El rechazo a la femineidad y su relación con el odio

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El presente artículo se inscribe en el marco de nuestra investigación: “Núcleos temáticos relevantes en los últimos desarrollos freudianos. Aportes al problema de la finalización de los análisis”. En ella nos propusimos abordar una serie de núcleos temáticos desarrollados por Freud en el último tramo de sus teorizaciones que consideramos relevantes respecto del problema de los obstáculos a la finalización de los análisis.

En esta ocasión nos interesa retomar e interrogar la investigación freudiana relativa al rechazo de la feminidad y la incidencia del odio. Nos proponemos situar ciertas coordenadas freudianas que consideramos vigentes y fecundas para aportar elementos que permiten esclarecer la lógica que se pone en juego en una serie de fenómenos delimitados a partir de la noción del odio, a la degradación y a la discriminación en conjunción con el rechazo de la feminidad.

En este contexto, si bien podríamos caracterizar a nuestro tiempo en las antípodas de las marcas que delimitan la época en la que Freud produjo sus teorizaciones, encontramos en Freud operadores conceptuales que permiten abordar, no sólo formas del padecimiento diversas de los síntomas de las psiconeurosis, sino también modos diversos del lazo al semejante.

En el escenario de la postmodernidad, los discursos feministas, que dan lugar al llamado colectivo feminista integrado también por las, hasta hace poco tiempo, llamadas minorías sexuales, logran instalar la reivindicación de sus derechos. Junto con ellas adquieren visibilización y reconocimiento teórico los desarrollos de las teorías de género y sus críticas a los modelos heteronormativos.

En relación con esta temática el psicoanálisis resulta interpelado desde distintos ángulos, sea para interrogar su relación con el modelo patriarcal y sus consecuencias, sea para aportar elementos que permitan pensar esta problemática; a la vez que como trasfondo de la discusión surge, respecto del marco teórico, la pregunta respecto de cuáles son las coordenadas desde las cuáles situar estos núcleos problemáticos: ¿Es posible situar motivos estructurales que den cuenta del rechazo a lo femenino? ¿Qué incidencia tiene la perspectiva socio histórica? ¿Es viable, e incluso fecunda, una respuesta que excluya o privilegie una de estas vías?

Sin duda la temática propuesta se inserta en la compleja trama de factores que determinan el escenario de lo actual, escenario que suele ser caracterizado en términos de posmodernidad o, más recientemente, de posverdad, respecto del cual se destacan: la caída de los ideales de la modernidad -entre ellos la puesta en cuestión del lugar del padre, así como también el ideal de la maternidad- en un contexto atravesado por la globalización, la expansión del capitalismo extremo y la implementación de las políticas neoliberales en estrecha relación con los avances tecnocientíficos (resaltamos aquellos ligados a la temática que nos ocupa: la fertilización asistida o procreación artificial, la decodificación del genoma y la clonación) y en relación con nuestro tema, el afianzamiento de la incorporación y participación de las mujeres en el mercado laboral, y por ende su incidencia en el avance y la pregnancia de los discursos feministas. A toda esta serie debemos además sumar la pandemia.

Desde una mirada spinoziana, Borges nos recuerda que no debemos confundir el mapa con el territorio. Pascal Quignard, en El sexo y el espanto, plantea que, cuando dos concepciones diferentes sobre el mundo se tocan y se superponen, se producen sacudidas; ese entrechoque, ese movimiento, ese seísmo, modifica el territorio, a la vez que ese torbellino es afín al vértigo que produce interpelar lo contemporáneo. Como sitúa Agamben, “contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le corresponde y no deja de interpelarlo, algo que, más que otra luz se dirige directa y especialmente a él. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tinieblas que proviene de su tiempo” Subrayamos, frente a lo contemporáneo, el valor de la interrogación y de la reflexión por sobre las respuestas dogmáticas o acabadas. 

 La caída y puesta en cuestión de los supuestos inherentes al sistema patriarcal introduce otras perspectivas desde las cuales mirar el mundo, y por ende nos llevan a repensar cómo conceptualizamos la subjetividad y los modos actuales de lazo con el semejante.

En ese contexto también surgen y resurgen interpelaciones que interrogan y cuestionan las conceptualizaciones freudianas relativas a la diferencia entre los sexos, la sexualidad femenina y el concepto de falo por considerarlas funcionales a los mandatos del sistema patriarcal.

Esto es novedoso para la comunidad psicoanalítica, sobre todo para el psicoanálisis de filiación freudolacaniano que ha sido, por años, considerado por propios y ajenos como una práctica “subversiva” en tanto se supone se resiste a promover o buscar la adaptación del sujeto a las exigencias provenientes de los mandatos sociales[1].

Consideramos bienvenido este debate, y a la vez, dicho en tono coloquial, es posible que una de las pocas cosas que Freud jamás hubiese aceptado como acusación es la de haber construido una teoría heteronormativa. De ser demasiado paternal como analista, no hay duda, se lo reprochó él mismo; es probable que hoy también hubiese aceptado reconocer que, desde esa perspectiva, supuso que, en su época, el matrimonio y la maternidad eran casi siempre, salvo gloriosas excepciones, la salida menos mala para las mujeres, en tanto sometidas a la moral y a los mandatos de un escenario histórico y social que las relegaba.

A su vez, consideramos que Lacan tampoco suscribe a una teoría de esa índole, y en ese sentido, entre otras cuestiones, retoma los desarrollos de De Rougemont[2], referidos a la conceptualización del amor en Occidente[3].

Siguiendo las teorizaciones de Foucault, podemos sostener que la teoría psicoanalítica, como toda teoría, es un modelo de lectura, y como todo modelo, no es ajeno a las marcas discursivas y no discursivas propias de determinado contexto sociohistórico.

Una lectura estructural no es excluyente con una lectura que incluya la incidencia de la perspectiva histórica, en distintos textos freudianos podemos encontrar una lectura del padecimiento que contempla la participación de las marcas que imprime el discurso de una época, ese entrecruzamiento es el que mejor se presta para alojar la complejidad de las variables que inciden en la constitución del sujeto, en las modalidades subjetivas y los modos del lazo al semejante.

Incluso Levy Strauss desde una perspectiva que prepondera lo estructural afirma: “No desprecio la historia… No se puede emprender ningún análisis estructural sin haberle pedido a la historia previamente todo lo que puede aportarnos para aclarar un punto concreto”

Freud no dejó de interrogar a lo largo de toda su obra el peso del orden cultural respecto del malestar inherente al sujeto humano, en tanto ese orden incide en la construcción de los ideales, así como también en la constitución del superyó, instancia ligada al establecimiento de la conciencia moral. Lacan, por su parte, mantuvo a lo largo de sus teorizaciones una tesis central: no hay autoengendramiento[4] del sujeto.

El ser hablante, calificado por Lacan como sujeto del deseo, en la doble acepción que implica el genitivo, está destinado a emerger en el campo del Otro. A partir de estas perspectivas, en relación con la constitución del sujeto y a las modalidades subjetivas, podemos diferenciar dos dimensiones. Una dimensión singular y estructural que atañe a la determinación inconsciente del sujeto del deseo, como efecto de las operaciones relativas a la constitución subjetiva. Y, por otra parte, una dimensión particular relativa al campo del Otro en su acepción amplia de campo cultural, atravesado por las prácticas discursivas que construyen el horizonte simbólico propio de una época. Dimensión que participa en la producción de las modalidades subjetivas y de los tipos de lazo al semejante característicos de determinado momento histórico.

Desde esta perspectiva, los modos de padecimiento y, por ende, la práctica analítica, no son ajenos a las marcas de la época[5].

Situadas estas coordenadas, adelantamos un interrogante: ¿hay en las teorizaciones de Freud un movimiento que ha resultado fundante y crucial para que pueda ser puesta en cuestión la heteronormatividad, así como también para visibilizar el rechazo de lo femenino? Consideramos que ese movimiento sería, a su vez, antecedente necesario para que hoy[6]- sean aceptados de derecho el matrimonio igualitario y los diversos tipos de familia, homo y monoparentales, además de la ley de identidad de género.

En relación con la interrogación respecto del rechazo a lo femenino y su relación con el odio y la violencia de género, sin duda lo nuevo es desde qué nuevas coordenadas se lee y se inscribe la violencia sobre las mujeres. En relación con las implicancias de la puesta en cuestión del patriarcado, y de la puesta en cuestión del mandato de masculinidad, numerosas legislaciones instalan en el código penal las categorías de femicidio. A partir de estas categorías diversas investigaciones provenientes de distintos campos disciplinares relevan y visibilizan distintos fenómenos que hacen de la mujer un objeto sobre el que recaen de forma particular diversas prácticas de violencia.

Para abordar los problemas atinentes al malestar en la cultura Freud resalta la importancia del “modo en que se reglan los vínculos recíprocos entre los seres humanos: los vínculos sociales, que ellos entablan como vecinos, como dispensadores de ayuda, como objeto sexual de otra persona, como miembros de una familia o de un Estado. Es particularmente difícil librarse de determinadas demandas ideales en estos asuntos, y asir lo que es cultural en ellos. Acaso se pueda empezar consignando que el elemento cultural está dado con el primer intento de regular estos vínculos sociales. De faltar ese intento, tales vínculos quedarían sometidos a la arbitrariedad del individuo, vale decir, el de mayor fuerza física los resolvería en el sentido de sus intereses y mociones pulsionales. Y nada cambiaría si este individuo se topara con otro aún más fuerte que él. La convivencia humana sólo se vuelve posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada frente a estos. Ahora el poder de esta comunidad se contrapone, como «derecho», al poder del individuo, que es condenado como «violencia bruta». Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo. Su esencia consiste en que los miembros de la comunidad se limitan en sus posibilidades de satisfacción, en tanto que el individuo no conocía tal limitación. El siguiente requisito cultural es, entonces, la justicia, o sea, la seguridad de que el orden jurídico ya establecido no se quebrantará para favorecer a un individuo.” Y agrega: “el desarrollo cultural parece dirigirse a procurar que ese derecho deje de ser expresión de la voluntad de una comunidad restringida —casta, estrato de la población, etnia— que, respecto de otras masas, acaso más vastas, volviera a comportarse como lo haría un individuo violento. El resultado último debe ser un derecho al que todos -al menos todos los capaces de vida comunitaria- hayan contribuido con el sacrificio de sus pulsiones y en el cual nadie -con la excepción ya mencionada- pueda resultar víctima de la violencia bruta”.

Dentro de la complejidad del tema y teniendo en cuenta que violencia de género y femicidio son categorías sociales y políticas que no pertenecen al corpus psicoanalítico, vamos a situar algunas coordenadas freudianas que consideramos vigentes y fecundas para aportar elementos que permiten esclarecer la lógica que se pone en juego en ciertos fenómenos ligados al odio, a la degradación, a la discriminación en conjunción con el rechazo de la feminidad.

Si bien podríamos caracterizar a nuestra época en las antípodas del escenario en el cual Freud produce sus teorizaciones -en tanto que en oposición a la llamada moral victoriana, podemos situar una predominancia del registro de lo parcial unido a un  imperativo que empuja a la mostración de los diversos modos a través de los cuáles se alcanza ese goce- encontramos en Freud operadores conceptuales que permiten abordar, no sólo formas del padecimiento diversas de los síntomas de las psiconeurosis, sino también modos diversos del lazo al semejante, muchos de ellos con una fuerte predominancia en las problemáticas  actuales.

 

En relación con la temática que nos ocupa destacamos entre ellas:

a-* El modo en que Freud analiza los motivos que determinan el malestar en la cultura, considerado por él como insalvable en su núcleo estructural.

b-* El repudio o desautorización de la femineidad como una posición considerada por Freud como el mayor obstáculo para pensar la finalización de un análisis.

c-* Los desarrollos sobre la vida amorosa, la noción de degradación de objeto y el registro de lo parcial. La corriente sensual y la corriente tierna. Las formas resistenciales de la transferencia.

d-* Las teorizaciones sobre los chistes tendenciosos tanto en su vertiente obscena como hostil.

 

a-*Freud señala que la palabra «cultura» designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres.

Para Freud la cultura conlleva un pacto social que implica que los miembros de la comunidad se limitan en sus posibilidades de satisfacción, limitación que conlleva una renuncia a obtener una satisfacción pulsional irrestricta, tanto en la dimensión sexual atinente a la pulsión de vida, como respecto de lo hostil, en tanto una de las dimensiones de la pulsión de muerte. 

Las teorizaciones sobre el odio y la pulsión de muerte son cruciales en relación con el lugar del mal en la especie humana. El rechazo a lo Otro, a lo ajeno, a lo extranjero forma parte del núcleo del malestar en la cultura. Entre las fuentes del Malestar, Freud sitúa “la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad”. Respecto de esta fuente Freud señala que “lisa y llanamente nos negamos a admitirla, no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no habrían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos. En verdad, si reparamos en lo mal que conseguimos prevenir las penas de este origen, nace la sospecha de que también tras esto podría esconderse un bloque de la naturaleza invencible; esta vez, de nuestra propia complexión psíquica”.

Freud no duda en afirmar que el prójimo “es una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo”.

Las mujeres devienen particularmente objeto de violencia, no sólo en tanto lo Otro, lo ajeno, sino también en tanto objeto sexual, esa confluencia es uno de los ejes a considerar para abordar la temática propuesta.  

 

b-. El repudio o desautorización de la femineidad es una posición considerada por Freud como el mayor obstáculo para pensar la finalización de un análisis, desautorización que constituye para Freud un escollo insalvable para ambos sexos. Y, sin embargo, a su vez considera que es importante ir más allá del rechazo a la feminidad. Este desarrollo lo ubicamos respecto de la roca de base de la castración. En este sentido, hemos recortado tres dimensiones en juego respecto del interrogante por los límites (Laznik, Lubián y Kligmann 2008): los modos del padecimiento que son excluidos del campo de la experiencia analítica; los obstáculos que se presentan en su interior y el tope estructural de la cura. Respecto de este último, en 1937 Freud introduce una dimensión del límite atinente al problema del fin del análisis, hasta entonces no explorada: el tope estructural de todo tratamiento. Hacia el final de Análisis terminable e interminable (1937), luego de trabajar “tres factores decisivos" en el desenlace de una cura -influjo de traumas, intensidad de las pulsiones, alteración del yo-, incluye una nueva cuestión que no estaba dentro de su plan de trabajo: la desautorización de la feminidad. Esta deviene, en ambos sexos, un elemento determinante respecto del fin del análisis. El penisneid y complejo de masculinidad que en este punto se sitúan como los nombres de lo que constituye, en cada caso, la roca viva de la castración. El impasse freudiano en el final del análisis.

Respecto de este tema en particular, el tope freudiano de la cura, consideramos que trasciende los niveles de lectura propuestos en el eje de este artículo planteados en términos de estructura y/o época ya que introduce un nivel de análisis que trasciende ambas categorías al poner en juego la pregunta por el fin de la cura. A partir de las teorizaciones de Lacan este problema se configura no ya respecto de la propia castración sino respecto de la posibilidad de inscribir, a partir del pasaje por un análisis. La castración en el Otro. El tope del análisis se trataría, entonces, de un impasse freudiano que remite a cuestiones teóricas, que exceden los ejes relativos a “época o estructura”.   

Por otra parte, en diversos textos Freud sitúa que el varón teme quedar debilitado o paralizado en su trato con la mujer, teme contagiarse de su feminidad y mostrarse luego incompetente. Para Freud esta desautorización, que comporta en ocasiones un desprecio, se relaciona con el complejo de castración.

En los inicios de la segunda tópica Freud comienza a desplegar desarrollos sobre lo femenino. Estas teorizaciones inauguran un campo que conduce a nuevas y diversas articulaciones. El estatuto de lo femenino, su relación con el masoquismo femenino, la polaridad activo - pasivo, y la pregunta por el valor que Freud le otorga a la bisexualidad constitutiva.

Hemos trabajado que la pregunta freudiana relativa a lo femenino se esboza por dos vías: como pasivo (en términos de la pulsión) y como castrada (en términos del falo). En “Dostoievski y el parricidio” se recorta la castración como hecho consumado respecto de la posición pasiva femenina respecto del padre. Tales desarrollos conducen a recortar respecto de la finalización de los análisis un nuevo problema: “la desautorización de la feminidad”, que esboza una enigmática conexión entre lo femenino (o más bien su no aceptación), y la cuestión de los obstáculos más relevantes de la clínica analítica.

