Las emociones de hoy, la psicología de ayer y un poco de historia

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Miedo, amor, alegría, tristeza, ira, asco, vergüenza, culpa, satisfacción, frustración, empatía, comprensión, son palabras que usamos cotidianamente para describir situaciones que transitamos en el mundo actual. Con enfoques historiográficos aplicados a la historia de la psicología, el artículo analiza aspectos de las emociones que han sido y siguen siendo un campo conceptual para la construcción, evaluación y regulación social de las subjetividades.

Las emociones hoy

Hoy en día pareciera que vivimos inmersos en un mundo donde las situaciones que nos rodean aluden constantemente a las emociones. Desde los medios de comunicación, que exponen noticias que provocan alegría o indignación, pasando por experiencias de satisfacción y frustración en el ámbito laboral, hasta las relaciones personales y familiares que diariamente debemos contemplar con empatía y comprensión.

Nuestra cotidianidad parece transcurrir, incluso de manera desapercibida para quienes vivimos en ella, en un entorno donde las emociones están presentes y además son permanentemente evaluadas. De hecho, todos hemos atravesado alguna situación en la cual se nos ha “juzgado” por cómo “regulamos” o no nuestras emociones. Ya sea en situaciones de estrés, conflicto o esparcimiento, las formas en que manejamos nuestras emociones son consideradas un indicador de nuestra adaptación o desadaptación, éxito o fracaso en la sociedad moderna. La película “Intensamente 2”, éxito de taquilla según Forbes (Bohannon, 2024), y según New York Times, incluso, la más taquillera del estudio de todos los tiempos (Salam, 2024), se centra en cómo una adolescente gestiona sus “nuevas” emociones que son la envidia y la ansiedad. Este aspecto de las emociones es lo que Dacher Keltner, Profesor de Psicología de la Universidad de Berkeley y asesor psicológico de la película, denomina su “función social”, porque las emociones promueven las interacciones sociales (Keltner & Kring, 1998) contribuyendo al afrontamiento de desafíos y por eso, además, son adaptativas (Keltner, Haidt & Shiota, 2006).

El “boom de las emociones” al cual asistimos tiene su correlato en un aumento significativo de publicaciones científicas (1) y de áreas de aplicación. Respecto de éstas últimas, podemos mencionar las “nuevas” tendencias en marketing de la Asociación Americana de Marketing (AMA) que impulsan “el marketing emocional y la fidelidad de los clientes como su pilar fundamental” (Cadavid Gómez, 2004, p. 206). Para ello aplican el “storytelling”: una técnica que apela a una narrativa estructurada que incluye personajes, conflictos y resoluciones con el fin de comunicar un mensaje de manera efectiva. Las campañas publicitarias de Nike son un ejemplo del storytelling aplicado al marketing. Desde la original “Just do it”, que mostraba a un atleta de 80 años que todos los días salía a correr cruzando el puente de San Francisco, hasta el controvertido y ganador del EMMY, “Crazy dreams” (Draper & Creswell, 2019), cuyo protagonista es un atleta que se arrodilló mientras cantaban el himno nacional en protesta por los abusos policiales contra las personas negras en EE.UU., la marca apuesta al poder emocional de la narrativa. Así, “luchar contra las adversidades, las resistencias y los defectos del cuerpo y la mente son el motivo principal del mensaje épico” (Zubiel-Kasprowicz, 2016, p. 54 según mi traducción).

Respecto de las elecciones que nos atañen como sujetos políticos, tampoco han quedado al margen, y en la última década hubo una significativa expansión de trabajos que muestran las vinculaciones entre las emociones y la política, como lo muestra cualquier búsqueda simple que se haga en Google académico (2).

La sorpresa, la disciplina y la psicologización de las emociones

Parece que tenemos una sensibilidad distinta que antaño. Al mirar películas o leer revistas de hace 20 o más años, ¿cuántas veces nos encontramos ante situaciones “que hoy en día nos resultan insoportables”?

Una marca publicitaba sus corbatas mostrando una imagen de un hombre impecablemente vestido recostado cómodamente en la cama. La expresión de su rostro reflejaba satisfacción, también algo de arrogancia y orgullo por estar luciendo esa corbata. Al costado de la cama, arrodillada, una mujer en bata lo miraba con admiración mientras le servía el desayuno. Aunque es evidente que se trataba de una escena doméstica y matutina, el peinado y el maquillaje de la mujer eran impecables. La imagen estaba acompañada del eslogan que decía: “muéstrale que es un mundo de hombres”. Este es solo un ejemplo de las innumerables publicidades de otra época que hoy en día serían muy cuestionadas (pueden ver otras en https://canyouactually.com/vintage-ads/) por ser intolerables a nuestra “sensibilidad” actual.

Otro ejemplo. Todos los cuatrimestres, en la clase teórica correspondiente a la conceptualización que el conductismo de John B. Watson realiza sobre las emociones, proyecto un breve video del famoso experimento de condicionamiento emocional al niño conocido como Albert (https://www.youtube.com/watch?v=5duLMjaTL0U).

A esa altura de la clase no busco que los estudiantes comprendan la construcción conceptual de la teoría, sino el contexto en el cual esa teoría tuvo lugar. Lo que sucede luego de la proyección, es que les resulta llamativo, sorprendente, lo que llaman “maltrato” hacia los protagonistas del video; luego desagregan el maltrato en la “manipulación” y la “cosificación”, no solo del niño, sino también de los animales que intervienen en la experiencia. Para explicar y comprender por qué esa experiencia fue posible en ese momento, es necesario reconstruir el pasado.

Uno de los métodos para realizar dicha reconstrucción es el propuesto por el historiador francés Philippe Aries (1988) quien sostiene que, siguiendo el método estructuralista en historia, hay que comenzar distinguiendo y comparando tiempos y lugares. Veamos. Primero hay que distinguir aquello que llamamos “hoy” de lo que llamamos “ayer”. Esta tarea de “periodización histórica” ya requiere asumir ciertas decisiones y otras tantas argumentaciones (por ejemplo, es necesario fundamentar ¿a partir de cuándo comienza el tiempo que llamamos “hoy”? ¿desde qué enfoque establecer la demarcación?, ¿geopolítico, cultural, institucional?, etc). Una vez sorteados estos primeros problemas, vienen otros tantos relacionados con las comparaciones, momento en el cual se evidencian las diferencias. Como producto de este proceder vinculado a distinguir y comparar surge la sorpresa. En efecto: comparar nuestro “hoy” con el “ayer” produce sorpresa porque muestra que hay situaciones del pasado que hoy ya no suceden o suceden de forma distinta o, al revés, acontecimientos actuales que antes no existían o eran diferentes; pero también puede mostrar que hay cosas que siguen increíblemente iguales. De este modo, Philippe Aries mostró que el concepto de infancia se comenzó a construir entre fines del siglo XVII e inicios del XVIII, también reveló que la noción de muerte es “milenaria”; es tan antigua que casi nos acompaña desde que somos humanos. Con esta perspectiva también podemos abordar la palabra o el concepto de emoción. Si bien son cosas distintas y sobre lo cual hay mucho escrito, permítasenos la licencia de simplificar bastante las cosas y decir que el concepto de emoción como un tema de investigación sistemática emerge en el siglo XIX, mientras que la palabra “emoción” podemos encontrarla en francés mucho antes y vinculada con otras, como la pasión, afectos y apetitos.

Al explicitar las diferencias, la sorpresa también produce un efecto de desnaturalización, tanto del pasado como del presente. Supone abandonar la posición ingenua de transitar lo cotidiano sin cuestionarlo para comenzar a analizarlas con opiniones y argumentos fundados. Además, la dimensión histórica de la sorpresa permite “tomar conciencia” del presente a partir de su comparación con el “pasado” y advertir que, tanto uno como otro, han sido y son construidos a partir de la intervención de múltiples variables e incluso intereses. Aries lo dice así: “La historia se presenta entonces como la respuesta a una sorpresa, y el historiador es ante todo aquel que es capaz de asombrarse, que toma conciencia de las anomalías tal como las percibe en la sucesión de los fenómenos”. (Aries, 1988, p. 259).

Decir que la historia es la respuesta a la sorpresa es emprender la reconstrucción de los distintos aspectos que hicieron posible esos acontecimientos en el pasado, que le otorgaron lógica y legalidad en su momento. Por ejemplo, el contexto social, el cultural, el institucional, el tecnológico, el epistemológico, etc. también los distintos factores que han intervenido, como los relacionados con las distintas formas de ejercicio del poder político.

Luego de ver el video de Watson, los estudiantes se preguntan: ¡¿Cómo fue posible que se realizara ese experimento?!. Esa pregunta, con exclamaciones y todo, nos acerca a donde queremos ir. Si además le agregamos a ese “cómo” otras preguntas vinculadas al “cuándo”, “dónde”, “por qué” y “para qué” comienza a desplegarse la historización que permite pensar el lugar de la psicología de ayer y de hoy también.

Por una cuestión de extensión solo esbozaré algunas pinceladas en la pintura de aquella escena.

Respecto del contexto científico de la época, Kurt Danziger (2018) dice: “… debido a que sus orígenes estaban entre un grupo de biólogos particularmente preocupados por problemas de objetividad, el “comportamiento” había adquirido connotaciones cientificistas. Al afirmar que el comportamiento era el objeto de las investigaciones, también se proclamaba la lealtad a la “ciencia” en el sentido angloamericano, es decir, la ciencia natural y no la humanista o Geisteswissenschaft [ciencias del espíritu]. Lejos de ser una categoría neutra, el “comportamiento” se había convertido en un vehículo preferido para aquellos que compartían la convicción de que los problemas humanos sólo se resolverían adoptando un enfoque de ciencias naturales”. (pag 99).

La cita nos invita a pensar la compleja relación entre las variables que intervienen en la conformación del conocimiento, sus aplicaciones y su uso. En efecto, el experimento se asienta en ese contexto científico y por eso la propuesta del conductismo de Watson de predecir y controlar el comportamiento excede lo exclusivamente circunscripto al ámbito científico-académico para proponerse como una herramienta de control social. En su libro de 1925, que cuenta con dos capítulos sobre las emociones, Watson propone incluso que el conductismo debería ser el fundamento para toda la ética experimental: “Si pudiéramos trasladar todos los objetos y situaciones de la vida real al laboratorio, y frente a ellos despertar situaciones fisiológicamente sanas y científicas (quizá la ética experimental encare algún día tal problema) estas fijarían las verdaderas normas o ‘standards’ de conducta”.​ (Watson, 1925, pág. 174).

No había ningún impedimento en ese entonces para concebir al comportamiento del niño, y mucho menos de los animales, como objetos de la ciencia. Para Watson no había diferencia entre uno y otro, salvo en su complejidad adaptativa. Además, Pavlov, a quién Watson introdujo definitivamente en la literatura de la psicología estadounidense (Gewirtz, 2001), ya había demostrado que los reflejos incondicionados eran condicionables. Esa fabulosa cualidad los convertía en una herramienta valiosa para intervenir en el comportamiento (3). Eran moldeables, armables y desarmables; partes de un mecanismo que funcionaba a voluntad del experimentador. Sobre esa base, Watson emprendió la tarea de modelar las emociones con la convicción de que, además, se trataba de un aporte al ordenamiento social: “Como padres, maestros y juristas, únicamente debería interesarnos favorecer el establecimiento social de pautas de comportamiento que se encuadren dentro de la conducta social. Se habrá advertido ya que el conductista es un determinista estricto: el niño o el adulto no pueden hacer sino lo que hacen. Sólo podemos conseguir que se comporten diferentemente, desentrenándolos primero y reentrenándolos luego. Si niños y adultos realizan cosas en discordancia con las normas de la conducta establecida en el hogar o por el grupo, es porque ni uno ni otro han entrenado suficientemente al individuo en su período de formación”. (Watson, 1925, pp. 213-214) (itálica en el original).

