ABORDAJE PSICOANALÍTICO DEL CONSUMO PROBLEMÁTICO: UNA APUESTA AL SUJETO

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El presente escrito fue producido como informe final de la práctica profesional “Adicciones: un abordaje clínico-comunitario” de la carrera de Psicología de la UBA. Se intentará desarrollar la concepción de adicciones a partir de una viñeta clínica, pensando siempre la relación dialéctica entre tres partes: sujeto-objeto-contexto. Partiendo de allí, se buscará problematizar las diversas formas de abordaje del consumo problemático diferenciando dos modalidades: abordajes abstencionistas y abordajes psicoanalíticos. Esto nos permitirá centrar los alcances, las limitaciones, las potencialidades de cada una, para así proponer formas de asistencia y tratamiento que aborden clínicamente lo singular de esta problemática contemporánea.

¿De qué hablamos cuando hablamos de adicciones?

Se pensarán las adicciones en los términos de D. Fleischer (2003), quien plantea que “es a partir del tránsito a la modernidad que estas (las toxicomanías) son afectadas por la ciencia. Entonces, podemos definir la adicción como el encuentro entre estos productos del tiempo de la ciencia con aquel que intenta desembarazarse de toda experiencia. Este encuentro (...) precipita al sujeto del lado de la pura reacción” (pág. 36). Esto sugiere que para pensar las adicciones corresponde explicitar el encuentro de un sujeto con cierta sustancia en un momento socio-histórico determinado. 

Tomaremos el siguiente recorte para situar lo que definimos como adicción:

En el Taller de Sexualidad una Comunidad Terepéutica (CP) tomó la palabra F. Hace dos años que comenzó el tratamiento y se egresó hace por lo menos un año. Expresa muy angustiada que se quiere separar porque “está cansada de ser la mujer-cosa”. Viene de una familia muy católica y está casada hace más de 20 años con un juez con quien tiene dos hijos. No trabaja fuera de casa, realiza los quehaceres domésticos. Durante su relato retoma su trayectoria de consumo de alcohol diciendo que “cuando tomaba en sociedad no pasaba nada pero de la puerta para adentro… ahí sí se descontrolaba todo”.

Modos de vivir, modos de enfermar

Interesa situar en primer término cómo la época propone a las drogas como respuesta posible al malestar que ella misma produce en los sujetos. En esta línea I. Lewkowicz (1999) establece a la subjetividad adicta como un tipo de subjetividad instituida que implica la realización plena del sujeto consumidor, pero con la paradoja de entorpecer la dinámica del consumo por la fijación que establece este con el objeto-droga. En estas condiciones socioculturales está inserta F y, por lo tanto, podemos pensar que presenta un consumo problemático y tiene la posibilidad de asistencia y tratamiento solo porque la época presenta a la figura de los adictos como posibles. Si el consumo aparece como una respuesta latente para ella, quedará pensar entonces qué sucede en su vida que produce que esa respuesta posible se haga efectiva.

Por otro lado, la modalidad de consumo en el interior del hogar resulta analizable a la luz de lo que D. Tajer (2009) define como el “modo tradicional de subjetivación de género femenino”. Al venir F. de una familia católica tradicional es factible que haya sido subjetivada desde dicha lógica, la cual implica una relegación de las mujeres al ámbito privado destinadas a la conyugalidad y a la maternidad. Conviene recordar que no trabaja fuera de su casa, tiene dos hijos a los que ha criado, su marido al ser juez supone una figura de poder del ámbito público y, siguiendo la misma lógica, su consumo se da de forma problemática en el interior del hogar.

Vemos entonces cómo ciertas condiciones epocales “se hacen carne” en F: los modos de ser, de vivir, de enfermar y de desear que propone la época se combinan de una forma singular produciendo a F. como sujeto y, simultáneamente, generando cierto malestar. Si bien como psicólogos debemos apuntar a lo singular del caso estaríamos perdidos si no prestáramos atención a las formas de padecimiento que produce la época. Teniendo esto en cuenta, ahora sí podemos pensar por qué en cierto momento de la vida de F. el encuentro con el alcohol aparece como respuesta efectiva en términos psíquicos.

