Gozar de la verdad y sus determinantes: la identidad en el fanatismo

  • Agrandar Texto
  • Achicar Texto

El presente trabajo se inscribe dentro del proyecto UBACyT "Gozar de la verdad: fundamentos y alcances del concepto para pensar los fenómenos sociales de la política y la violencia desde el psicoanálisis" en el marco de las Convocatorias a Becas 2019 de categoría Estímulo.

En otra elaboración (Motylicki, 2020), hemos presentado nuestro concepto de goce de la verdad (Rabinovich, 2006a) como una forma de explicación psicoanalítica del fenómeno de fanatismo. Basándonos en lo desarrollado, comenzaremos aquí un recorrido que tiene por pretensión rastrear y examinar factores que intervengan en la aparición y expresión del fenómeno en cuestión.

En esta oportunidad, abordaremos la noción de identidad, en tanto uno de los factores de incidencia en la manifestación del fanatismo. El fenómeno de identificación (Freud, 1914; Lacan, 1949, 1953-1954), el papel de las ideologías (Seijas, 2011; Žižek, 2017) y el concepto de novedad (Peterson, 1999a, 1999b; Peterson & Flanders, 2002) serán algunas de las nociones que nos permitirán analizar el rol de la variable identitaria en torno al fenómeno de fanatismo y al concepto de goce de la verdad.

Introducción

Este trabajo se inscribe dentro del proyecto UBACyT "Gozar de la verdad: fundamentos y alcances del concepto para pensar los fenómenos sociales de la política y la violencia desde el psicoanálisis", en el marco de las Convocatorias a Becas 2019 de categoría Estímulo.

En otra elaboración (Motylicki, 2020), hemos desplegado lo trabajado en torno al primer objetivo de dicho proyecto, donde hemos presentado nuestro concepto de goce de la verdad (Rabinovich, 2006a) como una forma de explicación psicoanalítica del fenómeno de fanatismo. De manera concisa, el concepto da cuenta de la gozante creencia en un saber, el cual el sujeto eleva a un estatus de verdad (nivel intrasubjetivo) y ello apareja distintas formas de violencia en el plano de las relaciones imaginarias (nivel intersubjetivo) (Motylicki, 2020).

En lo que respecta a esta presentación, comenzaremos a exponer los desarrollos concernientes al segundo objetivo[1] del proyecto. A partir de la lectura de teorizaciones provenientes de distintos campos de conocimiento que han abordado el fenómeno de fanatismo, realizaremos un recorrido que tiene por pretensión rastrear y examinar factores que intervengan en la aparición y expresión del fenómeno. En este sentido, si en la anterior presentación hemos confeccionado una posible forma de explicación del fenómeno de fanatismo a partir del psicoanálisis, aquí comenzaremos a reconocer aquellas variables que, producto de nuestro análisis, emergen como centrales para plantear al fanatismo como un fenómeno multideterminado.

En esta oportunidad, abordaremos la noción de identidad, en tanto uno de los factores de incidencia en la manifestación del fenómeno. Trabajaremos la relación que posee la ideología en la construcción de una identidad colectiva, sus implicancias en la formación de una identidad individual y su relevancia en torno a nuestro concepto de goce de la verdad. Lacan (1949, 1953-1954), Peterson (1999a, 1999b, 2002) y Žižek (2017) serán, principalmente, nuestros autores de referencia.

Puntualizaciones iniciales

Anteriormente, hemos presentado al constructo de goce de la verdad como un concepto analizador de “ciertas problemáticas en torno a la política y la violencia” (Motylicki, 2020), proponiendo al concepto como un posible modo de nominación psicoanalítica de la fenomenología a la que éste alude.

