El abandono del hogar convivencial y los matices del sufrimiento en la adolescencia

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El abandono del hogar convivencial es una situación que nos enfrenta con la violencia que se puede ejercer en un entorno familiar y que consecuentemente se manifiesta en diferentes expresiones del sufrimiento psíquico en la adolescencia. Tanto por el riesgo asociado a la fuga del hogar como también por el desamparo psíquico enlazado a una atmosfera familiar de distanciamiento de los vínculos afectivos promotores de un desarrollo saludable. Desde este marco se exploran los matices del padecimiento psicológico ligados a un vivenciar siniestro en las funciones de cuidado y protección del contexto familiar en los trabajos psíquicos de la adolescencia.

El abandono de hogar convivencial es una problemática de la adolescencia en aumento, se trata recurrentemente de mujeres de 13 a 17 años, víctimas en su mayoría, de maltrato y abuso sexual intrafamiliar. Otras causas pueden ser porque repiten de año en la escuela, porque son requeridos para la realización de tareas domésticas o al cuidado de los hermanos más pequeños (Provincia de Buenos Aires. Dirección General de Cultura y Educación, 2023).

El Registro Nacional de Información de Personas Menores Extraviadas (RNIPME) se creó en 2003 por la Ley 25.746 y funciona en el ámbito de la Subsecretaría de Asuntos Registrales de la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Según datos de dicho organismo durante el año 2023 a nivel país se registraron 21.894 denuncias vigentes de personas extraviadas y más del 50% corresponde a chicos, chicas y adolescente de hasta 17 años. De esa cifra, un 67% corresponde a mujeres (Registro Nacional de Información de Personas Menores Extraviadas, 2023).

Los datos del CENSO 2022 en la Argentina detallan que la población de niños, niñas y adolescentes de 5 a 17 años alcanzaba en 2022 al 20,4 % de la población total, es decir, 9.371.950 de personas, y también señalan que en dicha franja etaria la tasa de pobreza es del 58,1% (Instituto Nacional de Estadística y Censos, 2022).

En concordancia con los datos arriba puntualizados, UNICEF Argentina, en el informe anual 2022, detalla que la mitad de los niños, niñas y adolescentes viven por debajo de la línea de pobreza, que 6 de cada 10 son criados con prácticas violentas como gritos, humillaciones y castigos físicos, y en los sectores vulnerables 1 de cada 2 jóvenes no completa la escuela secundaria (UNICEF, 2022). Entendiendo que dichas situaciones de vulnerabilidad son efecto de las interrelación de aspectos individuales, sociales, colectivos y programáticos que fragilizan los recursos de protección e inciden en el desarrollo infanto-juvenil (Ayres et. al., 2018; Capriati et. al., 2020). Por los indicadores examinados en dicho informe, más de la mitad de niñas, niños y adolescentes estarían en condiciones de vulnerabilidad psicosocial (Paz, 2020). Además, se evidencia un aumento de problemáticas en esta franja de la población, detallando que un 45,8% de las causas de separación de las niñas, niños y adolescentes del entorno familiar corresponde a situaciones de violencia y maltrato, un 37,5% a condiciones de abandono y el 12.5 % por abuso sexual. (Informe de análisis de la Situación de la Niñez y la Adolescencia de UNICEF, 2021). Asimismo el Programa Las Victimas Contra las Violencias del Ministerio de Justicia de la Nación informó que, del total de las víctimas atendidas por abuso sexual, el 59% fueron niñas, niños y adolescentes (NNyA). En el 77% de los casos, los agresores eran del entorno cercano de la víctima (familiar o no familiar).

En esta línea la situación de abandono del hogar convivencial la podemos mensurar según los datos de informes de UNICEF y OMS por efecto de situaciones de vulnerabilidad, asociadas a la exposición a la pobreza, los malos tratos, la violencia o el abuso sexual, que fragilizan los recursos de protección e inciden en el desarrollo infanto-juvenil (UNICEF, 2022; OMS, 2021), presentando el mismo características desestructurantes y disruptivas, que se manifiestan en trabajos adolescentes teñidos por el odio, la desesperanza, la impulsividad y sentimientos de frustración (Cryan, Moreira y Quiroga, 2015).

