Configuraciones familiares y vinculares. Su incidencia en el pasaje a la independencia

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La incidencia de las modalidades familiares-vinculares, estilos maternos y tipos de apego en la estructuración psíquica constituye un tema de interés para el psicoanálisis.

El presente artículo analiza aspectos de la constitución del psiquismo, focalizando en el estudio de los vínculos primarios, sus vicisitudes y su influencia en el desarrollo de la personalidad. Dicho análisis permite vislumbrar e identificar los recursos psíquicos con los que el adolescente cuenta al momento de la salida exogámica y la independencia.

Tomando como eje conceptualizaciones de autores psicoanalíticos (S. Freud, J. Bowlby, D. Winnicott, etc.), ejemplificaremos a partir de un caso clínico aquellos vínculos marcados por la dependencia y necesidad de proximidad, cómo estos estilos influyen en el desarrollo socio-emocional e implican dificultades en el crecimiento y la independencia.

 

Introducción

En el trabajo clínico con adolescentes y jóvenes se ha detectado cómo distintas modalidades familiares pueden obturar o dificultar el crecimiento, la independencia y la salida exogámica característica de la adolescencia: vínculos indiscriminados, apegos patológicos, conductas invasivas, deficiencias en la función materna de sostén y paterna de interdicción, etc.

Diversos autores psicoanalíticos han estudiado la importancia de los primeros vínculos y su influencia sobre el desarrollo de la personalidad. El impacto de las primeras experiencias y los recursos obtenidos en la primera infancia tendrán necesariamente consecuencias en el adolescente al momento de su salida al mundo.

El caso clínico que se presentará remite a una configuración familiar con características simbióticas (vínculos “pegoteados”), necesidades de proximidad, limitado acceso a lo íntimo e imposibilidad para establecer espacios diferenciados.

Presentación de caso clínico

G., de 19 años, inicia su consulta por padecer mareos y sensaciones de vértigo durante el último año. Es hija única, y vive con sus padres y su novio. Las respectivas madres de sus padres son primas hermanas, es decir, que los padres de G. serían familiares.

El inicio de sus síntomas coincide con el momento en que comenzó a salir sola de su casa. Anteriormente la acompañaba siempre su madre, hasta que le exigió abruptamente que debía hacerlo sola. “Siempre fui la nena chiquita para ella, dice que soy su bebé”. En la actualidad se siente insegura al tener que salir, con miedo a que le suceda algo malo y no tener a quién recurrir. Manifiesta que sus padres siempre la acompañaron a todos lados: “de chiquita me decían `abrojito´ porque nunca me despegaba”.

Durante las primeras entrevistas G. describe una modalidad vincular con su madre (que llamaremos M.) con algunos tintes simbióticos, caracterizado por la necesidad de cercanía y dependencia física entre ambas. Pero, por otro lado, con falta de sostén por parte de M. al demandarle salir sola y enojarse con ella por sus mareos, “si algo me sale mal, me dice ‘inútil’, si me sale bien no me dice nada”.

Su padre sostiene -en ocasiones ausencia mediante, ya que por motivos laborales pasa varios meses fuera de la ciudad- ese vínculo. En el relato de G. impresiona muchas veces como una figura que más bien se autoexcluye o con intervenciones carentes de peso. Tampoco su novio, J., puede realizar algún corte, al haberse constituido entre ellos un tipo de apego similar. J. comenzó a vivir con ellos hace un año por sugerencia de los padres de G., que lo ven como parte de su familia. Él también aceptó su condición de “adopción”, mudándose rápidamente a su casa, llamando “papá” al padre de G. Ella señala que él tiene el mismo nombre que iban a utilizar sus padres para un primer embarazo que perdió su madre antes que nazca ella.

G. describe manifestar dificultad para “desprenderse” de sus padres, y necesitar continuamente estar acompañada, al punto que le produce un intenso malestar el sentarse a comer sin tener a nadie al lado suyo. “Se me cierra el apetito si no comen al lado mío”. Tampoco puede dormir completamente a oscuras porque necesita ver a J. esté durmiendo a su lado. “No verlo es como no tenerlo ahí”.

