EL ENCUENTRO CON UN ANALISTA: UNA EXPERIENCIA QUE NO ES COMO LAS OTRAS

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¿Qué entendemos por experiencia analítica?

El análisis, ha sido considerado tanto por Freud como por Lacan, como una experiencia. Son muchas las referencias donde es posible hallar dicho término, para dar cuenta de lo que acontece en el encuentro concreto entre analista y analizante, bajo el nombre de “experiencia analítica”. Es Freud quien acuña el término, inaugurando no solo el campo de la terapéutica sino también de la investigación.   Y es en ese terreno donde situará tanto el contexto de descubrimiento, como el lugar donde pondrá a prueba sus hipótesis.

Lacan recoge esa impronta freudiana, y mantiene el uso del término hasta los últimos seminarios. Va recortando lo que llamará en más de una oportunidad, “nuestra experiencia”, a la luz de las variaciones de su teoría. Así, en el seminario 1 dice:

“Freud estaba comprometido en la investigación de una verdad que le concernía a él completamente, hasta en su persona, y por lo tanto también en su presencia ante el enfermo, en su actividad digamos de terapeuta; aunque el término resulte cabalmente insuficiente para calificar su actitud. Según afirma el propio Freud, este interés confirió a sus relaciones con sus enfermos un carácter absolutamente singular.

Ciertamente, el análisis como ciencia es siempre una ciencia de lo particular. La realización de un análisis es siempre un caso particular, aun cuando estos casos particulares, desde el momento en que hay más de un analista, se presten, de todos modos, a cierta generalidad. Pero con Freud la experiencia analítica representa la singularidad llevada a su límite, puesto que él estaba construyendo y verificando el análisis mismo.

El análisis es una experiencia de lo particular. La experiencia verdaderamente original de este particular adquiere pues un valor aún más singular. Si no subrayamos la diferencia que existe entre esta primera vez, y todo lo que ha venido después —nosotros que nos interesamos, no tanto en esta verdad, como en la constitución de las vías de acceso a esta verdad— no podremos nunca captar el sentido que debe darse a ciertas frases, a ciertos textos que emergen en la obra de Freud, y que posteriormente adquieren, en otros contextos, un sentido muy distinto, aunque parecieran calcados uno sobre el otro[1]

Parte de los escritos técnicos  y señala que la experiencia analítica es instaurada por Freud sobre el trípode: sueño, lapsus, agudeza. El síntoma- agrega- es un cuarto elemento[2]. Por su parte, la experiencia analítica progresa a partir de la distinción de lo imaginario, lo simbólico y lo real[3]. Posición que mantendrá hasta el final de su enseñanza, desde el valor conferido al nudo borromeo.  Lacan aclara que la experiencia freudiana “no es para nada pre- conceptual.  No es una experiencia pura. Es una experiencia verdaderamente estructurada por algo artificial que es la relación analítica, tal como la constituye la confesión que el sujeto hace al médico, y por lo que el médico hace con ella. Todo se elabora a partir de este modo operatorio primero”[4]

Esa experiencia se formalizará en una clínica que nos es propia, y hace que sea necesario distinguirla de otras. Clínica y experiencia analítica no deben entenderse como términos opuestos que se excluyan. Por el contrario hay una solidaridad intrínseca entre ambas.

¿Pero de qué hablamos cuando decimos clínica psicoanalítica? Al interrogarnos al respecto, surgen sesgos de lectura que llevan a veces a homologar la clínica con la psicopatología; o a plantear un reduccionismo de la misma respeto de la técnica. Para zanjar la cuestión tomaremos como referencia la definición que Lacan da en 1976. Dice: “La clínica es lo real en tanto que imposible de soportar. El inconsciente es la huella y a la vez el camino por el saber que constituye: haciéndose un deber repudiar todo lo que implica la idea de conocimiento”[5].

Esta aserción que tomamos como puntapié inicial, es para Lacan un punto de llegada, que da cuenta de una elaboración de años. Aquí la clínica no se delimita más que por la posibilidad de aislar un real insoportable, traumático; al cual solo se podrá acceder vía trabajo del inconsciente. De hecho definirá al psicoanálisis como una práctica que haría más soportable “esa incómoda situación de ser hombres”[6]. Nuestro padecimiento constituye ese núcleo, sin el cual no tendríamos por qué intervenir y, es por esto mismo que el psicoanálisis tiene todavía una oportunidad. 