A los fines de la presente elaboración, sin embargo, nos fue preciso hallar un término común que nos permita establecer diálogo con distintos campos de conocimiento, pero que, al mismo tiempo, preserve las dimensiones que creemos específicas del fenómeno. Habiendo realizado una lectura en torno a diversos autores que han trabajado la problemática, arribamos a la propuesta de reunir bajo el significante de fanatismo ideológico al cúmulo de problemáticas convergentes entre los ejes de política y de violencia. De esta manera, la elección de este término por sobre otros (radicalismo, extremismo, dogmatismo, autoritarismo, etc.) se fundamenta en un criterio de precisión y de comunicabilidad: otros potenciales términos no resultan cristalinos respecto a la fenomenología a la cual aluden, o bien no comprenden las dimensiones que creemos esenciales respecto del fenómeno.

De esta manera, cada vez que hablemos de fanatismo, nos estaremos refiriendo a un fanatismo de tipo ideológico (partidos políticos, religiones, activismos, entre otros), ya que existen otras variantes de fanatismo donde el objeto de creencia no conlleva ideales de ordenamiento social (equipos deportivos, grupos musicales, etc.). Tratamos, entonces, una fenomenología que surge al calor de la creencia dogmática en ciertos saberes ideológicos (nivel político) y que, a raíz de ello, hace afluir distintas formas de intransigencia en el plano de las relaciones con los semejantes (nivel de violencia).

Identificación e identidad

Como bien introduce Freud (1914) y retoma Lacan (1949), la formación de un yo no puede ser comprendida sin ponderar el papel del mecanismo de la identificación[2] y el rol que cumplen los otros semejantes en su constitución. El sujeto inviste libidinalmente a aquellos otros que toma como modelo, siendo este mecanismo aquel que, primariamente, posibilita la formación de una unidad yoica (Freud, 1914). En términos lacanianos, partiendo de un estado de invalidez y fragmentación inicial, es el mecanismo de identificación a la imagen del otro especular lo que permite construir un sentimiento imaginario de unidad (Lacan, 1949). Aquello que fundamenta tal exigencia -la de la construcción de un ser- se deriva de la no existencia en el lugar del Otro de un término significante que designe al sujeto una identidad[3] acabada; un ser consigo mismo. Ambos puntos (pérdida de identidad e identificación) dan cuenta de un doble efecto del encuentro con el lenguaje, constituyendo dos caras de la misma moneda: allí donde el lenguaje trastoca el ser, la identidad de la cosa con la cosa misma, también crea la condición de posibilidad para la identificación a distintas formas de ser.

Por otra parte, como hemos desarrollado en otra presentación (Motylicki, 2020), las identificaciones imaginarias no se dan de manera contingente, sino que se encuentran mediatizadas por una instancia simbólica: el Ideal del yo (Lacan, 1953-1954). Ello implica que no es a cualquier otro que el sujeto se identifica, sino a aquellos soportados por la óptica simbólica del Ideal. Que la imagen del otro se refleje o no como amable, en el sentido de constituirse como plausible de ser amada, depende, entonces, de dicha instancia. De esta manera, la identificación a determinados ideales simbólicos vía el Ideal del yo condicionará las relaciones con los otros semejantes.

A partir de todo lo dicho, reintroduciremos en esta presentación la noción de ideología[4]. Mediante los desarrollos de Žižek (2017), Ema (2013) y Peterson (1999a, 1999b, 2002), por un lado, evaluaremos su función en la constitución de una identidad colectiva e individual y, por otro, el papel que ocupan las “formas de ser” que la ideología provee con relación al fenómeno de fanatismo; entendido mediante nuestro concepto de goce de la verdad.

