Duelo de mascotas y animales de compañía

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Una de las experiencias más difíciles por las que habremos de transitar es la muerte de nuestros familiares, amigos y mascotas. El duelo es una reacción emocional normal ante la pérdida de un ser querido, una experiencia universal, única y dolorosa en respuesta a la muerte de un ser querido o de una pérdida significativa. Las mascotas desempeñan un papel importante en la vida de sus dueños y se las considera miembros de la familia desempeñando roles significativos en la configuración y en su definición. Es así como nos referimos a familias más-que-humanas, familias multiespecie o interespecie, familia humano-animal.

Numerosas investigaciones confirman que el dolor por la pérdida de los animales de compañía puede ser tan intenso como el sentido por la pérdida de una persona. Sin embargo, hay tres características que lo diferencian: 1) las actitudes sociales, 2) la culpa y 3) la ausencia de ritos.

Tal vez, uno de los campos poco desarrollados por los psicólogos en la Argentina, sea el acompañamiento en duelo de personas por pérdida de un ser querido y menos explorado aun o casi inexistente, en el proceso de duelo de mascotas. Durante mayo de 2022, Petcare de Mars Argentina, Uruguay y Paraguay (AUP) realizó una encuesta entre 1000 personas y detectó que 3 de 4 argentinos (75%) convive con un animal. Con un número tan elevado de propietarios de animales de compañía en la población argentina, y reconociendo la poca visibilización y legitimación que tiene tal pérdida, merece que los psicólogos incluyamos en nuestra formación profesional, aprendizajes donde incorporemos recursos para trabajar con consultantes que atraviesan por tales circunstancias.

Acerca de las mascotas

La mascota o animal de compañía es aquella que se encuentra bajo control humano, vinculado a un hogar, compartiendo intimidad y proximidad con sus cuidadores, y recibiendo un tratamiento especial de cariño, cuidados y atención, que garantizan su estado de salud (Bovisio et al., 2004; Savishinsky, 1985).

Las numerosas investigaciones sobre la relación humano-animal, confirman que la compañía de las mascotas, producen efectos positivos en la salud y bienestar de las personas, son determinantes en el estado de ánimo y fuente de apoyo emocional inquebrantable. Permiten el desarrollo psicológico y emocional, a través del fortalecimiento de valores como el amor, fidelidad, disciplina y responsabilidad. Además, la interacción humana con las mascotas ayuda a disminuir los niveles de cortisol, hormona que está estrechamente relacionada con el estrés. Permiten que se incremente la liberación de oxitocina y serotonina, ambas sustancias implicadas en producir sentimientos de amor y felicidad en el individuo.

Convivir con mascotas ayuda a disminuir el estrés, la tensión arterial y la frecuencia cardíaca, promueven el desarrollo de actividades de esparcimiento, reducen el sedentarismo y el riesgo de depresión, ya que obliga a sus dueños a realizar caminatas diarias al aire libre e interactuar con personas desconocidas, ofreciendo la posibilidad de ampliar la red social.

Si bien el origen de la tenencia de mascotas es prehistórico, los cambios socioculturales de las últimas décadas han posibilitado mayor permeabilidad a modelos familiares diversos y a la incorporación de integrantes no humanos alcanzando niveles sin precedentes en la cultura occidental: el 90% de las personas tiende a considerar a sus animales como miembros de sus familias (Diaz Videla, 2015; Serpell y Paul, 2011).

Asistimos a una nueva dimensión en el estudio de las familias: la incorporación de la mascota familiar y la dimensión humano-animal de compañía (Videla, 2015).

Definimos esta nueva configuración familiar como familias más-que-humanas, familias multiespecie o interespecie, familia humano-animal.

Recientemente, en noviembre de 2022, un fallo judicial en Córdoba reconoce por primera vez a los perros como “seres sintientes” refiriéndose a aquellos “seres vivos con capacidad de sentir, sufrir el dolor y disfrutar del placer, independientemente de si tienen capacidad de razonar como un humano”.

Tanto perros como gatos tienen un papel importante en la vida de sus dueños, ocupando roles significativos en la configuración y dinámica familiar, formando parte de los distintos momentos del ciclo vital familiar, en donde los individuos establecen profundos vínculos emocionales con ellos (Behler, A. M., Green, J., & Joy-Gaba, J.,2020).

Los terapeutas familiares han sido los primeros en reconocer el rol significativo de las mascotas como miembros de las familias con el propósito de conceptualizar la familia como un todo (Cain, 1985), y la Teoría Familiar Sistémica ha sido uno de los enfoques más utilizados para entender las familias que incluyen miembros no humanos (Díaz Videla, 2015; Turner, 2005; Walsh, 2009). Tal es la importancia de las mascotas en los procesos interaccionales familiares que desde hace ya un tiempo los terapeutas familiares las incluyen en la confección del genograma (herramienta básica para el mapeo y armado de la historia clínica de los sistemas familiares y organizador del plan terapéutico). Desde esta perspectiva, la familia se considera un sistema -y es susceptible de ser descripta a partir de los principios válidos para todos los sistemas- constituido por unidades (i.e., integrantes) en interrelación, contando con una interacción dinámica y constante intercambio de energía e información con el mundo exterior (Ceberio, 1999).