Si bien Freud llega a conjeturar que la desautorización de la feminidad podría ser un hecho biológico, podemos situar a lo biológico en Freud como un nombre de lo real, en este caso de la diferencia sexual que se resiste a ser apresada en lo simbólico.

Abordamos luego los desarrollos de Lacan en el Seminario 14 cuando se pregunta de qué goza el analista en la posición que ocupa. Esto nos lleva a interrogar la relación entre la posición del analista, el deseo del analista y la dimensión del goce. Consideramos que los desarrollos relativos al goce femenino que Lacan hace en el Seminario 20 son, en parte, una vía para intentar responder a dicho interrogante. Situamos que esta cuestión lo lleva a Lacan a formalizar la pregunta por lo femenino. Al mismo tiempo, subrayamos que, a lo largo de su enseñanza, Lacan retoma en diferentes momentos el impasse freudiano.

Destacamos las teorizaciones relativas a las fórmulas de la sexuación ya que las mismas permiten retomar, desde otra perspectiva, el rechazo de lo femenino y reordenar el problema. Situamos, por un lado, las posiciones de fálico y castrado del lado macho de las fórmulas, y por otro, el objeto a del lado femenino. De este modo, aquello que se le planteaba a Freud como un impasse queda reconfigurado como posiciones relativas a un lado de las fórmulas, y a la vez, el dark continent se continúa en la elaboración del objeto a, que alcanza mayor precisión al ser ubicado del lado femenino. De este modo, conectamos la problemática freudiana relativa a la feminidad con la categoría de objeto a, y la pregunta por la posición del analista que, desde Freud, es indisociable de la noción de objeto.

El objeto a que aparece como ajeno, como separado del cuerpo, es lo femenino para la vertiente masculina del goce. Se trata de un goce complementario, y por eso Lacan va a decir que el masoquismo femenino es un fantasma masculino. Es lo femenino para lo masculino.

Una de las cuestiones a explorar es: qué alcances podemos otorgar a la bisexualidad constitutiva que plantea Freud donde lo que no coincide es la posición femenina con el goce femenino. Entonces tenemos una disyunción entre el objeto a y el lugar del vacío, de la falta, de la inexistencia del significante de la mujer. Es decir, el objeto a indica la posición femenina, pero no es en esa posición como objeto a que obtiene su goce.

Desde estas perspectivas consideramos que el goce femenino, al retomar la pregunta por la posición y el deseo del analista planteado por Lacan, introduce nuevas perspectivas en torno al impasse freudiano delimitado a partir de la noción de dark continent.

 

c-* Los desarrollos sobre la vida amorosa, la noción de degradación de objeto y el registro de lo parcial. La corriente sensual y la corriente tierna. Las formas resistenciales de la transferencia.

En la línea que venimos planteando -a partir de la cual encontramos en Freud operadores conceptuales que permiten abordar no sólo las formas del padecimiento diversas de los síntomas de las psiconeurosis, sino también modos diversos del lazo al semejante- destacamos los desarrollos sobre la vida amorosa, la noción de degradación de objeto y el registro de lo parcial.

En “Tres ensayos sobre una teoría sexual” (Freud 1905) Freud sostiene que las pulsiones nacen apuntalándose en alguna función que sirve para la conservación de la vida. En este sentido, destaca que la pulsión es autoerótica, en tanto que se satisface en las zonas erógenas y no se dirige a otra persona. Sin embargo, a la vez resalta que también la vida sexual infantil muestra componentes que desde el comienzo envuelven a otras personas en calidad de objetos sexuales. Y agrega que de esa índole son las pulsiones del placer de ver y de exhibir, y de la crueldad.

En este contexto, ubicamos en Freud una interrogación referida al sadismo en relación con la constitución subjetiva. Interrogación que se enmarca en ciertos desarrollos referidos a la pulsión de apoderamiento que se manifiesta a través de la musculatura del cuerpo, fundamentalmente como la actividad en la fase pregenital donde predomina la organización sádico-anal. En este sentido, Freud relaciona la pulsión de apoderamiento y la crueldad, concluyendo que es lícito suponer que la moción cruel proviene de la pulsión de apoderamiento y emerge en la vida sexual en una época en que los genitales no han asumido aún el papel que desempeñarán después. De esta manera, para Freud la pulsión de apoderamiento y de la crueldad adquieren valor en tanto apoyo para la salida del autoerotismo y por lo tanto la constitución subjetiva.

