El trabajo que aquí se presenta se desprende de un proyecto de investigación producto de una beca de doctorado de la Universidad de Buenos Aires. Dicho proyecto encuentra su anclaje en un proyecto macro denominado “Factores Individuales, Grupales e Institucionales que Inciden en la Circularidad de los Jóvenes Alojados en los Dispositivos Penales Juveniles”. En este último se trabaja con una metodología de tipo cualitativo, en un universo compuesto por los Centros Socioeducativos de Régimen Cerrado que albergan a jóvenes infractores o presuntos infractores a la ley penal. En el proyecto producto de la beca se trata de identificar cómo el estereotipo del llamado “pibe chorro” influye en la subjetividad de los jóvenes alojados en los dispositivos penales juveniles. En esta oportunidad se desarrollará la influencia de la mirada de la Psicología Institucional para entender dicho estereotipo.
El trabajo que aquí se presenta se desprende de un proyecto de investigación producto de una beca de doctorado de la Universidad de Buenos Aires. Dicho proyecto encuentra su anclaje en un proyecto macro denominado “Factores Individuales, Grupales e Institucionales que Inciden en la Circularidad de los Jóvenes Alojados en los Dispositivos Penales Juveniles”[1].
Para abordar la incidencia que tiene la identificación con el estereotipo de “pibe chorro” en la subjetividad de los jóvenes infractores a la ley penal se trabajará de acuerdo a lo que propone la Psicología Institucional. José Bleger, precursor de este campo, sostenía la necesidad de orientar el quehacer del psicólogo hacia actividades sociales. En este sentido, el autor consideraba necesario redefinir los marcos teóricos existentes, para pasar de una perspectiva individual a una social (Bleger, 1966). Es así como la Psicología Institucional se inserta tanto en la historia de las necesidades sociales como en la historia de la psicología. En tanto campo de investigación, se plantea la necesidad de ampliar los enfoques del psicólogo y, a su vez y por el mismo acto, orientar su quehacer hacia actividades que atraviesen e incluyan a la sociedad en su conjunto. De este modo, se aborda a los sujetos reflejando la dimensión de la subjetividad producida por los distintos atravesamientos y determinantes institucionales, dando cuenta de su calidad de miembro de un colectivo.
En el presente escrito, se utilizarán en conjunto con los aportes de la Psicología Institucional, los desarrollos provistos por el Psicoanálisis en relación a la adolescencia, a los trabajos simbólicos a cumplir en dicha etapa, las identificaciones y la construcción identitaria, específicamente al estereotipo sostenido alrededor de los comúnmente llamados los pibes chorros.
Psicología Institucional: mentalidad - subjetividad.
La Psicología Institucional se enfoca en el análisis de las instituciones como focos productores de subjetividades. En este sentido, el concepto de institución refiere a las regulaciones socio histórico culturales que ordenan los comportamientos humanos y que, para cumplir su función de orientar la vida humana, deben materializarse en dispositivos concretos que son las organizaciones. En virtud de la complejidad que las instituciones y las organizaciones conllevan, la comprensión de ambas requiere del aporte tanto teórico como metodológico de disciplinas como la Antropología, la Historia, la Sociología y el Derecho, entre otras. A su vez, dentro del mismo campo disciplinar de la Psicología, se consideran los aportes de la Psicología del Trabajo, la Psicología Política y del Psicoanálisis. Este último nos permite el análisis de la dimensión fantasmática que se pone en juego en las representaciones sociales (Fernández, 2010).
Desde la posición epistémica de la Psicología Institucional no se trabaja con una noción de sujeto como un ente aislado, sino como un sistema abierto en permanente intercambio con el medio que lo constituye en un proceso dialéctico en constante interacción. La identidad del sujeto se irá forjando a partir del pasaje por los distintos ámbitos institucionales (Vitale&Civale, 2010). El concepto de historia de las mentalidades supo ser usualmente utilizado para describir un conjunto de actitudes y comportamientos colectivos inorgánicos. En la actualidad se distingue la noción de subjetividad de esta estructura universal de la mentalidad humana por su composición situacional, concibiendo la idea de que cada momento histórico producirá sus modos específicos y singulares de subjetividad. De todos modos, Melera (2013, p.9) aclara:
(…) no hay producción de subjetividad instituida que agote absoluta y exhaustivamente su campo de intervención (…) Cada una de las prácticas de subjetivación instituidas posibilita la producción de un suplemento o exceso (...) La producción de subjetividad y la producción de diferencia son una sola y misma cosa (…) las instituciones producen subjetividades en una situación sociohistóricocultural determinada y es en los pliegues de las subjetividades instituidas que germinan los interrogantes y las impugnaciones que posibilitan las transformaciones y mutaciones históricas de las instituciones, las sociedades y las subjetividades.