Ideología, identidad y goce

En La permanencia de lo negativo (2017), plantea Žižek que los significantes nodales de la ideología -a los cuales el sujeto se identifica- entrañan siempre una intersubjetividad: no implica sólo el hecho de creer en éstos, sino también que, en tanto creyente, se lo reconoce como tal dentro de una comunidad. Precisa el autor: “Cuando decimos: «Creo en X (los Estados Unidos, el socialismo, etc.)», el sentido último es la intersubjetividad pura: significa que creo que no estoy solo, que creo que también hay otros que creen en X” (p.86). Ello no sólo posibilita la construcción de una identidad colectiva, sino también una identidad individual. La ideología cohesiona individuos en torno a significantes comunes, permite la construcción de una identidad colectiva y un modo de organización social, a la vez de que es performativa de una identidad subjetiva: “Soy solo lo que soy para los otros” (p.134). El sujeto se reconoce a sí mismo a través de la creencia en determinados significantes o símbolos y en la identificación especular a otros creyentes.

Sin embargo, no todo es Ideal e imagen; no todo es simbólico e imaginario. Señala Žižek (2017) que la creencia en determinados ideales no depende sólo de la identificación simbólica a ellos, sino también de una cuota de goce implicada. Así expresa esta relación: “el efecto puramente discursivo no tiene suficiente «sustancia» para generar la atracción debida a una Causa; y el término lacaniano para la extraña «sustancia» que debe agregarse para que una Causa gane coherencia ontológica positiva, la única sustancia reconocida por el psicoanálisis, es sin duda el goce” (p.197). Esta inclusión del concepto de goce[5] puede explicarse a partir de entender la función que cumplen las instancias del yo y del Ideal respecto a la falta en el Otro. Ambas instancias se encuentran al servicio de su obturación, como bien plasma Lacan (1960) en su grafo del deseo. Como mencionamos previamente, esta falta implica que, entre otras cosas, el goce de una identidad acabada, que el sujeto sea uno consigo mismo, constituya un imposible estructural. En este sentido, y retomando lo dicho en párrafos anteriores, las ideologías permiten configurar determinadas “formas de ser” que brindan una respuesta a esa hendidura estructural que el lenguaje introduce en el ser hablante. Señala Žižek que este autorreconocimiento en un mandato ideológico se encuentra destinado “a resolver el punto muerto de la incertidumbre radical del sujeto respecto de su condición (¿qué soy en cuanto objeto para el Otro?)” (p.82). En tanto viene a resolver, en menor o mayor medida, dicha incertidumbre estructural, atribuir una matriz de goce a la identificación ideológica resulta el clivaje que permite explicar cómo el sujeto hace de la ideología algo propio, cómo una construcción simbólica lo interpela en su subjetividad.

Este punto nos permite desterrar la posibilidad de pensar la adherencia ideológica como un fenómeno humano por entero racional. Muy por el contrario, se trata de un fenómeno donde los afectos están implicados. Así lo refiere Ema (2013), señalando que resulta dificultoso comprender la adhesión política como una fría reflexión, ya que se trata de “una práctica inevitablemente condicionada también por lo real y por los afectos y pasiones, con frecuencia enfrentados a los discursos racionales y razonados” (p.115). Si se tratase de una pura adhesión razonada, entonces, resultaría tan sencillo para el sujeto como mudar de creencias tan sólo confrontándose a pruebas o contraargumentos válidos. Sin embargo, hay afectos en juego. Creer que las adhesiones políticas se fundan puramente mediante la razón es creer sólo en el semblante que el yo ofrece, sin tomar en consideración su sujeción a los significantes del Otro y la estofa de goce implicada.

Retomaremos los puntos trabajados en este apartado al final de la elaboración.

Identidad, novedad y la defensa de un territorio

Para este apartado, nos serviremos de postulados de Jordan Peterson. En su libro Maps of Meaning (1999a), junto a otros de sus escritos (Peterson, 1999b; Peterson & Flanders, 2002), el autor realiza distintos desarrollos conceptuales en torno a la función de las creencias y el lugar que éstas ocupan en la realidad humana. Para explicarlo, basa sus elaboraciones, principalmente, en analogías y abstracciones en torno a territorios y mapas. Sus desarrollos son amplios, por lo que abordaremos sólo aquellas nociones que permitan enriquecer nuestra elaboración en torno a la noción de identidad y al fenómeno de fanatismo.

