Cita en la espesura

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Hay un cuadro que representa el mismo salón donde está colgado, en forma exacta, con todos sus detalles. Refleja todo, menos la imagen de quien está sentado en el centro del salón y se busca, inútilmente, en el cuadro. Como el mapa de un tesoro donde todo pareciera estar señalado, menos el tesoro. Ese extrañamiento es, en sí mismo, el primer indicio del tesoro.
Pilar llega a la casa de Silvio y no parece estar buscando un tesoro. A menos que el límite entre lo geométrico y lo amorfo, el agua clara y el barro, la cordura y la locura, sea un tesoro. Marcos, el ausente, está todo el tiempo con ellos. El juego de triángulos se reproduce en cada pasaje del relato, como si el relato mismo dibujara los ángulos. Los colores –rojo, negro, dorado- los libros que son colores –Agustín, Platón, Kierkegaard- el infinito que son libros que son colores –biblioteca, acuario, barro- dibujan también un cuadro, donde quien se escurre del dibujo no es ya Pilar, sino el deseo mismo.
Las imágenes triangulares se entrelazan unas en otras, unas con otras, a través de un plano donde el bien y el mal también se entrelazan. La segunda persona del singular interpela al protagonista, pero también al lector. El contrapunto del diálogo, cuando aparece en segunda persona, golpea al lector, aunque vaya dirigido al protagonista. El ritmo del relato, vibrante, con cambios de velocidad precisos, obliga a no despegar los ojos del texto hasta el final.
Y es que el misterio atraviesa la novela hasta el último párrafo. ¿Quiénes son Pilar, Silvio y Marcos? ¿Quién disparó los tres tiros? ¿Quién arrastró a quién hacia el homicidio? En la intriga los personajes van formando un dibujo donde lo triangular se vuelve una ordalía de vértices opuestos. La violencia es la paz, la geometría es el caos, el grito es el vacío. La familia de Pilar también parece estar allí, con ella y Silvio, dando cuenta de una historia, de una trama que no pertenece a quien la vive. La defensa inútil del boxeador vencido, el saber vacío de la bióloga autoritaria, la espesura como última barrera de protección frente al miedo, frente a lo indecible.
Pero también como parte de lo indecible. Porque la espesura es el abismo indistinto del que nacen las palabras. Es el agua y son las palabras y es el silencio y es el barro. Es el juego de opuestos que se funden y es el espacio entre los lados del triángulo. En esa realidad que se ablanda, que se contamina de palabras, Pilar busca un recuerdo acaso fundamental, que por alguna razón olvidó. Y lo busca con Silvio, o a pesar de Silvio, o contra Silvio. Las imágenes cambian su orden, y en cada permutación revelan algo nuevo. Marcos, el ausente, se insinúa como el operador de la permutación.
Hay narraciones que son como el mapa de un tesoro, donde cada detalle está señalando ese tesoro que se anuncia desde el inicio mismo de la historia. En otras, más sutiles, no hay flechas indicando burdamente dónde se encuentra lo que se busca. El plano muestra todo, menos el tesoro. Se genera entonces una búsqueda, un recorrido que obliga al lector a seguir, a crear con la lectura, y el tesoro aparece en los rincones menos pensados del plano. Porque el plano es el tesoro. Quien logra crear ese relato, es algo más que un escritor. Algo más, acaso, que un poeta. Muy pocos narradores, de tanto en tanto, lo consiguen. Liliana Díaz Mindurry lo consigue siempre.

 

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