La subjetividad tampoco debe ser pensada solo desde la individualidad. Las producciones de subjetividad son procesos tanto individuales como colectivos, involucrando a grupos, comunidades y hasta poblaciones. Las subjetividades individuales se conformarán en base a las distintas articulaciones que pueda llevar a cabo cada sujeto (Ibíd.). La Psicología Institucional busca con el análisis de los procesos de construcción de identidad y subjetividad dentro de un contexto socio histórico cultural determinado, poder nombrar con sentido diagnóstico un matiz del sufrimiento social contemporáneo. El hacer conciencia compartida de un sufrimiento reconocido permitirá investir libidinalmente una idea que se hará pensamiento y diálogo, pudiendo advertir en ello una salida, aunque sea simplemente la de hacer inteligencia compartida sobre esa realidad (Ulloa, 1996). De esta manera, entender lo vivido, la propia historia, como experiencia compartida hace que cada individuo se vea a sí mismo como parte de un todo. La construcción de la historia a través del relato de sus protagonistas permite recuperar el peso que tienen en los procesos sociales los grupos de individuos marginados, pertenecientes a categorías sociales concretas que comparten características étnicas, raciales, ocupacionales o de otra índole y cuyas vidas no figuran en las fuentes escritas (Barela et. al., 2009). Quienes cuentan el relato de sus vidas lo hacen en su doble calidad de individuos singulares y de sujetos colectivos, transformando una historia individual en una narrativa cultural. Y es esa memoria la que trata de recuperar la Psicología Institucional.
Adolescencia -subjetividad: los pibes chorros.
El estereotipo de pibe chorro se ubica, generalmente, en jóvenes de 15, 16 y 17 años de edad, franja etaria considerada a nivel evolutivo dentro de la adolescencia. Es necesario remarcar que, en torno a este concepto, se la define de tal manera solo por una cuestión de ordenamiento, ya que hoy en día no se la puede delimitar solo por criterios cronológicos. Al respecto plantea Kantor (2008, p.65):
(…) las adolescencias y las juventudes son muchas y distintas, y los itinerarios están fuertemente condicionados por los datos duros del origen, que definen un lugar social para cada quien, una manera de ser nombrado por las teorías y por las políticas públicas, por la gente.
Generalmente, es pensada en una perspectiva de trabajos simbólicos a cumplir. En este período se dan procesos psíquicos necesarios para que el sujeto vaya conformando su subjetividad y su identidad implicando esto, las más de las veces, una crisis de identidad. Lo propio del adolescente es ir creando sentidos que enriquezcan al yo, en un juego de identificaciones-desidentificaciones (Grassi, 2010). La identificación, según Freud (1978), es la forma más temprana de enlace afectivo con un otro. Plantea el autor que la identificación es inconsciente, no depende de una decisión explícita e intencional de la persona, sino que se da sin que el sujeto se dé cuenta del proceso. Laplanche y Pontalis (1983, p.184) la definen como el “(…) proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de este. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones”. Siguiendo a Reguillo, en este proceso ese otro también está representado por “(…) procesos socioculturales mediante los cuales los jóvenes se adscriben presencial o simbólicamente a ciertas identidades sociales y asumen discursos, estéticas y prácticas determinadas” (2013, p. 44). Y, continuando esta línea, Duschatzky y Corea (2002) sostienen que, en tiempos de desfondamiento institucional, los jóvenes actualmente conocidos como “pibes chorros” y que viven en condiciones de expulsión social, construyen su subjetividad en situación, a diferencia de lo que anteriormente propiciaban los dispositivos de familia y escuela.
A la hora de abordar el fenómeno de las identidades y subjetividades que posibilita un determinado contexto socio histórico cultural, encontramos que muchos estudios han optado por explicaciones psicologizantes para dar cuenta de ello. La psicologización de los problemas de los sectores populares y marginados significa pensar que son las actitudes propias de la población marginada las que le impiden integrarse al mundo moderno y le mantienen en la miseria y en la impotencia social. De esta manera, se afirmaría que lo psíquico sería el fundamento de la estructura social y no al revés: que las personas se incorporen o no al sistema establecido dependería, por tanto, de sus rasgos caracterológicos y no de la naturaleza del sistema social (Baró, 1987). De este modo, se elaboran descripciones de estas poblaciones y, en este punto, es necesario distinguir si se trata de una actitud real de las personas frente a la vida, o si en realidad se trata de una caracterización al modo de un estereotipo social (el de pibe chorro en este caso) que se les atribuye y, de esa manera, tiene un impacto sobre su existencia.
