Para que nazca un niño o niña bastaría la cópula de un hombre y una mujer, pero para que nazca un hijo es preciso, además, que sea hablado por los padres y que ya antes de nacer tenga un lugar en ese deseo. La función materna nombra y da existencia, otorgándole un ser y un mundo Otro donde vivir. El hijo, ante el poder de la palabra, quedará sometido a la demanda por donde la Función Paterna -función de corte y diferencia- instaurará la ley de un decir que no se agote, posibilitando otros nuevos decires y saberes. Si la función materna es necesaria para estar inserto en un mundo de lenguaje, sin la función paterna vivir como creación, riesgo e incertidumbre, sería imposible. No hay padre ni hijo de entrada. Es decir, Padre, Madre, Hijo, y Deseo son a construir.
Las demandas de la instancia parental son necesarias para la constitución del sujeto y el desarrollo del niño en la infancia, ya que son pasadoras de la ley que funda el deseo. A este tipo de demandas Freud las llama “demandas éticas”. Sin embargo, es común a la infancia que sean recibidas por los niños –y recordadas luego a la hora de hacer cuentas– como exigencias abusivas, caprichosas y arbitrarias. Si bien toda demanda del adulto ubicaría al niño en una posición asimétrica, con un aspecto caprichoso y arbitrario, hay demandas “éticas” y otras que no lo son. Trazar el límite y establecer una frontera es tarea del psicoanalista, y define una ética del trabajo con niños.
La presencia del psicoanalista en campos relativos a la educación, la clínica o el trabajo social, contribuye para que el niño pueda hacer su juego y devolverle a la demanda su razón ética. Hay demandas devenidas en exigencias que se presentan realmente abusivas, directas o sutiles, disfrazadas en la vida cotidiana. Los padres, o adultos significativos, las formulan generalmente con la intención de procurar al niño un futuro de bien. La paradoja de la exigencia es que nunca encuentra alivio. Siempre va por más y está por encima de todo. Podría decirse que la exigencia se vuelve exigencia de exigencia. Nada alcanza o es suficiente.
La falta de medida es su rúbrica y configura un círculo vicioso que se retroalimenta en la justificación intelectual para redoblar su apuesta e “ir siempre por más” y “por encima de todos” en la relación con el niño. Los padres, atrapados en el circuito de la exigencia, suelen llegar a la consulta del psicoanalista confesando su endeblez e impotencia en el arte de dominar o gobernar la educación de sus hijos. La degradación de su autoridad los trae a pedir ayuda.
Nos preguntamos, ¿cuándo las demandas a los hijos cruzan el límite y pasan a ser exigencia revelada? ¿Cómo pueden defenderse los niños de ellas sin sucumbir en el intento?
Sigmund Freud se pronuncia con claridad en el año 1926: “Yo no soy partidario de fabricar cosmovisiones” (Freud, 1926: 91). Se refiriere a las innumerables veces en las cuales se habían tomado las tesis de su estudio sobre El Yo y el Ello, e intentado hacer de ellas Una cosmovisión psicoanalítica. En dicho estudio (Freud, 1923) desenmascara la arrogancia trabajosamente mantenida del Yo, para acentuar los vasallajes que padece frente a las exigencias que recibe del Ello y del Súper Yo. Así como su apronte angustiado, e impotencia, para hacerles frente a ambos.
Encuentro diversas configuraciones del sufrimiento de los bebes, niños, niñas, y adolescentes, por las cuales nos consultan en la actualidad. Algunas de sus características revelan que el límite que separa, y diferencia, la demanda de la exigencia es impreciso y difícil de establecer de antemano. Sin embargo, la distancia entre el ideal y la posibilidad real de respuesta del niño –la maduración nunca es causa sino límite– tiene su importancia a la hora de la cuenta o balance.
Como nos muestra en su invariante la historia de la infancia y nos lo testimonian en la actualidad los bebes y niños en posición melancólica, las demandas parentales no necesariamente tienen “ética”. Los bebes o niños y niñas, “insignificantes fálicos”, no han tenido la fortuna de quedar agarrados por la obra y gracia de la demanda parental a la sortija del falo, hacen entrada al autismo o a las psicosis melancólicas de no modificarse esta cuestión, a partir de una intervención psicoanalítica temprana e interdisciplinaria (Bruner,2008, 2016). Freud dice, en torno a la demanda ética:
(...) Mediante un sistema de premios, de amor y castigos, se educa al niño en el conocimiento de sus deberes sociales, se le enseña que su seguridad en la vida depende de que sus progenitores y después los otros, lo amen y puedan creer su amor hacia ellos. (…) las prohibiciones y demandas de los padres perviven en el pecho como conciencia moral (...) (el subrayado es mío) (Freud, 1933: 151).