Además, asociado a las situaciones de vulnerabilidad, la violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes es considerada un problema global de salud pública y derechos humanos (UNICEF, 2017). Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (2016), 1 de cada 5 niñas y 1 de cada 13 niños sufren algún tipo de abuso antes de los 18 años. Se trata de un delito que ocurre mucho más de lo que se devela y sólo un ínfimo porcentaje de quienes lo han padecido pide ayuda.

Las estadísticas sobre abuso sexual en el mundo y en nuestro país presentan limitaciones debido a que existe un amplio subregistro de la problemática, principalmente porque el abuso sexual se oculta y silencia. Distintos estudios han identificado, entre las razones que explican los bajos niveles de denuncia ante las autoridades, el sentimiento de culpabilidad de la víctima por lo ocurrido, la vergüenza y la creencia de que nadie puede ayudar (OPS; 2017; UNICEF, 2014; UNICEF, 2017; Capriati et. al., 2020).

La organización Mundial de la Salud en un reciente informe sobre la Salud Mental del adolescente plantea que la adolescencia es una etapa única y formativa. Pero los cambios físicos, emocionales y sociales que se producen en este periodo, asociados a la exposición a la pobreza, los malos tratos o la violencia, pueden hacer que los adolescentes sean vulnerables a problemas de salud mental (OMS, 2021). Es decir, si bien la adolescencia es una fase del desarrollo y de vulnerabilidad debido a los cambios físicos y psíquicos, la interacción de dichos procesos con entornos de pobreza, de maltrato, de violencia, abandono y abuso, que comprende al contexto familiar y social de gran parte de los adolescentes en la Argentina, según los datos de UNICEF (2021, 2022), potencia la vulnerabilidad y debilita los recursos de protección en el desarrollo infanto-juvenil.

Esta realidad frustrante, teñida por el desamparo, la violencia, el abandono, la deprivación y el abuso, impide a las niñas, niños y adolescentes desarrollar una experiencia primaria gratificante, que permita lograr vínculos de confianza en los otros como destinatarios del amor y el odio (Dubkin, et. al., 2019). Este escenario de vulnerabilidad lejos está de resultar un “ambiente facilitador” en términos de Winnicott (1958), desde el cual se contengan las desregulaciones y desbordes pulsionales (Dubkin, et. al., 2019).

Desde esta perspectiva las funciones familiares constituyen un entorno simbólico y ambiente facilitador, tal como está planteado por Winnicott (1972), alrededor del cual el sujeto se estructura y constituye. Es decir, encontramos en el ejercicio de las funciones parentales, así como por la conformación de vínculos de apego de tipo seguro, la presencia de trabajos psíquicos instituyentes de subjetividad (Paolicchi y Larrabure, 2016).

Precisamente, la psicopatología juvenil actual revela un escenario corporal y de impulsividad para la expresión de conflictos internos, en las cuales se combinan dimensiones asociadas al contexto macrosocial, entre las que se encuentran la desigualdad, la pobreza, la fractura de los lazos familiares y comunitarios. Esto, asociado con otras dimensiones vinculadas al medio microsocial, como la violencia familiar, el maltrato, la exclusión del sistema educativo y la aceptación social de las conductas violentas; las dimensiones referidas a las características subjetivas, como las escasas habilidades para la resolución de conflictos que denuncia la falta de mecanismos previos de mentalización para poder integrar el aumento impulsos; sumado al déficit superyoico y yoico propio de los procesos adolescentes (Méndez, 2018). En otras palabras, vivimos una época en la que se habla de la clínica del trauma generalizado, del desamparo. Por ello nos encontramos con frecuencia ante consultas por crisis caracterizables como urgencias subjetivas (Néstor Córdova, 2022).

En relación a la preponderancia de los impulsos en la clínica actual de la adolescencia, entre los que podemos ubicar como una forma de expresión el abandono de hogar convivencial, nos encontramos una tendencia a la descarga que se aproxima a los procesos  de desligazón y a la imposibilidad de traducir sus acontecimientos psíquicos en palabras (Green, 2010), lo que Bion (1962) formuló como una falla en el desarrollo del aparato que permite tratar con los pensamientos, y que se caracteriza por una modalidad restrictiva de producción simbólica y vacíos representacionales en la elaboración psíquica (Schlemenson; Grunin, 2014). Asimismo hallamos procesos psíquicos por fuera de la posibilidad del recuerdo y la verbalización, que se expresan de un modo diferente, mediante la acción. Concepción que nos permite pensar la acción como la expresión de un material que no puede acceder al recuerdo y que solo puede presentarse porque excede a la representación. (Maltz, 2023). Aspectos del funcionamiento y temporalidad psíquica que fueron explorados por Freud (1914) al plantear en “Recordar, repetir y reelaborar” que nos encontramos con vivencias tempranas que en su tiempo no fueron entendidas y que son imposibles de trasformar en recuerdos, las que tiempo después se tornan inteligibles con efecto retardado (nachtraglich). 

Desde este enfoque desarticulador de los procesos psíquicos Toporosi (2018) plantea los efectos del traumatismo ante situaciones de abuso sexual infanto-juvenil en el ámbito intrafamiliar, tanto por la desubjetivación asociada a la vulneración de derechos de un espacio que debería proteger y cuidar, como también por el funcionamiento psíquico que acarrea mantener aislado el núcleo traumático. De este modo la vivencia traumática actúa a modo de un cuerpo extraño con un efecto desintegrador de los procesos de articulación del psiquismo (Benyakar, 2005; Izcurdia, 2017).

Freud en “Más allá del principio del placer” sostiene que el trauma es un incremento de excitaciones que invade la protección antiestímulos y produce una efracción en la envoltura psíquica por la falta de la capacidad de ligar o dominar los estímulos (Freud, 1920). Siguiendo dichos planteos Moty Benyakar y Alvaro Lezica (2005) agregan que luego Freud, al delimitar el valor de las fantasías en la realidad psíquica, denomina trauma a todo núcleo representacional que desencadena un efecto patógeno, independientemente del origen externo o interno. En relación a dicha distinción en torno al factor traumático, los autores antes mencionados, sostienen la importancia de distinguir los sucesos fácticos desestabilizantes, que denominan como situaciones disruptivas de los procesos psíquicos que desencadenan, cuyo resultado podría ser traumático por el efecto patógeno. En otras palabras, una situación resulta traumatogénica porque afecta la normal articulación entre afectos y representaciones psíquicas con secuelas desestabilizantes para el psiquismo (Benyakar y Lezica, 2005).

Desde este marco Toporisi (2018) plantea que en el abuso sexual infanto-juvenil intrafamiliar, nos encontramos con una gran situación traumatogénica por los efectos desarticuladores que tiene sobre el psiquismo.

Por otra parte, el abuso sexual infanto-juvenil genera modalidades de subjetivación que tienen significativas improntas de la crueldad, siendo la crueldad un organizador psíquico atravesado por el padecimiento y dolores psíquicos relacionados con tratos crueles, que se expresan en el destrato, abusos, exigencias tiránicas y maltrato físico (Fernández, 2013).

Respecto de la crueldad Silvia Bleichmar (2011) nos dice: “La peor crueldad, es el hacer sufrir por sufrir (la banalidad del mal) es la impunidad de la pulsión”. En otras palabras, plantea que se trata de un aniquilamiento subjetivo y del incremento de una pulsión de muerte en forma desligada, autodestructiva o destructiva del objeto.

Desde esta perspectiva, el abordaje de las situaciones de vulneración de derechos se posiciona en la configuración de una trama intersectorial para propiciar un efecto interdisciplinario. Por ello, la propuesta interdisciplinaria configura la construcción de un borde que implica modos de regular esa carga subjetiva ligada a la crueldad del abuso sexual intrafamiliar y permite otra manera de distribución y ordenamiento de las funciones de cuidado y protección, estableciendo un mundo familiar menos penoso y solitario. (Piaggi, 2019).