Para Leow (2018), los miembros humanos de la familia y sus mascotas desarrollan un sistema emocional familiar equilibrado a partir de la integración de los animales en las rutinas diarias.

Así, actividades como compartir la cama, los horarios de comida o las celebraciones socioculturales dan cuenta de la incorporación de los animales en las familias. Se le asigna un nombre, se le atribuye una personalidad, es protagonista de infinidad de experiencias compartidas y son percibidas como distintas al resto de los individuos de su especie, siendo única y especiales.

Esta tendencia a la “humanización”, la Antrozoología (campo de investigación que estudia las relaciones interactivas y recíprocas entre humanos y animales (Díaz Videla, 2017) lo define como antropomorfismo, y se refiere a la tendencia a infundir a los comportamientos reales o imaginados de los agentes no humanos, características, motivaciones, intenciones o emociones humanas. Las personas se representan las emociones de sus animales de compañía de un modo parcialmente similar al humano y este es un rasgo casi universal entre los dueños de los animales de compañía (Diaz Videla, 2021).

Las mascotas juegan roles determinantes en las interacciones familiares, son consideradas como los mejores amigos, compañeros, confidentes e integrantes de la familia (McConnell, Lloyd y Buchanan, 2017). En ocasiones, recaen en ellas la capacidad de mantener la homeostasis familiar, suelen ser el "pegamento" que une a los miembros de la familia y muchas veces, ocupan el dificil lugar de ser reductoras de tensiones y conflictos de pareja.

Un gran número de personas (70-80%) describen a sus mascotas como parte de la familia, incluso, consideran a las mascotas como hijos (Cowles, 1985; Toray, 2004) y a menudo se les habla como si fueran niños pequeños, refiriéndose a ellas como "mi bebé" (Carmack, 1985).

La tendencia a humanizar los animales llevó a generar nuevos vocablos como “perrhijo” y “gathijo”. Términos acuñados en México en 2011 con la idea de combinar, en una misma palabra, el concepto perro e hijo o gato e hijo evidenciando una nueva tendencia: dar trato de niños a una mascota dentro del núcleo familiar.

Las investigaciones han revelado que, ante un hipotético dilema ético, las personas que ven a una mascota como familia elegirían asignar recursos (como un medicamento poco frecuente pero que salva la vida) a la mascota en lugar de a un ser humano que no es pariente (Cohen, 2002).

En 2017, Kantar TNS Gallup, realizó una encuesta de 1200 casos en todo el país donde se concluye que en tres de cada cuatro hogares argentinos vive al menos una mascota, la mayor proporción en América latina. El 60% de los argentinos tiene perro y un 30% gato, y en promedio hay dos mascotas por hogar.

Durante mayo de 2022, Petcare de Mars Argentina, Uruguay y Paraguay (AUP) realizó una encuesta entre 1000 personas y detecto que 3 de 4 argentinos (75%) convive con un animal. El 81% de quienes viven con mascotas eligieron perros y el 52% tiene gatos. Luego, en menor medida, tortugas (7%), aves (5%), peces (4%) y hámsteres (2%).

Los argentinos somos muy “mascoteros”. Las características de la convivencia con los animales también dan cuenta de la intensidad del fenómeno. Por ejemplo, en investigaciones anteriores, en CABA, se ha informado que el 98% de las personas jugaba con sus animales; 89.9% los fotografiaba; 60.4% les hacía regalos; el 32.9 viajaba con ellos; y el 30.5% festejaba sus cumpleaños (Bovisio et al., 2004).

Sumándose a la tendencia de locales gastronómicos pet friendly, hace siete meses abrió el Cat Café de Buenos Aires en el barrio de Abasto. Si bien la idea nació en Taiwan en 1996, luego se expandió a Japón donde hay más de 35 locales de este tipo e infinidad en toda Europa.

Organizaciones proteccionistas y refugios que se dedican a la lucha contra el abandono, maltrato y el sufrimiento animal informan que durante la pandemia aumentó un 200% la adopción de perros.

La pandemia también trajo cambios de hábitos: el 29% de los argentinos sumaron mascotas a sus familias ya que más gente trabaja desde su casa. Contar con mayor flexibilidad horaria permite acomodar horarios para ocuparse de ellas. La forma de llegar a los animales de compañía en el país también parece haber cambiado de paradigma: en lugar de comprarlos, el 87% de los participantes de la encuesta de Kantar respondió que incorporaron mascotas a través de adopciones o regalos.

Muerte de mascotas

Una de las experiencias más difíciles por las que habremos de transitar, es sin duda, la muerte de nuestros familiares, amigos, seres queridos y también nuestras mascotas.

Alba Payas (2010) define el duelo como “la perdida de la relación, la pérdida del contacto con el otro, que rompe el contacto con uno mismo. Es una experiencia de fragmentación de la identidad, producida por la ruptura de un vínculo afectivo: una vivencia multidimensional que afecta, no sólo a nuestro cuerpo físico y a nuestras emociones, sino también a nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos, a nuestras cogniciones, creencias y presuposiciones y a nuestro mundo interno existencial o espiritual”.

El duelo es una reacción emocional normal ante la pérdida de un ser querido, una experiencia universal, única y dolorosa en respuesta a la muerte de un ser querido o de una pérdida significativa.

