un agujero”, mediante todo un catálogo de agresiones dirigidas a Rosine. Es como si tratara de ligar ese objeto al campo del significante por una especie de forzamiento. Ante esa imposibilidad, el doble oficia de relevo clausurando todo acceso posible al campo del Otro.

Lefort destaca esta secuencia cuando Marie-Francoise pega el muñeco a su ojo para luego introducirlo. En este punto observamos que no puede apelar al significante como aquello que pone verdadera distancia del objeto, como aquello que otorga un velo a lo real y delimita un espacio habitable. Cuando la niña recurra al significante, su llamado se dirigirá a la ventana, y no a su analista allí presente. Esto resulta ser una triste figuración de “la elección por el vacío” que sitúa Miller en el campo del autismo, paradigma del corte con el Otro.

Ese “mamá” que dirige a la ventana no anula lo real del objeto: “Lo real y el significante siguen cada uno por su cuenta; y la ausencia de toda mutación de uno en otro deja a Marie-Francoise ante el vacío”.[7]

El estatuto de doble real que posee el muñeco no otorga la dimensión de una imagen en la cual la niña pudiera reconocerse, como sucedía en Nadia, con sus muñecos, para quien estos representaban un punto de anclaje que le permitía orientarse frente al Otro.

Jean-Claude Maleval comenta, que este punto llevó a los Lefort a no otorgarle a los objetos autísticos el papel de relevancia que poseen en la constitución de un borde que estabiliza la relación con el Otro y a partir del cual pueden producirse desplazamientos hacia otros objetos.

En este punto de la cura Rosine debe suspender una de sus sesiones con Marie-Francoise. Las repercusiones de esta ausencia son por demás sugerentes. Ese mismo día, se embadurna el cuerpo con los desperdicios de su pañal, específicamente los bordes de los labios y de los ojos. En este punto reconocemos nuevamente, la necesidad de orden simbólico que indicaba Miller, dirigida ahora sobre lo real del cuerpo. Como Marie-Francoise no cuenta con la dimensión simbólica con la que pudiera evocar la ausencia, el agujero reaparece en lo real de su cuerpo. Lefort se detiene en este aspecto para establecer la especificidad del autismo: la ausencia de agujero en el Otro, deja el agujero del lado del cuerpo del sujeto.

“El hecho que yo no tenga agujeros para Marie-Francoise significa que sobre mi cuerpo no hay para ella ningún sitio donde pueda operarse la mutación de los objetos reales en significantes. De modo que está enteramente librada a lo real de los objetos, y la pérdida que experimenta solo puede ser colmada por objetos reales”.[8]

En este punto, ¿cuál es la diferencia esencial entre los embadurnamientos de Marie-Francoise y los que también se habían observado en Nadia ante la ausencia de Rosine? Se trata de una diferencia situada a nivel de la relación con el Otro. En Nadia la relación con los objetos pasa por el cuerpo del Otro, al que ella interroga sin cesar; en esa búsqueda y exploración que realiza, los objetos pierden su dimensión real, se transforman en significantes en el sitio que ocupa ese Otro. No sucede lo mismo en Marie-Francoise, en quien también encontramos lo real y el significante, uno y otro, radicalmente separados, dado que el significante no puede inscribirse en el Otro. En Marie-Francoise observamos desplazamientos, hasta sustitución de objetos, pero se trata de una sustitución que permanece siempre a nivel de lo real de los objetos, sin que se produzca la significación en el Otro. Se trata de “un real cada vez”. Economía de tratamiento de lo real que nos recuerda las consideraciones que en la actualidad realiza Eric Laurent[9] en relación a la iteración en el autismo. Se trata de la repetición de lo mismo, de un S1, radicalmente separado de todo otro significante, que no remite a un S2, pero que produce un efecto de goce que se manifiesta en el hecho de su repetición.

