Impulsos, actos, ideas
Tomar el síntoma obsesivo como eje para hablar del acontecimiento de cuerpo parece ir un poco en contra de lo que nos llama habitualmente a hacer, que es -con respecto al cuerpo- tratar el síntoma histérico. Demanda de uno que sufre de su cuerpo o de su pensamiento. Es esa cercanía que la histeria tiene con su no sé: no sé qué me pasa en el cuerpo, y en general no sé que pasa. Es la parte seria de lo que llamamos la belle indiférence, el síntoma histérico, que es un hablar con su cuerpo, que se reconoce al hablar con su cuerpo. Se podría decir también que el sujeto supuesto saber pasa en el cuerpo. De tal manera que siempre anima la curiosidad de ir a ver detrás, la o lo anima eso, y por excelencia detrás de los sujetos que pretenden saber o que pretenden poder.
Ya sabemos que hay el hecho clínico de la mostración de su falta, la propia en el semblante de pobreza, de tontería, de víctima, que en definitiva alcanza a la demostración de la falta del Otro, solo que para ello se toman mucho trabajo y, en algunas ocasiones, muchos sacrificios. Se sacrifican al Otro, al hombre que aman, a la madre que detestan, al padre que idealizan. Lo que importa es que exista un deseo para que en algún momento se sepa qué buen objeto, a veces qué complicado, puede ser ella para él.
Es un tema convocante, pero en la ocasión nos hemos propuesto ir a buscar el tema de hablar con el cuerpo en la obsesión. El cuerpo está muy presente en un análisis lacaniano y no sólo en los casos de histeria. En la comparación que venimos haciendo podemos decir que a diferencia del síntoma histérico, que suele manifestarse de los modos más expresivos, el síntoma obsesivo tiene la característica de ser mucho más discreto. Se concentra por lo general en el dominio psíquico y fundamentalmente permanece como asunto privado del sujeto. No se trata del deseo, sino de su objeto, del objeto del deseo. Suele decirse, y con razón, que en la obsesión no se produce el salto a lo corporal, típico del síntoma conversivo, y nosotros trataremos de ver esa otra dimensión más callada, más escondida, más discreta del síntoma obsesivo y cómo sí se produce el salto al cuerpo. ¿Cuáles son sus formas más típicas en la obsesión? Impulsos extraños al razonamiento habitual del sujeto, actos cuya ejecución no le proporcionan ningún placer pero de los que no puede sustraerse, de no hacerlos sobreviene la angustia. También tiene ideas fijas ajenas a su interés normal. Impulsos, actos e ideas fijas tienen en común los fenómenos de coacción, de forzamiento (Zwang).
Veamos en principio cómo las ideas obsesivas insensatas, absurdas, implican una actividad intelectual intensa que agota al sujeto, el que se siente obligado a cavilar alrededor de esas ideas como si fueran las cosas más importantes del mundo. El agotamiento subjetivo alcanza también al cuerpo, por supuesto. Lo mismo en la fuerza y el tiempo que debe contar, retirando el interés de otras cosas, para sostener las prohibiciones, renuncias y limitaciones de su libertad que se impone para luchar contra los crímenes a los que está incitado o las tentaciones que lo atormentan. Es la lucha contra los impulsos.
Finalmente, los actos obsesivos son inocentes e insignificantes y consisten en repeticiones y floreos ceremoniosos sobre las actividades más corrientes de la vida cotidiana, quizás los más necesarios como acostarse, levantarse, dormir, lavarse, caminar, los que terminan transformándose en problemas complicadísimos.
Es para nosotros del máximo interés captar cómo el significante que irrumpe en el cuerpo, que lo penetra, es el que lo mueve o lo paraliza.
Si bien decimos que lo esencial de la neurosis obsesiva pasa por sus pensamientos, veremos que eso es ciertamente limitado, ya que es acá que se nos permite captar, en su esencia, cómo el lenguaje -o para decirlo mejor la lengua- incide en el cuerpo, ya no diremos del sujeto sino del ser hablante o parlêtre. Y de allí es donde obtenemos también la cuestión de hablar con el cuerpo el tema del próximo ENAPOL.