A la experiencia emocional de enfrentarse a la pérdida la llamamos elaboración del duelo y conduce a la necesidad de adaptación a una nueva situación, implica la reorganización de nuestra vida para que siga manteniendo significado.

En términos de impacto psicológico el proceso de duelo vivenciado tras la muerte de una mascota es equiparable al proceso de duelo sentido tras una pérdida humana (Field, Gavish, Orsini y Packman, 2009).

Carmack considera que el apego desarrollado por muchos humanos hacia sus mascotas frecuentemente trasciende el apego emocional que establecen con otros humanos. De hecho, muchos propietarios de mascotas afligidos dicen que preferirían perder a su cónyuge que a su mascota (Carmack, 1985).

En un estudio transversal diseñado para determinar el porcentaje de personas que reportan síntomas significativos de duelo complicado y/o trastorno de estrés postraumático (TEPT) en respuesta a la muerte de mascotas/animales de compañía, concluye que el 20% de los participantes experimentan un apego importante a sus mascotas y presentan reacciones de duelo tras la muerte de su mascota. Sin embargo, el porcentaje de personas que experimentan una alteración patológica importante es relativamente bajo (12%). Por lo tanto, las reacciones de dolor y tristeza son respuestas humanas comunes a la muerte de mascotas/animales de compañía (Adrian, Deliramich & y Frueh, 2009) y su duración oscila entre los 6 meses y el año, estando la media en los 10 meses (Dye y Wrobel, 2003).

En un estudio anterior se observó que un 30% de las personas que atravesaban un proceso de duelo intenso, presentaban alteraciones físicas, emocionales y sociales. Experimentaron, por ejemplo: pérdida o irregularidades en el sueño y en el apetito, cambios sustanciales en sus actividades rutinarias, disminución de las actividades sociales y la permanente sensación de que algo dentro de ellos había muerto, la sensación de pérdida de sentido (Adams et al., 2000; Quackenbush y Glickman, 1984).

Como mencionábamos anteriormente, la muerte de una mascota se experimenta de manera similar a la muerte humana en términos de despliegue de síntomas característicos de los procesos de duelo: pérdida de sueño, ausencia en los lugares de trabajo, sensación de vacío, hipersensibilidad y otras manifestaciones tanto psicológicas como sociales (Quackenbush, 1985).

Gerwolls y Labott (1994) evaluaron si la pérdida de una mascota era diferente de la pérdida de un compañero humano (es decir, un padre, un cónyuge o un hijo).

Entre la 2da y 8va semana posteriores a la pérdida, la puntuación del duelo de los que habían perdido una mascota era similare a los que habían perdido un compañero humano y entre la 8va semana y 6 meses siguientes, no había diferencias estadísticamente significativas en las puntuaciones de duelo entre ambos grupos.

Carmack (1985) describió conductas características de procesos de duelo como ira, a menudo dirigida hacia el veterinario; trastornos en el apetito y en el sueño, dificultades en la concentración; y evitación de los recuerdos dolorosos.

El vínculo con los animales ha tenido una importante variabilidad según características temporales, económicas y culturales a lo largo de la historia. En el último tiempo, el incremento de la vinculación emocional con los animales a través de la tenencia de mascotas respondería a un cambio actitudinal en la relación con los animales no humanos (Díaz Videla y Rodríguez Ceberio, 2019). Esta proximidad emocional creciente en diversas culturas hacia los animales encuentra una explicación en la teoría del Apego desarrollada por Bowlby (Díaz Videla y Rodríguez Ceberio, 2019).

Bowlby (1980) define el apego como la tendencia de los individuos a establecer vínculos afectivos duraderos con los demás. Este vínculo satisface las necesidades emocionales entre los que los forman, y la amenaza, ruptura y/o pérdida del vínculo, genera respuestas de ansiedad. El sistema de apego se activará más intensamente en situaciones de gran carga emocional. La conducta de apego se define como "cualquier forma de comportamiento que da lugar a que una persona alcance o conserve la proximidad con algún otro individuo diferenciado y preferido" (Bowlby, 1980, p. 39) En base a estos conceptos estableció conexiones entre el apego y el duelo, considerando que, en función del tipo de apego del doliente, su proceso de duelo podría solucionarse de una forma más o menos adaptativa. Las investigaciones sugieren que, cuanto más vinculada está una persona a su mascota, más profundamente experimenta el duelo (Ryan y Ziebland, 2015).

El duelo surge cuando se rompe un fuerte vínculo de apego, normalmente por la muerte, pero también cuando una mascota desaparece o debe ser abandonada. El apego no solamente es emocional, es un vínculo psicológico que se desarrolla porque el animal proporciona beneficios similares a los de las relaciones humanas cercanas, es decir, una sensación de confort y seguridad, y un afecto fiable (Adams, Bonnett y Meek ,1999; Sable 2013). Los sentimientos de apego a los animales de compañía están asociados a un mayor antropomorfismo, que es la asignación de una identidad o características humanas a un animal u objeto no humano (Albert y Bulcroft, 1988).

