El comportamiento, motor de la evolución. Una síntesis de la etapa final en la producción piagetiana

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Por Duilio Marcos De Caro

En 1976, Piaget publicó un pequeño libro titulado El comportamiento, motor de la evolución (Le comportement, moteur de l’évolution), editado en Buenos Aires en 1977 y un año más tarde en los Estados Unidos, bajo la traducción Behavior and Evolution. Este texto, ubicado en la etapa final de la producción teórica de este gran investigador, aún hoy permanece casi ignoto para muchos, a pesar de merecer más atención, sobre todo en vista de algunos de los más actuales desarrollos en el campo de lo que podríamos llamar, en términos generales, las ciencias del comportamiento. A partir de esta observación, el presente artículo se propone realizar una revisión crítica de dicho texto, especialmente con la intención de rescatar algunos aportes que dan cuenta de las conclusiones lógicas a las que arribó Piaget como consecuencia de su extenso programa de investigación, y que poseen una vigencia digna de ser destacada en el contexto de la producción científica contemporánea.

El escrito comienza con una definición operativa: “por comportamiento entendemos el conjunto de acciones que los organismos ejercen sobre el medio exterior para modificar algunos de sus estados o para alterar su propia situación con relación a aquel” (Piaget, 1977, p.7). De esta manera, el concepto de comportamiento remite a toda acción que genere una transformación del medio externo o de las capacidades del individuo en su relación con el mismo. Además, el comportamiento de los organismos está sometido -como todo en ellos- a transformaciones con el paso del tiempo, es decir, a procesos de desarrollo. En este sentido, Piaget explica que “el comportamiento, que en un principio sólo consiste en conductas sensoriomotrices (percepciones y movimientos combinados), llega luego a formar interiorizaciones representativas, como en el caso de la inteligencia humana donde las acciones se prolongan en operaciones mentales” (Piaget, 1977, p.7). Así, pueden postularse aspectos externos e internos del comportamiento, pero se entiende que éste implica siempre una acción total del organismo como unidad en relación con el medio y en función de objetivos determinados.

El propósito principal del texto en cuestión es exponer una perspectiva acerca de la función del comportamiento como factor determinante del cambio evolutivo y no como un mero producto del mismo, que sería resultado de mecanismos independientes de la acción de los organismos. Piaget discute, principalmente, con las posturas neodarwinianas, ya que considera que la evolución biológica no se produce sólo por selección natural, entendida exclusivamente como el producto de una variabilidad genética aleatoria y tasas diferenciales de supervivencia y reproducción en función de ventajas adaptativas verificadas a posteriori. Desde esta posición, se trataría de un proceso independiente de las conductas del organismo y sólo se explicaría por las consecuencias, favorables o desfavorables, de los cambios fenotípicos causados por mutaciones absolutamente azarosas y su transmisión a lo largo de las generaciones.

Para Piaget, la cualidad de muchas adaptaciones resulta difícilmente explicable por este mecanismo, sin recurrir en absoluto a alguna forma de intercambio activo o retroalimentación con el medio en la construcción de las mismas a lo largo de las generaciones. Además, es importante señalar en este punto que al hablar de herencia, se puede hacer referencia tanto a la transmisión genética de rasgos físicos como a la de rasgos comportamentales. En este texto se plantea una doble condición del comportamiento; por un lado, como factor en el desarrollo de cambios morfológicos adaptativos; y por el otro, como objeto en sí mismo de la selección natural, dada su función adaptativa intrínseca. De hecho, la supervivencia y la reproducción en sí mismas dependen de toda una serie de conductas de los organismos que constituyen adaptaciones que fueron seleccionadas. De esta manera, existe una acción adaptativa del organismo previa a las variables que dan cuenta de dicha selección. A su vez, se observa que la actividad de los organismos no se limita a garantizar la supervivencia, sino que en muchos casos se produce una diversificación comportamental que conlleva una extensión del medio habitable y una ampliación de las acciones posibles sobre el mismo que permiten su transformación. Se trata de una estructuración del medio por parte del organismo, una adaptación práxica y cognitiva –en términos piagetianos- que sobrepasa la requerida para la supervivencia y sobre la que también actuaría la selección natural. Esto resulta evidente en la especie humana, que incluso ha modificado su entorno hasta el punto de constituir una amenaza para su propia existencia.