Es en este contexto de desarrollos freudianos que podemos leer la noción de “objeto degradado” (Laznik 2003). Nos interesan especialmente los desarrollos que Freud realiza en torno a esta noción por las consecuencias que ello tiene en relación con la transferencia. La transferencia supone un lazo libidinal, que se atiene, como apunta Freud en el texto “Sobre la dinámica de la transferencia”, a los mismos clisés que encontramos en el ejercicio de la vida amorosa. Desde Tres ensayos Freud desarrolla la idea de que existen dos corrientes en la vida amorosa, una corriente tierna, y otra erótica; que confluyen, en el mejor de los casos, en el mismo objeto de la elección, siendo también una posibilidad, que esta confluencia no ocurra, dando lugar a una escisión en el ejercicio de la vida amorosa.

Un claro referente clínico de esta no confluencia es la llamada “impotencia psíquica”, en el texto “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, de 1912. Este fenómeno clínico es entendido como la imposibilidad de concreción del acto sexual con cierto tipo de partenaires, mientras que esto nunca sucede con otros tipos. Esa no confluencia de las dos corrientes, que tiene por efecto la escisión de la vida amorosa, explica por qué Freud encuentra distintos sujetos que no pueden amar y desear sexualmente al mismo objeto.

A partir de estas consideraciones llegamos a la noción de degradación del objeto, respecto del cual Freud dice que, para protegerse de esa perturbación (la impotencia psíquica), el principal recurso de que se vale el hombre que se encuentra en esa escisión amorosa consiste en la degradación psíquica del objeto sexual. Y en el caso de la mujer, Freud plantea que la impotencia psíquica se manifiesta como frigidez, que se nota apenas la necesidad de degradar el objeto sexual, pero que es la “condición de lo prohibido” aquello que puede equipararse “en la vida amorosa femenina, a la necesidad de degradación del objeto sexual en el varón” (Freud 1912).

Otro lugar donde hallamos referencias respecto del tema de la degradación es en “El chiste y su relación con lo inconsciente”, específicamente en los desarrollos de Freud respecto del chiste tendencioso donde ubica dos tendencias, hostil (que sirve a la agresión, la sátira, la defensa) u obsceno (que sirve al desnudamiento). Estos desarrollos permiten dar cuenta del encuentro entre lo erótico y lo hostil, en la vía de la degradación del objeto.

Estos desarrollos sobre la vida amorosa, y las tendencias del chiste, adquieren consecuencias clínicas de importancia si los llevamos al escenario de la transferencia con el analista, cuestión que Freud no hace explícitamente, pero que es posible leer en textos como “Sobre la dinámica de la transferencia” de 1912, cuando la pregunta respecto de la resistencia, lo lleva a plantear la necesidad de separar una transferencia «positiva» de una «negativa», la transferencia de sentimientos tiernos de la de sentimientos hostiles, y tratar por separado ambas variedades de transferencia sobre el médico. A esa transferencia positiva, a su vez, la descompone en la de sentimientos amistosos o tiernos que son susceptibles de conciencia, y la de sus prosecuciones en lo inconciente, la erótica y hostil. De este modo, las vertientes erótica y hostil de la transferencia permiten dar cuenta para Freud de las formas resistenciales de la transferencia.

 

d- Las teorizaciones sobre los chistes tendenciosos tanto en su vertiente obscena como hostil.

Estos ejes, abordados en investigaciones anteriores, nos permitieron situar cómo Freud trabaja en relación con la vida amorosa el lugar de objeto degradado en el que puede quedar colocado el semejante, esta noción nos ha permitido esclarecer el lugar al que queda convocado el analista en las formas resistenciales de la transferencia, en su vertiente erótica y hostil como modo de intentar tramitar aristas de lo traumático,  nuestra lectura es que esos recorridos que nos permiten a partir de esclarecer ese lugar transferencial  al que puede ser convocado el analista, cuando lo que se pone en juego no es la reedición de un conflicto, si no que se reproduce en transferencia es el acto mismo que los llevó a padecer, nos permite también volver a pensar modos del lazo al semejante en que lo erótico devine hostil y lo hostil se enlaza con lo erótico al poner en juego un goce sexual frente a la humillación del otro.