Los resultados de la investigación realizada por Behler, Green & Gaba son los primeros en proporcionar datos cuantitativos que sugieren que el antropomorfismo explica la relación entre el apego y el duelo: un mayor apego a los compañeros animales se asocia con la atribución de cualidades más humanas a ellos, y esto, a su vez, se asocia con más dolor tras su pérdida. Dicho de otro modo, los individuos pueden experimentar los mismos niveles de dolor con respecto a las mascotas fallecidas que con respecto a los compañeros humanos porque consideran que esas mascotas tienen cualidades humanas (Behler et al., 2020)

Los investigadores también han señalado mecanismos evolutivos y cambios biológicos que pueden ser las causas subyacentes de este apego. En concreto, la investigación ha demostrado que los perros y los gatos fueron algunos de los primeros animales en ser domesticados y, por tanto, han coevolucionado junto a los humanos durante varios miles de años, aumentando nuestra interdependencia con ellos (Green Mathews, & Foster, 2009). Otros trabajos recientes han demostrado que existen mecanismos neurobiológicos de vinculación similares entre las parejas humano-humano y dueño-perro, incluida la evidencia del aumento de los niveles de oxitocina, beta-endorfina, prolactina, beta-feniletilamina y dopamina en los dueños de mascotas y sus perros durante y después de las interacciones positivas (Handlin et al., 2011). Se ha demostrado que las hormonas afiliativas como la prolactina y la oxitocina promueven el vínculo madre-hijo (Numan y Young, 2016), y también se ha descubierto que la oxitocina promueve comportamientos paternales más positivos en los hombres, incluyendo un mayor afecto positivo y un incremento en el contacto físico con sus bebés (Weisman, Zagoory-Sharon y Feldman, 2014). Por lo tanto, los aumentos hormonales revelados en las interacciones entre humanos y animales indican que las personas y sus mascotas forman vínculos de apego como lo hacen los padres y los hijos, lo que refuerza el argumento de por qué las personas a menudo se vinculan con sus mascotas asignándoles características humanas y las tratan como humanos. Esta antropomorfización, a su vez, aumentará la profundidad y el alcance del dolor experimentado por la pérdida de la mascota.

 Dada la amplia investigación que apoya la profundidad e importancia de los vínculos entre los seres humanos y sus animales, se deduce que la pérdida de una mascota puede desencadenar sentimientos de dolor similares a los de la pérdida de otro ser humano querido. Sin embargo, hay tres características que lo diferencian: 1) las actitudes sociales, 2) la culpa y 3) la ausencia de ritos.

1) Actitudes sociales. Las emociones vivenciadas tras la muerte de un animal de compañía no suelen recibir la misma validación o empatía por parte de las personas cercanas en relación con el apoyo que se podría recibir si el fallecido fuera un ser querido humano. Esta falta de apoyo se conoce como duelo sin derechos y hace que las personas se sientan aisladas y sin apoyo (Cordaro, 2012; Packman, Field, Carmack y Ronen, 2011).

Esta sensación de aislamiento puede inhibir la voluntad de revelar los sentimientos a otras personas cercanas (Rémillard, Meehan, Kelton, & Coe, 2017). De hecho, las investigaciones sugieren que las personas sopesan los beneficios de publicar en las redes sociales sobre la pérdida de su mascota, ya que temen ser ignorados o, peor aún, ridiculizados (Vitak, Wisniewski, Ashktorab y Badillo-Urquiola, 2017). Lo más importante es que esta falta de apoyo exacerba el ya doloroso proceso de duelo, dejando a las personas con la sensación de que sus emociones son ilegítimas, lo que resulta en un aumento de angustia y la reducción en la calidad de vida (Spain, O'Dwyer, & Moston, 2019), dando lugar a lo que definiremos como duelo no reconocido (Packman, Carmack y Ronen, 2011).

En un estudio realizado por Adams et al. (2000) detectó que el 50% de las personas que habían sufrido la pérdida de su mascota sentían que la sociedad no valoraba que su pérdida fuera digna de vivir un proceso de duelo. No se da valor a esta pérdida ya que generalmente se considera que una mascota es reemplazable, no legitimando la relación existente entre la persona y su animal (Wrobel y Dye, 2003). Otros investigadores han considerado que el dolor que rodea a la pérdida de una mascota es una "emoción desestabilizadora", porque los propietarios en duelo fluctúan entre si sus emociones son aceptables o no lo son. (Redmalm, 2015)

El duelo no reconocido o duelo no autorizado, surge cuando una persona experimenta el proceso de duelo, pero no hay validación ni reconocimiento sobre el derecho que tiene de vivirlo o de pedir ayuda o apoyo (Doka, 2008). Este tipo de duelo consta de cuatro dimensiones. En primer lugar, puede no reconocerse la relación, en el caso de la pérdida de una mascota se podría entender que la relación humano- animal no es merecedora de una vivencia de duelo.

