La experiencia de nuestro propio cuerpo
es la base de todas las demás experiencias vitales.
Paul Schilder
A pesar del interés inicial de Freud por el tema, la pubertad es una etapa vital que aún necesita un mayor grado de especificidad teórica dentro del psicoanálisis, comparable al de la infancia, adolescencia o adultez. Al mismo tiempo, suelen atribuirse a la pubertad solo efectos traumáticos, sin considerar su potencial papel disruptivo no traumatogénico. En estudios anteriores se desarrollan argumentos que apoyan la función estructurante de la mirada en esta etapa del desarrollo.
Este trabajo se propone enfatizar, desde un punto de vista teórico, la importancia de la mirada como organizador psíquico en la etapa puberal femenina. A estos fines, se sintetiza una posición teórica psicoanalítica sobre la pubertad, con eje en su especificidad como etapa y las tareas psíquicas que le son propias, para luego desarrollar la mirada como organizador psíquico de esta fase evolutiva. Se recorren diversas aristas del problema, como la mediación de una mirada externa, y el impacto de la mirada sobre el propio cuerpo. Y se discuten las implicancias del desarrollo teórico efectuada hacia la teoría y la práctica clínica psicoanalíticas.
Introducción
A pesar del interés inicial de Freud por el tema, la pubertad es una etapa vital que aún necesita un mayor grado de especificidad teórica dentro del psicoanálisis, comparable al de la infancia, adolescencia o adultez (Plaut y Hutchinson, 1986).
En este sentido, es sabido que cada una de las etapas de la vida humana tiene su especificidad, sus desafíos y sus “tareas psíquicas” (ver, por ejemplo: Rodulfo, 1992). Según consensos internacionales (OMS, 2010; UNICEF, 2011)se considera “pubertad” al período que tiene lugar entre los 10 a los 14 años, aproximadamente, siendo este un proceso amplio y complejo (ver también: Molina, Molina y González, 2007). A diferencia de la infancia, cuyo crecimiento es paulatino, en la pubertad se suceden marcados cambios físicos que se caracterizan por darse de manera acelerada y drástica: crecimiento de miembros inferiores y superiores, aparición de los caracteres sexuales secundarios, y la menarca en el caso de las mujeres, por solo mencionar algunos ejemplos (para más detalle, ver: Sociedad Argentina de Pediatría, SAP, 2009). Estos cambios novedosos impactan en el psiquismo del púber produciendo reacciones de sorpresa y extrañamiento. Puede plantearse, así, que dichas características en el crecimiento producen un desfase entre su inscripción y su representación psíquica, es decir, en la elaboración, representación y metabolización en el psiquismo de los cambios acaecidos en el cuerpo.
Dentro de este marco, la labor en la consulta clínica psicoanalítica durante más de veinte años con pacientes púberes, y la investigación cualitativa realizada en el marco de mitesis doctoral (Maroño, 2016)me permitieron observar las características y procesos psíquicos de la pubertad, con especial foco en la pubertad femenina.
En mi tesis doctoral he sostenido que los púberes, que no sufren de una patología grave, cuando toman conciencia de su crecimiento, manifiestan la sorpresa producto del impacto que el mismo produce, frente a lo inesperado del encuentro y registro de ese cuerpo diferente al infantil. Asimismo, mientras que algunos autores (Aryan y Moguillansky, 2009, Rother Horstein, 1997) consideran a la pubertad como traumática por el impacto que en el psiquismo producen los cambios físicos, que no son acompañados de su inscripción y representación psíquica, postulé a la pubertad como un proceso del desarrollo no traumático, aunque pueda serlo potencialmente. Consideré que el desfase que existe entre el crecimiento corporal y el tiempo que requiere para su representación psíquica no hace a la pubertad traumática –lo que implicaría un proceso meta-psicológicamente diferente–sino que le otorga la cualidad de un impacto disruptivo (Benyakar, 2015; Benyakar y Lezica, 2006).
En el marco de mi investigación (Maroño, 2016, 2017), el concepto de lo disruptivo fue útil para dar cuenta de cómo los cambios corporales son un hecho fáctico que impacta en el psiquismo del púber, provocando sorpresa y extrañamiento, y que esto es un proceso esperable en el desarrollo. Diferenciar lo disruptivo de lo traumático posibilita resaltar las capacidades inherentes y propias que cada sujeto tiene para su elaboración. (Maroño,2016). Suscribiendo los aportes de Benyakar (2015), mi estudio consideró la pubertad teniendo en cuenta que englobar todo impacto que conmueve al psiquismo bajo el término trauma, no permite otorgarle especificidad ni a la situación ni al sujeto que la vive.