Peterson (1999a; 1999b) plantea que, así como muchos seres vivos exploran y defienden un territorio físico, tangible, el ser humano, además, lo hace respecto a un territorio psíquico; simbólico. Este territorio psíquico se encuentra comprendido, esencialmente, por dos dominios: el dominio de lo conocido y el dominio de lo desconocido. El dominio de lo conocido constituye aquellas creencias e ideales sociales que permiten al sujeto consolidar una identidad y una forma de desenvolverse en el mundo. Estas construcciones simbólicas, al tener un carácter social, representan realidades compartidas que permiten filiación a grupos identitarios, aunque, a su vez, conllevan cierta clausura de sentido:

El grupo promueve un patrón integral de comportamiento y una concepción de valores. Ello es fortaleza, en el sentido de que un patrón integral permite un mensaje y, por lo tanto, promueve unidad y dirección. Es, también, debilidad. En esa integración -estructura jerárquicamente organizada y estable- es inflexible y, por lo tanto, frágil. Ello quiere decir que, para el grupo y para quienes se identifican con éste, no les es posible desarrollar fácilmente nuevos modelos de percepción o cambiar de dirección cuando dicho cambio o desarrollo se vuelve necesario. (Peterson, 1999a, p.274. La traducción me pertenece).

El individuo, necesariamente, lee la realidad que lo rodea y actúa en consecuencia a partir de este “mapa de sentido”, compuesto por creencias e ideales. Sin embargo, como deja entrever el autor al final del párrafo, así como el sujeto cuenta con saberes que le permiten, de cierta manera, desenvolverse, también debe lidiar con aquello que trasvasa el terreno de lo significado o no cuadra con su esquema de sentido. El dominio de lo desconocido, parte también de la experiencia humana, constituye el terreno donde los mapas psíquicos encuentran su límite. Mientras que lo conocido proporciona estabilidad y predictibilidad al sujeto, le permite sostenerse y encausarse emocionalmente, lo desconocido resquebraja el esquema estable:

Lo conocido, nuestra historia actual, nos protege de lo desconocido, es decir, nos provee una estructura determinada y predecible a nuestra experiencia. (…) Si nos encontramos en algún lugar donde no sabemos cómo actuar, estaremos probablemente en problemas: podríamos aprender algo nuevo, pero seguiríamos estando en problemas. Cuando estamos en problemas, tenemos miedo. Cuando estamos en el dominio de lo conocido, digámoslo así, no hay razón para temer. Fuera de tal dominio, el pánico reina. Es por esta razón que no nos gusta que nuestros planes sean perturbados, a la vez que nos aferramos a lo que comprendemos. Esta estrategia conservadora, sin embargo, no siempre funciona, porque lo que comprendemos acerca del presente no es necesariamente suficiente para lidiar con el futuro. (Peterson, 1999a, p.18. La traducción me pertenece).

El sujeto necesita de significaciones estables para operar en la realidad. No obstante, estabilidad no significa perpetua inmovilidad. Plantea Peterson que, en la experiencia humana, el encuentro con lo desconocido es inevitable. El encuentro con experiencias que exceden el propio marco de significación forma parte de la vida humana. De tal encuentro deriva lo que el autor denomina novedad:

Si algo desconocido o impredecible ocurre mientras estamos llevando a cabo nuestros planes, inicialmente, estaríamos sorprendidos. Tal sorpresa -la cual es una mezcla entre aprensión y curiosidad- constituye nuestra respuesta instintiva ante la ocurrencia de algo que no deseamos. (Peterson, 1999a, p.18. La traducción y las itálicas me pertenecen)