En segundo lugar, la perdida no es reconocida. En estos casos el duelo es invalidado porque la muerte no es socialmente valorada o significativa. En lo relativo a la pérdida de una mascota, la sociedad suele esperar que la persona sufra un duelo leve y que se recupere rápidamente, no se valida su capacidad para vivir un duelo con todas sus características. El duelo no reconocido dificulta la expresión de la vivencia interna tras la pérdida, complicando el proceso de duelo. Las personas se pueden sentir obligadas a actuar de forma normalizada (como si nada hubiera sucedido) rápidamente tras la pérdida, o podrían negarse a compartir cómo se sienten o a pedir ayuda si lo necesitaran por el miedo a ser juzgados (Durkin, 2009). El no reconocimiento del duelo tras la pérdida de una mascota podría desencadenar el desarrollo de un duelo complicado o no resuelto (Kaufman y Kaufman, 2006). En tercer lugar, el doliente no es validado. Estos son los casos donde es la sociedad la que no reconoce la capacidad de duelo del doliente. Lo vemos con relación a los niños, donde encontramos la creencia de que ellos no son capaces de comprender la muerte, y por tanto, de vivir un proceso de duelo, por cuanto no se les reconoce su duelo y, por ejemplo, no participan de los ritos funerarios o no se les explica lo sucedido. En cuarto lugar, las circunstancias de la muerte. Algunas investigaciones sugieren que la decisión de practicar la eutanasia a una mascota podría resultar una experiencia emocional menos negativa en relación con otras circunstancias en las que las mascotas mueren repentina o accidentalmente, otros hallazgos apoyan la noción de que enfrentarse a esta decisión es en realidad más estresante para los propietarios. Este aumento del estrés se atribuye a la pena anticipada a la que se enfrentan los dueños de las mascotas cuando intentan determinar si la eutanasia es una decisión apropiada para su mascota. Esta experiencia negativa puede verse exacerbada ante la ausencia de apoyo social y emocional (Lagoni, 2011).

2) La segunda característica diferenciadora es la culpa. A diferencia de lo que sucede en las pérdidas humanas, la culpa toma una figura relevante en el proceso de duelo tras la muerte de una mascota. La intensa culpa se explica por dos aspectos: el tipo de vinculación que se establece con el animal y cuando la muerte se produce por eutanasia.

Alrededor del 50% de los propietarios a los que se les practica la eutanasia de sus animales suelen sentirse culpables por ello (Adams, Bonnett & Meek 2000; Morris 2012), y la evidencia empírica sugiere que el porcentaje real puede ser mayor. Entre los factores que contribuyen a ello se encuentran las dudas sobre si la eutanasia fue la decisión correcta (Adams et al. 2000; Shaw & Lagoni 2007; Dawson 2010).

Debe tenerse en cuenta que el tipo de relación que se establece entre el dueño y su mascota será dependiente, asimétrica, donde el bienestar del animal dependerá completamente de su dueño (como sucede en la relación madre-bebé), por lo que habrá un sentido de la responsabilidad muy grande acerca del bienestar de la mascota que aumenta los sentimientos de culpabilidad tras la muerte del animal, quedando la sensación de que se podría haber hecho algo más (Hunt y Padilla, 2006).

La culpa puede provenir de la sensación de no haber hecho lo suficiente para cuidarlos. Este sentimiento muchas veces está acompañado de vergüenza, desencadenada por el pensamiento de haber contribuido directamente a sus muertes al decidir la eutanasia (Behler et al., 2020). La actitud o la comprensión que el cuidador tenga hacia la eutanasia afectará posteriormente al proceso de duelo, pudiendo repercutir en su intensidad y duración. Estas actitudes pueden oscilar entre la comprensión del acto como una liberación para el sufrimiento del animal hasta la sensación de haber tomado una decisión que convierte al dueño en asesino (Adams et al., 2000).

Los ritos funerarios. Los rituales funerarios se conciben como prácticas socioculturales específicas de la especie humana, relativas a la muerte de alguien y a las actividades funerarias que de ella se derivan. Los ritos de paso o rituales de transición son aquellos que se a cabo en las transiciones experimentadas por personas o grupos a lo largo del ciclo vital, marcando el final de una etapa de desarrollo y el comienzo de otra nueva.

Estos ritos funerarios son importantes para la elaboración del duelo, ayudan a las personas a poder despedirse de una manera formal y permiten ubicar al fallecido en otro plano en su mente. La ausencia de ritos existente para las mascotas fallecidas puede dar lugar a que se dificulte la resolución del duelo impidiendo hacer un acto simbólico para honrar a la mascota y despedirse públicamente (Adams, et al. 1999; Durkin, 2009).

Los memoriales son una parte culturalmente importante de los rituales de duelo y manifestación del luto, constituyen un aspecto de los actos simbólicos. Si las personas consideran a su animal de compañía como si fuera su hijo o un miembro de su familia, parece razonable que quieran que su familiar sea tratado con dignidad y respeto (Podrazik et al., 2000).

Se cree que los monumentos conmemorativos para los animales de compañía reconfortan y facilitan el cierre del duelo, la misma función que en el caso de los seres humanos (Clements, Benasutti y Carmone, 2003).

La Dra. Anna Chur-Hansen, realizó una interesante investigación en Australia durante 2011, bajo la pregunta ¿quién cremaría a su animal de compañía, qué tipo de personas acuden a sus servicios? Con tal propósito trianguló la información ofrecida por los proveedores de servicios de incineración de mascotas con los datos recogidos en entrevistas con personas que recientemente habían cremado a su animal de compañía.