Sobre la base del contexto descrito hasta aquí, este trabajo se propone enfatizar, desde un punto de vista teórico,la importancia de la mirada para la etapa puberal femenina. Más específicamente, se desarrolla como argumento la función de la mirada en tanto organizador psíquico en la pubertad, proponiendo que permite la articulación de dos modos de percepción que describen la interrelación de lo interno/externo al psiquismo, favoreciendo la re-organización de la imagen corporal y, por lo tanto, la metabolización de los cambios en el cuerpo.
De este modo, la primera parte del artículo sintetiza una posición teórica psicoanalítica sobre la pubertad: se la establece como etapa diferenciada, se describe la metamorfosis que le es propia, se desarrollan los conceptos de heterogeneidad y homogeneidad psíquicas, y se destaca la tarea de re-presentación característica de esta fase del desarrollo. La segunda parte del trabajo se aboca a plantear la mirada como organizador psíquico de la pubertad femenina, recorriendo diversas aristas del problema, como la mediación de una mirada externa, y el impacto de la mirada sobre el propio cuerpo. Finalmente, se discuten las implicancias del desarrollo teórico efectuadas hacia la teoría y la práctica clínica psicoanalíticas.
La pubertad: una etapa diferenciada
Es frecuente que se incluya a la pubertad dentro del período que suele denominarse adolescencia temprana o inicial (OMS, 2010; UNICEF, 2011), perdiendo de vista la especificidad de este momento del desarrollo. Algunos escritos psicoanalíticos, si bien diferencian entre la pubertad y la adolescencia, luego citan indistintamente a una y otra, lo que da cuenta de un uso indiferenciado y ambivalente de estos términos (Molina, Molina y González, 2007; Muñoz Calvo y Pozo Román, 2011). Por otra parte, desde un marco internacional,se restringe la pubertad únicamente como la manifestación de los cambios físicos de la maduración sexual (OMS, 2010; UNICEF, 2011, SAP, 2009).
Considero que diferenciar la pubertad de la adolescencia es de suma importancia ya que permite ubicar a la primera como una etapa con características psíquicas propias. Los períodos de la latencia, pubertad y adolescencia comparten características que no son excluyentes entre sí, aunque destaco el hecho de que en cada período existen características predominantes. En lo que sigue, apelaré a desarrollos efectuados en el marco de mi tesis doctoral (Maroño, 2016).
En la pubertad acontecen cambios corporales que refieren a los signos físicos y su impacto en el psiquismo. En la latencia comienzan a perfilarse los cambios que se desarrollarán en la pubertad para consolidarse en la adolescencia. La adecuada tramitación del período de latencia permite asentar las características propias de esta organización, logrando una ampliación y fortalecimiento del Yo, otorgando al niño mayores y mejores recursos para enfrentar el impacto de lo puberal, con las modificaciones en los vínculos con los objetos edípicos y la integración en la personalidad de la pulsión genital.
En la adolescencia, los fenómenos estarán más relacionados con el entorno y con los impactos sociales del mismo. En relación a las mociones pulsionales, el adolescente intenta una re-ubicación de hombre y de mujer en lo social, consolidar su identidad sexual y practicarla. Es por ello que en la adolescencia pueden ser frecuentes las problemáticas en relación con desequilibrios narcisistas y padecimientos relacionados con los ideales.
La metamorfosis en la pubertad: el aporte freudiano
El crecimiento corporal es drástico y vertiginoso durante la pubertad. No se puede detener, por lo cual los cambios corporales irrumpen en el psiquismo sin mediar posibilidad alguna de control sobre los mismos y dificulta su procesamiento paulatino. Lo somático se le impone al púber. Lo inesperado del encuentro del púber con un cuerpo diferente, que tiene nuevas posibilidades funcionales, produce efectos intra-psíquicos desestabilizantes, ya que se requiere de un procesamiento paulatino de dichos cambios. Tal como señala Punta de Rodulfo (2005, p125) y anticipando el tema que se desarrollara en este trabajo “el espejo no le devuelve la imagen de niño que espera encontrar”.
