ACEDIA Y TRABAJO VINCULAR: DEL ESTAR AL HACER CON EL OTRO

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Vínculo y trabajo vincular

Partiremos de concebir un vínculo[1], como aquella experiencia compleja en la que dos otros no pueden sino verse alterados por el ir haciendo juntos; resultando así, un nos-otros con efectos de inter-subjetivación y variación de la mismidad (Del Cioppo, 2011, pág. 119).

Transitar y sostener dicha experiencia requiere de un trabajo al que llamaremos trabajo vincular. Al interior del mismo, destacaremos la especificidad del trabajo con la otredad (“saber-hacer” con la alteridad y “saber-hacer” con la ajenidad). En el primero se tratará del reconocimiento y metabolización del otro como semejante-diferente, cada vez. En el segundo, se tratará de la tramitación de aquello del otro definitiva y constantemente incognoscible e irrepresentable, lo real del otro.

Hablamos entonces de una tensión a resolver y sostener, un equilibrio, ya que el otro será siempre en su alteridad y ajenidad, un incesante por-venir (Levinas)

Constituiremos como analizador privilegiado la experiencia de la temporalidad; y al interior de la misma, sus diferentes configuraciones posibles; ya que cada vínculo, a través de su estilo vincular (repertorio de modos de “saber-hacer” de un vínculo), dará cuenta de su particular modulación de la temporalidad en la especificidad de sus intercambios y producciones.

Temporalidad: dos configuraciones posibles en los vínculos

El tiempo, en tanto experiencia compleja a la que denominamos temporalidad, no es una extensión sobre la cual se imprimen los avatares de nuestra vida.; es, como dirá Merleau-Ponty, no «...una línea, sino una red de intencionalidades» (Merleau-Ponty, M., 1945, pág. 425). En otras palabras, no es pensable sino abarcamos además de su dimensión objetiva (el tiempo «observado por nadie desde ningún lugar»), su dimensión vivida: aquella en la cual la primera es «afectada» por lo subjetivo (el tiempo «vivido por mí desde mi corporalidad y deseo») y por lo vincular (el tiempo «vivido por nosotros desde nuestro vínculo»).

A partir de ello, estaremos diciendo que la temporalidad, se irá desplegando y configurando al ir haciendo, y consecuentemente, al ir haciendo junto con el otro: al irnos subjetivando y vinculando.

Si sostenemos además que, a todo vínculo, le es requerible un cierto grado de estabilidad; si ese ir haciendo junto con y esa modulación de la temporalidad expresa en algún sentido duración, resulta pertinente preguntarnos por eso «estable » que se da en la interacción y tensión, entre permanencia y cambio.

Dos líneas de sentido se destacan al momento de pensar lo estable: una que tendería al no cambio como condición de existencia, es decir que algo “se mantiene sin peligro de cambiar, caer o desaparecer”[2]. La otra se orientaría a la noción de equilibrio, siendo permeable a la idea de cambio: es aquello “que mantiene o recupera el equilibrio”[3].

Desde este enfoque entonces, propondremos dos configuraciones posibles de lo estable en los vínculos.

La primera o permanencia estática, nos habla de intercambios y producciones donde lo estable es lo inercial, lo indiferenciado, lo repetitivo, lo disperso, lo irritable; terreno donde la experiencia temporal se torna restrictiva y menguante.

“No es la eterna repetición de lo mismo lo que dota de sentido al tiempo, sino la posibilidad del cambio”. (Byung-Chul Han, 2015, pág. 30)

La segunda o permanencia dinámica, es en cambio aquella donde lo estable es un fluir, un equilibrio que va promoviendo intercambios y producciones de distinto tipo que permiten procesos de diferenciación, reconocimiento y subjetivación, que posibilitan una circulación no restrictiva de las experiencias, una complejidad creativa.

“La repetición de lo mismo deja lugar al acontecimiento. El movimiento y el cambio no generan desorden, sino un orden nuevo. La significación temporal proviene del futuro”. (Byung-Chul Han, 2015, pág. 31)

Ambas configuraciones «dicen» acerca de la modulación de la experiencia temporal; «expresan» la predominancia vinculante o desvinculante de la misma; y consecuentemente, «informan» acerca de la calidad y alcances del trabajo con la otredad.

Podemos sostener entonces, que en su devenir, un vínculo puede reconocer variaciones en su estilo vincular; las cuales a la vez pueden indicar alternancias entre las distintas configuraciones de lo estable (permanencia estática y permanencia dinámica).