De acuerdo con Baró, se plantea que lograr una transformación de este fenómeno supone tanto un cambio a nivel personal como a nivel social. Dicho autor plantea:
Se trata de cambiar la relación entre la persona y su mundo (…) que tengan una experiencia real de modificación de su mundo y determinación de su propio futuro. Se trata de un proceso dialéctico en el que el cambio de las condiciones sociales y el cambio de las actitudes personales se posibilitan mutuamente (ibíd., p. 156).
En este sentido, y en relación a lo planteado, tomamos la definición de Melera (2013, p.10): “(…) una de las tareas que definiría las prácticas de la Psicología Institucional debiera consistir en la generación de condiciones que posibiliten la producción de subjetividades abiertas y autónomas, susceptibles de poder pensarse a sí mismas no solo como producto sino como motor de transformación”.
Estereotipo, estigma, chivo expiatorio y demandas de rol
Para analizar los factores que inciden en la construcción de la identidad del “pibe chorro” y la identificación a ella, se tomarán algunas categorías claves para su estudio.
De acuerdo con Agudelo (2003, p. 3), un estereotipo es el “conjunto de características generalizadas y simplificadas, en forma de etiqueta verbal, sobre grupos sociales determinados”. En el caso de los “pibes chorros”, se trata de un estereotipo negativo, que en tanto prejuicio genera “una actitud hostil, prevenida, hacia una persona que pertenece a un grupo” (íbid). Cuando hablamos de estigmas hacemos referencia a la conjugación de cinco componentes, etiquetar, estereotipar, separar, pérdida de estatus y discriminación en el marco de una relación de poder. El mecanismo consiste en etiquetar a un grupo, a partir de determinadas características negativas, produciendo una separación imaginaria o real entre “nosotros” y “ellos”, de modo tal que les acarrea una pérdida de estatus social y una discriminación con múltiples manifestaciones.
En este sentido, Girard (1982) plantea que en la vida en sociedad se va generando una tensión, que en cierto momento se traduce en violencia difusa, colectiva y esencial y que solo cesa cuando la gente encuentra un chivo expiatorio que encarna el mal de toda la sociedad: ¿representan los “pibes chorros” ese chivo expiatorio? Zaffaroni y Rep (2011) afirman que la criminología mediática crea un mundo de personas decentes frente a una masa de criminales identificada por estereotipos y que, de esta manera, se configura un ellos separado del resto de la sociedad. Desde la Sociología, Goffman (1970) explica que todas las esperanzas o reclamos recíprocos son lo que llamamos demandas de rol, cuando no se responde a estas se generan episodios llamados disrupciones, caracterizados por la agresividad. Los roles pueden ser socialmente positivos o, como el caso de los “pibes chorros”, negativos, y a fin de evitar disrupciones se suele responder a las demandas de rol. Desde el interaccionismo simbólico, Mead (1953) dice que el cumplimiento de las exigencias de rol de los demás es lo que va configurando nuestro mí, lo que, sumado a las características personales de cada uno, forman el yo. En este sentido, y en relación a la sociedad carcelaria -incluidos los dispositivos penales juveniles- Neuman (1990) sostiene que tiene su propia jerarquía interna y los presos asocian al recién llegado a un estereotipo conforme al delito cometido. El preso debe comportarse respondiendo al rol que demanda el estereotipo, pues de lo contrario provoca las disrupciones que, en este ámbito en particular, pueden costarle la vida. Asumiendo ese rol se adapta a la vida carcelaria, reafirmando y fijando los estereotipos de acuerdo a las nuevas demandas de rol.
Conclusión
La identificación con el estereotipo de “pibe chorro” produce efectos subjetivos que determinan, muchas veces, la forma de llevar a cabo diferentes comportamientos. Desde los aportes de la Psicología Institucional, resultaría posible reconocer los factores que sostienen y favorecen la existencia de ese estereotipo, haciendo hincapié en el contexto situacional en el que se desarrolla. Así mismo, resultaría interesante trabajar desde esa disciplina el sufrimiento que conlleva a los jóvenes el pensar (se) ese encasillamiento en el que, muchas veces, se encuentran inmersos. Entender el entrecruzamiento de las diferentes variables institucionales que se ponen en acción, posibilitaría comprender las estructuras sociales que se articulan para que el estereotipo siga teniendo vigencia. En definitiva, se trata de saber a quién/quiénes les resulta significativamente conveniente que el estereotipo se refuerce en y desde las distintas clases institucionales que componen la sociedad.
NOTA [1] Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología, Secretaría de Investigaciones.
BIBLIOGRAFÍA
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