Rescato la noción de un cuerpo concreto que se hace presente y requiere ser procesado psíquicamente. Al afirmar que los procesos psíquicos son igualmente importantes en la pubertad, denomino cuerpo o cuerpo erógeno a la dimensión pulsional y psíquica de lo somático.
Freud (1890/2001) sostiene el nexo innegable entre lo corporal y lo psíquico. En su ensayo “Metamorfosis de la pubertad”(1905/2001), afirma que ésta introduce los cambios que llevan a la vida sexual infantil a su conformación definitiva: pasaje del autoerotismo al hallazgo de objeto, unificación de las pulsiones bajo la primacía genital, la reproducción como fin de la pulsión sexual y la consolidación de la identidad sexual. Lo esencial de la pubertad, sostiene Freud, es el crecimiento manifiesto de los genitales externos e internos.
Asimismo, señala que, conformado el aparato genital, el mismo es puesto en marcha desde tres vías: 1) desde el mundo exterior: por la excitación de las zonas erógenas, 2) desde el interior del organismo: por vías a ser investigadas, y 3) desde la vida anímica: como repositorio de impresiones externas y receptor de impresiones internas (Freud, 1905/2001).
Por estas tres vías se constituye un estado, que se denomina de excitación sexual, que se da a conocer por una variedad de signos anímicos (como la tensión)y corporales, entre los cuales destaca la alteración en los genitales. Freud destaca el aspecto biológico en la consideración de la vida psíquica, y postula la relación indisociable entre el cuerpo y lo psíquico, siendo la pulsión la representación del soma en el psiquismo.
La referencia de Freuda las impresiones externas destaca la importancia y función de la mirada. Así también la alusión a los signos psíquicos que se expresan a través de los signos corporales, resaltando la interacción entre lo somático y lo psíquico. De hecho, la pulsión es el representante representativo, como lo formula Freud (1915/2001), por lo tanto, es la primera manifestación psíquica de la transformación de lo somático.
En la pubertad, por lo drástico y vertiginoso delos cambios, la articulación entre lo somático y lo psíquico produce, como he mencionado anteriormente, un fenómeno de extrañamiento, donde se da una reproducción de una percepción anterior (sobre el cuerpo físico) y además la necesidad de inscribir algo nuevo, ese cuerpo nuevo, diferente al infantil (Grassi, 2010, Rodulfo, 1992).
Aquello que proviene de lo somático debe inscribirse (como inédito), pero también algo debe re-presentarse; es decir, volver a presentarse a partir de inscripciones previas, describiendo el permanente proceso transformacional del psiquismo. Asimismo, en la pubertad se da ese inter-juego entre lo novedoso externo (percepción de la imagen, por lo que el púber siente que los cambios en el cuerpo provienen del afuera) y lo conocido interno, que desemboca en ese fenómeno de extrañamiento. Este extrañamiento se produce debido a que la imagen del cuerpo que llega desde el afuera permite el registro del cambio y debe transformarse en representable para lo psíquico. Esto implica que los cambios corporales, novedosos para el psiquismo, son heterogéneos al mismo y deben transformarse en homogéneos: se debe transformar lo no familiar y no propio (imagen proveniente del afuera), en propio y familiar. En el próximo apartado se describirá el modelo de aparato psíquico que sostiene tal fundamentación.
Lo heterogéneo y lo homogéneo: la pubertad como proceso de metabolización
El proceso puberal también puede comprenderse con ayuda de la propuesta de Benyakar y Lezica (2006), quien sistematiza e introduce modificaciones al modelo de aparato psíquico creado por Aulagnier (1993). Así, este modelo me permite describir el proceso transformacional del psiquismo y expresar en detalle los diferentes estadios del mismo, además de la metabolización psíquica del púber, que analizaremos en función de la importancia de la mirada en la pubertad, el impacto que la misma produce en el psiquismo del púber, y su colaboración en el logro de la concordancia entre la imagen interna con aquella que se percibe en el exterior.
Uno de los aportes de Piera Aulagnier (1993) a la metapsicología es su propuesta tópica acerca del modelo del aparato psíquico, donde se van ubicando diferentes fenómenos en distintos espacios, para poder precisar las características transformacionales del psiquismo. Este proceso transformacional será llamado por Aulagnier “proceso de metabolización”.
