Mujeres privadas de su libertad: salud mental entre rejas

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El marcado aumento de la cantidad de mujeres privadas de su libertad tanto en nuestro país como en el resto del mundo ubica las problemáticas de género como un tema central de estudio a la hora de reflexionar sobre el sistema carcelario y de pensar políticas públicas de salud mental dirigidas a todas las personas en prisión, sobre todo las mujeres. En nuestro país la falta de estudios de nuestra disciplina –la Psicología- dedicados a este colectivo en particular, hace que esta área se convierta en un espacio profesional a desarrollar en vistas a la prevención en salud mental.

Es creciente el interés de diversas disciplinas por el estudio de las mujeres en conflicto con la ley atendiendo a las problemáticas específicas de género (Antony, 2007; Yagüe Olmos, 2007). La situación particular de las mujeres en el sistema carcelario, y sobre todo lo que respecta al tratamiento que reciben en las cárceles, es el tema que actualmente ocupa a antropólogos sociales, sociólogos, criminólogos, entre otros. (Antony, 2007; Azaola, 2010; Cervelló Donderis, 2006; Leiro, 2011; Yagüe Olmos, 2007; Yagüe Olmos & Cabello Vázquez, 2005).

Este interés por las cuestiones de género en el marco de la institución carcelaria podría estar vinculado al crecimiento exponencial de la población de mujeres detenidas en todo el mundo y en nuestro país (Centro de Estudios Legales y Sociales [CELS], 2011; Walmsley, 2006; 2012). Según un informe elaborado por la Defensoría General de la Nación, la Procuración Penitenciaria y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS, 2011) la población femenina carcelaria en nuestro país ha crecido en un 350 % entre los años 1990 y 2007. Pese a tal crecimiento poblacional femenino entre rejas, y al interés dedicado por otras disciplinas al tema, la psicología en nuestro país poco ha referenciado sobre la situación de la salud mental de las mujeres en prisión, así como tampoco sobre el efecto que provoca el estar detenidas en sus redes sociales personales, sobre todo en sus vínculos con sus hijos –en un estudio realizado en nuestro país se recabó que el 85.5 % de las mujeres en prisión tienen hijos (Wittner, 2015a)-

Para poder comprender el efecto de la privación de la libertad en la salud mental de las mujeres en ellas alojadas, resulta de importancia tener en cuenta las condiciones en las que estas llegan al circuito penal, por un lado, y por el otro, los efectos que produce en sus vidas y la de sus familias la situación misma de encarcelamiento. En cuanto a las políticas penitenciarias, se observa generalmente, gran dificultad en el reconocimiento de la complejidad de las características tanto sociales como personales que las hacen vulnerables a la entrada y estadía en el mundo penal, así como la falta de entendimiento de sus necesidades de alojamiento particulares (Yagüe Olmos, 2007; Galván, Romero, Rodríguez, Durand, Colmenares, Saldivar, 2006; Antony, 2007; León Ramírez, 2007; Arduino, s. f.).

Algunos autores (Yagüe Olmos & Cabello Vázquez, 2005) refieren la exclusión social como un factor fundamental en el entendimiento de la conducta delictiva de las mujeres. La creencia misma de que son inferiores por su condición de género; vidas difíciles, exposición a situaciones de violencia física, psicológica y/ o sexual desde temprana edad; situación de marginalidad económica, social, educativa; la falta de inserción en el mundo laboral; dependencia emocional de sus parejas, de la mano de quienes muchas veces entran en la cadena delictiva: son algunas de las situaciones que actualmente son planteadas como promotoras de vulnerabilidad en mujeres en relación al ingreso en el sistema delictivo y penal.

Una investigación realizada en 6 países europeos, Estudio MIP (Mujeres, integración y prisión, 2005 citado en Azaola, 2010) define el género como factor fundamental en la promoción de formas de exclusión. Teniendo en cuenta la semejanza encontrada en las características de la población femenina encarcelada en todo el mundo, se vuelve fundamental el entendimiento por género del contexto que rodea específicamente a la criminalidad femenina, así como la situación de detención concreta.

En este sentido, podría pensarse que el impacto en la salud mental de estas mujeres es del encierro entendido como corolario de un proceso de desafiliación más amplio y anterior a la detención en sí misma. Castel (2009) refiere el proceso de desafiliación en tanto debilitación de las redes que posibilitan la pertenencia a una estructura social que ofrezca protección. Fenómeno global en que la cárcel funciona como dispositivo de sobrevulneración cerrando el circuito de la exclusión.