La novedad -encuentro con lo desconocido- interpela al sujeto y lo empuja a contrastar su sistema de creencias. Al introducir una matriz de impredecibilidad, plantea Peterson (1999b), la novedad genera tanto temor (aprensión, sensación de peligro e inhibición) así como esperanza (curiosidad prometedora de algo nuevo y positivo). Es esta última -la esperanza de que haya algo mejor por fuera del territorio de sentido actual- lo que mueve al sujeto a explorar lo desconocido y franquear el inherente temor. Sin embargo, la novedad no siempre es valorada como algo positivo. Peterson (2002) agrega que, en los casos donde la novedad constituye un modo de puesta en duda de creencias de “alto orden”[6], ésta representa sólo peligro para el sujeto. Todo aquello que irrumpa con el sistema estable de significación del mundo y, además, con aquello que forma parte de las identificaciones identitarias del sujeto será visto, inicialmente, como puro peligro; pues lo desconocido introduce una diferencia allí donde el mapa de creencias parece un orden acabado.

Sentadas las bases, el autor aborda, también, los casos donde las identificaciones a ideales sociales se tornan absolutas. Como desarrollamos, es necesario para el ser humano construir patrones de sentido que permitan leer la realidad de manera simplificada y protejan de su complejidad. Sin embargo, ello puede ser llevado al extremo, conllevando que lo desconocido no tenga lugar:

Cuando la identificación con el grupo se torna absoluta, sin embargo -cuando todo tiene que estar controlado, cuando lo desconocido ya no puede existir- el proceso creativo de exploración que actualiza el grupo ya no se puede manifestar. Esta restricción sobre la capacidad adaptativa incrementa drásticamente la probabilidad de agresión social. (Peterson, 1999a, prefacio. La traducción me pertenece)

En pos de sostener a cualquier costo el propio sistema de creencias, el cual provee una determinada forma de ser y de actuar, el sujeto denega la posibilidad de considerar otras formas de lectura de la realidad: “En consecuencia, socavan, destruyen su capacidad personal de explorar y actualizar, dado que todo lo que se necesita saber, desde su punto de vista, ya ha sido descubierto” (Peterson & Flanders, 2002, p.455. La traducción y las itálicas me pertenecen). En este sentido, si el sujeto cree ser portador de un saber con valor de verdad, toda información que discuta o contradiga tales creencias será ignorada o bien deslegitimada de su existencia; con todo lo que ello puede implicar.

Las creencias no son entelequias autónomas y emancipadas de sus portadores. Su existencia y permanencia en la realidad depende de ser compartidas y transmitidas por grupos humanos. Aquellos que promulguen creencias alternativas a las propias serán vistos, en estos casos, como hostiles; pues sus ideas ponen en peligro la estabilidad de los propios ideales y, por consiguiente, la identidad social y subjetiva. Peterson (1999b) expresa este punto de la siguiente manera:

Es sencillo de ver a partir de este ejemplo cómo el orden social podría ser considerado como más fundamental que la integración intrapsíquica en lo que respecta a la regulación afectiva. (…) Y por qué, al menos bajo ciertas condiciones (cuando el peligro es verosímil y próximo), tal desafío para la identidad social es suficientemente motivador para producir un comportamiento agresivo en defensa del “sistema” en su totalidad (lo cual incluye la identidad individual, como parte subordinada). (Peterson, 1999b, p.538. La traducción me pertenece)

Así como las creencias unen socialmente a aquellos que comulgan con las mismas, también distancian y enfrentan respecto de aquellos que se presentan como creyentes de otras, pues aquello que se encuentra en juego es la defensa de un territorio simbólico que provee un modo duradero de lectura del mundo y de sí mismo; una forma de ser y de actuar. En los casos donde tal identificación ideológica se torna absoluta, tanto más un saber cobra para el sujeto estatus de verdad, más se tensionarán y dicotomizarán las relaciones amigo/enemigo, donde aquellos que representen la novedad constituyan un peligro para la estabilidad del propio mapa de sentido y sean “moralmente” justificables medidas de violencia[7] hacia éstos; dado que atentan contra la identidad social y, por consiguiente, subjetiva. 