La metabolización psíquica es un proceso que se da en el inter-juego entre los diferentes espacios psíquicos: Originario, Primario y Secundario.Dichos espacios se caracterizan por diferentes postulados y cualidades de afectos relacionadas a diferentes cualidades de representaciones, presentes desde el comienzo de la vida psíquica, con distintas predominancias.Si bien predomina el postulado propio de cada espacio, en cada uno encontramos características de los otros espacios que ya han sido alcanzados, dándose un movimiento fluido, progrediente y regrediente.La rigidez de ese movimiento entre espacios psíquicos da cuenta de un detenimiento en el proceso psíquico e indicios de una posible patología.
Dentro de este marco, puede considerarse que en el espacio originario se inscribe lo proveniente de las sensaciones corporales, novedosas de la pubertad. Este espacio se caracteriza porque le da a los estímulos una forma rudimentaria, y no hay diferenciación externo-interno, adentro-afuera. Por lo tanto, el aparato psíquico percibe los estímulos como provenientes del propio cuerpo, y en la pubertad es así.
Por su parte, el espacio primario se caracteriza por el comienzo de diferenciación externo-interno, adentro-afuera. Por lo tanto, sitúo el registro de lo novedoso de los cambios en el cuerpo con el pasaje del espacio originario al primario (transformación, metabolización). Cuando la púber confronta su imagen con algo del afuera percibe los cambios en el cuerpo y es cuando se produce el impacto y la sorpresa que permite la toma de conciencia de los mismos. A partir de la confrontación de su imagen en el espejo o fotos, la púber se asombrará de sí misma, de su imagen conocida pero desconocida a la vez, lo que implicará una nueva re-presentación, de un afuera propio, pero no-familiar.
La adecuada metabolización de los cambios acaecidos, permite la representación de los cambios puberales y por lo tanto hacer el cuerpo propio y familiar, favoreciendo la re-organización de la imagen corporal, el pasaje al espacio secundario y, por ende, el logro de una palabra plena según lo postulado por Benyakar (2015). La palabra plena es aquella que conjuga o expresa que están los tres espacios presentes en su afecto y representación. Expresa sentimientos, es decir, los afectos que están bajo la égida de una palabra que les adjudica una dimensión de tiempo y espacio e incluye estadios más primitivos del procesamiento psíquico como las sensaciones y las emociones.
En línea con lo desarrollado hasta aquí, la pubertad puede entenderse como proceso de transformación o metabolización de los elementos de un espacio psíquico en otro, y de lo fáctico a lo psíquico (Aulagnier, 1993; Benyakar y Lezica, 2006). En este sentido, la representación describe un “volver a presentar”, convertireso que emerge heterogéneo al psiquismo en homogéneo, en cada uno de los espacios psíquicos. Es decir, que el proceso de metabolización se realiza en un comienzo desde las propias sensaciones internas (espacio originario), desde las emociones (espacio primario) donde el púber puede comenzar a expresar e intenta describir los cambios corporales, y luego desde el sentimiento (espacio secundario) con la adquisición de la palabra plena y por lo tanto la exitosa tramitación y elaboración de los cambios acaecidos.
La mirada como organizador psíquico en la pubertad
Tomando como marco organizador previo los desarrollos teóricos descritos hasta aquí, en lo que sigue se plantearán argumentos respecto de cómo, en la pubertad, la mirada cumple un papel de suma importancia, en el sentido de un organizador psíquico. Esta propuesta teórica constituye, así, el objetivo central del presente trabajo. Como fue explicado en la introducción, mi foco estará puesto en la pubertad femenina.
En primer lugar,la percepción visual de su propio cuerpo, en un espejo o una foto, impacta en el psiquismo dela púber, promoviendo la idea que es “como si” la misma viniese del exterior y el cuerpo que se sabe propio, se vive como no familiar y extraño. Es por ello que el encuentro con ese cuerpo diferente al infantil a partir de la confrontación de su imagen, hace que la púber se asombre de una imagen conocida pero que resulta desconocida a la vez.
Planteo que ese encuentro describe un momento, un instante, donde la púber toma registro consciente de los cambios corporales y establece un antes y un después. Dicho momento no es solo el producto de la imposición de la percepción de la imagen desde algo externo que se le presenta al psiquismo, sino que propongo que, para que dicho impacto ocurra, debe existir un proceso psíquico previo. Esto implica entender que hay un psiquismo “a la espera” de ser impactado por estos cambios somáticos (Maroño, 2016).Propongo entonces la conjugación que se establece entre dos procesos o modos de percepción: uno interno que resulta de la percepción de sensaciones que vienen del propio cuerpo, y otroque describe la percepción externa.