Respecto del abordaje del semejante Freud diferencia la existencia de dos corrientes, la corriente tierna propia de las relaciones con las figuras parentales, que a partir de la prohibición del incesto y la declinación del Edipo supone la renuncia a una satisfacción sexual directa y, en articulación con la incidencia del ideal, aborda al otro vía las palabras, es decir la dimensión del cuerpo está ausente, la figura de la madre nombra para Freud de manera privilegiada esta relación, se la ama y porque está prohibida se la aborda por la vía de las palabras. Esta misma corriente es la que prima en las relaciones de amistad y en la transferencia operativa tierna, lo que me une al otro es un ideal común, creencias, valores, modos de pensar que sostienen la relación al otro vía un decir, no es que el otro sea el ideal, sino que le transferimos el ideal.

Para Freud lo único que garantiza una conducta plenamente normal respecto del partenaire amoroso es la confluencia de la corriente la tierna y la corriente sensual; la ausencia de cualquiera de las dos genera una relación insatisfactoria.

Freud sitúa, por otra parte, la corriente sensual que parte de las pulsiones parciales, si esta corriente se desanuda de la corriente tierna, la satisfacción se busca más allá del otro como objeto unificado, el otro se presentifica en tanto cuerpo caído del ideal del yo. El reverso de la figura que Freud ilustra con el valor de la madre es la figura de la prostituta. En Freud esta figura nombra la producción del semejante como objeto de una tendencia pulsional desanudada del ideal.

Otro referente que nos permite pensar esta dimensión del objeto degradado lo constituyen los chistes tendenciosos que Freud diferencia de los juegos de palabras y que los caracteriza como el chiste hostil y el chiste obsceno, suponen tres participantes, el que produce un decir tendencioso, el participante al que se dirige ese decir y un tercero que funciona como oyente, festejando el chiste, en la figura del cómplice. Un cómplice que se juega en el lugar del espectador en la pulla y en el lugar del oyente en el caso del chiste. De esta manera, la complicidad deviene de su lugar en cada una de estas dos estructuras. En el chiste obsceno, dice Freud, se busca burlar la represión que la cultura exige al imponer restricciones a la satisfacción pulsional sexual, mientras que en el chiste hostil se intenta burlar la limitación que nos impone el pacto social en tanto apunta a refrenar los impulsos hostiles hacia lo diferente.

Respecto de la tendencia obscena, Freud se detiene particularmente en la denominada pulla indecente, una provocación sexual que se le dirige a una mujer en presencia de otro hombre. La grosería que transmite la palabra, lejos de ser una alusión (piropo) que convoca, la aborda como un objeto en tanto degradado respecto del cual se ponen en juego de forma deliberada circunstancias o hechos sexuales. La incomodidad o vergüenza de la mujer es leída como signo de excitación y su molestia o no consentimiento es motivo de hostilidad.  La mirada de un tercero (hombre) en calidad de espectador es parte central en este abordaje.

En la pulla, la mujer es abordada en tanto objeto parcial degradado, esta “parcialidad” lo eleva a la condición erótica al riesgo de sustraerlo del ámbito común que brinda la palabra. En la pulla se conjugan lo obsceno y lo hostil.

En el chiste hostil, se busca por medio de un rodeo obtener un goce ligado a empequeñecer, despreciar a otro que porta algún rasgo que es objeto de discriminación, son los típicos chistes de género o racistas o en relación con algún defecto del semejante.

Es relevante situar que ambos tipos de chiste conectan lo erótico con lo hostil, en los obscenos lo hostil surge allí donde la mujer se rehúsa a la seducción y los hostiles porque esa discriminación, esa burla conlleva un goce que Freud liga a lo sexual.

La degradación, provenga directamente de la hostilidad o del erotismo, para Freud, nos acerca a la perspectiva del odio, perspectiva que se conecta con el sadismo, con la agresión, con la destrucción del otro pero que también remite al masoquismo erógeno primario y se conecta con el lugar que Freud le atribuye a la pulsión de dominio y de apoderamiento en la constitución subjetiva. 