La lógica la cual asocia al otro con el Mal (o la cual falla inicialmente en distinguir entre ambos) sólo aplica para aquellos que piensan que la moralidad no significa nada más que obediencia y creencia; una identificación con un conjunto de hechos estáticos y no la encarnación de un proceso creativo. (Peterson, 1999b, p.539. La traducción me pertenece)

Puntualizaciones finales

Llegados a este punto, podremos comenzar a sintetizar nuestra hipótesis en torno a la relación de la variable identitaria y el fenómeno de goce de la verdad.

Una posible explicación de la férrea adherencia a determinados saberes ideológicos -que el fenómeno de fanatismo conlleva- reside en la importancia o significancia que adquieran tales creencias en la configuración de la propia identidad. Como hemos previamente desarrollado (Motylicki, 2020), la ideología constituye un saber político al que el sujeto se identifica vía la instancia del Ideal del yo. De esta manera, la ideología no sólo permite la identificación a determinados ideales -I(A)-, sino también la filiación a un grupo social -i(a)- y la construcción de una identidad subjetiva -yo-.

Por otro lado, recordemos, el fenómeno de identificación tiene su origen en la imposibilidad estructural de una identidad acabada: la hendidura en el ser que el lenguaje introduce y la imposibilidad estructural de un significante que nomine al sujeto; en tanto ser consigo mismo. En otras palabras, hay identificaciones porque no hay identidad acabada. Así, la identificación a una determinada “forma de ser” a partir de un reconocimiento entre pares constituye un fenómeno con carácter de universal en el ser humano.

No obstante, en algunos casos, el sujeto puede llegar a creer que aquel ideal al cual se identifica representa la respuesta última de la vida en sociedad[8], homologando ese saber político con la verdad y esa “forma de ser” con el ser mismo. Estos casos forman parte de aquello que trabajamos como goce de la verdad, donde el sujeto cree gozar de la única identidad que vale, no dejando lugar a la novedad y obliterando otros tipos de “formas de ser”.

Asimismo, el Ideal del yo y el yo constituyen instancias que se encuentran al servicio de obturar la falta en el Otro. Señala Rabinovich (2006b): “vale decir, más muerde el anzuelo del Ideal, de la imagen y más se aleja del deseo como deseo del Otro” (p.79). Es decir, más se acerca al significante de la omnipotencia del Otro -I(A)-, más se aleja de aquél que demarca su impotencia -S(Ⱥ)-. Éste constituye el punto central en la hipótesis de la presente elaboración, donde evaluamos la influencia de la variable identitaria en la expresión del fenómeno de fanatismo: el sujeto que goza de la verdad no estaría dispuesto a ceder en dicha “forma de ser” a la que se identifica, dado que ésta lo mantiene alejado de la falta en el Otro. En tanto una determinada ideología constituya un engranaje indispensable en la configuración de su identidad, tanto más inflexible será el sujeto en su creencia y, por consiguiente -dada la función de nexo del Ideal-, se rigidizarán las relaciones con los semejantes. Para el sujeto, aquello que se encuentra en juego, entonces, resulta la defensa de un territorio simbólico, un mapa de sentido que proporciona una forma estable de ser y de actuar. Implica un modo de relacionarse con el saber y con los otros invadido por los afectos, donde de poco valen los discursos razonados, pues la certeza de verdad del discurso ideológico se ancla en la certeza de la propia identidad que éste otorga.

 

 


Notas:

[1] Contrastar el concepto gozar de la verdad con nociones y desarrollos de áreas de conocimiento no psicoanalíticas a fin de valorar potenciales articulaciones y puntos de divergencia.

[2] “Proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste.” (Laplanche & Pontalis, 2007, p.184)

[3] A partir de Mazzuca (2013), el término “identidad” comprendido como aquello que “sirve de referencia para no confundirnos con otro” (p.170), pero que, a la vez, no debe ser confundido con “una coincidencia con uno mismo” (p.170); con la existencia de un ser cerrado (yo = yo).