Estas percepciones, junto a una acción (el cotejar) y la experiencia (aquello que se repite sostenidamente en el tiempo) funcionan como organizadores psíquicos y permiten el registro consciente de los cambios acaecidos y la re-organización psíquica de la imagen corporal. Se coincide con Schilder (1958) que define a la imagen corporal como la representación que el sujeto se forma mentalmente de su propio cuerpo. La misma se conforma por una base fisiológica y una estructura libidinal.
Las sensaciones internas pre-existen a la percepción visual y se encuentran “a la espera” de ser significadas. La acción de cotejar que, repetida y sostenidamente a lo largo del tiempo, da lugar a la experiencia permitiendo la re-presentación psíquica de la imagen corporal y de las sensaciones corporales previas. La mirada permite que se anude lo interno-externo, es decir, dos modos distintos de percepción.
Pensando en las particularidades de la pubertad, es necesario enfatizar que la mirada colabora en el logro de la concordancia entre la imagen interna con la que se percibe en el exterior. En este sentido, resulta de interés dialogar con Spitz (1946/1969), proponiendo una especial aplicación a sus desarrollos teóricos, ya que resaltan la adquisición gradual y la importancia de la percepción visual. Spitz considera que, en el sujeto, lo percibido forma parte de un reservorio de huellas mnémicas que quedan a la espera de ser reactivadas. La percepción visual se adquiere y consolida con el tiempo a partir de la experiencia.
Asimismo, postula que existen momentos críticos en la vida del niño donde se integran diversas corrientes de desarrollo en varios sectores de la personalidad con las funciones y capacidades que resultan de los procesos de maduración. El producto de esta acción integradora es una reestructuración del sistema psíquico en un nivel de mayor complejidad, denominada “organizador psíquico”. Spitz sostiene que, en los primeros meses de vida del bebé, existe un tipo de percepción que denomina “organización cenestésica”, visceral, que se manifiesta en forma de emociones. Con el desarrollo del niño se logra la “organización diacrítica”, modo de percepción a través de los órganos sensoriales periféricos. Si bien plantea estas cuestiones desde el punto de vista del desarrollo, sostiene que desde el psicoanálisis los atributos de la captación cenestésica se piensan en términos de lo inconsciente. Ambos tipos de captación se hallan presentes a lo largo de la vida y mantienen una fluida y permanente conexión.
Es por ello que propongo, siguiendo a Spitz (1946/1969), que la mirada cumple la función de organizador psíquico al permitir la apropiación del propio cuerpo a partir de una percepción y comunicación de manera organizada describiendo el proceso de re-estructuración del sistema psíquico en un nivel de mayor complejidad. El registro consciente de los cambios corporales no es producto de un impacto externo que se produce solo por la “exterioridad” de un proceso somático ni porque algo externo se impone al sujeto. Resalto que dicho fenómeno es producto de la conjugación de estos dos modos de percepción: cenestésica y diacrítica que describen las cualidades propias de los espacios originario y primario. La acción de cotejar y la experiencia funcionan también como organizadores psíquicos colaborando en la re-organización psíquica y el logro de la re-presentación de la imagen corporal.
La mediación de una mirada externa en el contexto puberal
El proceso de transformación de cambios corporales en representaciones psíquicas no es únicamente intrapsíquico, ni se produce en soledad. Para el adecuado desarrollo de este proceso es imprescindible la presencia de otro significativo en el marco de las relaciones de objeto. En este apartado me propongo desarrollar el lugar de la mirada externa para la pubertad femenina en sentido amplio. En otro trabajo (Maroño, en evaluación), desarrollo el lugar de la mirada externa para un fenómeno específico: el uso que las púberes hacen de las selfies.
El efecto pulsional del psiquismo sobre sí mismo requiere la existencia de un factor mediatizador, que permita al púber metabolizar sus propios componentes pulsionales. Pazos, Ulriksen y Goodson (2007, p113) se preguntan por la relación entre los púberes y la sociedad, “qué acompañamiento encuentra el púber, qué espejo -ya sea en su familia o en su contexto social y académico- que le den sentido a lo que está experimentando”.
En el comienzo de la vida psíquica, la mirada materna, en una función de espejo, a modo del estadio propuesto por Lacan (1949/1971), funciona como sostén, soporte y testigo para la metabolización de los cambios acaecidos en el cuerpo y la re-organización psíquica de la imagen corporal.