La funcionalidad del tóxico

Para pensar cómo se da la adicción en F. resulta importante relacionarla con su deseo de separación ya que esta idea comenzó a aparecer en ella cuando empezaba el tratamiento, aunque no quería pensar ni hablar de ello. Ahora, en cambio, está segura de querer hacerlo, pero aún no se lo puede decir a su marido, quien prácticamente la ignora. Esta situación propone elementos para pensar el lugar que ocupa el consumo en la vida de F. ya que, desde el cese del mismo, conforme transita el tratamiento, las ganas de separarse aumentan de forma exponencial. ¿Cómo podemos pensar esta relación inversamente proporcional?  

F. dice querer separarse porqueestá“cansada de ser la mujer-cosa”. Ya ubicamos en este punto cómo los discursos que la atraviesan ayudan a que ella se posicione de esta forma, dado que implican a la mujer como una mujer-cosa destinada al ámbito doméstico: ella se encarga de la casa y de sus hijos, no tiene un lugar propio por fuera de su matrimonio y de su hogar, sostiene domésticamente el desarrollo profesional de su marido en el ámbito público. Importa entonces articular el sentimiento de ser una mujer-cosa, producido en el ámbito privado, con que se descontrole todo, cuando toma adentro de su hogar.

Valdría la pena indagar sobre qué significa para ella estar en el lugar de mujer-cosa y también su historia de consumo, para tener un panorama más claro de sus modos de padecimiento. A los fines del presente escrito, por qué no pensar que frente a esta posición padeciente en F. aparece el consumo de alcohol para evitar, por la vía toxicómana, lo insoportable que es para ella ser una mujer-cosa. Y que, adicionalmente, su modalidad de consumo se dará en el interior del hogar, en donde F, se siente cosificada en sumo grado, sobre todo por su marido. ¿Será entonces que lo intolerable es justamente el lugar que ella ocupa y el alcohol apareció en su momento como lo que le posibilitó sostener -aunque sea temporariamente- su vida tal como estaba? Elige enfermar, en términos freudianos, para así sostener su posición.

En el sentido del psicoanálisis, situamos aquí a la función del tóxico “(...) en el impasse que (este) produce en relación al deseo del Otro, ubicado en la dimensión de la castración. La droga opera en el sentido de la recuperación de ese goce, eludiendo el semblante fálico, ya que este abre la dimensión del imposible de gozar” (Silliti y otros, 1998, pág. 33). Es decir que determinado encuentro entre el sujeto y la sustancia producen que el falo deje de operar como ordenador/regulador y, en su lugar, aparezca la operación toxicómana que rechaza al Otro y, por lo tanto, sostiene a un goce irrestricto y autista. Entender que el tóxico no vale por lo que es en sí mismo, sino por la funcionalidad psíquica que este tiene, equivale a decir que la función de la droga o del alcohol es singular de cada caso y que está en relación con la estructura psíquica de cada quién.

En el caso de F, frente a una pareja que pone en evidencia que “no hay relación sexual” -es decir, que la enfrenta con la castración-, el alcohol aparece como el partenaire ideal, el que presenta a la relación sexual como posible. Es eficaz en términos psíquicos ya que, frente a la división subjetiva estructural, aparece como un objeto de goce que completa a F, aunque sea ilusoriamente. Dentro de su hogar la inexistencia de relación sexual se pone en evidencia y, ahí dentro también, es que ella le da una solución por la vía del tóxico.

Retomando la definición de adicción propuesta al comienzo, queda claro que en ese encuentro de F. con el alcohol algo de su experiencia queda excluido de lo que se puede transmitir: la toxicomanía opera por fuera de la relación del sujeto con el Otro y, es en ese punto, donde ella no puede poner en palabras nada de lo que implica su relación matrimonial… el alcohol responde a eso y evita que F. se haga cargo de su deseo. Consumir supone una elección contra la castración en la que la ingesta de alcohol aparece, no como el resultado de un conflicto, sino como sustituto del goce perdido. Por otro lado, si bien no tenemos material sobre qué implica ese todo que se descontrola cuando ella se alcoholiza en su casa, podríamos ubicar ahí al sujeto precipitado a la pura reacción, es decir, a una experiencia sin sujeto. La función del tóxico, queda claro, es psíquica.