Por otro lado, para el psicoanálisis en la adolescencia debe acontecer un trabajo de distanciamiento psíquico e intersubjetivo de la autoridad parental cuya delimitación la planteó Freud al señalar que “uno de los logros psíquicos más importantes, pero también más dolorosos, del período de la pubertad es el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores el único que crea la oposición, tan importante para el progreso de la cultura” (Freud, 1905).

Sin embargo, en las situaciones de vulneración de derechos infanto-juveniles nos encontramos con un mundo familiar teñido por lo siniestro y sobre el cual los organismos “intervinientes propician la instauración de un Otro regulado y limitado” (Romé et.al., 2022), en tanto efecto de un discurso pueden “tejer una trama significativa que aloje lo que irrumpe” (Zelmanovich, 2003). Es decir, podríamos pensar el lugar de lo siniestro en las problemáticas de las funciones parentales, tanto por la crueldad presente en la situación de sometimiento, como también por el carácter extraño que toman las funciones de cuidado y sostén familiar.

En torno a la expresión siniestra de las funciones familiares, Freud en su artículo “Lo Ominoso”, de 1919, nos plantea que el espanto surge de lo íntimo, secreto,  familiar y hogareño, que ahora se ha hecho extraño. Efecto siniestro que en el abuso sexual infanto-juvenil conforma un ambiente renegatorio, que no registra lo sucedido, con muy poca conexión emocional con los padecimientos. Cuyo efecto traumático en el niño, niña y adolescente es la instrumentación de defensas psíquicas para organizar lo mezclado y confuso de la trama vincular familiar (Toporosi, 2018).

En relación al trauma, Freud nos dice que “provoca en la vida anímica un exceso tal en la intensidad de estímulo que su tramitación o finiquitación por las vías habituales y normales fracasa, de donde por fuerza resultan trastornos duraderos para la economía energética”. (Freud, 1917) 

Asimismo, Freud sostiene que, ante la vivencia traumática, la tarea psíquica consistirá en dominar y ligar los estímulos. De modo que la ligazón sería una función preparatoria destinada a acomodar las excitaciones para luego tramitarlas.

En esta línea, dichos trabajos de ligadura los podríamos ubicar en el efecto interdisciplinario del abordaje de situaciones de abandono del hogar convivencial y de abuso sexual infanto-juvenil intrafamiliar desde el escenario escolar, a través de intervenciones tendientes a restituir los derechos vulnerados. Como sostiene Perla Zelmanovich, tejiendo un velo protector desde espacios de protección y circulación de la palabra en el marco protegido de la trama institucional escolar (Zelmanovich, 2003). En otras palabras, la escuela, como institución, ocupa un lugar de construcción de la subjetividad, que significa, otorga sentidos, contiene, interpreta, pone palabras y decodifica, y también es espacio de terceridad garante de procesos humanizantes y de apuntalamiento del psiquismo, restituyendo los derechos vulnerados a través de políticas de cuidado para las niñas, niños y adolescentes.

De esta manera la escuela, en tanto lugar de derechos, habilita políticas de cuidado mediante la instauración un orden regulado por la ley, frente a la crueldad de lo familiar, y también facilita el despliegue de otra manera de distribución y ordenamiento de las funciones de protección para organizar lo mezclado y confuso de la trama vincular familiar. Es decir, propicia un reordenamiento de lo vivido a través de una narración y transforma los incidentes y acontecimientos vitales en una estructura inteligible que otorga sentidos (Córdova, 2019).

De este modo, las reflexiones aquí expuestas permiten establecer algunos factores de riesgo asociados al abandono del hogar convivencial, a situaciones de abuso intrafamiliar y a mecanismos de desprotección familiar que potencian el sufrimiento adolescente. Además, habilitan la comprensión de formatos de intervención que propician la puesta en marcha de dispositivos de protección y prevención sobre los trabajos adolescentes en las escuelas. Al respecto, Freud (1910) propone que las escuelas deben instalar el goce de vivir y proporcionar apoyo en una edad en que los lazos con la familia se distienden.

 

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