En la pubertad se puede colegir que las madres que pueden adaptarse a los cambios acaecidos en su hija, favorecen su crecimiento en sentido amplio y dan paso a la cercanía de la figura paterna sin considerar a sus hijas como rivales, sino anticipando lo que será la salida exogámica. La terceridad representada por la figura paterna es de fundamental importancia en su función de corte. Las niñas requieren de una mirada libidinizante (paterna) que permite, colabora y favorece el proceso de separación e individuación de la figura materna para no quedar atrapadas en una relación especular (para mayor desarrollo de este punto ver: Maroño, en evaluación).
En esta línea se propone que la mirada del padre cumple la función de libidinizar a su hija y su cuerpo, favoreciendo la construcción y fortalecimiento de un narcisismo trófico, anticipando lo que será la posibilidad de desplazamiento a otras figuras masculinas.
Asimismo, el encuentro y relación con el grupo de pares y con “la mejor amiga” adquiere fundamental importancia en la pubertad. La amiga, a quien se ama y con la que la niña se identifica y comparte todo, duplica como en espejo las vicisitudes del proceso puberal (Chevnik, 1986; Deutsch, 1952; García Arzeno, 1983).
Destaco entonces que la mirada del otro, es necesaria y permite la construcción de un cuerpo libidinal, un cuerpo erógeno, anticipando la construcción de su ser femenino en un intento de apropiación de una nueva imagen e identidad, metabolizando los cambios ocurridos.
Cabe aclarar que aludo a diferentes “miradas” y que cada una de ellas cumple diferentes funciones y tienen su especificidad.En aras de delimitar este trabajo no abordare este tema, pero considero de importancia aproximar algunas reflexiones. Es así que tenemos entonces a la mirada paterna que permite libidinizar el cuerpo de la niña y liberarse de una mirada en espejo (mirada materna).
La mirada de la mejor amiga que en su función de doble en la pubertad: permite a las niñas reflejarse en ellas y lograr la elaboración y registro de los propios cambios al verlos en ellas.El grupo de amigas brinda un lugar de pertenencia y ofrece una sensación de seguridad y fortaleza por el hecho de que a ellas “les pasa lo mismo” y “pueden entenderme”. Entiendo a la duplicación como un intento de defensa frente a las angustias por el descubrimiento de lo extraño en uno mismo.
Asimismo, la mirada del grupo de pares es de importancia y tiene incidencia en la pubertad. La pertenencia grupal se considera base de la experiencia y necesaria para lograr la representación y metabolización psíquica de los cambios corporales. Las amistades favorecen la construcción y reconstrucción de la imagen corporal, así como la salida exogámica, la construcción de la identidad y el hallazgo de nuevos objetos. (Maroño, 2014).
A modo de conclusión: implicancias para la teoría y la práctica psicoanalíticas
Considero que la propuesta realizada es de importancia en la diferenciación diagnóstica y en el abordaje clínico de la pubertad, proponiendo una perspectiva y comprensión diferente a las problemáticas que plantea dicha etapa. Así, resaltar que la pubertad es una etapa diferente a la adolescencia, que no se define o describe solamente por los cambios físicos, y que los mismos tienen un correlato psíquico, ofrece una nueva mirada a la clínica de niñas púberes, y también la posibilidad de realizar un trabajo preventivo sobre trastornos vinculados con la imagen corporal, como los alimentarios y el embarazo puberal.
Del mismo modo, el plantear una función psíquica de la mirada para la pubertad, también resulta útil para la generación de teoría y la comprensión clínica. Considero que nuestra praxis puede enriquecerse de producciones teóricas que intenten delimitar funciones psíquicas específicas. De hecho, en otro trabajo (Maroño, en evaluación), desarrollo en detalle la potencial función psíquica del recurso tecnológico de las selfies para la pubertad femenina de hoy.
Por último, y aunque la propuesta de este trabajo se centró en la pubertad, considero que permite también un marco útil de comprensión clínica y metapsicológica de otros momentos vitales que requieran de la re-organización de su imagen corporal.
En síntesis, la propuesta de este artículo apunta a considerar la pubertad femenina desde una perspectiva más amplia, que resulte útil al clínico que trabaja con este tipo de pacientes, a la vez que útil para la generación de teoría que nos acerque más y mejor a la comprensión de este complejo fenómeno.
Referencias
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