[4] Basándonos en Seijas (2011), comprendemos la noción de ideología como una “red simbólica a la cual el sujeto se identifica y a partir de la cual se lee -siempre parcialmente- el mundo” (Motylicki, 2020), representando un nexo que posibilita la identificación entre yoes.

[5] Se han tratado las implicancias del concepto de goce en otra presentación (Motylicki, 2020)

[6] Peterson (1999b) realiza una distinción jerárquica entre planes o creencias de “alto orden” y de “bajo orden”, siendo los primeros (ideales supraordinales) aquellos que escalonadamente contienen los de más “bajo orden”. Si una creencia de alto orden cae en cuestionamiento, también repercutirá en aquellas de más bajo orden.

[7] Entendiendo el término “violencia” a partir de las variantes que Žižek (2009) reconoce, a saber, violencia objetiva y violencia subjetiva (para más desarrollo, remitirse a Motylicki (2020)).

[8] Ver desarrollos acerca de la distinción entre la política / lo político (Motylicki, 2020).

 

Bibliografía:

Ema, J. E. (2013). “Lacan y la política emancipatoria”. En Pensadores de ayer para problemas de hoy: teóricos de las ciencias sociales (pp. 99-125). Editorial UOC.

Freud, S. (1914). “Introducción del Narcisismo”. En Obras completas, Vol. XIV (pp. 65-98). Buenos Aires: Amorrortu.

Lacan, J. (1949). “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”. En Escritos 1 (pp. 99-106). Buenos Aires: Siglo XXI.

Lacan, J. (1953-1954). El seminario. Libro 1: Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1960). "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano". En Escritos 2 (pp. 755-787). Buenos Aires: Siglo XXI.

Laplanche, J. & Pontalis, J. B. (2007). Diccionario de psicoanálisis. 1ª edición. Paidós.

Mazzuca, R. (2013). “Los conceptos lacanianos en la enseñanza de la psicopatología”. En Psicopatología: clínica y ética (pp. 301-384). Buenos Aires: Grama.

Motylicki, M. (2020). Gozar de la verdad: fundamentos y alcances del concepto para pensar los fenómenos sociales de la política y la violencia desde el psicoanálisis. XII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. XXVII Jornadas de Investigación. XVI Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. II Encuentro de Investigación de Terapia Ocupacional. II Encuentro de Musicoterapia. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. Recuperado de: https://www.aacademica.org/000-007/525

Peterson, J. B. (1999a). Maps of meaning. New York: Routledge.

Peterson, J. B. (1999b). Neuropsychology and mythology of motivation for group aggression. Encyclopedia of Violence, Peace, and Conflict (Vol. 2, pp. 529-545). Elsevier.

Peterson, J. B., & Flanders, J. L. (2002). Complexity management theory: Motivation for ideological rigidity and social conflict. Cortex, 38(3), 429-458.

Rabinovich, D. (2006a). “Concepto de objeto en psicoanálisis: el objeto a”. Ficha de cátedra Psicoanálisis: Escuela Francesa, Facultad de Psicología, UBA.

Rabinovich, D. (2006b). La angustia y el deseo del Otro. Buenos Aires: Manantial.

Seijas, C. (2011) “Universalizar lo imposible”. Intuición, 2(2), 1-14.

Žižek, S. (2009). Sobre la violencia: Seis reflexiones marginales. Buenos Aires: Paidós.

Žižek, S. (2017). La permanencia en lo negativo. Buenos Aires: Godot.

Revista Electrónica de la Facultad de Psicología - UBA | 2011 Todos los derechos reservados
ISSN 1853-9793
Dirección: Hipólito Yrigoyen 3242, Piso 3º - (1207) CABA | Teléfonos: 4931-6900 / 4957-1210 | e-mail: intersecciones@psi.uba.ar