En el momento de mayor popularidad, Watson fue noticia en los diarios de todo Norteamérica por su escandaloso divorcio, del cual incluso habían publicado partes de las cartas que le había escrito a la “otra mujer”, situación que le valió ser despedido de la John Hopkins University (Benjamin; Whitaker; Ramsey & Zeve, 2007). Al poco tiempo Watson logró una posición en la agencia de publicidad J. Walter Thompson y, más tarde, en 1936, en la empresa de William Etsy, donde permaneció hasta su jubilación (datos tomados de Hansen & Jordan, 2019).  En esta nueva área aplicativa, también se destacó. “Watson contribuiría, desde su llegada al mundo de las agencias de publicidad, al cambio, que ya había comenzado en los años diez, desde un modelo de consumidor racional -que llevaba a centrar la publicidad en informar con razones y argumentos lógicos sobre la utilidad de los productos- a otro más irracional -al que se intentaba persuadir y generar deseos, apelando a recursos de tipo emocional- … El condicionamiento de respuestas emocionales sería el principio crucial del que iba a servirse para sus nuevos fines publicitarios”. (Pérez-Garrido, Tortosa y Calatayud,1998, p. 309).

La exitosa contribución de Watson al mundo de los negocios y la publicidad es otro ejemplo del lugar de la psicología como tecnología, es decir, como una herramienta que se usa para un fin determinado.

Tomando a Michel Foucault, Nikolas Rose (2019) piensa que la conformación disciplinar de la psicología fue posible cuando adoptó lo que él llamó las “técnicas de verdad” -que son las estadísticas y el experimento- lo cual supone, en definitiva, la traspolación del método científico de las ciencias naturales a lo humano. El autor utiliza la palabra “disciplinamiento” para dar a entender, según mi lectura, estos distintos aspectos de la conformación de la psicología: por un lado, como disciplina, es decir, como cuerpo teórico científico; por otro lado, como “disciplinada”, o sea, adecuada a dicho método y, al mismo tiempo, “disciplinante”, es decir, en tanto es utilizada para disciplinar. Vinculado a este movimiento de “disciplinamiento”, dice Rose, que se halla la “psicologización de diversos lugares y prácticas” (p. 119). Para ejemplificar, citamos: “Desde lo ‘macro’ -los aparatos de bienestar, seguridad y regulación del trabajo- hacia lo ‘micro’ -el lugar de trabajo individual, la familia, la escuela, el ejército, el tribunal, la prisión o el hospital- la administración de personas ha adoptado un tono psicológico”. (p.124).  

En “Las mallas del poder”, Michel Foucault (1999) reflexiona sobre cómo los ordenamientos sociales no solo se imponen desde las instituciones tradicionales como el Estado o la ley, sino que también se manifiestan en las prácticas cotidianas y en las relaciones entre las personas. Foucault dice que el poder se ejerce de forma imbricada en una red que atraviesa toda la sociedad. Esto implica que las normas y regulaciones sociales no solo disciplinan las conductas, sino que también intervienen en la constitución de nuestra subjetividad y en nuestra forma de pensar. “Vean lo que ocurre en el sistema penal. … en los países de Europa como Alemania, Francia y Gran Bretaña prácticamente no existe un solo criminal … que no pase también por las manos de un especialista en medicina, en psiquiatría o en psicología. Esto sucede porque vivimos en una sociedad donde el crimen no es simple ni esencialmente la transgresión de la ley, sino más bien la desviación con respecto a la norma”. (Foucault, 1999, pág. 251).

Específicamente en lo referido a la psicología, encontramos estas mallas de poder en prácticas que buscaban “normalizar”, y “corregir” al sujeto. Anormales, desviados, inadaptados, entre muchos otros, fueron términos provistos por la psicología con el fin de “administrar personas” en sintonía con los planteos de esa época. Esas palabras ahora son intolerables, como otras tantas que hacen referencias a los diagnósticos en el pasado (como degenerado e idiota, por ejemplo). Actualmente hay otras más tolerables a nuestra sensibilidad contemporánea: ansioso/a, impulsivo/a, irritable, desregulado/a, etc. Algo parecido sucede con su terapéutica: hoy casi no se habla de “disciplinar” o “corregir”, sino más bien de “regular”.

Ojalá el tema resulte motivador para futuros artículos que indaguen las distintas formas en que desde la psicología se ha abordado la desviación de la norma respecto de los estándares de conducta a lo largo del tiempo. Pero también es necesario abordar desde la historia de la psicología, el impacto de nuevas tendencias, como el “giro afectivo”, que propone el estudio de las emociones como portadoras de aquellos aspectos del ser humano que escapan al control y relevan los límites del mismo. Pero eso ya es otra historia. Concluyo por ahora, invitándolos a que vuelvan a leer los ejemplos que iniciaron el recorrido y quizá descubran que ya no se sorprenden tanto al saber que las emociones son y fueron, al menos en parte, un concepto privilegiado para ser utilizado como una herramienta de evaluación y regulación social.

 

Notas

(1)  El trabajo de Lerner et al. (2015) muestra que las publicaciones académicas sobre las emociones y la toma de decisiones se duplicaron entre 2004 y 2007, reflejando un interés creciente en este campo. Respecto de la literatura científica en psicología, un estudio bibliométrico realizado por María Pilar Jiménez Sánchez y Enrique García Fernández-Abascal, E. (2000) sobre la base PsycLit concluye que en las décadas del 80 y del 90 el interés por el estudio de las emociones, presentan “cada una de ellas una producción científica mayor que el conjunto de los primeros 80 años” (p. 717). Solamente respecto de la inteligencia emocional el trabajo de Trujillo Flores, Mara Maricela, & Rivas Tovar, Luis Arturo. (2005) señala que la producción científica en dicha área ha ido creciendo progresivamente, ampliando los campos de investigación y aplicación de las teorías desarrolladas. Para tomar solo otro ejemplo, el reciente artículo de Rahaman et al. (2024) muestra que la investigación sobre la regulación de las emociones ha crecido significativamente en las últimas tres décadas.

(2)  Sin pretender exhaustividad sobre el tema podemos mencionar desde los últimos best-sellers “Gestionar las emociones políticas” de Anoni Gutierrez Rubí y “La política de las emociones” de Toni Aira, a otros de corte más teórico como el libro de Martha Nussbaum “Emociones políticas” que comienza su libro diciendo: “El relato de cualquier jornada o de cualquier semana en la vida de una democracia (incluso de las relativamente estables) estaría salpicado de un buen ramillete de emociones: ira, miedo, simpatía, asco, envidia, culpa, aflicción y múltiples formas de amor”, Nussbaum, M. (2014). “Emociones Políticas”, p. 13-14, España: Paidos.

(3)  En un artículo en línea de la Universidad de Yale (https://yalebooks.yale.edu/2021/08/24/brainwashing-a-bubbe-meise/) sobre el “Brainwashing” [lavado de cerebro], se menciona que Lenin se reunió con el premio Nobel Ivan Pavlov para pedirle ayuda para modificar el comportamiento del pueblo ruso para adaptarlo a la ideología comunista. En otras búsquedas he encontrado que ese datos se menciona en el libro Figes, O. (1996). A people's tragedy: the Russian Revolution, 1891-1924. London, Jonathan Cape, pero como no he accedido a dicha fuente, solo consigno el artículo de Yale como fuente de relevancia.

 

Referencias

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Benjamin, L. T., Jr., Whitaker, J. L., Ramsey, R. M., & Zeve, D. R. (2007). John B. Watson's Alleged Sex Research: An Appraisal of the Evidence. American Psychologist, 62(2), 131–139. https://doi.org/10.1037/0003-066X.62.2.131

Bohannon, M. (10 de julio de 2024). “Inside Out 2’ Becomes Pixar’s Highest-Grossing Movie”. https://www.forbes.com/sites/mollybohannon/2024/07/10/inside-out-2-becomes-pixars-highest-grossing-movie/

Cadavid Gómez, H. D.,  (2004). Marketing de Emociones. La forma para lograr fidelidad de los clientes. Semestre Económico, 7(13), 203-211.

Danziger, K. (2018). Nombrar la mente. Cómo la psicología encontró su lenguaje. Córdoba, Argentina: Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba.

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Foucault, M. (1999). “Las mallas del poder”. Estética, ética y hermenéutica. pp. 235-254. Barcelona: Paidos.

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