En cambio, la exigencia es un requerimiento o necesidad forzosa. Se trataría de pretensiones desmedidas[1]. Ante las exigencias, la instancia psíquica del YO tironeada corre el riesgo de ser avasallada, y para defenderse intenta dominar o gobernar. Esto que le ocurre a los padres (Instancia Parental) y a los hijos (Instancia del Hijo) también le ocurre, según mi experiencia, al lugar que podríamos llamar Instancia del Analista.
Los niños hacen experiencia, ensayan y practican la manera de hacerle oposición a la imposición para conquistar autoafirmación y separación –simbólica e imaginaria– sin correr el riesgo más temido: ser castigados por el adulto, con el abandono de su amor.
Mientras juegan, los niños, invierten y dan vuelta a la demanda parental, poniendo las cosas en un nuevo orden, uno propio. Ya escribí, en distintos trabajos, que cuando Eso no se juega retornará por distintas vías (Bruner, 1994) en formaciones sintomáticas que prefiero pensar como “las formaciones clínicas del juego” (Bruner, 2016).
Podría dar tantísimos ejemplos de situaciones analíticas a partir de las cuales un niño o una niña, con su analista como puente, puede poner un límite y darle así una razón y medida a la demanda para que deje de ser exigencia, restituyendo al falo su función.
Los niños dependen absolutamente del lugar que les asigna la tabla de la valoración del Otro. La vara con la que se miden sus capacidades o deficiencias, a la hora de responder a las expectativas o demandas, va informando y formando su hándicap, o ranking, de su ubicación en la escala del deseo y amor del Otro.
Infancia, Historia y Psicoanálisis
El concepto de infancia tal como lo entendemos hoy, es decir, aquel valioso periodo inicial de la vida de una persona, es de adquisición tardía en la historia de la humanidad. Si bien es difícil hacer generalizaciones sobre un tema tan amplio, es notorio que el niño, durante largos períodos históricos, fue víctima de toda una variedad de formas de rechazo, partiendo de la no aceptación de su indefensión y necesidades afectivas, hasta los tratos más brutales, incluyendo el infanticidio, fuera consiente o no. Si actualmente podemos sentirnos afectados por los casos de maltrato infantil, éste no es comparable, en extensión y gravedad, al que vivían en la Antigüedad y la Edad Media.
En el siglo XIX se produciría un cambio radical respecto a la acepción de la niñez, a partir de la concurrencia de diversos factores que, gradualmente, contribuyeron a que fuera considerada y jerarquizada en una importancia sin precedentes. A diferencia de lo ocurrido hasta entonces, el conjunto de las instituciones sociales centraron su interés en ese período de la vida, confiriéndole un status y un reconocimiento que transformó el anterior rechazo, desinterés, y desconocimiento, por la asignación de un papel protagónico en la familia y la sociedad.
Fue también en este interjuego de circunstancias políticas, culturales, económicas y científicas que, como iremos viendo, podemos ubicar los orígenes de los descubrimientos y desarrollos del pensamiento psicoanalítico. En primer lugar, debemos mencionar el auge y el desenvolvimiento de la Revolución Industrial. Esto suscitó la necesidad de educar y capacitar a niños y jóvenes con vistas a un futuro productivo. Se fue incorporando, así, una idea de lo prospectivo en sus vidas, del cual se desprendía, de hecho, un concepto de continuidad entre la vida infantil y la vida adulta.
Por otro lado, en la segunda mitad del siglo XIX, la pedagogía se manifestaría como una disciplina de enorme influencia, no solamente en la formación técnica, sino también en la propagación y regulación de los standards culturales. De esta manera, la educación se transformó en asunto de interés en función del futuro económico, político y social de los Estados-Nación.
Otro factor que contribuyó a la posibilidad de esta nueva figuración de la niñez fue el extraordinario avance de la medicina. Especialmente en lo relacionado con la prevención de las enfermedades infecto-contagiosas, que eran las de mayor incidencia en la mortalidad infantil.
Por otra parte, en un primer período, digamos el pre-1900, Sigmund Freud escribió y desarrolló una linealidad, casi probatoria, que conectaba escenas del pasado infantil con la actualidad sintomática de los adultos. El modelo médico causa-efecto estaba de alguna manera respaldado por las impresionantes mostraciones de Charcot, quien, utilizando la hipnosis, podía aparentemente retrotraer a la paciente histérica a un supuesto pasado, punto desde el cual presuntamente podía darse otro curso a la enfermedad (descarga, catarsis).