En tanto institución de alojamiento, la cárcel abarca y organiza la globalidad de la vida de las personas en ella alojadas. Su propiedad más característica es la de ser una institución total (Goffman, 1961/ 2001). Todas las actividades (hasta las más sencillas y cotidianas) están regladas y son impuestas en cuanto a tiempo, espacio y la programación y el control de sus tareas. Incluso el ocio está regulado en la vida intramuros.

Sus reglas de funcionamiento (tanto implícitas como explícitas) se imponen y a ellas hay que adaptarse para sobrevivir, lo cual supone por parte de la persona que entra en sus muros la necesidad de realizar un gran esfuerzo que implica efectos sobre su salud mental.

A esto cabe agregar las consecuencias de la vida en prisión en los vínculos significativos de las personas. Todos ellos quedan automáticamente mediatizados por la institución penitenciaria (visitas, llamadas telefónicas, cartas), lo cual supone que una gran cantidad de estos vínculos se pierdan, generando que la persona quede cada vez más atrapada en la institución carcelaria y sus reglas.

Los efectos del encierro en las mujeres generan un impacto mucho mayor debido al rol social que estas cumplen. En su mayoría son cabeza de familia, son las que unen a la familia, son cuidadoras de hijos y familiares, mantienen los lazos familiares. El encierro trae aparejado desmembramiento familiar, alejamiento, pudiendo considerar esta situación como una pena que se agrega a la condena (CELS, 2011).

Además, es probable que las mujeres queden alojadas a bastante distancia física de sus familias, lo cual dificulta el contacto familiar y la posibilidad de ser visitadas. Uno de los aspectos más traumáticos para las mujeres detenidas es la pérdida de sus hijos, la falta de contacto con ellos, no saber muchas veces al cuidado de quién están y si las van a poder visitar.

A esto puede agregarse que, en el imaginario social, las mujeres que delinquen no sólo transgreden la ley, si no, y sobre todo, el orden de lo femenino y las expectativas sociales de género: ahora también es mala madre – esposa - hija. El perder el contacto con sus hijos, el no saber muchas veces qué pasó con ellos o dónde están, agregado a que frecuentemente son abandonadas por las personas más significativas, sobre todo por sus parejas, luego por sus familiares y amigos (mucho más que los hombres en la misma situación), son de las problemáticas que más afectan la salud de estas mujeres en cuanto a su bienestar físico y emocional (Carcedo González & Reviriego Picón, 2007).

Ha sido estudiado (Galván, et al, 2006) que el apoyo de la pareja, familiares y amigos durante el período en prisión, puede suponer una importante diferencia en la percepción tanto del bienestar como del malestar. Apoyando esto, algunas investigaciones refieren que, aun habiendo establecido relaciones de amistad o compañerismo dentro de la unidad de alojamiento, estas no compensan el sentimiento de soledad debido a la pérdida de los vínculos significativos externos (Carcedo González & Reviriego Picón, 2007).

La estadía en prisión puede ser comparable (respecto de los efectos en las redes sociales de la persona detenida) con el proceso de una enfermedad de larga data, a medida que transcurre el tiempo, estas se deterioran perdiendo su valor salutogénico en tanto se deterioran las interacciones sociales y se reduce su tamaño (Sluzki, 1995).

A medida que pasa el tiempo, el sujeto acabaría adaptándose a este tipo de vida, asumiendo roles, costumbres y valores que son propios de la institución. Este proceso de adaptación y modificación que hace el sujeto, algunos autores lo han denominado proceso de prisionización (Clemmer, 1940; Crespo, & Bolaños, 2009). Esto conllevaría dificultades en las posibilidades de adecuarse y relacionarse con la vida extramuros, afectando la posibilidad de crear y mantener vínculos sociales más allá de los muros de la cárcel. Todos los vínculos y conductas que el sujeto puede establecer quedan mediatizados por la vida penitenciaria, y la cárcel termina imponiendo su propia lógica.

Siguiendo esta línea de pensamiento, y dado que el régimen carcelario se caracteriza por definir y dirigir completamente la vida de los sujetos alojados, podría pensarse que esto favorecería el inicio de un proceso de pérdida sistemática de control sobre la propia vida, deteriorando a su vez, la disponibilidad de recursos y el funcionamiento de sus redes sociales personales (Valverde Molina, 1991), provocando, entre otras cosas, la pérdida de valores como la seguridad, la privacidad y la identidad social.

La variable temporal se vuelve entonces imprescindible para medir los efectos de la cárcel en la vida de las personas: a medida que transcurre el tiempo en prisión, aumentaría la probabilidad de que se pierdan los vínculos externos del sujeto. En este punto resulta interesante reflexionar acerca de los efectos que esto puede tener sobre la salud mental de las personas allí alojadas.