El comportamiento, que para Piaget constituye una manifestación de la dinámica global del organismo como sistema abierto en interacción constante con el medio, sería también un factor del cambio evolutivo, y para intentar explicar los mecanismos por los cuales el comportamiento cumpliría dicha función, Piaget recurre al concepto de epigénesis y a su propio modelo explicativo de la adaptación en términos de equilibración entre asimilación y acomodación. Por epigénesis se entiende la interacción recíproca entre genotipo y ambiente para la construcción del fenotipo en función de la experiencia. Se trata de un proceso que puede analizarse empleando las categorías de asimilación y acomodación que Piaget toma del orden biológico para explicar el desarrollo cognitivo.

La asimilación es “la integración de los objetos a los esquemas de acción (Piaget, 1977, p.112) y hay “tantas formas de asimilación como tipos de conductas” (Piaget, 1977, p.113). A su vez, “la asimilación propia de los comportamientos genera una memoria que multiplica las relaciones y contribuye a su extensión” (Piaget, 1977, p.113). Por otro lado, la acomodación se refiere a la transformación que se produce en los esquemas de acción por la integración de nuevos objetos, por lo que “la acomodación de los esquemas de acción (…) es fuente de enriquecimientos”, ya que “aumenta las facultades del ser viviente” (Piaget, 1977, p.113).

Sin extendernos demasiado en este punto, que Piaget desarrolla en profundidad en textos anteriores al que nos ocupa (sobre todo en Biología y conocimiento, de 1967, y Adaptación vital y psicología de la inteligencia, de 1974), la explicación del rol del comportamiento en la evolución relaciona un sistema genético con un sistema epigenético a lo largo de las generaciones, y recurre a conceptos como los de asimilación genética, selección de acomodaciones, canalización de la variabilidad, autorregulación, fenocopia, etc., para elaborar un modelo teórico que reduce levemente el papel del azar en las mutaciones y otorga mayor incidencia a la actividad de los organismos.

Resulta interesante como Piaget plantea la dificultad de abordar el estudio de la herencia de rasgos comportamentales del mismo modo en que se estudia la de características morfológicas. El desarrollo del comportamiento depende en mayor medida de la interacción con el medio ambiente, es decir, de las conductas del organismo y la retroalimentación que recibe, sobre todo por la enorme plasticidad del sistema nervioso, que constituye su base material y que está sujeto a los efectos de la expresión genética. Esto resulta consistente con los conocimientos actuales en genética del comportamiento y la noción de los comportamientos como rasgos poligénicos dependientes en gran medida de la interacción con el ambiente, lo que vuelve a colocar a la epigénesis nuevamente en primer plano.

En pocas palabras, lo que propone Piaget es incorporar el propio comportamiento de los organismos de las distintas especies como uno de los factores de la selección natural, y no pensar dicha selección como un proceso que “ocurre” sobre ellos en función de ventajas adaptativas constatadas a posteriori, surgidas por transformaciones totalmente aleatorias y generadas con independencia del comportamiento. En este sentido, sugiere la existencia de un conjunto de mecanismos de selección (ya no un mecanismo general) entre los que ubica la denominada “selección orgánica”, que se refiere, precisamente, a la resultante de la actividad comportamental de los organismos, tanto en el plano ontogenético como filogenético.

Piaget sostiene que “toda conducta entraña la necesaria intervención de factores endógenos” (Piaget, 1977, p.19) y que todo comportamiento animal (incluido el humano) involucra una acomodación a las condiciones del medio, tanto como su asimilación práxica o cognitiva, entendida como integración a una estructura comportamental previa. Estas estructuras son denominadas esquemas de acción y su funcionamiento no se limita a procurar la estabilidad -o la supervivencia-, sino que se orienta a la expansión del campo de actividad. Es así que se plantea la función del comportamiento como la extensión progresiva del medio y de las capacidades del individuo en su acción sobre el mismo. De este modo, la selección orgánica se vincula tanto con la capacidad de modificación o “elección” del medio (ya que algunos organismos pueden desplazarse de un medio a otro en función de sus necesidades), como con las consecuencias adaptativas de cada conducta en un ambiente determinado.