Parecería que asistir a los servicios de cremación ofrecidos por los proveedores ofrecería una forma de realizar un ritual de despedida. Los proveedores encuentran en las personas que acuden, la necesidad de tener un memorial o ritual similar al que se hace con los humanos, y todos coincidieron en que esto ayudaba a sus clientes a superar el proceso de duelo. Un dato muy curioso es que los cuidadores consideran de suma importancia saber con certeza que las cenizas que recibían eran los restos de su animal y estaban dispuestos a pagar costes por la seguridad de que así sea.

El estudio remarca la necesidad de soporte emocional de los dueños de mascotas ante la perdida de sus animales de compañía y la ausencia de sostén incluso, por parte del veterinario, al atravesar esa dolorosa circunstancia.

Chur-Hansen considera preocupante que los proveedores traten con las personas que sufren un gran dolor sin haber recibido ninguna formación sobre cómo gestionar esas emociones y la consiguiente carga emocional que supone estar constantemente en contacto con la muerte y con personas profundamente angustiadas.

La constatación de que las personas buscaban compasión y apoyo social en los servicios de cremación indica que estos proveedores cumplen una función útil, aunque, como ya hemos comentado, cabe destacar que desempeñan esta función sin formación.

Sin rituales apropiados, sancionados socialmente, la gente debe encontrar formas de afrontar el duelo, y es así como formulan sus propios rituales. los servicios funerarios constituyen un importante ritual de transformación que implica ritos de separación y ayudan al doliente a pasar de un estatus social a otro (Podrazik et al., 2000; Hendry, 1999).

En los casos en que se imponen restricciones a la expresión del dolor, como por ejemplo las que resultan de la negación social del vínculo humano-animal, esa relación tan significativa, la necesidad de una expresión de duelo puede intensificarse, causando al individuo estrés y más sufrimiento psicológico (Stewart, Thrush, & Paulus, 1989).

Numerosas investigaciones se centran en establecer predictores de la respuesta de duelo ante la muerte de una mascota. Kimura realizó un estudio piloto en Japón, con los clientes del Centro de Control y Cuidado de Animales de Sapporo (que ofrece un servicio público de cremación de animales) utilizando escalas psiquiátricas establecidas para explorar la reacción de duelo tras la pérdida de un animal de compañía.

Kimura et al. (2011) encontraron la existencia de otros 6 factores asociados a las respuestas de duelo de las personas que perdían una mascota: la edad del dueño, el tamaño de la familia, la existencia de eventos vitales estresantes, la edad del animal fallecido, si el animal vivía en casa o en el jardín y la existencia de consultas con el veterinario. Se encontró que la intensidad del duelo era mayor en personas mayores de 50 años, con grupos familiares pequeños, atravesando situaciones vitales estresantes.

Algunas de las conclusiones del estudio fueron: 1) Los encuestados que vivían en una familia numerosa presentaban niveles de depresión más bajos, lo que implica que el entorno de la familia constituye una valiosa fuente de contención social para la persona en duelo. La intensidad era mayor en personas mayores de 50 años, con grupos familiares pequeños, viviendo situaciones vitales estresantes. 2) El alojamiento de animales fuera del hogar del propietario es infrecuente en Japón. Se observó que la respuesta era más intensa cuando el animal vivía en el domicilio familiar junto a la familia en lugar de mantenerlo en el jardín (los autores señalan que este dato podría estar relacionado con la vinculación establecida entre humano y animal, el apego es bien conocido como un factor que contribuye al duelo). 3) Finalmente se observó que aquellas personas que consultaban más al veterinario tendían a tener reacciones más intensas de duelo, pudiendo deberse esto a la ausencia de otros apoyos externos a los profesionales. Finalmente, Kimura destaca que la clave en el duelo tras una pérdida animal es el significado que el animal tenía para la persona.

El género de la persona parece ser otro factor relevante en la respuesta de duelo que se experimenta tras la muerte de un animal, siendo la respuesta más intensa en mujeres (Wrobel y Dye, 2003), quienes presentan mayores sentimientos de dolor por la pérdida de sus mascotas que los hombres, y de un dolor más severo en general.

Adams et al. (2000) observaron qué factores influían en la respuesta según si la mascota fallecida era un perro o un gato. Se observó que la intensidad del proceso de duelo era mayor tras la muerte de un perro si el dueño vivía solo y era mujer. En el caso del fallecimiento de gatos se observó relación entre la intensidad y ser una mujer joven.

Walsh (2009) describió 5 factores como posibles factores que podrían complicar la resolución del duelo tras la pérdida de una mascota: el no reconocimiento del duelo ya mencionado, la muerte accidental, la pérdida ambigua, la acumulación de pérdidas y la función que la mascota cumplía en la familia. La muerte accidental se refiere a aquellas muertes que ocurren de forma traumática e inesperada, en este sentido este tipo de muerte sería causante de una mayor intensidad de sufrimiento, principalmente por la involucración que tienen los cuidadores respecto de brindar los recursos necesarios en el bienestar de las mascotas.

La pérdida ambigua se refiere a aquellos casos en donde los dueños tuvieron que abandonar o dar a otros a su mascota debido a la incapacidad de hacerse cargo de sus cuidados. Este tipo de pérdidas podrían aumentar el sufrimiento de las personas debido a la culpa que podría surgir de esta decisión.