Pero Freud, desde la clínica, argumentaba algo diferente a las meras demostraciones catárticas, como de alguna manera eran las exhibiciones de Charcot, que no se diferenciaban demasiado de las mismas escenas histéricas que querían develar. El trabajo psicoanalítico con el paciente era continuado, arduo y consecuente con las palabras y las emociones, no solamente del paciente sino también del analista. Se fueron dando las primeras aproximaciones a los conceptos que serían pilares del psicoanálisis. Poco más adelante, a la práctica con pacientes Freud añadiría su propio autoanálisis, que lo llevaría a la certidumbre de algo que ya de alguna forma sospechaba: las escenas, particularmente descriptas como de seducción, desencadenadoras del síntoma neurótico, pertenecían al orden de la fantasía.
La relación con el pasado, y la posibilidad de su reconstrucción, estaría complejizada por una serie de intermediaciones, que aun siendo atravesadas, no garantizaban una aproximación más o menos objetiva a lo que había sido de niño ese adulto, ahora en análisis. Compulsión a la repetición en transferencia, sueños, síntomas, recuerdos encubridores, re-significación (après coup), serían conceptos que aportarían datos sobre la infancia. Estos no solamente debían ser evaluados y ordenados, sino que además, por las mismas características del desarrollo del proceso analítico, estaban sujetos a una continua movilidad.
La causación del síntoma, entonces, aun si se suponía alguna ocasión puntual de significación, aparecía subsumida en una trama de multideterminación que alejaba la idea de que fuera pensada con un efecto lineal. La neurosis infantil, tal como se manifestaba en la transferencia, por lo tanto, daba cuenta de una versión fantaseada y actual acerca de la infancia del paciente adulto.
El niño pasaba a ocupar un lugar pleno de interrogantes para el psicoanálisis. Si se daba crédito absoluto a lo reconstruido desde el adulto, el niño debía corresponder a dicha reconstrucción. Pero la complejidad y dinámica de los mecanismos que proveían de datos a la reconstrucción, y el carácter de su procedimiento, cuestionaban no solo su objetividad, sino que además –y fundamentalmente– si dicha objetividad era necesaria o deseable.
El niño, en tanto tal, quedaría perdido como objeto del psicoanálisis. A excepción de que se le atribuyera el carácter de “adulto reducido” (como aparecía en la iconografía medieval). ¿No se le estaba asignando, así, el lugar, o mejor dicho el no-lugar, que tuvo la infancia hasta principios del siglo XIX?
Si lo pensamos desde el psicoanálisis, estos problemas no resueltos quedarían planteados. A Freud no se le escapó que para acceder al niño, desde su teoría, había dificultades, porque la niñez era diferente a la adultez. “Psicológicamente, el niño es un objeto diverso que el adulto”, escribiría en 1933 (Freud, 1933: 143). De esto dan cuenta sus vacilaciones de postura ante el psicoanálisis infantil. Incluso quedó planteado en sus alusiones a la implementación de la pedagogía como una prótesis para estos análisis, lo cual puede ser tomado como un reconocimiento de la necesidad de ocupar con medios ajenos al psicoanálisis los huecos que éste no podía resolver. No es que durante el período anterior a 1920 la única experiencia clínica con niños haya sido la que dio origen al historial de Juanito (Freud, 1909: 3-118). De hecho, es interesante hacer notar que en sus comienzos profesionales, digamos en su período “pre-psicoanalítico”, Freud trabajó durante muchos años (1886-1896) en el Departamento Neurológico de la Clínica para Niños del Dr. Kassowitz, concurriendo tres veces por semana. Incluso algunos de sus primeros trabajos, de orientación neurológica, son de esta época, y corresponden a investigaciones realizadas sobre pacientes infantiles.
Podemos suponer, entonces, que Freud tuvo una aproximación importante a las problemáticas de la niñez, ya desde sus primeras experiencias como médico, y que le confería una relevancia capital a este período de vida en su perspectiva teórica, por más que muchos interrogantes analíticos sobre este tópico hayan quedado sin saldar.
Algunas reflexiones finales
Retomemos ahora el seguimiento de la historia de la infancia (y correlativamente lo referido al concepto de niñez y el lugar de la instancia parental) en estos dos últimos siglos. Es notorio que a lo largo de ellos el niño fue ocupando un lugar destacado –y hasta puede decirse, desde un cierto punto de vista, privilegiado– en el discurso y la consideración social. La posibilidad de prevenir para él un futuro se adecuó en función de un tiempo necesario para su capacitación, de acuerdo a una sociedad industrial en desarrollo.
La continuidad temporal que relaciona la infancia con la adultez fue un valor que se impuso, en tanto tal, recién en el siglo XX.