En segunda instancia recurre al inconsciente como vía regía, por el saber que constituye. El inconsciente no piensa, ni calcula: trabaja y así, opera como cifrador de goce. Permite de este modo un tratamiento posible al hacer pasar el goce por el inconsciente[7].

Por último, añade que es preciso repudiar toda idea de conocimiento, dado que el saber del que se trata es ese saber no sabido, que sin embargo tiene efectos. Es  un saber agujereado y no es ajeno en su producción, a ese real insoportable.

La clínica implica por un lado, el corpus teórico con el cual definimos nuestro campo, y no es pasible de ser subsumida totalmente a él. Está ese real que se escabulle y que el concepto no logra apresar. Aislar esa condición hace de nuestra clínica un fundamento riguroso, que nos orienta en cada encuentro con ese que viene a consultarnos. Pero la clínica no es sólo la elaboración conceptual, implica también aquello que Freud acuñó bajo el nombre de experiencia analítica; y que Lacan se ocupó de retomar, como señalamos anteriormente, a lo largo de su enseñanza. La experiencia analítica alude a las condiciones de la práctica y a los lineamientos que la determinan; a lo que acontece efectivamente en el marco del dispositivo analítico propiamente dicho. Implica la referencia al campo teórico pero también lo interpela: está determinada por él pero también puede, por las consecuencias que de ella se desprenden, modificarlo. La clínica implica esa doble vertiente: la de la formalización y la de la experiencia en sí, que en un segundo tiempo, habrá que sistematizar. Por eso Lacan dirá que el analista es al menos dos: el que produce efectos y el que a esos efectos los teoriza[8]. La clínica implica la tensión entre teoría y práctica delimitando puntos de conflicto, zonas que se iluminan, el valor de ciertos conceptos y  la interrogación de otros.

En este sentido Adriana Rubistein en “Un acercamiento a la experiencia”[9] propone que esta articulación no puede perderse de vista. Sigue los lineamientos freudianos del texto “Pulsiones y destinos de pulsión”, para decir que cuando uno elabora teoría alejándose de lo que ocurre en la práctica, cae en la especulación; y que la práctica sin teoría se reduce al empirismo.

Se trata entonces de poner el acento en una interrogación rigurosa de nuestro quehacer, de cómo el  modo en qué pensamos incide: orientando u obturando la dirección de la cura. Retomamos así la propuesta lacaniana de sentar al analista en el banquillo, a los fines de que pueda dar cuenta de su práctica y de los fundamentos que la determinan. Freud mismo dice que el analista puede favorecer el proceso del análisis pero también enviciarlo. Agregaremos que no solo con sus prejuicios o sus fantasmas sino también cuando el saber referencial obtura la escucha, impidiendo que se produzca otro saber, ese saber que es efecto del texto mismo del enfermo[10]. Freud enfatiza que si uno, a la hora de escuchar, se guía por la teoría corre el riesgo de no hallar más de lo que ya sabe[11].  Entonces se trata propiciar una escucha abierta a la sorpresa.

De este modo, experiencia y clínica no se excluyen, pero podríamos decir que la clínica enmarca el modo en que se estructura esa experiencia particular.

Sabemos que Lacan criticó el término “experiencia” a secas, porque consideraba que “lo propio de la experiencia es preparar casilleros”[12]. Pero también sabemos que en muchas ocasiones se ocupó de hacer referencia a la “experiencia analítica”, o a “nuestra experiencia”. Conviene entonces dar un paso más y cernir qué particularidades cobra la experiencia analítica que la distingue de otras.

Si nos remitimos a la definición de la palabra experiencia[13], nos encontramos con las siguientes acepciones:

1. f. Hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo.

2. f. Práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer algo.

3. f. Conocimiento de la vida adquirido por las circunstancias o situaciones vividas.

4. fCircunstancia o acontecimiento vivido por una persona.

5. f. Experimento.