A menudo la muerte de una mascota saca a la luz algún otro duelo que las personas tenían bloqueado, y en donde a partir de las reacciones suscitadas por la actual pérdida, se decide atender y afrontar.

En lo que se refiere a la acumulación de pérdidas, es importante tener en cuenta que no habla únicamente de haber sufrido la muerte de un ser querido recientemente, sino que el término pérdida, en este caso, se puede referir a cualquier otro tipo de pérdidas significativas para el individuo, ya sea pérdida de trabajo o una ruptura de pareja. Se entiende que el duelo será más intenso en estos casos debido a 1) haberse apoyado en la mascota como vínculo de contención tras las pérdidas anteriores y 2) a la rememoración y activación de las pérdidas anteriores añadidas a la pérdida actual.

Duelo y vínculos continuos

La literatura sobre duelo es variada y extensa. Los abordajes sobre la temática desde la psicología navegan por aguas que llevan a distintas orillas: los enfoques psicoanalíticos, la teoría de la vinculación de Bowlby, las etapas del duelo definidas por Kübler Ross, las tareas del duelo propuestas por Worden, la mirada construccionista/narrativista de Neimeyer, la propuesta desde un modelo integrador de Alba Payas etc.

Actualmente en el estudio e investigación sobre el duelo, hay un movimiento claro de apartarse de los modelos de estadios, fases o etapas en favor de modelos contemporáneos centrados en el proceso.  Estos últimos permiten una mayor comprensión de la relación entre las diferentes formas de afrontamiento de la pérdida de un ser querido y la adaptación al duelo. Son representantes de estos enfoques los trabajos de Margaret S. Stroebe y Henk Schut desde el modelo del Procesamiento Dual, y George Bonano con un abordaje en resiliencia y trauma. Uno de los conceptos que actualmente centra la atención es el de “vínculos continuos” descripto por Denis Klass por primera vez en 1996.

Según el autor, en los modelos tradicionales de duelo prevalece la opinión de que el duelo exitoso requiere que los afligidos se separen emocionalmente del difunto, “que los dejen ir”, sin embargo, Klass considera que los fallecidos están presentes y ausentes. Esta sería la tensión presente durante el proceso de duelo. El vínculo cambia y toma nuevas formas en el tiempo, pero la conexión sigue allí. Las personas necesitan hablar sobre el ser querido fallecido, participar en rituales conmemorativos y comprender que su duelo es un proceso evolutivo, no estático.

La continuidad de lazos da consuelo y ayuda a dar una visión duradera del mundo, de modo que la construcción y el mantenimiento de estos lazos «interiores» y «exteriores» sirven de cura para el individuo y la comunidad. Les permiten, no solo aceptar la muerte y asumirla, sino, más aún, ordenarla, integrándola en su sistema cultural. De este modo, el proceso de reconstrucción de la vida tras la pérdida es una conversación real entre el dolor por la muerte y los lazos que los mantienen unidos.

Por lo tanto, la continuidad de vínculos es una relación interna continua con la persona fallecida por parte de la persona en duelo (Klass et al., 1996; Field et al., 2003; Hussein y Oyebode, 2009; Yu et al., 2016; García, 2017) en la que los deudos pueden hablar o soñar con el difunto, guardar sus pertenencias o tener una sensación de influencia continua (Klass et al., 1996; García, 2008 y 2010; García et al., 2016).

Por lo tanto, la resolución del duelo no implica la finalización de una relación (desapego), sino que implica una reorganización de la relación con el fallecido (Field, 2008).

Wendy Packman realizó una investigación en San Francisco donde entrevistó a 33 personas para determinar el grado de conexión que mantenían con la mascota fallecida, y cómo afectaba a su afrontamiento.

Algunos de los 12 ítems de la encuesta eran: a) Sentir la presencia y una conexión continua con su mascota fallecida; b) Creer que oían o sentían los sonidos o movimientos de su mascota; c) Hablar con su mascota fallecida; d) Soñar con la mascota; e) Conservar o utilizar objetos especiales de su mascota para sentirse cerca; f) Tener pensamientos de reunirse con su con su mascota, etc.

Sus hallazgos enfatizan que la mayoría de los propietarios de mascotas en duelo mantienen vínculos continuos y significativos con su mascota fallecida y con las partes de sus vidas que compartieron juntos. (Packman, W., Carmack, B. J., & Ronen, R., 2012).

Las personas que sufren la pérdida de un animal de compañía a menudo se sienten desamparadas y sin apoyo debido a su pérdida. Como resultado, son reacios a contar a otros la intensidad de su dolor, frecuentemente han sentido algún tipo de forma de rechazo por revelarlo, así como expresar sus experiencias de VC.

Los resultados indicaron que la mayor fuente de apoyo para los encuestados fueron los cónyuges/parejas y las mascotas.  Los encuestados recibieron mucho menos apoyo de los médicos, clérigos/consejeros espirituales y de los veterinarios.