La mayoría de las salidas que realiza G. son con su madre y su novio, presentando dificultad para desenvolverse sola fuera de su casa, con miedos a que le ocurra algo estando lejos de su familia, viviendo lo extra-familiar como peligroso y amenazante, y caracterizando a los desconocidos como “malos”. Relata por momentos que le incomoda la intromisión de M., pero por otro lado, ésta tampoco parece registrar cualquier requerimiento de su hija de separación. En este contexto, se establece una situación paradojal: la proximidad entre G. y su madre va adquiriendo tintes asfixiantes, pero al mismo tiempo, tanto el acercamiento como el alejamiento se convierten en fuente de angustia (Rojas, 2009).

En una entrevista con su madre, ésta describe que G. “tiene miedo, le preocupa la inseguridad, mira el noticiero y es peor…está asustada…”. La analista pregunta quién tiene miedo. “Siempre la acompañé porque la veía chiquita, que no se iba a defender. El padre le regaló un gas pimienta para su cumpleaños de 16”.

 

Marco teórico

Vaivenes en la estructuración psíquica

El psicoanálisis destaca el papel vincular en la constitución del aparato psíquico. Hablar de constitución psíquica implica hablar la estructuración del aparato en sus tres instancias -Yo, Ello, Súper Yo-, la consolidación de la organización deseante y de las zonas erógenas, la diferenciación adentro-afuera, el armado de las defensas y de una imagen unificada de sí mismo.

Durante los primeros años el niño no puede dominar psíquicamente las urgencias internas-externas, y necesita de otro que lo ayude en ese trabajo. El desvalimiento y la dependencia constituyen aquellas características centrales del niño durante los primeros años de vida, e imponen la necesidad de un vínculo, es decir, de la presencia, coexistencia e intercambio entre psiquismos ya constituidos, y otros en vías de constitución. Kaës ha definido al vínculo como un movimiento de investiduras, representaciones y acciones entre sujetos (Kaës, 2009).

En ese recorrido inaugural pueden darse diferentes avatares: la organización puede tambalear cuando no hay un otro que brinde sostén y opere de continente con quien identificarse, dejando vivencias de ausencias y vacíos. Por ejemplo, ciertas patologías narcisistas muestran una dificultad para encontrar una presencia o una disponibilidad psíquica en otro ser humano y en el establecimiento de un vínculo empático.

Lineamientos freudianos

A través del análisis de S. Freud (1920) del juego del “Fort-da” (en el que un niño arroja un carretel de madera atado a un piolín hasta hacerlo desaparecer, para luego tirar del mismo provocando nuevamente su aparición) podemos establecer que: para que la ausencia materna pueda ser representada y tramitada, ésta tuvo que no haber sido traumática. Tienen que haberse producido marcas de presencia para que un niño pueda evocarlas, y que esto permita simbolizar dicha ausencia. De esta forma, el camino a la simbolización está motorizado por la ausencia, pero también por la presencia del objeto: si el objeto está eternamente presente no hay desplazamiento posible ni necesidad de representarlo simbólicamente. En tanto que si no hubo presencia (es decir, si la ausencia fue absoluta) el resultado no es la simbolización, sino el agujero en la trama representacional.

En el caso de G. se percibe a una madre que casi no se ha propuesto como ausente: se trata de una madre excesivamente presente para la necesidad pulsional y la presencia física. Un funcionamiento familiar en el que por momentos existe una presencia absoluta que no da lugar a la ausencia (Czerlowski et al., 2010). G. se angustia frente a las separaciones, no puede simbolizarlas ni evocarlas. El hecho de no ver a su madre o a su novio la deja en una especie de abismo, como si ellos, al desaparecer de su mirada, hubiesen entrado en otra dimensión. Responde con su cuerpo -manifestando mareos- a ciertas situaciones de separación, como si no tuviese un soporte donde sostenerse, presentando dificultades para armar ese juego del Fort-da: se ve a sí misma como siendo arrojada abruptamente por el otro (Janin, 2013).

Por otro lado, G. experimenta en la actualidad temores relacionados a épocas tempranas del desarrollo evolutivo, donde el niño comienza a percibir una diferencia yo-no yo y a recortar, entre todos los objetos, al objeto amado. Tal como plantea Freud (1926), el temor al extraño se manifiesta cuando en lugar del rostro materno, el esperado, aparece otro. Se trata del miedo a lo desconocido, que supone el reconocimiento de que los seres conocidos, familiares, amados, son protectores mientras que el resto del mundo es desconocido y poco confiable. La angustia del lactante se erige como señal ante el temor a la pérdida del objeto amado (Freud, 1926).

Esta especie de dependencia de G. hacia sus objetos parentales (posteriormente trasladada a su novio) hace que sean vivenciados como imprescindibles para su supervivencia, tanto física como psíquica. Dependencia que es sostenida por su madre, que quizás no tolere que G. se “desprenda” de ella.