A los fines de ser fiel a una definición de  experiencia que mantenga rigor lógico con nuestra noción de clínica, es preciso destacar al menos dos de las acepciones: la primera y la cuarta. La primera nos permite situar que esa experiencia no es transferible: es uno por uno y deberíamos agregar, que no es acumulable. La experiencia analítica, entonces, no es lo mismo que la experiencia a secas.  La cuarta destaca el valor de acontecimiento que dicha experiencia puede cobrar si le damos al acontecimiento[14] todo su peso: ligado a la contingencia, denota la posibilidad de un encuentro, señala un inicio allí donde no lo había. Descartaremos la quinta, porque el propio Freud no consideraba la posibilidad de incluir la experimentación en el análisis, ni siquiera a los fines de la investigación[15];  y tomaremos trasversalmente las dos restantes. En ellas nos hace obstáculo la noción de conocimiento que aparece destacado. Si dijimos que la clínica psicoanalítica repudia la idea de conocimiento, ¿cómo entender ese saldo que puede desprenderse de la experiencia, sin caer en psicologismos?

En esta línea hay dos referencias importantes: el saber desembrollarse[16], o saber arreglárselas que Lacan propone al final de su enseñanza; y la tesis referida al síntoma como “aquello que el sujeto conoce de sí sin reconocerse en ello[17]. En este sentido, se trata de un conocer escandido, tachado, que no obedece al saber enciclopédico o a los espejismos neuróticos del yo. Por otro lado el saber desembrollarse nos lleva a los nudos, y a un analista que no queda por fuera de ese anudamiento puesto que es desde allí, que puede cortar y empalmar de otra manera.

Encuentro, contingencia y saldo de ese encuentro y de los avatares que le seguirán, formarán parte de la estructura misma de esta experiencia.

En este sentido considero que se puede correr el riesgo de tratar a la experiencia analítica del mismo modo en que se trató la terapéutica: se las desestimó en pos de pensar un análisis que no se interesaba por los efectos terapéuticos del psicoanálisis por tener los ojos fijos en el fin de análisis.

Durante mucho tiempo el privilegio desmesurado del significante, llevó a algunos analistas a practicar una clínica sin cuerpo. Se olvidó que ya en  1953,  Lacan afirmaba que su clínica solo podía leerse a partir de lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real[18].

Cuando hablamos de experiencia analítica aludimos a ese encuentro siempre contingente, azaroso, uno por uno, que permite en el mejor de los casos cernir un modo de presentación del padecimiento subjetivo, y da ocasión, transferencia mediante, para intervenir allí y propiciar otros modos de lazo menos sufrientes. Lo específico de esta experiencia, de esta travesía que el análisis propone, es que nos exige ir en contra de la tendencia a armar casilleros, porque la clínica que la orienta se sostiene en el recorte de ciertos tipos clínicos sabiendo que, sin el engarce con lo singular, no habrá tratamiento posible. De este modo, el psicoanálisis como método no se limita a la terapéutica aunque no la desdeña,  sino que habilita un modo de lectura, que permite recuperar aquello que de otro modo quedaría segregado: el modo peculiar con que cada ser hablante responde a los infortunios de la vida, al trauma, al encuentro con lo real.

El padecimiento: malentendido de goce

El psicoanálisis nace en torno a un padecimiento que se vuelve enigmático para Freud. Es el padecer de la histérica que no sigue los lineamientos de la anatomía y que se presenta bajo la forma de un modo peculiar de relación al cuerpo y al lenguaje. Pueden revisarse los primeros historiales freudianos y advertir el trabajo minucioso que allí realiza para deslindar las parálisis orgánicas de las histéricas. De esa época se vuelve paradigmático el historial de Elisabeth von R, quien presentaba un caminar atípico, el cual no correspondía a ninguna enfermedad orgánica. Además, frente a la estimulación de la  zona dolorida, respondía con una expresión de inconfundible placer[19]. Freud advertía que cuando el dolor era orgánico, generalmente estaba localizado y no había lagunas en el decir del enfermo. Sin embargo en Elisabeth se presentaba difuso y su decir era ambiguo. Es a partir de esta experiencia inaugural, del encuentro con la histeria,  que se funda una clínica psicoanalítica, la cual se ocupa de un padecimiento otro: el padecimiento subjetivo. Que sea subjetivo no significa que el cuerpo no esté comprendido, por el contrario, este padecimiento es signo de las consecuencias que tiene para el serhablante el encuentro traumático.

En esta misma línea nace la orientación freudiana de la cura, la cual apuesta al pasaje del sufrimiento neurótico a los infortunios de la vida[20]. Es decir que el psicoanálisis en efecto, no puede resguardar al serhablante de ciertos avatares propios de su existencia o de sus circunstancias, pero si puede incidir respecto a cómo posicionarse frente a ellos.