El psicoanálisis tomó para sí, en sus orígenes, ese nuevo lugar que ocupaba el niño. Tomando de referencia a las ciencias y la medicina de la época, aplicó a su espectacular hallazgo de la correspondencia entre patología adulta e infantil los esquemas de causalidad directa. Constituyó, así, la idea de una niñez a la que se podía acceder en su materialidad a partir de los sueños, recuerdos y síntomas del paciente neurótico. Pero no se sostendría mucho tiempo esta concepción que, por otra parte, también desde los inicios promovía dudas.
El llamado “giro del 1900” instaló definitivamente un psicoanálisis que accedió a una versión de la infancia, producto de una serie de mecanismos y transformaciones, que denotaron las dificultades para llegar a través del discurso del neurótico adulto al conocimiento de la infancia tal cual es experimentada por el niño. El psicoanálisis dio cuenta de una escisión inexorable entre una niñez perdida para siempre, y una vida adulta desde la cual se construyen y reconstruyen versiones históricas sobre la infancia, necesarias para la coherencia y continuidad de la identidad.
El niño-en-sí quedó entonces desplazado por el niño-en-el adulto. El psicoanálisis, desde sus fundamentos, aludió a una escisión del sujeto, denotada por un psiquismo dividido. Como aproximación, podemos decir que si hay una escisión sincrónica conciente/inconciente, también puede plantearse otra, en este caso diacrónica: las existentes entre infancia y adultez, De todos modos, esto se relativiza si tomamos en cuenta una de las concepciones clásicas que asimila lo inconsciente a lo infantil. Ambos son conceptos que, en tanto referidos a lo reprimido y aun a lo incognoscible, promueven resistencias y rechazo.
La dimensión de desconocimiento encarnada en el niño puede ser una fuente de violencia hacia él, a la que se suma su indefensión y endeblez, que lo hace más vulnerable. Si la historia de la infancia aportó al psicoanálisis un concepto de niñez que constituyó uno de los puntos de partida de su desarrollo, este pudo, a su vez, desentrañar y ofrecer a la historia elementos que desmienten y reubican los alcances de ese aparente lugar de privilegio que se le otorga al niño.
Las diferentes modalidades en que persiste el maltrato infantil, suponen, por ejemplo, una invariante que subsiste en lo que hace a la relación del adulto (y la sociedad) con sus niños. No podemos decir que en estos últimos dos siglos la desconsideración histórica hacia la niñez haya primado, ya que el niño fue objeto de un singular investimento narcisístico.
Gran parte de las dificultades de la infancia, nos informa Freud (1933), residen en que el niño debe apropiarse en breve lapso de los resultados de un desarrollo cultural que se extendió a lo largo de milenios: el dominio sobre las pulsiones y la adaptación social, o al menos los primeros esbozos de ambos. Mediante su propio desarrollo, solo puede lograr una parte de ese cambio; mucho debe serle impuesto por la educación.
Si bien toda demanda pretende la incondicionalidad a la hora de la respuesta, bastaría preguntarnos ante cada consulta que recibimos por un bebé, niño o niña, si la demanda parental soportara que lo que vuelva como respuesta sea la condición absoluta del sujeto. La condición absoluta del sujeto es la de no ser más que pura diferencia. La exigencia busca encontrar como respuesta el orden de lo idéntico a sí mismo, la repetición de lo idéntico.
¿Dónde encontraremos las versiones que del padre un niño, o niña, hace en la clínica? El trabajo del juego (Bruner 2008, 2016), permite a los niños y niñas construir versiones del padre e inscribir lo que luego podrá leer su historia infantil.
Bibliografía
BRUNER, N. (2008), Duelos en Juego, Buenos Aires, Letra Viva, 2019.
BRUNER, N. (2016), El Trabajo del Juego, Buenos Aires, Eudeba.
FREUD, S. (1909). Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Amorrortu. TX. Buenos Aires. 1984
FREUD, S. (1925/1926) Inhibición, Síntoma y Angustia. Amorrortu. T XX. Buenos Aires. 1984
FREUD, S. (1923) El Yo y el Ello. Amorrortu, TXIX, Buenos Aires. 1984
FREUD, S. (1932/1933). Nuevas Conferencias de introducción al psicoanálisis. Amorrortu. TXXII Buenos Aires. 1984
LACAN, J. (1964) Los cuatro conceptos del psicoanálisis, Barcelona, Barral, 1971.
[1] Según el diccionario de la Real Academia Española el término exigencia tiene las siguientes dos definiciones: 1. Requerimiento o necesidad forzosa para que se produzca una acción. 2. Pretensión caprichosa o desmedida