La identidad fóbica

Según E. Dío Bleichmar, la angustia de separación es una angustia esencialmente narcisista: se teme por el peligro que se cierne sobre el sujeto. La ausencia del objeto es peligrosa por lo que acarrea como déficit para el niño o el adulto. Se teme por la indefensión, por la impotencia, por la falta de recursos que se poseen.

Muchas fobias o fenómenos fóbicos se hallan estrechamente vinculados a la angustia de separación o, mejor dicho, existe una angustia siempre presente en muchas fobias, que es la angustia de separación.

En la familia de G. parecen formularse ciertos enunciados con tintes fóbicos con respecto al mundo y a los otros, del orden de: “lo desconocido (o lo no familiar) es peligroso”, “mejor quedarse adentro que nada malo va a pasar”, etc. Esto puede fundamentarse en la elección amorosa de sus padres -dentro de la misma familia-, el regalo del gas pimienta como modo de defensa frente al afuera, o la incorporación casi instantánea del novio de G. como un integrante más, neutralizando cualquier salida exogámica.

Dentro de la configuración familiar, lo que caracteriza “medio fóbico” es una sobrepreocupación por la seguridad física y psicológica del niño, ubicándolo en el lugar del que corre peligro y aquel que debe temer algo. De esta forma, según Dio Bleichmar, la constitución del Yo seguirá la serie de denominaciones mediante las cuales los otros primordiales nombran su relación afectiva con el niño y éste con el mundo: denominaciones que en forma sucesiva podrán conformar su identidad, a través de la identificación. Este tipo de enunciados posiblemente contribuyeron a estructurar el modo en que G. se ve a sí misma -débil e indefensa-, a los otros -buenos, malos- y al mundo -peligroso o confiable-.

La conducta de apego

J. Bowlby desarrolló su “teoría del apego” como una teoría explicativa del desarrollo emocional del ser humano. Define al “apego” como cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo, al que se considera mejor capacitado para enfrentar al mundo, y del cual se busca protección (Bowlby, 1998).

El niño busca a la figura de apego cuando está cansado, hambriento, enfermo o se siente alarmado, y también cuando no sabe cuál es el paradero de dicha figura. Al aparecer ésta, el niño desea permanecer cerca de ella. Mientras pueda mantenerse la deseada proximidad, no se experimenta ninguna sensación desagradable.

Bowlby caracteriza al “apego seguro” como aquel en el cual la figura es percibida como accesible y receptiva si se la necesita, con habilidad para apaciguar al niño cuando está angustiado, sensibilidad ante las señales del bebé e intervención en el momento adecuado (Bowlby, 1998).

Por el contrario, si el apego no es seguro, el niño estará generalmente pendiente de la proximidad de la madre (o quien ejerza dicha función) e experimentará intensa angustia en su ausencia. Los extraños le generarán sensación de alarma, o bien, tratarán al extraño de un modo más amistoso que a su madre.

Bowlby conceptualiza dos tipos de conflicto de la conducta de apego: tanto por defecto como por exceso de acciones. Por ejemplo, un exceso puede tener lugar cuando la figura lo hace objeto de cuidados excesivos, lo sobreestimula con conductas intrusivas, tomando ella misma toda la iniciativa, insistiendo en mantenerse cerca del niño, o en protegerlo de todo peligro.

En el caso de G. se establecieron vínculos con cierto grado de dependencia tanto física como emocional con sus padres, principalmente con su madre, dificultando su autonomía y la separación hacia vínculos exogámicos y vivencias propias de la adolescencia. Hay intentos de establecer una proximidad con sus figuras (madre-padre-novio), viviendo cada separación como traumática. Se observa además cómo la familia presenta una cuestión endogámica e incestuosa de su funcionamiento, y cómo su novio ingresa a esta configuración. Se piensa la posibilidad de que el padre haya intentado la incorporación de una figura masculina mientras él se ausenta durante sus viajes.

