Este escrito lo redacté pensando en brindarles un aporte - apoyo desde mi experiencia (que recién comenzaba) a los futuros psicólogos, o aquellos que estén flamantemente recibidos. Un aporte desde dos perspectivas: yo como analista y yo como analizante.
En un principio al texto lo titulé sin comenzar ni siquiera a escribir: “Sin matrícula.” ¿Por qué sin matrícula? Porque soy psicóloga y no lo soy. Aunque para el Estado al legalizar el título, y al obtener la matrícula ya se puede comenzar a ejercer la profesión, para Lacan “el analista no se autoriza más que por sí mismo y ante algunos otros” [1].
Transité por el ritual del sacrificio de los huevos, de la harina, más no se cuantas cosas… y me encantó. También tramité el diploma, más el analítico… Pero más allá de estas cuestiones, al recibirme y con diploma en mano me preguntaba: “¿estaré en condiciones de atender pacientes después de 8 años de estudio universitario? ¿Qué hago con una persona frente a mí? ¿Qué le digo? ¿Qué debo escuchar de ella?” Este “es” el gran dilema de los nuevos egresados.
Cuando finalicé mis estudios universitarios me inscribí en una institución privada, en la cual por medio de un posgrado para principiantes me derivaron tres pacientes. Al cabo de un tiempo tuve mi primera experiencia analítica. Ese primer encuentro cara a cara me alteraba. Las supervisiones del grupo giraban en torno a qué le preguntábamos al paciente la primera vez, los silencios, las caras, los tonos, las modalidades de cada uno de nosotros. Hasta supervisábamos nerviosos, como si fuese un gran examen. Y puedo decir que me costó, y hoy después de varios años, me cuesta. Aunque al principio me apoyaba en repreguntar lo que escuchaba, muchas cuestiones relatadas por el paciente me pasaban de largo. Pero análisis es escuchar y es estar ahí para sancionar la palabra del otro.
Luego de algunas supervisiones propias descubrí que mis obstáculos a la hora de escuchar eran porque nunca me había analizado. Nunca me había escuchado. Nunca había estado frente a otro que me haga escuchar mi discurso. Nunca me había puesto a pensar en mi misma. Mis terapias anteriores quedaban en un modo pedagógico del estilo del psicoterapeuta. Y como apertura de un nuevo ciclo: el encuentro con mis supervisiones, y mi análisis inaugural abrieron la posibilidad de repensar y pensar cuestiones que estaban oscuras para mí.
Al comienzo de mi experiencia por la clínica psicoanalítica me interrogaba ¿hay una lógica en el discurso del analista? ¿Hay una lógica que guíe sus intervenciones?
Buscaba la respuesta de estas cuestiones investigando en la teoría. Así es como hallé que Freud (1911) expresa que en el psicoanálisis nunca hay una respuesta obvia a las cuestiones técnicas [2] . La técnica se adecua a la persona de cada analista. Asimismo insiste en que su apropiado dominio solo podía ser adquirido a partir de la experiencia clínica con los pacientes y de su propio análisis. No de los libros [3].
Por su parte, Lacan, afirma en el Seminario 1, que el análisis es una técnica de la palabra y la palabra es el ambiente mismo en el que se desplaza el análisis.
Asimismo Lacan en ese mismo seminario sostiene que el analista no debe guiar al sujeto hacia un saber, sino hacia las vías de acceso a ese saber. Debe mostrarle lo que habla, lo que habla sin saber, lo que cuenta son las vías de su error.
Freud se guía para sus intervenciones por la regla fundamental: le pide a los pacientes que comuniquen todo lo que les pase por la cabeza, aunque les parezca que no es importante o que no viene al caso.
Además el analista no debe censurar algo del material que el paciente le relato. Freud explica que el analista debe volver hacia su inconsciente lo que le esta diciendo el paciente, como si fuera un órgano receptor que después devolverá las ocurrencias. Por eso el analista también debe someterse a análisis y debe anoticiarse de sus propios complejos que lo pueden perturbar a la hora de escuchar al paciente. El psicoanalista debe estar libre de estos influjos. Además el ejercicio del psicoanálisis exige una libre visión humana. No debe ser pedagógico, ni tratar de educar con sus ideales o valores morales a los pacientes.
El analista solo debe mostrar lo que le es mostrado. Debe resaltar lo contradictorio, lo que insiste y lo diferente de la repetición.
Sin embargo, se evita comunicarle tempranamente al paciente, aquello de lo que se tuvo noticias. Freud (1917) afirma que se debe esperar hasta que aparezca la oportunidad de hacerlo, porque muchas veces las defensas del paciente luego de una comunicación importante pueden entorpecer el trabajo analítico. Vencer estas defensas es la parte de nuestro trabajo que demanda mayor tiempo.
Además siempre hay que tener presente en el momento de intervenir la importancia de leer las formaciones del inconsciente en ese discurso que el paciente dirige hacia la persona del analista.
Si la intervención causa efecto en el paciente, este ya no es el que era antes. Y esto no puede ser eludido en la experiencia analítica.
L, fue mi primer paciente. Tenía 22 años. En un año la supervise cuatro veces. Yo no era la misma después de una supervisión, ni con ella, ni conmigo misma. Mi propio análisis después de una supervisión giraba entorno a esta. Mis intervenciones hacia L cambiaban, intentaba leer el material desde otra perspectiva.
L. relataba que sus abuelos maternos estaban enfermos y que estaban internados en un geriátrico porque ya no podían estar solos en su casa, y su familia no podía pagar una señora / cuidador nocturno. Se sentía culpable de no ir a visitarlos, pero no lo hacia porque no podía sostener la situación de verlos deteriorados, a su abuela irritable, a su abuelo esforzándose para poder hablar. Las veces que asistía al geriátrico, a L le daba lastima ver llorar a su abuelo y escucharlo preguntar por la abuela, que aunque estaban juntos en la misma institución, cuando la abuela tenia crisis de nervios, tenían que permanecer separados y él no entendía qué sucedía.
En muchas sesiones su discurso giraba sobre esta culpa, sobre esta situación de no poder enfrentar verlos deteriorados. Me relataba que ella vació la casa de los abuelos, para poder alquilarla y con eso pagar el geriátrico. Me contaba que esto la entristecía. “Fue triste, porque no era una mudanza, era como que están muertos y no lo están, su ropa va al geriátrico, la basilla quizás la donan, y las fotos quizás quedan en mi casa. Pero no sabemos que hacer con las cosas de ellos”.
Le pregunte qué y cuáles son las cosas de ellos, y si les preguntaron a sus abuelos qué hacer con sus pertenencias.
Me contestó sorprendida que no se les había ocurrido preguntarles a ellos sobre qué hacer con sus cosas.
Me sorprendí. Me quedé callada. La supervisé. En mi análisis de control registré que no le pregunté a la paciente por qué le da lastima ver a su abuelo llorar, y tampoco le cuestioné qué consideración tienen del otro, en tanto no se les ocurrió preguntarles a sus abuelos qué hacer con sus pertenencias. La intervención de mi supervisora causó un efecto en mí: ¿Será que no quiero angustiar a mi paciente? ¿Por qué no puedo escuchar estas cuestiones en la sesión e intervenir? ¿Será que no quiero que se enoje conmigo? De ser así: ¿Por qué?
Estos interrogantes hoy todavía no los sé conscientemente. (Porque siempre hay un saber no sabido). Los seguiré analizando en mi análisis. En ese espacio, y en el análisis de control comencé a autorizarme para atender pacientes, por mi misma y ante algunos otros. Porque recién me iniciaba con mi práctica analítica, con mi experiencia en el psicoanálisis. Con mis primeros pacientes. Mis primeros pasos. Y aunque conocía la teoría (por la Universidad), entendí que la práctica clínica es distinta. Felizmente en este primer tramo de mi experiencia, pude responderme que cada caso es singular y único. Pude responderme que hay que escuchar y escucharse, tanto en el análisis propio, como en la supervisión. Y pude responderme que el trípode (supervisión, análisis, cursos, lectura de textos) es lo único que orienta las futuras intervenciones de los analistas con los pacientes.
Bibliografía:
Freud, El uso en la interpretación de los sueños, 1911, Volumen 12. Amorrortu. Buenos Aires
Freud, Trabajos sobre técnica psicoanalítica, introducción. 1914. Volumen 12. Amorrortu. Buenos Aires.
Freud, Conferencia 27, La transferencia. 1917. Amorrortu. Buenos Aires
Lacan, Libro Seminario 1. Escritos Técnicos de Freud. Paidos
Lacan, J. Proposición del 9 de octubre de 1967.
El texto esta modificado para los fines de esta publicación, pero el original se presentó en la Jornada Institucional de Centro Dos, en Diciembre de 2014.
[1] Lacan, J. Proposición del 9 de octubre de 1967.
[2] Freud, El uso en la interpretación de los sueños, 1911, Volumen 12. Amorrortu. Buenos Aires.
[3] Freud, Trabajos sobre técnica psicoanalítica, introducción. 1914. Volumen 12. Amorrortu. Buenos Aires