Un goce escondido
El modelo obsesivo del síntoma es lo que Lacan privilegia en su última enseñanza, o sea que el síntoma es fundamentalmente real en la medida que resiste al decir. Y también por su duración. De allí lo que se relaciona con lo que Freud inventó como reacción terapéutica negativa. El síntoma se repite y se repite.
Cuando señala que el sujeto siempre es feliz, Lacan trata de pensar en una clínica sin conflicto, sustraer esa dimensión a pesar del sufrimiento, que por supuesto existe y que no obviamos. No lo obviamos pero privilegiamos lo real de la satisfacción. Cuando decimos una modalidad de goce, planteamos un retorno, un hecho de repetición. Lo mismo que al plantear la fijación de la libido, se trata siempre de un goce escondido o escamoteado y repetido. Siempre nos encontramos con el problema de que el síntoma es una satisfacción fuera de sentido, paradójica. ¿Cómo se cura alguien de una satisfacción?
La satisfacción y el cuerpo
El obsesivo es siervo del pensamiento.
Lo esencial que ubicamos con respecto al obsesivo es lo que Freud descubre cuando capta que su síntoma alcanza el triunfo cuando une la prohibición con la satisfacción, de modo tal que lo que fue originariamente un mandamiento defensivo o una prohibición adquieren la dimensión de satisfacción. La satisfacción sustitutiva es tan buena como la original, si pudiera llamarse así. Lo que es evidente es que para la satisfacción libidinal no importa cuál objeto, se obtiene igualmente. Freud hace cierta distinción entre la fenomenología del síntoma y su verdad, ya que la primera impone la presencia del sufrimiento, mientras que en la otra se verifica la satisfacción libidinal que el síntoma da al sujeto. Habrá que captar la relación de la satisfacción libidinal y el cuerpo.
Conocemos la cuestión de la ambivalencia típica de los obsesivos, lo que se nota en los actos en dos tiempos cuya primera parte es anulada por la segunda, es la representación de dos impulsos antitéticos de igualdad magnitud, la antítesis del amor y el odio. Es la presencia del odio la que Freud descubrió en la base de cada síntoma obsesivo, como respuesta siempre a mano para enfrentarse a los signos del deseo del Otro que no es un desierto de goce.
La unión entre la ambivalencia y el erotismo anal tiene su origen en la experiencia particular que el sujeto hace en su relación con el objeto anal. Es allí donde por primera vez puede hacer el tanteo de reconocerse en algo, en un objeto alrededor del cual gira aquello que marca su constitución, la demanda del Otro, encarnada por la madre. Es en la experiencia con ese objeto (el a no es el puro objeto sino el demandado), y es en la experiencia realizada con ese objeto en donde ha recibido una aprobación y la admiración de quien encarna al Otro, quien simultáneamente le enseña a alejarse de eso, del producto de su satisfacción. Lacan señala que allí se puede ubicar el origen de la ambivalencia obsesiva, en tanto ese objeto a es la causa de esa ambivalencia del sí y del no. También se puede ver cómo el síntoma es de mí y sin embargo no es de mí.
En el síntoma obsesivo es en donde la causa es percibida como angustiosa o sea que en él se trata del retorno de lo reprimido del deseo del Otro, de esa falta que no puede tolerarse. El obsesivo lo vela con el recurso a la demanda, que se manifiesta en su permanente necesidad de pedir autorización para sus tentativas de pasaje con el deseo. Es preciso que el Otro le demande eso. Su fantasma le permite acentuar lo imposible del desvanecimiento del sujeto de ahí su estado siempre controlante, negando el deseo del Otro. La persona experimenta que pierde el dominio de sus ideas y que está molesta por la insistencia de pensamientos bizarros, raros, extraños, e incluso de mal gusto, advierte su insistencia. Con el síntoma obsesivo el sujeto se asegura de sostener el desierto de goce en el Otro, que el goce pase a nivel del significante. O sea a más presentificación de goce, y lo sabemos, el goce se siente en el cuerpo, más proliferación de significantes.
El síntoma obsesivo demuestra de esta manera la eficacia del inconsciente que puebla al sujeto con saberes tan fatigosos como inútiles.
Fragmento de la conferencia expuesta durante las jornadas El Psicoanálisis hoy (12, 13 y 14 de junio, Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires).