Introducción
La problemática del suicidio como tal ha sido motivo de preocupación por tiempos casi inmemoriales. Tanto la medicina, como la sociología, como la filosofía, la psicología, se han encontrado con una pregunta casi tan antigua como la propia existencia: ¿Por qué la gente se mata? ¿Tiene sentido suicidarse?. Este artículo apunta a reformular estas dos preguntas y ubicarlas en un interrogante que, antológicamente y metodológicamente, apuntaría a echar un poco más de luz sobre la cuestión: ¿Suicidarse es una decisión absurda o fundamentada? Para ello, se revisan los aportes del existencialismo, debido al exhaustivo carácter de sus hipótesis sobre el ser que habita el mundo, las cuales presentan una utilidad considerable ya que el suicidio resulta ser un fenómeno estrictamente humano. Por un lado, Albert Camus, y su “filosofía del absurdo”, a través de la cual se delimita la propuesta de un abandono de toda lógica para abordar el asunto de la existencia, y la idea de suicidio como una suerte de solución al meollo de las contradicciones a las cuales se enfrenta la razón humana. Por otro lado, Jean Paul Sartre y su “ontología fenomenológica”, a través del uso de conceptos tales como “proyecto” como negación que deriva de un “proyecto originario”, hasta la “muerte propia” como fatalidad que cancela dicho proyecto, para indagar en que medida esta lógica difiere de la camusiana en su comprensión del suicidio. Estos serán las propuestas que se analizarán a continuación, para determinar si el suicidio es efectivamente parte de la solución para algún problema determinado, o parte del problema mismo. Este desafío es el que se propone el presente artículo.
El absurdo y el suicidio.
“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio” (Camus, 1942a, p. 15). El suicidio debe ser comprendido, ante todo, como un fenómeno estrictamente individual, de ahí que este interés filosófico deriva en un interés ontológico. Para dar un poco más de sustancia a la cuestión, se introduce la idea de lo “absurdo”. El tópico principal de este apartado es indagar cual es la relación que se entraña entre esta “filosofía del absurdo” y el suicidio como tal. Este razonamiento lleva a formular la siguiente pregunta: “¿Qué es, exactamente, “lo absurdo”?”. A lo largo de la obra mencionada anteriormente, se delimita lo absurdo como una sensación, una conclusión, e inclusive a una cualidad del mundo, pero que no se limita a ello, sino que la noción de lo absurdo “nace” como resultado de una ruptura: “cuando el pensamiento reflexiona sobre si mismo, lo primero que descubre es una contradicción” (ibid, p.29), en otras palabras, Camus está argumentando que toda praxis humana, de cierto modo, no ofrece resultados que tengan una forma
homogénea, haciendo énfasis en el ejercicio de la razón, en la medida de que advierte que no todo puede reducirse a términos de pensamiento, debido a que las categorías cognoscitivas, al ser construcciones, no pueden colmar del sentido a toda la extensión de los fenómenos del mundo, es decir, que a medida que el ser humano se tope con contradicciones, intentará resolverlas, pero toda resolución resultará inútil porque, al no ser completa, engendrará otra contradicción, y así se subsume a la razón a un círculo vicioso interminable. Se podría deducir de esto que, en dos palabras, el mundo contiene al absurdo debido a las contradicciones, pero se daría por sentado que se está corriendo demasiado: “este mundo, en si mismo, no es razonable. Pero lo que resulta absurdo, en si mismo, es la confrontación de ese irracional y ese deseo desenfrenado de claridad cuyo llamamiento resuena en lo más profundo del mundo.” (ibid, p. 34). No se defiende lo irracional, ni tampoco lo estrictamente más racional, el absurdo no puede delimitarse en un extremo, sino que está en la línea media de una existencia lógica y una existencia en la que un pájaro dodo preside un juicio como parte y anuncia que todos ganan. Lo absurdo es, ante todo, la propuesta que exige el abandono de toda lógica en lo referente a la existencia, debido a que para un espíritu absurdo “la razón es vana y no hay nada más allá de la razón” (ibid, p. 42).
En base a lo dicho anteriormente, queda por subsanar la cuestión de cómo se relaciona el suicidio con esta idea de absurdo. Camus (1942) advierte que, como el absurdo es una comparación (no puede disolverse en uno de sus términos), la destrucción de uno de sus términos implicaría su desaparición por completo. Este “salto”, si se lo puede llamar de esa manera, es una forma de zanjar la cuestión, es decir, de no consentir la presencia de lo absurdo como tal: elisión, trascendencia, eternidad, son formas de dar cuenta que no se ha asumido de manera plena la cuestión del absurdo. Esta actitud implicaría el sabotaje de las antinomias, de las paradojas, es decir, optar por la solución lógica: la generalización a mansalva, la esperanza ciega, o la inevitabilidad del sentido. De alguna manera, la idea de “salto” que aquí se presenta funciona como un articulador entre una actitud que sigue la línea de una suerte de absolución del uso de la razón en lo que refiere a las relaciones con el mundo, y una actitud absurda, la cual se podría definir como un encuentro con los límites que esa lógica encarna, ya que “lo absurdo termina, como todas las cosas, con la muerte” (ibid, p. 44). El suicidio, en este caso, sería una de las formas que el autor plantea que toma la idea de “salto” como acto, es decir, que el suicidio sería una de las posibles actitudes que surgen a raíz de lo absurdo que presentan la estructura del “salto”. Para aclarar un poco más este punto: lo absurdo, que se ha definido como la constante aparición de contradicciones insalvables en la relación del ser humano con el mundo, es decir, en su existir, resulta ser una característica estructural, una condición sine quanon que se adscribe en las antípodas de toda lógica denotando sus límites, y resaltando cierta cualidad tensionante y/o conflictiva cuya equilibración o “cancelación” implica la eliminación de la existencia como tal, es decir, suicidarse. Entonces, en pocas palabras, el suicidio cancela el absurdo porque, al disolver una de las partes conflictuadas, se disuelve todo lo demás. Se elijen como ejemplos de “hombres absurdos” dos personajes que capturan en su configuración esta cualidad de la existencia humana de manera muy clara: Homero, en “La Odisea”, lo retrata como un personaje castigado por los dioses, condenado a llevar una piedra enorme hasta lo más alto de una colina, para solo observar como esta cae por la ladera de la montaña, con el cometido de volver a subirla, y así sucesivamente. “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso” (ibid, p. 138), ya que el no reniega de la inevitabilidad de su castigo, sino que lo acepta y lo hace parte de él. La razón objetaría que “no tiene sentido seguir”, y empujaría a Sísifo a arrojarse del punto más alto de la colina, es decir, de seguir la ruta de su piedra, pero la propiedad de su sufrimiento es mayor que su dolor, y la vida cotidiana enseña que hay muchos Sísifos felices.
El otro ejemplo es de un personaje de una novela de la autoría del mismo Camus, llamada “El extranjero”, en donde Mersault, el protagonista, encarna de manera muy concreta esto que se quiere definir como existencia absurda, ya que habiendo sido acusado de asesinato y condenado a muerte, su afianzamiento a la vida crece: “Pero estaba seguro de mi, seguro de todo, (…), seguro de mi vida, y seguro de esta muerte que iba a llegar. Sí, no tenía más
que esto” (Camus, 1942b, p. 154). Mersault conservaba su cordura, y sin embargo se lo ve, ambivalentemente, aceptando su propia vida y su propia muerte, manteniendo la tensión, consintiendo su destino absurdo, es por esto mismo que “Lo contrario del suicida, precisamente, es el condenado a muerte” (Camus, 1942a, p. 68).
Se ha puntualizado la noción de absurdo en Albert Camus, su relación con el suicidio, la noción de “salto”, y algunos ejemplos de “existencias absurdas” particulares. Si se quisiera precisar el tópico en una o dos frases, se especificará que el suicidio es un salto que anula al hombre mismo como abogado de lo absurdo, es decir, que para responder a la pregunta de que si el suicidio es una decisión absurda se deberá reformularla, en términos camusianos: vivir es vivir lo absurdo, porque el mundo, el hombre, y la vida, son sus componentes principales. Matarse significa abandonar la lucha, cuando lo único que se debe abandonar es la filiación con la lógica.
El suicidio como proyecto.
“Una primera mirada a la realidad humana nos enseña que, para ella, ser se reduce a hacer” (Sartre, 1943, p. 501), esto implica que para comprender la realidad humana, hay que ubicarse en su hacer, considerando este “hacer” como intención, es decir, como acciones acordes a fines. Para Jean Paul Sartre (1943), toda acción opera en términos de negatividad, más específicamente, de una doble negatividad: el ser humano introduce en su situación actual, esto es, en su presente, otra situación idealizada con respecto a la actual que aún no se encuentra efectivamente sucedida (primera nihilización), y a esta situación actual como diferente a la idealizada (segunda nihilización), esto sería el “fin” de una acción: aquello no-presente hacia lo cual la acción se orienta, es decir, a una realidad ausente.
Si se quisiera relacionar esto con una idea de temporalidad, se argumentaría que negar el presente implica considerar al pasado y al futuro como posibilidades: al negar el presente, se produce una retrotracción al pasado, pero, al mismo tiempo, como elegir una situación pasada es imposible ya que esta también ha sido negado en algún momento de la existencia como tal, la única posibilidad posible es el futuro, de ahí el término proyección. En base a la terminología manejada, se podría comparar a la acción como una “elección”, y, en cierto modo, “(…) el acto es expresión de libertad” (ibid, p. 463). Entonces, la persona opera sobre el mundo en un como-si, o para-si, porque la negación siempre implica elegirse a si mismo por sobre lo que uno es y por sobre el mundo en-si.
La libertad, en este sentido, también es considerada como negativa, porque apunta a una ruptura con lo que la persona es, para instaurar el poder-ser, esto es, instaurar la posibilidad de ser algo que uno no es en el momento, pero, como el ser humano no puede dejar de serlo, entonces, “estoy condenado a ser libre” (ibid, p. 465).
Entonces, la libertad es lo que moviliza la acción humana, y todo móvil, visto desde este ángulo, también implicaría una negación, y esto es lo que remitiría al para-si en las decisiones; de este modo, se vislumbra claramente que la libertad y el para-si tienen una característica en común, y es ser nada como tales, es decir, no tener sustancia ni esencia, sino ser pura existencia no-siendo. En cuanto al en-si, lo encontramos como motivo, es decir, como apreciación objetiva de una situación. Así, móviles, motivos y fines se orientan como condiciones de posibilidad para la libre elección, en la cual un móvil presenta un motivo, y se orienta a un fin. Para Sartre (1943), el fin último de toda acción se ancla en un proyecto “originario”, y este es retomar las conexiones perdidas con el mundo a causa de la existencia, es decir, ser un para-si-en.si, y todos los proyectos posteriores resultan secundarios a la luz de este primerísimo esencial. Esto resulta en una encerrona: el para-si, en su carácter de libre, hará constantes regresiones al pasado para resolver la negatividad que el mismo se plantea, buscando ser una totalidad sin dejar de elegir y elegirse, esto es, de alguna manera, una solución a la tradicional trifulca Shakesperiana: “ser y no ser”. Este tipo de conductas se pueden ejemplificar como conductas de “abandono. Abandonarse a la fatiga, al calor, al hambre y a la sed (…), en la soledad original del Para-si: (…) su condición es un proyecto inicial de recuperación del cuerpo (…) (del En-si-para-si)” (ibid, p. 482).
Siguiendo esta lógica, la muerte propia implicaría “una nihilización siempre posible de mis posibles, que está fuera de mis posibilidades” (ibid, p. 561). En base a esto, la muerte implicaría una posibilidad de la existencia, la cual coarta todas las posteriores nihilizaciones que el para-si pueda efectuar sobre la realidad dada, y de alguna manera, se podría ubicar dentro de la línea del proyecto originario, es decir, que la muerte implicaría una vuelta al para-si en-si, pero con la salvedad de ser una contingencia, esto es, más allá de que se pueda considerar a la muerte como propia, también es un hecho externo que trasciende la propia subjetividad. Sartre (1943) retoma la idea de la “espera”, es decir, en tanto que el para si en su condición de libre obrar se caracteriza por proyectar sobre la realidad dada un futuro diferente posible, una y otra vez, esperando del futuro algo que aún no ha llegado, hace caer sobre esta praxis cierto carácter de absurdidad: si tarde o temprano acaecerá algo que borre con toda la subjetividad como tal, seguir esperando es prácticamente en vano. Por ello, paradójicamente, no se puede ubicar al sentido de la vida en la muerte, sino en la subjetividad, ya que la afirmación del ser del para-si (la negación) es su existencia, entonces el sentido encuentra su fundamento en un contra-sentido, negación de si como proyecto. El para-si, al morir, deviene en-si, cosa del mundo, y por ende, de las demás personas, así “la sola existencia de la muerte nos aliena íntegros, en nuestra propia vida, en favor del otro” (ibid, p. 567): la muerte, en este sentido, sería una forma particular de la existencia humana de relacionarse con un otro, ya que alguien debe hacerse cargo de aquellos proyectantes que la muerte ha coartado de elegirse a si mismos.
Entonces, para Sartre, la muerte resulta como una eventualidad fatal e insalvable que opera como nihilizante de todos los proyectos futuros. Siguiendo esta lógica, ¿Cómo se puede relacionar el suicidio con esta idea? Dicho acto, al ser “el último acto de mi vida, se deniega a si mismo ese porvenir, y permanece así totalmente indeterminado” (ibid, p. 563). El suicidio se asemeja a la muerte propia en la medida de que ambos imponen un límite insalvable a la negación del para-si, es decir, que provocan que devenga en-si, que su proyecto originario tenga fundamento (adquirir el status de ser para-si-en-si), más no así ser su propio fundamento, ya que el proyecto originario encierra una imposibilidad de hecho al adscribir al para-si a promulgarse como un en-si, esto implica que, tanto en el suicidio como en la muerte propia, el para-si no puede elegirse a si mismo siendo algo que no és debido a que no encuentra manera de seguir no-siendo para ser en el futuro, ya que no existe un futuro como posibilidad. La diferencia radical entre el suicidio y la muerte propia sería que el primero adquiere carácter de acto libre, es decir, que el para-si ejerce su libertad en tanto que nihiliza su realidad dada (incluido a si mismo) al inclinarse al suicidio, mientras que la muerte propia conserva su carácter de ser estrictamente azarosa. Continuando con esta perspectiva, si para Camus el suicidio implicaba un abandono de lo absurdo, para Sartre dicho acto implicaría “una absurdidad que hace naufragar mi vida en lo absurdo” (ibid, p. 563), es decir, que lo absurdo aquí implicaría un caso de libertad en el cual el acto se perfila como cancelación de otras posibilidades, esto es, un acto que detenga el devenir actuante del para-si como nihilización.
Conclusiones.