La permanencia estática y la acedia vincular

“En la acedia, por el contrario hay una duda sobre el sentido de las cosas, una interrogación permanente del para qué, que sumerge al sujeto en la indiferencia hasta la pereza y la aflicción. Precisamente, en la cultura actual puede encontrarse una trama de fatiga, aburrimiento, tedio, tristeza…”

“Por su parte, la acedia en cuanto mezcla de pasiones, es más sutil y por lo tanto, más peligrosa que la tristeza. Es una mezcla de todas las pasiones, contiene lo irascible y lo concupiscible.” (Pallares, M. y Rovaletti, ML. 2014)

Cuando nos encontramos con la permanencia estática en los vínculos como configuración actual o predominante, podemos asociarla a un estado de acedia vincular; en el cual, los intercambios y dinámicas se limitan a un mero “estar” con el otro, reduciendo a su mínima expresión el “hacer” -junto- con el otro, el hacer lo común. Es decir, casi la definición misma de vínculo se tambalea. La descomplejización de la experiencia queda expresada en esas vivencias de aburrimiento mutuo, tedio, falta de interés, indiferencia, etc.

Una pareja en sesión supo decir alguna vez acerca de su situación: “estamos y punto” (dijo uno y luego el otro, con el mismo tono). Esa expresión condensaba sus relatos y su discurso, donde una y otra vez transmitían una cotidianidad desahuciada, dispersa e indiferente.

La acedia, devenida rutina, termina restringiendo los despliegues novedosos. El trabajo con la otredad se coagula. Ya que cuando el otro se supone por entero previsible, cuando se pierde ese aspecto estructurante de alteridad y ajenidad, cuando se degrada el enigma, la curiosidad y el deseo, el trabajo con la otredad queda reducido a presupuestos adivinatorios y/o anticipaciones prejuiciosas. Es aquí, dónde la opacidad del otro se transparenta: “ya sé cómo es”, “para qué preguntarle si ya sé lo que va a decir”, “nunca va a cambiar y yo tampoco”, etc. El otro -tanto como lo otro en mi- es irreductible a un saber cerrado y decisivo.

Si avanzamos, acaso podamos sostener que el estado de acedia vincular puede resolverse en paradoja, ya que, aunque experiencia descomplejizante, puede constituirse en lábil garantía de permanencia  (y sabemos que a veces no es poco). Sirvámonos aquí de la cita que Agamben hace de Kafka: “Existe un punto de llegada, pero ningún camino”.

Asimismo, como contrapartida, vemos a menudo como forma privilegiada de alteración disruptiva de ese estado de cosas, el hecho de que uno de los miembros de la pareja trace un “camino”, desee o produzca cambios para sí (y/o para el vínculo), que alteren ese orden dado y no sean o no puedan ser, acompañados o apuntalados por el otro (obviamente incluimos aquí como figura distintiva, el deseo o propuesta de separación). Veremos entonces como efecto altamente probable el hecho de que la intolerancia se visibilice y exacerbe. La acedia muestra sus garras y la permanencia estática se torna caldo de cultivo para la violencia en sus expresiones más perceptibles.

La pausa y la paciencia en la “permanencia dinámica”

“La paciencia es la virtud que se experimenta en la duración… La paciencia, como antídoto mantiene el ritmo temporal propio de la perseverancia…” (Depraz, 14-16).

 

Pausa, significa “breve interrupción del movimiento, acción o ejercicio”[4] y en música es ese “breve intervalo en que se deja de cantar o tocar”[5]. En ambas definiciones se puede inferir una suerte de discontinuidad en un marco de continuidad, ya que se resalta la condición de breve, como duración de la interrupción o del intervalo.

Propondremos pensar que la pausa es entonces esa dinámica que resulta -valiéndonos de Derrida- en un “devenir-espacio del tiempo”[6], que desde nuestra perspectiva implicará un dar y hacer lugar al otro, y consecuentemente, un dar-se y hacer-se lugar junto con el otro. Será en tal caso, promotora de encuentro, facilitadora del mismo.

            En la misma línea podemos asumir que la pausa se entrama con la posibilidad del ejercicio de la paciencia.

“Para contrarrestar la acedia, ese tedium o anxietas cordis, Casiano propone la paciencia (hypomené), precisamente porque entre ambas hay una dinámica temporal participada, común. Por un lado, la acedia en tanto aflojamiento o hundimiento muestra una duración herida, mientras la paciencia hecha de perseverancia expresa una  duración sedimentada donde se juegan la estabilidad y la resistencia.” (Pallares, M. y Rovaletti, ML.2014).

Será en la configuración de la permanencia dinámica, donde encontraremos facilitada la pausa. La misma implicará un  esperarse y espaciarse  que devendrá en ejercicio de paciencia, en un horadar lo inercial del mero estar, para poder darse a un hacer abierto a la novedad; y consecuentemente, a la inter-subjetivación y variación de la mismidad.

Cuando la temporalidad se nutre de la pausa y la paciencia, el trabajo con la otredad expresará una dedicación suficiente y consistente que -en su conjunto- resulta en fuente de placer, y no de malestar, ni sufrimiento.