Lo real de los cuerpos

Observamos un movimiento muy sugestivo con posterioridad a la sesión en la que Marie-Francoise logra pedir y recibir la comida poniendo la cuchara en la mano de Rosine. Es notorio el desplazamiento que opera sobre los anteojos, ese objeto proveniente del Otro. Tiempo atrás, arrancados y arrojados sin más, lejos de la analista. Luego de la mencionada sesión,  pasibles de ser utilizados como una cuchara. Efectivamente, observamos que los moja en el arroz con leche para llevarlos a su boca en dos oportunidades. Con los anteojos, vuelve a comer sola, como lo había hecho sesiones atrás cuando había usado al muñeco  de caucho – su doble – en el mismo sentido.

La diferencia es notoria, se trata de dos objetos, el último que en tanto doble clausura la apertura al Otro, y el primero que no deja de remitir al Otro en tanto portador de objetos y, como tal susceptible de ser interrogado. Se trata, de hecho, de un objeto que el sujeto desprende del cuerpo de la analista. Pero no llega a constituir un objeto separable, un “objeto-significante”. La relación del sujeto con la analista sigue a nivel de “lo real de los cuerpos”[10] lo que obtura el acceso al significante. A pesar de ello, el esfuerzo de Marie-Francoise por dotar a ese Otro real de un estatuto más soportable no deja de ser elocuente. En un movimiento seguido a la secuencia con los anteojos, Marie-Francoise embadurna con papilla la mejilla de Rosine para inmediatamente después lamerla. En este embadurnamiento, sin embargo, no incluye al Otro en tanto lugar de una demanda, el cuerpo del Otro permanece intacto, sin agujeros, y ella vuelve a replegarse en su aislamiento tan característico. La falta de agujero en el Otro la remite una y otra vez al agujero de su cuerpo. No le queda más que volver a obturarlo con el muñeco y dejarse caer extenuada.

Rosine lamentó haber tenido que interrumpir el tratamiento de Marie-Francoise a esa altura. Consideraba que el punto al que había llegado resultaba alentador respecto al destino de la niña y dejaba un interrogante abierto respecto de las consecuencias de su intervención.

Mauricio Beltrán

Marzo 2016

Bibliografía:

Lacan, Jacques. “Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud”. Editorial Paidos 13va Reimpresión, 2004.

Laurent, Eric. “La batalla del autismo”. 1era edición. Buenos Aires. Editorial Grama, 2013

Lefort, Robert y Rosine “Nacimiento del Otro. Dos psicoanálisis. Nadia (13 meses) y Marie-Francoise (30 meses)”. Editorial Paidos. 1era Edición castellana, 1983.

Maleval, Jean-Claude. “El autista y su voz”. Editorial Gredos. Primera Edición, 2011

Tendlarz, Silvia E. “Clínica del autismo y de la psicosis en la infancia”. Primera Edición. Colección Diva, 2016

Tendlarz, Silvia E. “¿De qué sufren los niños?” Buenos Aires. Lugar Editorial, 1996

Tendlarz, S. y col. “Estudios sobre el autismo”. 1era Edición. Buenos Aires. Colección Diva, 2014

Tendlarz, Silvia E. y otros “Casos clásicos del psicoanálisis sobre autismo y psicosis en la infancia. JCE Ediciones, 2015



[1] Lefort, Robert y Rosine “Nacimiento del Otro. Dos psicoanálisis. Nadia (13 meses) y Marie-Francoise (30 meses)”. Ed. Paidos. 1era Edición castellana, 1983.

[2] Ibídem., p. 247

[3] Ibídem., p. 251

[4] Lacan, Jacques. “Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud”. Editorial Paidos 13va Reimpresión, 2004. Pág. 112

[5] Lefort R y R., Op.cit., p. 259

[6] Tendlarz, S. y col. “Estudios sobre el autismo”. 1era Edición. Buenos Aires. Colección Diva 2014

[7] Ibídem.,  p. 289

[8] Ibídem., p. 304

[9] Laurent, Eric. “La batalla del autismo”. 1era ed. Buenos Aires. Editorial Grama, 2013

[10] Tendlarz, Silvia E. “¿De qué sufren los niños?” Buenos Aires. Lugar Editorial. 1996


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