Tanto Freud como Lacan, apostaron a la extensión del psicoanálisis considerando vital para el método no quedar reducido a la formación del analista. Tampoco despreciaron como ya señalamos, el carácter terapéutico del mismo. Por el contrario, podemos encontrar una serie de referencias que muestran la preocupación y el compromiso que ambos tenían respecto de este tema. En Freud implicaba la recuperación de la capacidad de amar y trabajar[21] y la posibilidad de hacer consciente lo inconsciente[22],  llevando a la terapéutica más allá del alivio sintomático. Lacan, por su parte, en Variantes de la cura tipo propone que el psicoanálisis es una terapéutica, aunque resalta que se distingue de las otras[23]. En el seminario 10 la delimitación del objeto a, resitúa la pregunta por la acción analítica y la orientación de la cura. Vuelve allí una idea antes expresada: “en el análisis la cura viene por añadidura”[24]. Y agrega: “Se vio en ello algún desdén por aquel que está a nuestro cargo y que sufre, cuando yo hablaba desde un punto de vista metodológico. Es muy cierto que nuestra justificación, así como nuestro deber, es mejorar la posición del sujeto”[25]. ¿Mejorar la posición del sujeto respecto a qué? Al nudo que se ha armado entre sufrimiento y goce, para habitar de otro modo la pulsión.

Por esto mismo en el seminario 11 se ha preguntado qué ética nos orienta en nuestra intervención, o más específicamente, por qué deberíamos intervenir. Rescata entonces “el penar de más”[26]  que sufre el neurótico, para obtener un poco de satisfacción pulsional. El padecimiento subjetivo no se limita al sufrimiento por los infortunios de la vida, sino a este penar de más que agrega un plus y  que es preciso tramitar.

Esto nos reconduce a intentar cernir los modos en que cada uno de los que consulta, se presenta respecto a ese sufrimiento. El analista es emisario de esa “lettre en souffrance”[27], siempre singular y que tiene un trayecto que le es propio. Nos hacemos emisarios – dice Lacan-de todas las cartas robadas que por algún tiempo por lo menos estarán con nosotros "en sufrimiento" (en souffrance) en la transferencia[28]. Y agrega que: “Los sufrimientos de la neurosis y de la psicosis son para nosotros la escuela de las pasiones del alma”[29]

En “Función y campo de la palabra y el lenguaje”, hace referencia al síntoma “como un símbolo escrito sobre la arena de la carne y sobre el velo de Maya, participa del lenguaje por la ambigüedad semántica que hemos señalado ya en su constitución”[30]. Ubica el valor de cifra y señala que es “Descifrando esta palabra fue como Freud encontró la lengua primera de los símbolos, viva todavía en el sufrimiento del hombre de la civilización”.

Es interesante le modo en que recorta los modos de presentación del padecimiento en este texto. Dice: “Jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurose; encantos de la impotencia, enigmas de la inhibición, oráculos de la angustia; armas parlantes del carácter(129), sellos del autocastigo, disfraces de la perversión; tales son los hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve, los artificios que nuestra dialéctica absuelve, en una liberación del sentido aprisionado que va desde la revelación del palimpsesto hasta la palabra dada del misterio y el perdón de la palabra”[31]. En el seminario 10, añadirá pasaje al acto y acting-out, a esta amplia lista. Pero además no debemos olvidar los aportes del seminario 3 a la clínica de las psicosis. El padecimiento que allí se presenta toca el cuerpo de un modo diverso: alucinaciones, cenestopatías, fragmentación del cuerpo; comentario de actos, el acoso permanente de la voz y la mirada, por nombrar tan sólo algunas de sus formas.