Consideramos que los ejes propuestos nos permiten poner en juego una serie de elementos que sirven para esclarecer dimensiones de la lógica en juego en los fenómenos de violencia en relación con el rechazo a lo femenino en articulación con una observación de Lacan: el semejante, al estar básicamente marcado por una estructura narcisista, se encuentra en la estructura más general del fantasma recibiendo la más esencial de las angustias del sujeto: “…a saber, ni más ni menos que su afecto en presencia del deseo, ese miedo, esa inmanencia (… ) que retiene al sujeto al borde de su deseo” . Es decir, con Lacan podemos ubicar que al fracasar o vacilar la respuesta fantasmática posibilitado por la respuesta frente al ¿qué me quieres?, convocan al pequeño otro, al semejante, como partenaire para la constitución de una escena que intenta transferir el lugar del sujeto en tanto objeto caído del deseo del Otro o en tanto objeto de un goce que ha recaído sobre él. Desde esta perspectiva la transferencia de angustia, en tanto puesta en acto de la indefensión y la transferencia del afecto, en su vertiente erótica u hostil, ambas formas diversas de la transferencia salvaje, constituyen un intento precario de solución frente al desamparo, esas modalidades transferenciales puestas en juego en el transcurso de la cura que convocan al analista al lugar de un objeto degradado pueden aportar elementos para pensar modos de lazo al partenaire, que, por fuera del análisis, hacen que en encarnar ese lugar sobre el cual transferir lo peor.

Hemos recorrido distintas aristas de la indagación freudiana del rechazo a la feminidad y el lugar del odio. En este sentido, hemos situado las principales coordenadas freudianas que consideramos vigentes y fecundas para aportar elementos que permiten esclarecer la lógica que se pone en juego en la serie de fenómenos delimitados a partir de la noción del odio, la degradación y a la discriminación en conjunción con el rechazo de la feminidad.

Consideramos que se trata de una temática que requiere seguir siendo motivo de interrogación y que se entrama a su vez con uno de los ejes de nuestras investigaciones relativos a la revisión de los alcances y límites de la cura analítica, y, en particular, las conceptualizaciones de los finales de análisis.

 

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Lacan, J. (1962). El Seminario, Libro 10. La angustia (1962-1963). Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1972). El seminario, libro 20: Aun (1972-1973). Buenos Aires: Paidós.

Laznik, D. (2003). "Configuraciones de la transferencia: masoquismo y separación". Revista Universitaria de Psicoanálisis, Buenos Aires, Facultad de Psicología. 2003.

Laznik, D. Lubián, E. y Kligmann, L. (2008). "Los límites del análisis". Buenos Aires, Facultad de Psicología (UBA), 2008.

Lubián, (2020). Freud y la época. C.C.C. Educando.

 


[1]
 Lubián, E “La moral sexual contemporánea y la nerviosidad analítica” en “Freud y la época”.

[2] Nos referimos a los desarrollos relativos al “amor cortés” de los Seminarios 7 y 20 donde Lacan, apoyándose en la tesis de De Rougemont, postula un amor a partir del cual la figura de la mujer empieza a contar en la historia occidental. Amor cortés que a la vez consiste en una manera refinada de suplir la ausencia de relación sexual.

[3] Kligmann, L. “Problemas clínicos de la vida amorosa”. Seminario de Posgrado. Curso virtual a distancia. 2021. Buenos Aires.

[4] Este tema pone en juego otra particularidad de la época: la pretensión de no marcar: “los autoengendrados” y el predominio del Uno por fuera de la serie.

[5] Los ejes centrales de la temática ligada a moral sexual y la diferenciación y participación de las dimensiones de lo singular y lo particular en la constitución subjetiva fueron abordados en una ponencia oral en el año 2013 en las Jornadas “Actualidad de la Clínica Psicoanalítica”. Cátedra I Clínica Psicoanalítica. Secretaría de Extensión, Cultura y Bienestar Universitario. Facultad de Psicología. U.B.A. 31 de agosto de 2013.

[6] Es además necesario tener en cuenta las modificaciones que la ciencia ha introducido en los modos posibles de la reproducción humana y las modificaciones sociopolíticas y económicas propias de la posmodernidad.

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