La situación analítica

            La situación analítica puede devenir escenario privilegiado para la producción de la pausa y la paciencia, y la consecuente configuración de la permanencia dinámica. Favoreciendo de ese modo la capacidad de variar el estilo vincular sedimentado, con la expectativa de que en su novedad contemple otra calidad y alcances del trabajo con la otredad.

Aquí, el “saber-hacer” estará en que en esa escena que se ofrecerá ante nosotros (y con nosotros) en la sesión analítica de pareja, podamos intervenir de forma tal, que otra modulación vaya siendo posible. Y si esto se logra, dicha experiencia (devenida recurso) podrá potencialmente por sí misma, aspirar a una nueva posibilidad en el repertorio de modos de “saber-hacer” de ese nos-otros.

Referencias bibliográficas

  1. AGAMBEN, G. (1995) Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Valencia, PRE-Textos, 1995.
  2. BYUNG-CHUL HAN (2015): El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, Barcelona, Herder, 2015.
  3. Charbonneau, G., & Legrand, J.M. (2003). Dépressions et paradépressions. Clinique, psychopatologique et thérapeutique des manifestations paradepréssives, Paris, Le Cercle Herméneutique, 2003.
  4. DEL CIOPPO, G. (2006) “El presente cíclico de las crisis bulímicas”, en Anuario de Psicología, Nº 14, Secretaría de Investigaciones de la Facultad de Psicología de la UBA, 15-18.
  5. DEL CIOPPO, G. (2011) “Una aproximación al vínculo (de pareja) desde las experiencias del tiempo y del espacio”, en Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, Volumen XXXIV - N°1 - 2011, pp. 117-132. ISSN N°1851-7854.
  6. DEPRAZ, N. (2003) “Acédie et patience, fluctuación emotionelle et temporalité de l’instant”, en Charbonneau, G., & Legrand, J.M. Dépressions et paradépressions. Clinique, psychopatologique et thérapeutique des manifestations paradepréssives, Paris, Le Cercle Herméneutique, 2003b, pp. 11-12.
  7. DERRIDA, J. (1968) La Différance, Conferencia pronunciada en la Sociedad Francesa de Filosofía, el 27 de enero de 1968, publicada simultáneamente en el Bulletin de la Societé française de philosophie (julio-septiembre, 1968) y en Theorie d’ensenble (col. Quel, Ed. de Seuil, 1968); en Derrida, J., Márgenes de la filosofía, traducción de Carmen González Marín (modificada; Horacio Potel), Cátedra, Madrid, 1998.
  8. DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Real Academia Española (Vigésima segunda edición), en  http://www.rae.es
  9. MERLEAU-PONTY, M. (1945): Fenomenología de la percepción, Buenos Aires, Planeta-Agostini, 1993.
  10. PALLARES, M. y ROVALETTI, ML. (2014) “La acedia como forma de malestar en la sociedad actual”, en Revista Latinoamericana de Psicopatología Fundamental, vol.17 no.1, São Paulo, marzo 2014. Versión impresa ISSN 1415-4714 Versión On-line ISSN 1984-0381http://dx.doi.org/10.1590/S1415-7142014000100005.
  11. PFEIFFER, M.L. (1998) “Tiempo objetivo, tiempo subjetivo, tiempo trascendental; Tres consideraciones acerca de la temporalidad”, en M. L. Rovaletti (ed.), Temporalidad. El problema del tiempo en el pensamiento actual,  Bs. As.: Lugar Editorial, pp. 45-57.

[1] Estaremos hablando preferentemente del vínculo de pareja, aunque no excluyentemente.

[2] Diccionario de la lengua española - Real Academia Española (Vigésima segunda edición). En  http://www.rae.es

[3] Ídem

[4] Ídem

[5] Ídem

[6] En Y mañana, qué… Derrida aclara en diálogo con Roudinesco que la différance no es una distinción ni una esencia ni una oposición, sino un movimiento de espaciamiento, un “devenir espacio” del tiempo, un “devenir tiempo” del espacio, una referencia a la alteridad.


Lic. Gustavo Del Cioppo – UBA – 
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Lic. en Psicología (Universidad de Buenos Aires) - Mención Diploma de Honor (1995).
Especialización en Psicología Clínica.
Formación en Psicoanálisis Vincular. 
Formación en Fenomenología. 
Docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Grado y Posgrado.
Vicepresidente 1ro. de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo (AAPPG). Período 2013-2015.
Miembro Activo de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo (AAPPG). 
Miembro de distintos Proyectos de Investigación UBACYT y CONICET. Directora: Dra. Prof. M. L. Rovaletti
Miembro de la Comisión Directiva de la Federación Latinoamericana de Psicoterapia Analítica de Grupos (FLAPAG). Período 2011-2013.
Atención en consultorio privado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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