De finales, interrupciones y conclusiones

Hacia fines de los años noventa, Adriana Rubistein junto a su equipo, llevó adelante una investigación en el marco de los proyectos UBACyT[32]. Allí interrogaba un tema no menor: la terminación de los tratamientos en los ámbitos institucionales. El interés estaba puesto en dar cuenta de la posibilidad de pensar la práctica analítica en las instituciones, sin que fueran consideradas un psicoanálisis a medias. Estaba claro que no se trataba en estos dispositivos, de llegar a un fin de análisis: las condiciones no estaban dadas para ello, ni era algo que se les pudiera exigir a esos contextos. Sin embargo, ¿podía reducirse toda terminación de tratamiento en la institución, a una mera interrupción sostenida en la aplicación de las reglas institucionales; o por el abandono del tratamiento por parte del paciente? La investigación arrojó datos interesantes: permitió discernir una posible lógica en la terminación de los tratamientos a partir de recortar el motivo de consulta y las variaciones que se iban produciendo sobre ese padecimiento inicial, durante el tratamiento. Así, fue posible establecer diferencias entre: final de análisis, interrupciones y momentos conclusivos de una cura. Este último término fue propuesto por Miller, para dar cuenta de momentos en los cuales el tratamiento se cierra, sin que por ello se haya llegado a un fin de análisis, pero donde el cierre es efecto de una conclusión producida por la tramitación de cierto padecimiento inicial. Un saber hacer, que si bien no desata el nudo neurótico, permite al menos vivir de un modo menos sufriente. En ese sentido, no todo es interrupción, sino que es posible ubicar lógicamente por qué ese sujeto consultó, cuáles fueron las intervenciones que propiciaron ciertos efectos, y cómo esos efectos son leídos por el paciente como un saldo que le permite arreglárselas de otro modo, al menos por el momento.

Por otro lado nos interesa resaltar algo más. Hacia el final de su enseñanza Lacan se despoja de una noción idealizada del fin de análisis. A tal punto que en las Conferencias en  EEUU, frente a la pregunta referida a ¿Cuándo se termina un análisis? Él responde: “cuando el sujeto se sienta feliz de vivir”[33]. Del mismo modo el psicoanálisis mismo es redefinido en esos años. En el seminario 24 lo define “un sesgo práctico para sentirse mejor”[34].

Entonces, está claro que el analista en la institución puede delimitar por qué iniciar un tratamiento, hacia donde orientarlo, y cómo pensar su conclusión en los diferentes dispositivos, tomando como referencias principios inherentes a nuestra práctica. Lacan en “La agresividad en psicoanálisis” decía que “Ciertamente, en una más insondable exigencia del corazón, es la participación en su mal lo que el enfermo espera de nosotros”[35]. No descontarlo de su participación en el padecimiento que lo aqueja, nos reconduce a situar que ese padecimiento tiene causa, y que esa causa le concierne, aunque no pueda reconocerse allí[36]. En este sentido, algo debe tocarse a nivel de lo que Lacan llama “el nudo libidinal”[37] para que una conclusión sea posible.

Bibliografía

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  22. Lacan, J. (1948). La agresividad en psicoanálisis. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI. 1985
  23. Lacan, J (1975). Conferencias en EE.UU. Inédito
  24. Lombardi, G (2009). retoma este tema y lo desarrolla en un texto que lleva por título: “Rectificación y destitución del sujeto”. En Aun. Publicación de psicoanálisis. Año 3. N 5. Buenos Aires: JVE ediciones.
  25. Rubistein, A. (2004). Un acercamiento a la experiencia. En Un acercamiento a la experiencia. Práctica y transmisión del psicoanálisis.  Buenos Aires: Grama
  26. Rubistein, A. (2012). Terminaciones de tratamientos en ámbitos institucionales. La terapéutica psicoanalítica: efectos y terminaciones. Buenos Aires: JCE. 2012.


[1]Lacan, J. (1953-1954) Capitulo 2. El seminario 1. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidos. 1990  p 40. Las bastardillas son nuestras.

[2] Lacan, J. (1953-1954) Capitulo 22. El seminario 1. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidos. 1990  p 407

[3]Lacan, J. (1953-1954) Capitulo 13. El seminario 1. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidos. 1990 p 253.

[4] Lacan, J. (1955). Capítulo 1. El seminario 3. Las psicosis.  Buenos Aires: Paidos. 1999p 18

[5] Lacan, J.  (1976) Creación de la sección clínica.  Ornicar? N 8. Publicación periódica del Campo Freudinao.  invierno de 1975-76, Paris. P 102

[6]Lacan, J.  (1976) Apertura de la sección clínica. Ornicar? 3. Publicación periódica del Campo Freudiano. Barcelona: Ediciones Petrel. 1981 p 44

[7]Lacan, J. (1975) Introducción alemana a los escritos. Uno por Uno. Revista mundial de psicoanálisis. N 42. Primavera de 1995. Buenos Aires: Paidos.