El esfuerzo de Piaget, que recurre a los aportes de otros investigadores como Baldwin y Waddington (incluso Lamarck, de cuya obra rescata algunos aspectos generales, pero por supuesto excluye la refutada noción de herencia de los caracteres adquiridos), se orienta a criticar la estrechez de la fórmula neodarwiniana de la evolución biológica, para dar lugar a una concepción mucho más compleja de los mecanismos evolutivos, bastante en línea con diversos debates contemporáneos en el campo, reavivados en los últimos años con el surgimiento de lo que se conoce como psicología evolucionista. Sin embargo, en esta controversia científica, en la que tanto resuenan nombres como los de Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Steven Rose, Steven Pinker, Richard Dawkins, y otros, los aportes de Piaget como de Vigotsky brillan por su ausencia, cuando en realidad serían una contribución sumamente interesante al debate.

Para retomar el análisis que Piaget realiza del comportamiento, este “dinamismo endógeno” (Piaget, 1977, p.23) que postula estaría determinado por la activación constante de los esquemas de acción independientemente de las presiones actuales del medio, y sus manifestaciones irían desde la curiosidad y las conductas exploratorias de los roedores, hasta la necesidad de conocer propia de la inteligencia humana. Una vez más, es el mismo Piaget quien allana el camino para desarrollos como los que actualmente proponen autores “neopiagetianos”, como Annette Karmiloff-Smith, en la línea de lo que da en llamarse neuroconstructivismo. La idea instalada de que para Piaget el pasaje a un estado de mayor conocimiento sólo se produce a través del desequilibrio y la puesta en marcha de mecanismos de equilibración, es cuestionada por él mismo, dando lugar a la noción de que el conocimiento podría expandirse también por el propio dinamismo endógeno de los esquemas de acción aún en situación de estabilidad. Esto es similar a lo que dentro del marco del neuroconstructivismo se denomina redescripción representacional, proceso que, en función de un impulso endógeno y sobre la base de la estabilidad o éxito conductual, tiende al desarrollo de representaciones progresivamente más eficientes (Karmiloff-Smith, 1994). Este proceso generado por la actividad constante de nuestro cerebro sería uno de los mecanismos del desarrollo cognitivo, junto con la equilibración y otros. Así como Piaget acaba por plantear que no habría sólo uno, sino varios mecanismos de selección que explicarían la evolución biológica, del mismo modo, propone que no sería uno (la equilibración) sino varios, los mecanismos que darían cuenta del desarrollo cognitivo.

El comportamiento, motor de la evolución incluye una de las definiciones de inteligencia más interesantes dadas por Piaget: “la inteligencia es un conjunto de mecanismos de coordinación que permiten al sujeto individual descubrir nuevos problemas, y componer, con miras a su solución, varias series de operaciones específicas (…). No obstante, lo que caracteriza a la inteligencia son las composiciones libres, de una variedad y especificidad renovadas sin cesar en el curso de un funcionamiento constructivo ininterrumpido, ya que es el individuo mismo quien sufre, elige o inventa sus problemas” (Piaget, 1977, p.81). El aporte realizado por Howard Gardner (2007), que incorporó al concepto de inteligencia la capacidad de crear productos valorados culturalmente, e incluso de encontrar y crear nuevos problemas (lejos de simplemente solucionar los que se presenten) puede relacionarse claramente con la ampliación conceptual llevada a cabo en el período final de la obra piagetiana. 

Para Piaget, la inteligencia aparece como algo claramente diferenciable de lo que él denomina comportamientos hereditarios elementales, equiparables al concepto de instinto. Son precisamente estos comportamientos los que comienzan a ser regulados por los mecanismos que configuran la inteligencia, cuyo desarrollo se produce a lo largo de la ontogenia. Estos comportamientos elementales empiezan a coordinarse, combinarse, generalizarse, diversificarse, perfeccionarse y controlarse hasta poder inhibirse, y son precisamente todos esos mecanismos que surgen a lo largo del desarrollo los que constituyen aquello que globalmente denominamos inteligencia.

