La erosión de los lazos

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La erosión de los lazos sociales parece el resultado de una aceleración de los ritmos de vida, que comienza antes de la llegada del siglo XX, pero que se pronuncia con la aparición del capitalismo tecnológico y la economía de libre mercado. El modo en el que se estructura el entramado político-social-económico empieza a delinear una época que se instituye con fuerza a partir de 1989 con la caída del muro de Berlín y el triunfo del libre mercado. Y con ello, los discursos sociales e institucionales que regulan los lazos entre los sujetos entran en un estado de fragilidad, con la ascensión de la imagen al panteón de los ideales, como muestra la película de Wolfgang Becker, Good Bye Lenin.

Si los lazos sociales son legislados por los discursos, es porque estos establecen relaciones de orden entre los sujetos; sin embargo, desde hace un tiempo hemos pasado a un modo de regulación regido por una movilidad, un flujo, favorecido por el capitalismo neoliberal, que deja a los sujetos a merced de un proceso de individualidad que los “libera” de las estructuras que ordenaban los vínculos sociales.

En nuestra época el sujeto queda reducido a uno, a un uno capturado en los espejismos especulares del narcisismo… del narcimismo; desposeído de los medios para hacer lazos sociales, en un estado de continuidad con la mercancía, no importa cual, puesto que siempre hay un nuevo objeto dispuesto a tomar el relevo del objeto deseado.

El capitalismo empuja a producir y consumir para intentar recuperar la plusvalía que lo causa; puesto que es la misma pérdida la que pone en movimiento la máquina del mercado, que lleva a un más, un poco más… seamos pequeños proletarios-consumidores o de los hombres más ricos del planeta, como Zuckerberg para quien nunca es suficiente, supermillonarios que quieren más, y no tienen ningún reparo en decir que no se detendrán hasta recuperar aquello que les fue extraído por efecto del discurso inventado por Marx, al que Lacan agrega que esa plusvalía, es la causa del deseo de la que una economía hace su principio[1]

El sujeto tomado por el narcimismo, desposeído de los medios para hacer lazo, intenta reestablecer un vínculo con el otro sirviéndose de la imagen, se saca fotos, las comparte, las sube en las redes, procura salir del autismo y la soledad, pues nada de esto tendría sentido si no hay otros allí. Existe un uso de la imagen, pero de esa forma paradojal de la que habla Debord en La sociedad del espectáculo, pues el espectáculo reúne lo separado, pero lo reúne de forma separada, y que León Ferrari representa en sus heliografías sobre las urbes. 

El intento de reenlazarse al otro por las vías que propone la época posee un lado no tan oscuro, pues es dicho a cielo abierto, y es el tratamiento del otro como si se tratara de un objeto del cual se podría extraer algún beneficio, serle útil, rentable o todo lo contrario algo que se desea evitar por su “toxicidad”, amistades tóxicas, parejas tóxicas, personas tóxicas... como decía una nota del 2018 en La Vanguardia de España: si tu pareja no cumplía con una serie de requisitos -que eran enumerados en la misma nota-, entonces era momento de producir un cambio. Aquí el lazo social fue completamente deshecho, el partenaire, ha sido degradado al estatuto de un objeto que responde al valor de uso y al valor de cambio, desdibujando la imposibilidad intrínseca en las relaciones humanas.   

Lo que acompaña a la fragilización es un estado de impotencia generalizada, puesto que queda a cargo del sujeto la responsabilidad por no alcanzar los ideales de felicidad, de éxito, de triunfo, de realización que el discurso mismo instituye en el lugar del ideal, como si se tratara de las cabezas de Hidra de Lerna, cuantas más cabezas se cortan, más surgen. En este contexto, Lacan dice que vivimos en tiempos de clamor, pero el clamor no es el grito de dolor, ni la expresión de un colectivo social que se reúne para producir un cambio de la realidad, ni siquiera es la queja o el reproche neurótico. El clamor es la manifestación de un descontento, de la indignación social, teñida del tono de denuncia; es una exclamación que quiere hacer oír la impotencia en la que el sujeto se encuentra inmerso y que lo ha destituido de la posibilidad de actuar. Para salir de ese estado de destitución -dice Lacan- es necesario producir un movimiento, un giro, que haga pasar al sujeto del clamor sumido en la impotencia, a la imposibilidad de lo real, movimiento que nos lleva a la necesidad de una invención, a un aprender a hacer, no con la impotencia, sino con la imposibilidad.

El empuje que produce el capitalismo tiene consecuencias irrespirables para la humanidad, dice Lacan en 1974. El sujeto se ahoga en una ciudad en la que no ve donde puede asomar la cabeza para obtener una bocanada de aire frente al avasallamiento de un discurso que lo destituye y coarta las posibilidades de trazar una historia, de tejer una narración. Frente a estas coordenadas, en las que los sujetos fantasean escapar de una realidad que lo asfixia, “el psicoanálisis –lo cito a Lacan- se ha vuelto el pulmón artificial gracias al cual se intenta asegurar lo que hay que encontrar de goce en el hablar para que la historia continúe”[2].

El psicoanálisis devuelve a los sujetos que habitan las polis la posibilidad de insertarse en un discurso que les permita retornar a la palabra, frente al acallamiento que inyectan las imágenes y los slogans liberales como el: “Sí se puede”, que escuchábamos repetir incesantemente al ex presidente. Desde su origen el psicoanálisis da la posibilidad de un hablar libre de censura moral, social, psicopatológica, en las que el hablante pierde las coordenadas de lo que dice, para que entre las palabras advenga la subjetividad que el capitalismo científico suprime, puesto que según Lacan “la ciencia constituye una ideología de la supresión del sujeto”[3].  

El analista es quien abre la tranquera que permite pasar del “hic et nunc” del padecimiento y de la época, a la posibilidad de habitar un discurso que abre a la historia. Aquel que acepte la oferta, encontrará un terreno fértil para desplegar una ficción que le permita historizarse como sujeto, reencontrando los escollos de la propia historia que determinan el presente. Para lo que hace falta salir del no hay tiempo en el que vivimos, del que el analista se hace su soporte. Punto que vuelve al acto analítico un acto anticapitalista e instituye un discurso inédito, en el que se disputa el objeto que obtura la singularidad del deseo. El analista le arrebata al capitalismo el objeto que atiborra la falta, que cierra la garganta, para que el sujeto hable, su deseo se constituya y pueda pasar de un estado de destitución a secas a la destitución subjetiva que abre las vías para la realización del deseo.



[1] Lacan, J. (1970) Radiofonia. Pag. 458

[2] Lacan, J. (1974) Declaración en France-culture a propósito del 28º congreso internacional de psicoanálisis.

[3] Lacan, J. (1970) Radiofonia. Pag. 460

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