Consideraciones finales

Tal vez, uno de los campos poco desarrollados por los psicólogos en Argentina, sea el acompañamiento en duelo de personas por pérdida de un ser querido y menos explorado aun o casi inexistente, en el proceso de duelo de mascotas. Con un número tan elevado de propietarios de animales de compañía en la población argentina, y reconociendo la poca visibilización y legitimación que tiene tal pérdida, merece que los psicólogos incluyamos en nuestra formación profesional, aprendizajes donde incorporemos recursos para trabajar con consultantes que atraviesan por tales circunstancias.

Anteriormente nos referimos a la necesidad de crear rituales de despedida. Los rituales tienen la capacidad de centrarnos y calmarnos al convertir algo doloroso en algo menos doloroso. Carmack considera que también pueden ser transformadores al ayudarnos a seguir adelante mientras seguimos manteniendo la memoria.

Tenemos que animar a los individuos a crear una forma de honrar y decir "gracias" al animal fallecido. Llevar a cabo algún ritual de despedida que permita iniciar ese duelo. Los expertos recomiendan, entre otras cosas, enterrarlo o esparcir sus cenizas. Es muy importante la eleccion del lugar donde descansarán sus restos. Una de las alternativas es llevarlos a aquellos lugares donde fue feliz, ponerlos en tierra junto a una planta.

Son también expresiones de vinculo imprescindibles para la resolución del duelo escribir una carta con lo que le gustaría decirle, mirar fotografías, mantener objetos del animal fallecido, hablar de la mascota, dejar un espacio en la casa, como recuerdo, para que, de alguna manera, siga estando presente. Son acciones donde la persona podrá reorganizar internamente la relación establecida con su animal de compañía.

Respecto de incorporar otra mascota, lo aconsejable es esperar el momento adecuado para una nueva integración. Se recomienda evitar las semejanzas físicas o ponerle el mismo nombre. No es recomendable sustituir la mascota con demasiada rapidez. Sería como poner un parche y, además, una carga de identidad en ese nuevo miembro. En algunos casos la muerte de un animal de compañía querido puede impactar emocionalmente al propietario de modo que pueden sentir que nunca querrán otro (Meléndez, 2014).

En relación con los niños, la pérdida de su mascota constituye tal vez, el primer contacto con la muerte. Muchos padres regalan pequeños animales a sus hijos para estimular el sentido de la responsabilidad. Las mascotas son una de las cosas más deseadas por los niños, de hecho, la mayoría de ellos atraviesan una etapa en la que piden incesantemente un animal de compañía. En realidad, no les importa tanto qué animal sea como el hecho de tener uno para interactuar con él, aspecto que suelen compartir con sus compañeros de escuela. Las explicaciones cálidas y adaptadas al nivel madurativo contribuirán a un aprendizaje muy valioso frente a otras dificultades que habrán de afrontar en el futuro.

Uno de los mayores miedos de los adultos es comunicarle a un hijo la muerte de su mascota. A menudo la primera reacción de los adultos es sustituir a las mascotas. También es frecuente que busquen una mascota aparentemente similar y la hagan pasar por la antigua, contándole al pequeño mentiras piadosas como que ha estado en la peluquería, etc. Esta forma de ocultar la muerte al niño suele confundir al menor, por lo que es preferible afrontar el hecho contándole la verdad.

También es posible que la mascota muera debido a un descuido del niño durante sus juegos. La reacción adulta en estos casos también suele ser la de intentar proteger al niño y se maquilla el hecho, para así evitar la responsabilidad del niño que jugando causó daño a su animal.

Algunas claves para explicar a los niños la muerte de las mascotas:

● Si podemos anticipar la muerte de la mascota, es bueno que el niño sepa que su animal está enfermo. Si quiere, también puede acompañarnos al veterinario.

● Hay que explicarle al niño que la mascota ha muerto y lo que esto implica, es decir: que no va a jugar más con ella, que no la va a ver, etc. Puede ocurrir que esta experiencia provoque que los niños abran un intenso debate sobre la muerte.

● Si vamos a adoptar otra mascota -porque ya lo teníamos pensado-, es recomendable que no sea un mero reemplazo de la que teníamos, es decir, que responda a un verdadero deseo de tener mascota, y no sea simplemente una maniobra para que el niño no extrañe a la anterior. Es bueno que, tanto el menor como nosotros, echemos de menos a la mascota. Por eso, hay que explicar al niño que buscaremos otro animal de compañía cuando sea el momento.

● Conviene hacer saber a los niños cuál es la esperanza de vida de las mascotas que tenemos: “Lo habitual es que vivan unos X años”. También les explicaremos que es lógico que las mascotas vivan menos que sus dueños.

● Si fuera necesario “poner a dormir” a la mascota –es decir, practicarle la eutanasia-, le diremos al menor que se trata de un procedimiento habitual cuando las mascotas están enfermas, ya que no pueden explicarnos su dolor, y esto se hace porque los animales ya no pueden recuperarse, no comen, pierden peso y sufren.

● Conviene dejar que el niño exprese sus emociones, de modo que evitaremos frases del tipo: “Sólo era un animal”, “No es para tanto”, etc. Dejaremos que el niño exprese lo que siente por la pérdida de su mascota y normalicemos con frases como: “Es normal, pasamos mucho tiempo juntos”, “Fue un/a buen/a compañero/a y la cuidaste mucho”, “Tuvo una vida muy feliz”, etc.

 

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