La capacidad de invención se produce, según Piaget, por “retroalimentaciones positivas” (Piaget, 1977, p.99) y existirían dos dimensiones de esta capacidad: una “completiva”, del orden del perfeccionamiento; y otra “constructiva”, propia de la diferenciación, el abordaje de nuevas situaciones y la orientación hacia otras finalidades. Es así que surge “el rasgo más específico, aunque también más misterioso, del comportamiento: su exigencia de superación” (Piaget, 1977, p.100), tanto en el plano ontogenético como filogenético. Para Piaget, “el organismo es un sistema abierto cuyos comportamientos constituyen la condición del funcionamiento, y además (…) la característica propia del comportamiento es superarse sin cesar y asegurar de ese modo a la evolución su principal motor” (Piaget, 1977, p.111). Cabe destacar en este sentido, la insistencia en resaltar el carácter innovador del comportamiento, en contraposición con la noción más difundida de su tendencia conservadora.

Parafraseando el título del texto clásico de Freud (o del también ya clásico libro de Karmiloff-Smith), podría hablarse de un “más allá de la adaptación” en lo que respecta a la inteligencia, sobre todo a la inteligencia humana. No se trata sólo de la supervivencia o la solución de problemas; la cognición es un proceso constante, expansivo y transformador, tanto de los organismos como de sus ambientes, aún en ausencia de conflictos. La tradicional identificación entre inteligencia y adaptación es revisada por su principal defensor en virtud del peso de la observación científica. El ejemplo de la especie humana sobra para dar cuenta de este punto. La adaptación establecería una línea de base, pero desde la perspectiva del comportamiento resulta que siempre sigue operando una tendencia expansiva. Es así que Piaget se refiere a la “continua creatividad del comportamiento” (Piaget, 1977, p.115).

Una vez más, el texto que estamos abordando ofrece una aproximación a otro tema de absoluta actualidad: los fundamentos para el desarrollo teórico del neuroconstructivismo, que puede entenderse como la síntesis entre la psicología genética y las neurociencias. Piaget recurre al enfoque de Paul Weiss, quien aplicó la teoría de sistemas al estudio del desarrollo y funcionamiento del sistema nervioso. Un sistema puede definirse como un conjunto de elementos interrelacionados que configuran una totalidad unitaria con una dinámica global en relación con el medio. Si el sistema es abierto, se mantiene en equilibrio dinámico por medio de intercambios regulados con el ambiente. Dicho equilibrio dinámico, con el consecuente mantenimiento de las cualidades estructurales básicas del sistema, es posible, en el caso del sistema nervioso, por su complejidad en términos de la exorbitante cantidad de neuronas que lo componen, de conexiones entre ellas, y de los flujos de cambio a nivel tanto intracelular como intercelular. Se trata, en otros términos, de miles de millones de transformaciones a nivel “micro” que no alteran lo “macro”. En esta línea, Piaget postula que “la coherencia y la estabilidad del trabajo cognitivo realizado por la actividad cerebral (…) no son el resultado de conservaciones estáticas, sino de perpetuas reconstrucciones dinámicas” (Piaget, 1977, p.60). La extraordinaria cantidad de neuronas y sinapsis que existen entre ellas (difícil de dimensionar para la propia mente que generan, es decir, la nuestra), las que se forman y las que se pierden en función de la experiencia (lo que se llama plasticidad neural), dan cuenta de una organización interna en forma de redes dinámicas de tal complejidad que no resiste la menor objeción como sustrato biológico de todo comportamiento. Piaget lo expresa de manera más concisa, al referirse al sistema nervioso como “la materialización de las relaciones exigidas por el comportamiento” (Piaget, 1977, p.106). Se presenta en este punto una referencia explícita a los modelos de redes neurales de Warren McCulloch y su dependencia respecto de la expresión genética, así como a la cualidad de sistemas complejos que poseen tanto el sistema nervioso como el genoma (con sus genes estructurales y reguladores). El concepto de retroalimentación entre el sistema nervioso y el comportamiento aparece como fundamental en este sentido. Piaget sostiene que “en la medida en que el comportamiento desempeña un papel en las formaciones nerviosas, favorece de ese modo la organización de conjunto de la cual por otra parte emana” (Piaget, 1977, p.115). De esta forma, relaciona directamente la complejidad del sistema nervioso con la del repertorio comportamental del organismo, relación que caracteriza como recíproca y que utiliza para ejemplificar su tesis sobre la función determinante del comportamiento en la ontogenia y la filogenia.