Podríamos pensar que algo de esa solución que el tóxico supo ofrecer deja de ser eficaz y, tratamiento mediante, se logra que el objeto-alcohol caiga poniendo al descubierto nuevamente el malestar que le genera a F. estar en una posición de mujer-cosa. En este sentido cabe ubicar como su deseo de separarse que se hace cada vez más fuerte dejando en evidencia la división subjetiva de F.

¿Cómo abordamos las adicciones?

Las toxicomanías dan cuenta de fenómenos complejos específicos de los tiempos posmodernos que aparecen a modo de síntomas de una sociedad regida por la lógica del mercado. Cualquier persona que habite estos tiempos puede ser afectada por el consumo problemático y esto plantea un esfuerzo de trabajo en proponer diversos dispositivos asistenciales y terapéuticos que intenten, desde diferentes perspectivas, abordar a las llamadas adicciones.

 Dentro de estos modelos de abordaje se ponen en juego las concepciones institucionales en relación al sujeto, al objeto-droga, a la adicción en sí misma y al tratamiento. En cualquiera de los casos no hay que olvidar que el tratamiento efectivo es el que le sirve al sujeto, lo que sugiere plantear los alcances, las potencialidades y las limitaciones de cada uno.

Podemos plantear que en el abordaje de los consumos problemáticos nos encontramos frente a dos grandes grupos de tratamientos. Por un lado, podemos pensar en dispositivos que sostienen una perspectiva sustancialista y abstencionista de las adicciones, como lo son las comunidades terapéuticas o los grupos de autoayuda; por otro lado, existen otros dispositivos que abordan a los consumos problemáticos desde la teoría psicoanalítica con una estrategia de Reducción de Riesgos y Daños. Esta modalidad de trabajo responde a los criterios de umbral mínimo de existencia, en contraposición a los criterios de abstinencia y de sobriedad de los otros dispositivos. 

De los primeros podemos decir que proponen una lectura unicausal y positivista, correlativa con los efectos desubjetivantes que producen. Tanto pensando al cuerpo biológico como afectado químicamente por la sustancia, como la psicologización de la toxicomanía a partir de concepciones como “personalidades adictivas” o “tendencia al narcisismo”, proponen lecturas sesgadas de un fenómeno tan complejo como es la adicción. En contraposición, vemos cómo el segundo tipo de tratamientos se enfrenta al sujeto dividido psicoanalítico, que utiliza sustancias psicoactivas para hacer algo con su falta estructural.

También podemos diferenciar los abordajes desde la consideración que hace cada uno de la sustancia: mientras que los primeros la consideran como el problema y centran el éxito del tratamiento en su eliminación, los otros la consideran, pero no como lo central del tratamiento sino en relación a la función psíquica que cumple y los riesgos que trae aparejados para el sujeto que la consume.

Por último, en el primer grupo de tratamientos los sujetos suelen identificar su ser a un significante, a saber: adictos, enfermos, alcohólicos, drogadictos, viciosos, entre otros. En este sentido aparece como ventaja la entrada al mundo simbólico y la inclusión del Otro en la escena, pero también encuentra como limitación a la producción de un sujeto estereotipado socialmente, que se sigue nombrando por su modalidad de goce y que no se hace responsable de su hacer. La lógica psicoanalítica opera a contramano de esto, ya que trata de romper con la cristalización que implica ese “soy adicto” y, en ese sentido, el tratamiento intentará conmover tal identificación.

Resulta interesante interiorizarnos en las propuestas alineadas al segundo tipo de abordajes ya que, si bien consideran el lugar de las sustancias dentro de los consumos problemáticos, va a poner al sujeto en el centro del tratamiento. De lo que se trata desde un comienzo es del ofrecimiento de un espacio de alojamiento disponible para él y su malestar. Al mismo tiempo, se establece una invitación a que ponga en palabras, que dirija su discurso a Otro… en fin, que haga lazo.