Habiendo delimitado tanto la perspectiva camusiana como la sartreana en lo referente a la temática del suicidio, la propuesta de este apartado adscribe a puntear ciertas diferencias y similitudes entre dichas perspectivas. En primera medida, ambos autores proponen enfocar la cuestión en la existencia humana particular como tal, y de ahí extraer conclusiones generales, esto es, tomar un punto de vista ontológico, centrado en el “ser”, pero planteando una irreconciabilidad, un vacío, una imposibilidad estructural de una existencia plena fuera de lo humano, entendiendo lo no-humano como pura objetividad, con
ciertas similitudes y diferencias en este aspecto: para Camus, es imposible la existencia sin considerar a lo absurdo como característica esencial, es decir, que la vida humana no puede eliminar de manera total las contradicciones que halla en el mundo que la rodea en la medida que busca relacionarse con él, ya que eso implicaría anular el mundo y/o la subjetividad, rompiendo con la tensión que es lo absurdo, o dicho en otras palabras, la existencia humana es absurda por definición, e intentar subvertir este orden resultaría en una no-existencia. Para Sartre, en cambio, la híancia se encuentra en la libertad de la acción humana, es decir, en la capacidad inherente del para-si de nihilizar lo dado, lo en-si, ya que estas nihilizaciones apuntan a un proyecto originario, el cual implicaría retornar a ser en-si al mismo tiempo que uno se elige a si mismo, es decir, el proyecto originario de ser para-si-en-si resulta contradictorio, ya que es imposible ser en-si al mismo tiempo que se es para-si, el para-si-en-si es la posibilidad última que resalta por su imposibilidad. Es interesante denotar, en cambio, que ambos proponen considerar a la muerte como un hecho que pone fin a la existencia humana, pero también desde argumentos un poco disímiles: para Sartre, la muerte significaría una posibilidad que pone fin a todas las posteriores posibilidades, es decir, que la muerte es esa contingencia que cancela todas las nihilizaciones posibles que pueda efectuar el para-si. Para Camus, en cambio, la muerte implicaría el final de lo absurdo, ya que implicaría dar el “salto”, es decir, proponer una solución de compromiso al problema de lo absurdo para eludir la lucha que este trae aparejada. Es interesante como, salvando las diferencias entre ambos autores, el hecho de la muerte sigue provocando en ellos cierto tipo de limitación inherente a la existencia humana como tal.
Por último, sería interesante puntuar la relación de sus posturas con el suicidio como tal. Para Camus, suicidarse implicaría dar el “salto” hacia la desaparición de la subjetividad como término que integra la novela absurda que es la existencia, es decir, que la utilización del salto como cancelación de lo absurdo resultaría ser la arquitectura fundamental del acto suicida, en cambio, para Sartre, esta decisión sería caer en lo absurdo debido a que implicaría inclinarse hacia una nihilización que provoca que no puedan darse en un futuro otras nihilizaciones posteriores, esto es, que cancela el proyecto particular del para-si, tanto el primario como los secundarios derivados de este. En ambos, el suicidio opera como una abolición de esta híancia de la que se hablaba anteriormente, ya que, en Camus implicaría una cancelación de lo absurdo como cualidad inherente a la existencia, y en Sartre implicaría un acto que destemporaliza, es decir, una acción cuya finalidad resulta en aniquilar todas las futuras posibilidades del para-si. En cierta medida, ambos proponen hablar de la muerte humana relacionada con cierta idea de absurdidad, pero el suicidio, por lo que se ha denotado en apartados anteriores, opera de bisagra para estas perspectivas: en la sartreana, la cosa se delimita en que el futuro es lo que mantiene vivo al ser, mientras que para Camus es su presente, su lucha. Para concluir, se dirá que el suicidio es una respuesta absurda, o no, según la vara con la que se lo mida o el cristal con el que se mire.
BIBLIOGRAFÍA
Camus, A. (1942a). El mito de Sísifo. Buenos Aires: Losada.
Camus, A. (1942b). El extranjero. Buenos Aires: Emecé.
Homero. (Eds.). (1993). Odisea. Madrid: Gredos.
Sartre, J.P. (1943). El ser y la nada. Barcelona: Biblioteca de los Grandes Pensadores.