Otra cuestión que Piaget anticipa en este trabajo es la noción de que “el carácter innato del comportamiento en sus orígenes es una síntesis de preformaciones y construcciones”, ya que se trata de un proceso “constructivo por cuanto no depende ni de programas establecidos detalladamente ni de meras acciones exógenas del medio” (Piaget, 1977, p.62). Refiriéndose a la mente humana, manifiesta que “si se construyen sus estructuras, su funcionamiento implica sin duda alguna mecanismos nerviosos innatos” (Piaget, 1977, p.75). El mismo Piaget concluye que el comportamiento es tanto genético como epigenético, y anticipa la tesis fundamental del neuroconstructivismo (cada vez menos “neopiagetiano” y más “piagetiano” en vista de estas consideraciones): la modularización como proceso constructivo, que sobre la base de predisposiciones genéticas y en función de la experiencia, origina la arquitectura de la mente adulta (Karmiloff-Smith, 1994). Piaget relaciona esto con la noción de “maduración”, más general y difundida en su época y, por la tanto, más “adaptable” a las distintas teorías.

Antes de concluir, resulta interesante hacer un breve comentario acerca de la predilección de Piaget -a lo largo de toda su vida- por la investigación con moluscos (por ejemplo, Lymnaea Stagnalis), que se encuentra en la base de las elaboraciones teóricas que estuvimos revisando. Sin temor a ser demasiado aventurados, invita a una comparación con las investigaciones fundamentales para las neurociencias contemporáneas llevadas a cabo por Eric Kandel con Aplysia Californica acerca de las bases neurales del aprendizaje y la memoria, que le valieron el premio Nobel de Fisiología o Medicina. La comparación vale –más allá de las diferencias– aunque sea por la similaridad en la elección del modelo animal y el objeto de estudio en sus programas de investigación.

Daría la impresión de que Piaget intentó, hacia el final de su obra, realizar del modo más explícito posible una contribución a la biología, ciencia en la que se formó al comienzo de su carrera como investigador. Sin embargo, como es usual a lo largo de su producción científica, los límites entre biología y psicología se tornan difusos. De hecho, para Piaget lo psicológico es una extensión de lo biológico, es la dimensión necesaria cuando la biología resulta insuficiente (aunque ineludible) para explicar el comportamiento humano. Es así que su aporte vuelve a ser, una vez más, a la psicología y no tanto a la biología. Y es que en los tiempos que corren, nuestro propio comportamiento está en la base de gran parte de los problemas que todos enfrentamos. Este “más allá de la adaptación” que nos permitió y permite el desarrollo, también incluye aspectos que concurren hacia estilos de vida nocivos, epidemias de trastornos mentales, de enfermedades crónicas no trasmisibles, infecciosas, congénitas y degenerativas, explosión demográfica, consumismo, violencia, contaminación y depredación ambiental, entre muchos otros, que dan cuenta de todo lo que nuestro comportamiento como individuos y especie –o como personas y sociedades– está causando sobre nosotros mismos y el planeta que habitamos. Desde la psicología cabe dar al comportamiento el lugar que demanda en la explicación del estado de situación actual y en la posibilidad de transformarlo, dado que, tal como afirmara Piaget, el comportamiento es el motor de la evolución.

 

El trabajo fue realizado en el marco de la materia “Psicología y Epistemología Genética II”, a cargo de Diana Fernández Zalazar.

 

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Adaptado a normas y publicado por: Micaela Grandoso.

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