En este sentido podríamos considerar que este tipo de tratamientos supera algunos de los obstáculos planteados por los abordajes de corte abstencionista pero aun así tiene sus limitaciones: el psicoanálisis aborda al sujeto del inconsciente, el cual está en estrecha relación con el falo. ¿Qué pasa si no se puede hacer caer la función del tóxico y el falo no opera? ¿Y si el sujeto no realiza el pasaje del hacer -que desconoce al sujeto- al decir -que lo pone en acto-? ¿El psicoanálisis puede hacer algo ahí?

A modo de conclusión

El modo propuesto para pensar las adicciones, el cual se sostiene en la tríada sujeto-objeto-contexto, nos permite pensar a cada uno de estos términos en una relación dialéctica con los otro dos. De esta forma, las modalidades de abordaje sustancialista y abstencionista pueden ser eficaces en algunos casos, pero implican una gran probabilidad de reinserción o de fracaso del tratamiento, ya que no proponen formas de tratar el malestar del sujeto en cuestión, sino que su éxito apunta a separar al sujeto del objeto-droga.

Pensar como forma de abordaje dispositivos que trabajen con el psicoanálisis como marco teórico y dentro de una estrategia de Reducción de Riesgos y Daños, nos da la posibilidad de apostar al sujeto, más precisamente, apostar a hacer existir al sujeto del inconsciente. Esta centralidad del sujeto en relación al tratamiento no implica dejar de considerar por ello al objeto-droga, sino que nos invita a pensarla en relación a su función dentro de la economía psíquica de cada uno. 

La función del tóxico aparececomo orientadora en la clínica de las toxicomanías ya que nos señala el camino para pensar cuál es el drama subjetivo que ella viene a esconder, al tiempo que cuando falla posibilita que el sujeto “grite”, pida ayuda. Si la droga o el alcohol, según cada caso, postergan el encuentro del sujeto con la castración y lo empujan a una experiencia vacía (Tarrab, 2000), de lo que tratará el análisis será de desabrochar esta última de la experiencia del sujeto que se encuentra oculta. En este sentido será necesario que la droga no cumpla eficazmente su función y que el deseo se cuele en esa experiencia. 

Entendiendo las limitaciones que implica para el psicoanálisis trabajar una clínica que tiene como característica principal el estar por fuera de la palabra, resulta de vital importancia recibir al sujeto en el momento en el que el tóxico vacila. Alojar al sujeto y habilitar su palabra son las chances que tenemos para posibilitar una salida de la adicción, en tanto una entrada al discurso. 

Se intentará que, a partir de la experiencia del análisis, la adicción, en tanto síntoma social, se singularice en un síntoma singular del sujeto. Ahí está ubicada la apuesta al nivel de la clínica: apuntar a esa parte del sujeto que no queda tomada por la lógica mercantil.


 

BIBLIOGRAFÍA

  1. Fleischer, D. (2006). “Soy Adicto”. En No se conocía ni la coca ni la morfina. Buenos Aires: Grama.
  2. Kameniecki, M. (2006). “Concepciones clínicas e institucionales en las toxicomanías”. En Clínica institucional en toxicomanías: una cita con el Centro Carlos Gardel”. Buenos Aires: Letra Viva.
  3. Le Poulichet, S. (1987). “La ambigüedad del tóxico”. En Toxicomanías y psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu.
  4. Lewkowicz, I. (1999). “Subjetividad adictiva”. En Las drogas en el siglo ¿qué viene? Buenos Aires: Ed. Grama.
  5. Polo, L. (1995). “El recurso de la droga en la diversidad clínica”. En Sujeto, goce y modernidad. Buenos Aires: Atuel - TyA.
  6. Silliti, D., Naparstek, F., Gianzone, R., López, S., Lachvanne, H. (1998). “Φο”. En Del hacer al decir. Buenos Aires: Plural Editores.
  7. Tajer, D. (2009). “Modos de subjetivación: modos de vivir, de enfermar y de morir”. En Heridos corazones: Vulnerabilidad coronaria en varones y mujeres. Buenos Aires: Ed. Paidos.
  8. Tarrab, M. (2000). “Una experiencia vacía” y “Las salidas de las toxicomanías”. En Más allá de las drogas. Buenos Aires: Plural Editores.
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