Según Bowlby, la forma de las figuras de apego de relacionarse con el niño depende de algunos factores, entre ellos de su historia personal y vincular. En la historia de G. se encuentra la pérdida de un primer embarazo de su madre. Vemos cómo también se pueden establecer vínculos marcados por vivencias especiales, como enfermedades o fallecimientos de algún miembro de la familia. Se trata de vínculos teñidos por sufrimientos de generaciones anteriores y que se transmiten a la generación siguiente, si no se pudo elaborar adecuadamente esa situación dolorosa o traumática. En el caso G., la necesidad de su madre de mantenerla tan cerca podría tener que ver con esa pérdida. La rápida absorción de J. como miembro de la familia también podría relacionarse con este duelo parental no resuelto. Por parte de G., esa incorporación puede leerse como un intento de evitarle la angustia a los padres, trayéndoles a casa al hijo fallecido.

Un medio ambiente facilitador

Estas lecturas se vinculan también con la teoría de D. Winnicott acerca de la progresiva independencia. Dicho autor explica que el desarrollo requiere y depende de la calidad de un medio ambiente satisfactorio y facilitador, encarnado por la figura materna. Destaca funciones como la de sostén o holding, que implica no solamente la satisfacción de las necesidades fisiológicas, sino también el cuidado empático de la madre hacia el bebé, adaptándose a sus propios ritmos, donde a través de la identificación con él puede saber cómo se siente y lo que necesita (Winnicott, 1994).

De este modo, la niñez sería la progresión desde la dependencia hasta la independencia. Winnicott destaca la presencia de una “madre suficientemente buena”, quien es la que lleva a cabo la adaptación total a las necesidades del niño y la disminuye poco a poco, en concordancia con los nuevos desarrollos logrados por él, su capacidad para hacer frente al fracaso y tolerar los resultados de la frustración. Es decir que la madre “desilusiona” al bebé en forma gradual. Estas “fallas” de la madre forman parte también de esa adaptación, ya que están relacionadas con la creciente necesidad del niño de enfrentar la realidad, lograr la separación y construir su identidad.

El ambiente facilitador favorece el pasaje de la dependencia casi absoluta al principio, cambiando luego poco a poco y en forma ordenada, para convertirse en dependencia relativa y orientarse hacia la independencia, hasta producirse el pasaje hacia el sentido social, donde el niño poco a poco se va viendo capacitado para enfrentarse con el mundo y sus complejidades. (Winnicott, 2013)

Podría pensarse que en el caso G. aún no se produjo totalmente el pasaje hacia la independencia. La madre por momentos no facilita ese movimiento, no dando cuenta de los requerimientos de su hija de separación progresiva, quedando G. en un estado similar al de dependencia relativa. Su sintomatología comienza cuando su madre le impone abruptamente la difícil tarea emocional de realizar la propia separación-individuación adolescente.

Reflexiones finales

La adolescencia implica un tiempo de cambio y de transformación en el que se produce un reacomodamiento de representaciones. Incluye el acceso a la sexualidad, nuevas elecciones, desafíos, como también el desprenderse de lo anterior y resignificarlo, dando lugar a reconfiguraciones que tienen que ver con la historia infantil y las posibilidades actuales. Las urgencias pulsionales y las demandas sociales presionan de manera interna y externa. El contexto debe conformar un ambiente que, sin ser “perfecto”, sea confiable y suficientemente estable como para permitir la constitución de un espacio psíquico y una representación de sí lo suficientemente sólida como para dirigirse al mundo, sin sentir que se fragmenta. Un otro como sustancia ligadora que organiza y unifica.

La salida a la exogamia depende de la calidad de los apuntalamientos narcisistas, de la interiorización de los objetos, de la solidez de las defensas del Yo, y del modo que el sujeto haya vivido la experiencia separación del objeto primario. El impacto que tendrán estas experiencias precoces tendrá necesariamente consecuencias, llegado el momento en el cual el adolescente tenga que revivir estas experiencias de pérdida (Marty, 2012).

Cuando el adolescente sale al mundo y sale al encuentro con el otro, pone en juego los recursos y reservas que le fueron dadas en la primera infancia, que en ocasiones pueden ser escasas y/o pobres. Lo que trae como consecuencia que en su salida a la exogamia el sujeto no sabe qué hacer para reconocerse, para que lo reconozcan y saber qué desea (Frizzera, 2007).

El ejemplo clínico lleva a planteamos generar ese espacio de ilusión - desilusión, marcado por la presencia de un analista que puede retirarse gradualmente, que apunta a posibilitar el desarrollo de una independencia y discriminación de lo que funciona como “pegoteado” en la estructura familiar. El proceso terapéutico deberá apuntar a generar ese espacio de terceridad, suficientemente bueno, permitiendo el despliegue de una zona transicional, intermedia, que luego facilite la constitución de lugares propios.

 

Bibliografía

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