[8] Lacan, J.  (1974) Clase del 10 de diciembre de 1974. El seminario 22. RSI. Inédito.

[9]Rubistein, A. (2004) Un acercamiento a la experiencia. En Un acercamiento a la experiencia. Práctica y transmisión del psicoanálisis.  Buenos Aires: Grama. p 14

[10]Ibídem.

[11] Freud, S.  (1912) Consejos al médico. Tomo XII. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu. 1990. P 112

[12]Lacan, J. (1975) “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”. Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial. 1990.

[13] Diccionario de la lengua española. Real Academia Española.  Vigésima primera edición. Madrid: Espasa Calpe. 1992  

[14]Lacan, J. (1973-74)  Clase del 18 de diciembre de 1973. El seminario 21. Los no incautos yerran o los nombres del padre. Inédito.

 

[16]Lacan, J. (1976-77)  El seminario 24. L’insu que sait de l’un bevue s’aile a mourre. Inédito.

[17]Lacan, J. “Clase del 16 de noviembre de 1972”. El seminario 21. Los no incautos yerran o los nombres del padre. Inédito.

[18] Lacan, J. (1953) Lo simbolico, lo imaginario y lo real. 8 de Julio de 1953. Conferencia inedita. http://www.lituraterre.org/iletrismo-El_Simbolico_el_Imaginario_y_el_Real.htm

[19] Este tema ha sido trabajado ampliamente en  Iuale, L. (2014) “El síntoma- nudo entre sufrimiento y satisfacción. Nadie duerma. Publicación digital de psicoanálisis del Foro Analítico del Rio de la Plata. Año 1, N 4. http://nadieduerma.com.ar/numero/4/17/90/pr-ncipe-calaf/el-s-ntoma-nudo-entre-sufrimiento-y-satisfacci-n.html

[20] Freud, S (1893-95). “Estudios sobre la histeria (Breuer y Freud) Obras Completas: Tomo II. Buenos Aires: Amorrortu. 1990

[21] Freud, S (1916). 28° conferencia. La terapia analítica. En Obras Completas: Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu. 1991

[22] Freud, S (1937). “Análisis terminable e interminable” En Obras Completas: Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu. 1989

[23] Lacan, J (1955). “Variantes de la cura tipo”. En Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI. 1985, p 312

[24] Lacan, J (1962-63) “Capítulo IV. Más allá de la angustia de castración”. En El Seminario 10. La angustia, Buenos Aires: Paidós. 2006, p 63

[25] Ibídem, p 63

[26] Lacan, J (1964): “Capitulo XIII. Desmontaje de la pulsión”. En El Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. 1997, p 174

[27] Lacan utiliza esta frase en el Seminario sobre la carta robada. En francés designa las cartas que están demoradas. Literalmente “cartas en sufrimiento”

[28] Lacan, J. “Seminario de La carta robada”. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI

[29] Ibídem

[30]Lacan, J. Función y campo de la palabra y el lenguaje. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI

[31] Lacan, J. Función y campo de la palabra y el lenguaje. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI.

[32]Rubistein, A. (2012) Terminaciones de tratamientos en ámbitos institucionales. La terapéutica psicoanalítica: efectos y terminaciones. Buenos Aires: JCE. 2012.

[33] Lacan, J (1975): Conferencias en EE.UU., Inédito, p 10

[34]Lacan, J (1976-77): «Clase 2 del 14-12-76 », En L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre, Inédito, p 15 

[35] Lacan, J. La agresividad en psicoanálisis. Escritos I.

[36] Parafraseamos aquí la indicación que da Lacan en el seminario 10, donde propone desimplicar al sujeto de la conducta sintomática, para ir hacia la localización de la causa. Gabriel Lombardi retoma este tema y lo desarrolla en un texto que lleva por título: “Rectificación y destitución del sujeto”. En Aun. Publicación de psicoanálisis. Año 3. N 5. Buenos Aires: JVE ediciones.

[37] Lacan, J (1962): Seminario 9. La identificación, Inédito. 

Lujan Iuale. Profesora Adjunta Interina a cargo de la Práctica Profesional 822: El tratamiento del padecimiento subjetivo en la experiencia analítica. Magister en Psicoanálisis. Directora del Proyecto UBACyT: “Variaciones en la afectación del cuerpo en el serhablante: del trauma de la lengua a las respuestas subjetivas”. 

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