Siguiendo la línea anterior, puede inferirse que la entrada a la cárcel está fuertemente signada por las características de la institución en tanto total, implicando una brusca modificación del ambiente dado que supone una reorganización total de las áreas de la vida del sujeto. Esta masiva transición ecológica (Bronfenbrenner, 1987) no es sin consecuencias. Puede pensarse como una situación crítica que conlleva una necesaria modificación de su posición social, así como los roles y funciones que cumple respecto de sus diferentes entornos, además del impacto que ésta produciría en la salud mental del sujeto.

Los aportes del estudio del estrés desde un marco social de la salud (Lazarus, & Folkman, 1984; Sandín, 1999; 2003) conciben que las distintas condiciones sociales pueden modificar el estatus de salud de un sujeto, y por lo tanto la enfermedad debe ser entendida como un fenómeno complejo inmerso en un contexto social particular (Sandín, 2003).

En este sentido la cárcel es fuente de estrés social (entendido como emergente de una organización interaccional determinada) en tanto impone una forma de vida poco reconciliable con la extramuros, y por tanto implica emociones y conductas que no deben ser entendidas de forma aislada, sino dentro del contexto particular que es la cárcel como institución total, y que la transforma en una situación patológica potencial. Un estudio realizado en nuestro país (Wittner, 2015a) describe que las mujeres privadas de su libertad tienden a referenciar mayor sintomatología y malestar que aquellas no encarceladas – SCL-90-R (Casullo, 2004)-.

A lo anterior resulta interesante agregar que fue la sintomatología depresiva -BDI II (Beck, Steer, & Brown, 2006)- la que alcanzó mayores dimensiones en las mujeres en prisión y con altos niveles de severidad, sobre todo comparando con las mujeres de población general. Ello, además, se asocia con la alta frecuencia e intensidad de sentimientos de tristeza, soledad y preocupación por parte de las mujeres encarceladas. Se ha perdido mucho en un cambio abrupto, entre otras cosas, y fundamentalmente, se ha perdido el control sobre la propia vida.

Estos resultados pueden asociarse con el concepto de derrota social de Jim Henry (Valencia Alfonso, Feria Velazco, Luquín, Díaz Burque, & García Estrada, 2004) que define que la pérdida de control social -derrota social-, funciona como uno de los estímulos sociales estresantes más importantes para los individuos. Siguiendo esta línea, otras investigaciones (Taylor, Gooding, Wood & Tarrier, 2011) relacionan el concepto de derrota con la aparición de diversos síntomas psicopatológicos, evidenciando un fuerte vínculo entre éste y síntomas de depresión.

A modo de conclusión

A pesar del marcado aumento de la población femenina privada de su libertad -en el mundo y en nuestro país- resulta llamativo cierto desconocimiento de la complejidad de las características, tanto sociales como personales, que hacen las mujeres detenidas vulnerables, tanto en la entrada como en la estadía, en el mundo penal. Ello conlleva a una falta de entendimiento de sus necesidades particulares y, en consecuencia, la generación de un escenario poco favorable (y muchas veces en contra de lo favorable) para la rehabilitación y reinserción social.

Los efectos de la cárcel impactan también en las vidas de las familias de las mujeres privadas de su libertad. Familias desmembradas, niños institucionalizados, niños que quedan a la deriva. Las mujeres detenidas parecen sufrir consecuencias más amplias que la pena propiamente dicha, y están vinculadas a la afectación de su identidad misma. Malas mujeres, malas madres, atributos que no se agotan con el final de la vida entre rejas. Como si la comisión del delito refiriera a una falla individual y personal que no se compusiera con el cumplimiento de la pena impuesta por la ley.

Las redes sociales personales se dañan, se resienten, se pierden. El aislamiento que produce la cárcel no se limita a sus muros. Y de repente cuando salís te das cuenta que ni tus hijos te esperan, y creo que eso es lo más doloroso (…) El sistema social tampoco te contiene cuando salís (Wittner, 2015b).

Las rejas parecen no terminar de abrirse nunca.

Una reflexión final

Quizá el desafío desde nuestra profesión sea trabajar para garantizar mejores condiciones de vida y salud mental para todas las personas que están en situación de vulnerabilidad al entrar al sistema penal, aquellas que están detenidas, así como también todas esas personas que salieron en libertad y que aún hoy las rejas siguen marcando sus vidas, para que la reinserción social deje de ser una mera expresión de deseos.

Pero sobre todo debemos pensar en todas aquellas mujeres cuyas vidas se ven o se han visto atravesadas por la institución penitenciaria, porque detrás de ellas hay familias, hay niños que quedan en una extrema situación de riesgo y vulnerabilidad.

 

 

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